jueves, 3 de diciembre de 2020

El ángel del deseo

 

Serena inmensidad de piel absorben mis pupilas

alumbra una media luz en la tarde temprana

Curvatura perfecta de armónicas posturas

incitan a mis titilantes párpados

Honda

brilla la retina que percibe y aloja imágenes

Una y otra vez la memoria infinita

acumula historia

Vuelo de notas encadenadas

eleva una melodía de Grieg desde el vibrante piano

Yo etérea y liviana transito entre sueños

ese amado universo sonoro

Nace un sosiego de ansiedades

hay calma en el alma inquieta

y mensajes sin palabras dormidas

Hay aroma a incienso y lavanda

transita el ángel del deseo sin mostrar alas

Solo la caricia del aleteo roza la piel

y en el desliz cósmico de nuestro mundo

en cada acorde

habita tu nombre

                                             Stella Maris Zamora

ENCUENTROS DE CAFÉ      ISBN 978-987-28908-6-5

La rueda

 

Soy la rueda derecha de una carreta. Giro por caminos de tierra polvorientos en verano y barrosos en la temporada de lluvias. Mi trabajo consiste en hacer que el carromato se desplace con facilidad. Junto con mi compañera de la izquierda y el eje de dura madera que nos une, cumplimos nuestro cometido y soportamos el peso de toda la carga que en él se transporta. No somos nosotras las que decidimos el camino a recorrer sino el hombre que la guía; nosotras cumplimos sin protestar, giramos en la dirección que el conductor elige, siempre igual, gira que te gira.

      No somos como los humanos pero tenemos también como ellos, algunos sentidos: vemos, oímos y percibimos. No sé cómo funciona pero vemos en forma panorámica, es decir que podemos ver simultáneamente todo lo que está a nuestro alrededor; con el oído sucede lo mismo, percibimos una cacofonía de sonidos pero podemos distinguirlos claramente. También toda nuestra superficie en contacto con el suelo es sensitiva; distinguimos cuando la superficie es blanda o dura, si es rugosa o lisa.

Esta mañana temprano, al volver del mercado, me sucedió algo muy extraño. Pisé una flor tirada en el camino. Literalmente la trituré con mi peso y el de la carreta. La vi cuando me dirigía hacia ella, pero el destino es inexorable, aunque hubiese querido, no hubiera podido evitarlo. Mientras me acercaba, deseando que el carretero cambiara de dirección, pude verla claramente. 

Era un pimpollo rojo, bello, de largo tallo, con sus pétalos a medio abrir. Al pisarla sentí el crujir de su tierna naturaleza y una suerte de estremecimiento recorrió toda mi tosca estructura. Luego vi sus despojos adheridos a la dura piedra del camino, completamente deshecha; sólo una hojita permaneció intacta, separada del tallo, como mudo testigo de que eso, alguna vez fue un ser vivo. Algunos pétalos quedaron pegados a mí pero se fueron desprendiendo en cada giro y contemplé cómo iban quedando atrás siendo arrastrados, ya sin peso, por la brisa matinal en todas direcciones. 

Mas algo de la ella quedó incorporado a mí: su perfume, que le dio un toque de sutil delicadeza a mi madera ya seca y sin su aroma original. La hermosura de la flor dejó en mí un poco de su belleza…

ENCUENTROS DE CAFÉ II    ISBN 978-987-46957-0-3

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Río Uruguay

 


Corre tumultuoso en su camino hacia el mar,

besando la ribera de todo el litoral,

entre remolinos,

¡Mi Río Uruguay!

Navegando siempre va el verde camalotal,

lavando sus largas ramas está el saucedal

en tus bravas aguas,

que bajando van.

En el despertar, tus aguas reflejan

todos los colores, cual mágico cristal.

Ríen las naranjas

en el salto, viéndote jugar

y se duerme en tus orillas

la nostalgia del ceibal.

Corre, salta, juega,

nunca dejes de bogar.

Bendice por siempre la tierra

del Charrúa,

¡Mi Río Uruguay!

Encuentros de café         ISBN  978-987-28908-6-5

martes, 6 de octubre de 2020

El acopiador de historias

       Avanzaba el auto por la carretera en dirección sudeste, el sol por detrás disminuía su color naranja rojizo sobre la línea de horizonte. El río Salado manso y casi gris, extendía su cauce entre matorrales que simulaban islotes.

El conductor decidió descansar y entró en una ciudad bonaerense muy antigua y con historia de criollos aguerridos, el cartel de entrada saludaba “Bienvenidos a la ciudad de Lobos”.

Buscó un hotel, se instaló cómodamente y después de un baño reparador salió en busca de algún lugar donde comer. Dejó sus libros en el bolso de viaje y en su morral solo llevó el tradicional cuaderno Gloria y la birome azul, era un acopiador de historias cotidianas.

Caminó lento al tiempo que observaba la edificación, algunas casas modernas, otras conservando un estilo más antiguo, todas bajas, le agradó no toparse con edificios altos como en la ciudad de Buenos Aires.

Ahí se respiraba bien el aire puro, limpio de estruendos y ruidos ciudadanos. Pronto sufrió una leve desilusión al enfrentarse con un resto-bar, más adelante con un snack-bar y frente a la plaza con un edificio de cinco pisos. Entonces cambió de rumbo y preguntó dónde se ubicaba la zona más antigua de la ciudad:

-¿Ve ese semáforo? -le indicó el kiosquero de la esquina- doble a la derecha, camine tres cuadras y cruce la calle justo frente a una rotondita, siga un poco más, dos cuadras más o menos y doble a la izquierda, ahí va a encontrar un boliche, de los de antes, no se va a arrepentir mi amigo.

Saludó el cansado conductor y sonrió por la forma de orientar que tienen los pueblerinos, porque al fin y al cabo más que ciudad estaba caminando por calles de un pueblo de campo.

Llegó al citado lugar después de preguntar a otro vecino quien le indicó otro camino para llegar al famoso Boliche del Recuerdo.

Fachada antigua, ladrillos a la vista, puertas y ventanas de madera bien lijada y al natural, postes con argollas de hierro sobre el cordón de la vereda para los otrora caballos de la paisanada.

Sonrió otra vez y fue muy entusiasmado directo al mostrador, un ancho y largo mostrador que lucía sus años de uso, marcas de cigarros consumidos sobre la madera, algunos nombres tallados a cuchillo, marcas varias y agujeros tapados con masilla. Todo era de época, sillas, mesas, cuadros, adornos. Sacó fotos con su celular al tiempo que el dueño le preguntaba:

-Hola, qué tal, ¿querés tomar algo?

-Sí, sí, hola, buenas noches, ¿que hay para comer?

Y le mostró una carta más que suculenta con especialidades de la casa.

Eligió la mesa más cercana a la ventana y pidió una picada de campo. No pudo con su genio y pronto entabló conversación con el dueño; así se enteró que ese boliche había sido del abuelo paterno del muchacho, en los años de 1900 era un almacén de ramos generales, pero mucho antes su bisabuelo Ramón Montes era quien había levantado esa casona donde atendía su boliche para copas y descanso de los viajeros, una posta como se llamaba en tiempos idos, aunque muchas veces funcionaba como casa de encuentros íntimos.

Ahora que están de moda los almacenes de campo reciclados en boliches tipo resto-bar, el muchacho al recibirlo en herencia lo acondicionó y hoy es el más visitado por vecinos y turistas.

La conversación se fue extendiendo y el cansado conductor ya había superado el dolor de cintura por manejar tantos kilómetros en ruta, disfrutaba cada minuto en aquel espacio lejano en el tiempo y tan cercano a sus inquietudes.

Volaba su imaginación en el tradicional boliche lobense, cada rincón al que llegaban sus pupilas era motivo de ensueño, de pronto escuchó galope de caballos seguidos de un grito de alarma y se abrió la puerta de un saque a la vez que un gaucho se abalanzaba sobre el mostrador casi sin aliento, el bolichero, de bigotes abundantes, boina negra y camisa remangada hasta el codo, lo saludó algo desconfiado:

-Buenas y santas Moreira, ¿le sirvo una ginebra?

-Nada de eso don Ramón, déjeme pasar pal fondo que me viene persiguiendo la milicada pa achurarme -ahí nomás saltó el mostrador y huyó hacia el patio de atrás.

El bolichero quedó con la botella de ginebra en una mano y un vaso en la otra mientras una media docena de milicos también saltaban el mostrador rumbo al fondo.

Tiros de revolver, de fusil, forcejeos y un grito desgarrador rompió el silencio nocturnal.

La noche temprana fue testigo de un bayonetazo que Moreira recibió en sus riñones y la tapia se cubrió de sangre mientras la tierra apenas fría y húmeda, recibía el cuerpo del perseguido que en una demostración más de su guapeza, intentaba defenderse sin éxito con su facón.

El murmullo de los parroquianos que rodeaban el boliche para chusmear obnubiló al ocasional turista, ahora su gesto era serio, dubitativo y pensante.

-Y ¿qué tal la picada, le traigo algo más? -le preguntó el joven dueño.

-No gracias, está bien así.

Terminó de comer hasta el último trozo de salame y queso, después de pagar yendo al inmenso mostrador de rústica madera, lo acarició tiernamente y emprendió el regreso al hotel, pero antes de retirarse largó una mirada obsesionada hacia la puerta trasera, seguía intrigado.

Al llegar sacó del morral su cuaderno de anotaciones y empezó a escribir esta historia con muchos más detalles, le quedaban datos por averiguar sobre la localidad de Lobos en la provincia de Buenos Aires. Por la mañana retomaría su viaje de investigación sobre la historia de hombres que marcaron una época en nuestro país.

                                                         Stella Maris Zamora

Encuentros de café II       ISBN 978-987-46957-0-3

domingo, 20 de septiembre de 2020

Reseña: Los siete locos.

 Arlt, Roberto. Los siete locos. Buenos Aires, 1929.

Reseña breve por Jorge Klinger.

Escrita en 1929, ésta es una novela urbana en la que concurren el policial, la historia, la psicología y la ciencia ficción. El narrador es del tipo omnipresente y habla en tercera persona.

La obra consta de dos historias que terminan entrelazándose. La primera es la del personaje principal, Erdosain, quien estafó a su empleador y sale en busca de dinero para reponer y no terminar en prisión. En este rastreo se va relacionando con otros personajes, tan “fronterizos” como él, hasta formar una sociedad secreta al estilo de la “Orden del Gran Sello” estadounidense y contemporánea de la novela; he aquí la verosimilitud.

Como discurso narrativo, Arlt utiliza la heteroglosia de porteños de las clases sociales más bajas, quienes arman una suerte de comunidad secreta para socavar las bases del mundo que los tiene relegados a una vida miserable, para intentar crear un nuevo estado de cosas al mejor estilo de la masonería, pero recurriendo a las mismas artimañas de la sociedad oligarca y corrupta que pretenden cambiar.

Con esta obra, el autor cuestiona y critica a los dueños de la Argentina de su época a través de personajes sin rostros, ya que no describe sus características y en un caso no le da siquiera un nombre, designándolo simplemente como el Astrólogo. Todos ellos se debaten en la oscuridad de la angustia, el odio, el suicidio, etc., producto de la falta de esperanza, legado de la primera guerra mundial.

Llena de monólogos interiores y reflexiones de todo tipo donde se cuestiona el alienamiento absoluto de la sociedad, el capitalismo como invención malvada, así como la fría rigidez de la tecnología.

  La acción dura setenta y dos horas; los personajes recorren diferentes lugares de la ciudad combinándose en todo momento la realidad y la imaginación, con un lenguaje muy abundante y pleno de descripciones, reproduciendo la Argentina de los inmigrantes, que arribaron a una sociedad desigual y opresora, llegando a configurar una clase obrera industrial empobrecida.

Las introspecciones del relato ocupan algo así como las dos terceras partes de la novela, poniendo de manifiesto las contradicciones y conflictos de cada uno, muy contemporáneos por otra parte. 

Como gran contraste con la opulencia de la sociedad que no les permite integrarse, se debaten entre la aspiración de ser mejores y la imposibilidad de serlo.

En la novela no hay momentos de felicidad tales como casamientos, bailes o amor, ni siquiera sexo, como corroborando el pensamiento de Dostoievski de que “cada hombre lleva en su interior un verdugo de sí mismo”.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Tu piel

 

Tu piel es el paraíso de mis manos.

Independientes de mi voluntad,

ellas se entretienen delineando tu figura.

Y tú… ¡tú todo les permites!

Hurgan hasta encontrar

el edén largamente soñado,

jamás se cansan de explorar.

Suben, bajan, van y vienen

siempre  buscando más.

Un poro, un pliegue, una peca,

un relieve, una cavidad.

Tiernamente se desplazan

modelando tu silueta,

induciendo sin querer, tiernos suspiros.

Tu piel, virgen de caricias,

¡es el paraíso de mis manos!

ENCUENTROS DE CAFÉ II    ISBN 978-987-46957-0-3

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Buscando un recuerdo *

Se me perdió un recuerdo y no logré hallarlo por más que revolví el archivo de la memoria una y otra vez. La falta de ese recuerdo me deja una suerte de vacío existencial. Para intentar recuperarlo, viajé un fin de semana a mi ciudad natal.

Me gusta contemplar el horizonte, que va quedando atrás, hasta que la ciudad desaparece de la vista. La ruta es angosta y las palmeras están casi junto a la banquina. El terreno allí es ondulado, lo que hace que el viaje sea placentero. Por ser zona de granjas, el paisaje está en permanente cambio. La tierra negra recién arada, los sembradíos de distinto verde, las majadas…

Ni bien bajé en la terminal, me dirigí al viejo barrio de mi infancia. Aunque conserve algo de su vieja fisonomía, está muy cambiado. Los solares de viejas casonas hoy están ocupados por edificios de departamentos. ¡La playa! ¡Cuánto cambió la playa! Tiene la mitad de la arena que tenía hace veinte años, hoy no hay ranchitos de pescadores entre las rocas, y el cine municipal al aire libre ya no existe. Cuentan que la arena y los ranchitos se los llevó una gran tormenta allá por el 2000. Consecuencias del cambio climático, que le dicen. Pero ese no es el recuerdo perdido, está vivo en mí; cada noche de verano esperaba la llegada de mi viejo para ir juntos a tomar un helado y contemplar el mar sentados en el muro de la rambla. También observábamos a los pescadores que deambulaban con sus medio­mundos y faroles pescando a la encandilada.

La cuadra en la que viví está casi igual. Se modernizaron las construcciones, pero no hay edificios de pisos, y eso me gusta. Mis años infantiles transcurrieron en esa cuadra: jugando a la pelota, a la rayuela, a la escondida o al Martín Pescador. Un cambio notorio: el viejo almacén de la esquina, donde se compraba todo suelto, es ahora un autoservicio.

Con paso lento, recorrí la manzana donde aún funciona la escuela en la que cursé la primaria. ¡Sigue linda como antes! Ocupa toda la manzana, son varios edificios de dos plantas rodeados de un parque arbolado: coníferas de varias especies, y moras. ¡Si habremos estudiado Ciencias Naturales en ese parque! Fue una institución de avanzada. Tenía −y aún tiene− un cine que oficiaba de Salón de Actos en las fechas patrias. Los domingos nos encontrábamos todos los pibes del barrio en la matiné. Era conocido como “La Piojera” Pero ¡qué tardes pasábamos ahí! Tampoco es de la escuela mi recuerdo perdido…

Dejé, entonces, que mis pasos me llevaran sin intentar siquiera racionalizar el porqué del camino. Así llegué a la placita frente al club de básquet. ¡Qué cambio! El club tenía las canchas al aire libre, incluso la profesional con gradas de cemento; ahora, es un polide­portivo cerrado. Me senté en un banco, encendí un cigarrillo y dejé vagar mi vista por donde quisiera. Encontré casas modificadas, pero aún reconocibles. Cuando el pucho se consumió y me quemó los dedos, me di cuenta de que estaba mirando una esquina con una construcción desconocida, sin embargo ¡yo conocía esa esquina! Cerré los ojos y mi mente retrocedió en el tiempo, tratando de recordar qué había en ese lugar.

¡Sí! Allí vivía ¡ELLA! De pronto la vi con su guardapolvo blanco tableado entrando a la escuela llevando el portafolio en su mano derecha. ¡Era una manyalibros! Sus ojos y su cabello eran negros como el azabache. Tímida, pero sonreía con frescura y cuando lo hacía ¡se le formaban dos hoyuelos en las mejillas! Teníamos doce años y la pubertad nos había llegado con fuerza a todos. Aquel verano organizábamos bailes cada sábado, en diferentes casas. Todos bailábamos con todas, pero en los lentos siempre nos buscábamos el uno al otro, bancándonos las cargadas de los demás. No nos propusimos noviazgo. Creo que sin comprender lo que nos sucedía nos dedicábamos a disfrutar la grata sensación de las hormonas derramándose como torrentes en nuestros cuerpos.

Hoy me siento feliz por haber recuperado el recuerdo que había perdido. 

                               *Gestado en el Taller de Escritura de la Pluma Azul. 

ENCUENTROS DE CAFÉ      ISBN 978-987-28908-6-5

martes, 1 de septiembre de 2020

MORENOS Cap. V

 

La curiosidad de Rosendo se centra ahora en la historia de sus abuelos, de quienes tie­ne vagos recuerdos. Entonces le pregunta a Clarita:

–Madre, ¿y qué fue de la abuela Jesusa?

–Ah, la abuela Jesusa. Tu abuela se llamaba Kaba y tu abuelo, Elimane. Los trajeron desde África y los compró Don Pereyra de contraban­do en Buenos Aires. Ahí fue cuando se conocie­ron. Les pusieron nuevos nombres y les prohi­bieron hablar en su propia lengua. El abuelo se accidentó feo con una carreta. Fue mal curado y estuvo enfermo casi un año antes de morir. Entonces nos vendieron.

Clarita se entristece y se le escapan unas lágrimas mientras aprieta el amuleto que lleva al cuello. Rosendo la abraza con ternura.

–¿Por qué llora, madre?

–Porque apenas me dejaron despedirme de él y se lo llevaron no sé adónde. Este amuleto me lo regaló antes del accidente. Lo había he­cho con una piedra del arroyo y unas oracio­nes que pronunció en su lengua cuando todavía estaba sano.

–¿Y usted no sabe hablar en africano?

–No, hijo; no nos permitían hablar en nues­tras lenguas. Para poder sobrevivir hay que sa­ber olvidar; recuerdo sólo unas pocas palabras. Tu abuela enfermó de tristeza. Cuando me vio feliz con tu padre y que habías nacido sano y fuerte, no quiso seguir luchando. Una noche, cuando tenías como cuatro años, se durmió canturreando una triste melodía y ya no despertó. Don Juanma nos permitió enterrarla en “Los Cerrillos”. Allá quedó a campo abierto. Tal vez haya regresado a su aldea con el abue­lo Elimane…Pero ahora te voy a contar algo lin­do. Cuando yo nací me pusieron Ramona y así me bautizaron.

–¿Ramona? –Preguntó Rosendo entre di­vertido y asombrado.

–¡Sí, Ramona, como lo oyes! Pero entró al cuarto una de las nietas del amo y al ver que mi piel no se había oscurecido aún, asombrada exclamo: “¡Mami, la bebé de Jesusa es más cla­rita! A mi mamá le causó mucha gracia el co­mentario, por eso siempre me llamó “Clarita”.

–¡Así que mi mamá Clarita no se llama Clarita!

–No, no, no, Clarita es el nombre con que me llamó mi mamá y es quien soy.

Entonces Rosendo le pregunta a Cirilo: –¿Usted sabía esta historia, padre?

–Si, m’hijo. Pero su madre siempre fue mi Clarita.

–¿Y sus padres? ¡Nunca me habló de los abue­los!

Cirilo deja sus quehaceres, cierra los ojos y se pierde en un largo silencio. Después, frunciendo el ceño, como buscando un recuerdo perdido, co­mienza su relato con un dejo de tristeza en la voz.

–Yo elegí la libertad, pero ellos prefirieron seguir esclavos. Mi padre se llamaba Koffi y mi madre, Ndenga. Cuando los compró Don Bruno Muñoz en Montevideo, los llamó Anacleto y Aniceta. Hablaban una lengua diferente a tus otros abuelos, pero no recuerdo ninguna pa­labra. No supe más de ellos desde el año doce, cuando me fugué y me hice lancero de la Patria.

Y así, entre venta de agua y preparativos, los días van transcurriendo mientras las noticias que llegan a Buenos Aires son cada vez menos alentadoras. Una semana después mientras la familia culmina los preparativos de su mudan­za llega un mensajero, les entrega una nota y se marcha.

Clarita lee con manos temblorosas.

–¡La niña Manuelita nos manda llamar! ¿Cirilo, qué está pasando?

–No sé, Clarita, no sé. Pero mejor nos apura­mos que en cualquier momento oscurece.

Los morenos ensillan la mula y parten hacia Palermo de San Benito con Clarita en el anca. El encuentro es emocionado. Las mujeres se abra­zan con cariño.

Manuelita les dice: –Tatita no está, por eso los mandé llamar con urgencia.

–¿Qué sucede mi niña? –Pregunta Clarita.

–El traidor Urquiza se nos viene encima y la situación en Buenos Aires no va a ser saluda­ble para nadie. Estos documentos que firmó mi primo avalan que ustedes son libres.

–Pero niña…

–¡Ya lo sé, Clarita! ¡Ya sé que ustedes son libres y siempre lo fueron! Pero ningún docu­mento firmado por Tatita será reconocido si vence el entrerriano.

–¿Y qué va a hacer Don Juanma si eso pasa?

–Nos iremos a Europa. Ya está arreglado, pero Tatita no quiere hablar de eso. Yo quiero que ustedes estén bien, por eso le pedí a Tomás estos papeles.

–¡Mi niña querida, se me parte el corazón!

–No, Clarita. Ustedes vivirán y nosotros vi­viremos. La vida decidirá lo que ha de suceder.

Yo les voy a escribir y tendrán noticias nues­tras. Este pañuelo te ayudará a recordarme; ¡cuídalo como me cuidaste a mí! ¿Qué más puedo hacer por ustedes?

Entonces Cirilo hace su pedido: –Si no se ofende niña, andamos necesitando un par de caballos.

–¡Como me voy a ofender, Cirilo! Mañana mismo se los hago llegar. Ahora es mejor que se vuelvan. La noche se está cerrando.

Los días se suceden y el avance de las tro­pas enemigas no se detiene. La tirantez que se vive en la ciudad es muy grande.

Mientras el matrimonio prepara los ense­res que habrán de transportar, el joven raspa con un vidrio la pintura de su tambor. Cirilo al verlo le pregunta si piensa en llevárselo.

–Sí, padre. No quiero desprenderme de él.

Mientras pueda, lo cargaré. Le saco la pintura roja para no llamar la atención.

–Hijo, vamos a lo desconocido. Deberemos construir una nueva vida y te empeñas en acarrear un legado ancestral ¡del que no sa­bes bien de qué se trata!

–¡Lo sé padre, pero el tambor me habla cuando golpeo el parche!

–¿Le habla el tambor? –pregunta Cirilo con incredulidad.

–¡Sí, me habla! Muchas veces no entiendo sus palabras, pero me hacen sentir muy bien, me dan felicidad –responde Rosendo mien­tras acaricia la madera.

–Bueno, bueno. Pero métale con el tambor que hay que completar la mudanza.

Temprano una mañana, cargan la mula con todo lo que pueden llevar, ensillan los caballos y salen de la ciudad al paso por el Puente de Restauración de las Leyes. Cruzan y rumbean por el Camino Real al Sud, ahora al trote corto para no cansar los animales; la jornada será larga.

Finalmente se encuentran con Mariano Rosas y su pequeña escolta a la vera de un arroyo como a 7 leguas al sureste de la ciu­dad. Comparten charque y galletas a la som­bra de un ceibo. Mariano habla solamente con Cirilo.

–Peñi (hermano) Cirilo, la vida entre Ranqueles es dura. Tu kuré (esposa) es mujer de muchos años. Amún (ir) Chadi–comú (agua salada). Allí hay un fuerte y un poblado. Vive gente de tu color. Con ellos estarán mejor…

–Si usté lo dice, así ha de ser nomás. ¿Y ande queda eso?

El indio estira el brazo señalando en direc­ción sur–oeste y agrega:

–Por allá. Como a diez leguas.

La familia se prepara para reemprender la marcha. El indio y el negro se despiden. Mariano se quita un collar de plumas y huesos y ante el asombro de los otros indios se lo ob­sequia a Cirilo.

–Mariano Rosas es agradecido. Nunca ol­vidará tu ayuda en tiempos lejanos. Cuando sientas que la tierra tiembla, cuelga el amule­to delante de tu puerta y el malón no te tocará. Recuérdalo.

–Siempre te recordaré con afecto. Hasta otra vuelta y ¡gracias!

 Morenos      ISBN 978-987-28908-9-6

lunes, 24 de agosto de 2020

Reseña: Cecilia Valdés

 Villaverde, Cirilo. Cecilia Valdés. La Habana: Letras cubanas, 2003. 503 páginas. ISBN 9789591007063

Reseña: Jorge Klinger

Cecilia Valdés es una novela histórica, romántica, de época, de la tierra, esclavista, de la Independencia, ético-didáctica y muchos otros adjetivos que le podemos agregar una vez leída con sentido crítico.

Su autor, Cirilo Villaverde, quien fue un independentista comprometido supo plasmar en esta novela los usos y costumbres de la época, así como la decadencia social de la Cuba de comienzos del siglo XIX, siendo él contemporáneo de la narración.

Se trata posiblemente de la novela cubana más célebre en su rubro puesto que se han hecho adaptaciones de la misma para zarzuela, radio teatro, ballet, cine e incluso se realizaron versiones para niños en los formatos títere y dibujo animado.

Villaverde nos habla de la época en que Cuba permanecía bajo el dominio de España. La sociedad se corrompía con la ambición desmesurada, cuyos principales elementos eran la producción de azúcar y la mano de obra esclava, de ella dependía la economía de criollos hacendados y españoles de alcurnia.

La novela posee dos ejes temáticos bien definidos: el romanticismo y la esclavitud.

El hilo conductor de la novela es la historia de amor imposible entre un blanco acaudalado y una mulata. Esto la relaciona con obras más antiguas como Píramo y Tisbe de Las Metamorfosis de Ovidio o el poema La trágica historia de Romeo y Julieta de Arthur Brooke, que inmortalizara teatralmente William Shakespeare.

Cecilia Valdés, junto a Amalia del argentino José Mármol que describe un amor truncado por la violencia política y María del colombiano Jorge Isaacs quien relata el frustrado amor de dos adolescentes integran, a mi entender, la trilogía de las máximas obras románticas de las letras hispanoamericanas del siglo XIX.

En su novela, Villaverde describe un romanticismo realista en el contexto histórico colonial en el cual vivía, con sus profundas contradicciones sociales.

El personaje central femenino es Cecilia, hija natural de una esclava mulata, bellísima -según la describe Villaverde- al punto de ser llamada “Virgencita de Bronce”. Su piel era casi blanca y fue criada en la Real Casa Cuna de La Habana, de ahí que lleve el apellido Valdés como todos los niños que pasaban por la institución fundada por el Obispo Fray Gerónimo de Nosti y Valdés.

El personaje masculino del romance es el hijo de un criollo rico, blanco, adinerado y fiel a las costumbres de su sociedad, es decir, disfrutar la vida sin mucho esfuerzo, casarse con una mujer de su clase social y tener una amante mulata para su deleite.

Con estos dos personajes -a los que irá agregando otros-, Villaverde nos muestra las costumbres de la época, de su sociedad y de su moral. Esto hace que la obra pueda considerarse como novela costumbrista plena de realismo.

El otro eje por el que avanza la narración es la esclavitud, tema desarrollado en abundancia por muchos autores cubanos desde Silvestre de Balboa en el siglo XVII hasta Nicolás Guillén en el siglo XX.

El lugar de preminencia en la escala social de la isla era para los peninsulares, quienes ocupaban los cargos de administración o gobierno. 

El segundo lugar estaba reservado para los criollos prósperos.

En la base de la pirámide estaba la raza negra, cuya finalidad era ser mano de obra barata.

En medio, los mulatos, quienes pretendían ascender en su estado social cruzándose con blancos, pero la integración racial no era posible por dos motivos: las disposiciones de la Iglesia Católica y el innato racismo de españoles y criollos.

La discriminación social de la “civilización” se aplicaba también a los esclavos, quienes a su vez estaban divididos en tres categorías: 1) Los “bozales”, africanos recién llegados, que no conocían el idioma ni las costumbres y quienes sufrían los peores castigos, como modo de “aprendizaje”. 2) Los ladinos, que ya llevaban un tiempo aprendiendo las costumbres de sus amos, hablaban algo del nuevo idioma y recibían un trato menos violento. 3) Los cimarrones eran los esclavos que huían en busca de refugio en las sierras y fundaban allí sus comunidades. Los mulatos libres, como Cecilia, tenían un sentido de pertenencia indefinido, lo que aumentaba aún más sus contradicciones.

Entre ladinos y bozales también se establecía una forma de discriminación: los primeros recibían mejor trato que los segundos y Villaverde lo pone de manifiesto en su novela, como también la lucha de intereses entre peninsulares y criollos, donde unos traían consigo la alcurnia heredada y los otros la posesión de la tierra que habían adquirido y hacían producir con el sufrimiento de los esclavos, considerados menos que un simple objeto, los cuales para sobrevivir se vieron obligados a hablar el idioma de sus amos ya que el propio les estaba prohibido.

El autor refleja en la novela acertadamente cómo éstos adecuaron su lengua a la de sus apropiadores. Villaverde utiliza también con inteligencia arcaísmos españoles para darle verosimilitud al discurso.

Cecilia resulta ser una víctima más del conflicto socio político condicionado por los prejuicios raciales imperantes, puesto que la blancura de su piel no certificaba la pureza legal de su sangre. Leonardo, su enamorado y con quien tiene una hija, es su hermano por parte de padre y ellos no lo saben; el incesto inconsciente le suma dramatismo al conflicto. Él es un personaje frívolo, egoísta, no habituado al trabajo, lujurioso y sujeto a las normativas sociales de la época.

Los demás personajes son todos secundarios, destinados a presentar los conflictos que vivía la sociedad en su conjunto, incluso el mulato enamorado de Cecilia, José Pimienta, quien le da un giro insospechado al final de la novela.

El componente descriptivo de la narración se nota claramente en los relatos que hace de la Feria de la Merced en la Loma del Ángel, como así también las clases de José Agustín Govantes en el Colegio de San Carlos; también describe minuciosamente los bailes en la Sociedad Filarmónica, las comidas en casa de los Gamboa, el paseo por el Prado de la Habana y las moliendas de caña en los trapiches.

Las referencias históricas no faltan. Citaré a modo de ejemplo las menciones que Villaverde hace del Obispo Espada y Landa, del abogado Bermúdez, de los militares españoles que recalaron en la isla tras el fracaso de la expedición a México.

Finalmente queda el tema del mito. ¿Existió Cecilia Valdés? ¿Fue un personaje de ficción? ¿Es el arquetipo de mujer cubana? Lo cierto es que, en La Habana, frente al atrio de la Iglesia del Santo Ángel Custodio desde 2014 se yergue una estatua que la recuerda y en el Cementerio de Colón, donde se encuentran los restos de Cirilo Villaverde, a pocos metros hay una tumba que lleva el nombre de “La Virgen de Bronce”, como la llamaba el autor.

 

sábado, 22 de agosto de 2020

Einsten-Rossen

 

Entramos en un “agujero de gusano” y la oscuridad envuelve la nave; me zumban los oídos y me hundo en el respaldo empujado por la fuerza de la aceleración. La navegación es en modo automático ya que viajamos a la velocidad de la luz y por lo tanto nada vemos. Los científicos que diseñaron la nave confían plenamente en el escudo electrostático que nos protege de las partículas neutrónicas que flotan libremente en el híper espacio.

Algo no está bien. Veníamos desacelerando, lo cual significa haber llegado al final del salto, ¡pero vuelvo a experimentar los efectos de la aceleración!

¡Ahora sí, después de una nueva des aceleración la luz llega a mis ojos! Parpadeo varias veces, trato de enfocar mi visión y ahí me doy cuenta que me pasé de estación. Mascullo un exabrupto, levanto el libro de Asimov que venía leyendo y de un salto alcanzo a salir justo cuando las puertas del subte comienzan a cerrarse.

Ternas y trilogías   ISBN 978-987-28908-5-8


miércoles, 19 de agosto de 2020

Cosa de indios

 La reunión se desarrolla en calma en una de las islas del Delta del Paraná. Guaraníes y españoles sentados en torno al fuego. La noche se engalana con una luna grandota. Sapos, grillos y mosquitos completan el conjunto.

El fraile expone en castellano lo que el lenguaraz traduce al ava ñe’ê (lengua que hablaban los Guaraníes) para que sus congéneres entiendan. Los tapes demuestran prestar mucha atención a lo que se les explica. Sus rostros permanecen serios; solamente de tanto en tanto alegran sus caras redondas con una sonrisa. No interrumpen en ningún momento la exposición.

El sacerdote busca oraciones sencillas para hacerse entender, pero a medida que les va hablando, se entusiasma más y más con sus propias palabras. Les habla de Dios Todopoderoso, de la Creación, del Paraíso perdido, del sacrificio de Jesucristo en la cruz, del Papa, del Rey y de su misión, la suya, en estas tierras. Misión que no es otra que llevarlos a ellos, los nativos, al conocimiento de la ¡Verdad! ¡Porque sólo así podrán ellos vivir eternamente en las moradas celestiales de Dios el Padre cuando en el fin de los tiempos Dios el Hijo venga a buscarlos!

Cuando termina su alocución, tanta es su exaltación que le parece estar a las puertas de la Nueva Jerusalén conduciendo su pequeño rebaño a las moradas celestiales. Entonces el cacique se pone de pié y en su lengua le dice:

     — Yo, Araverá, de los Mbeguá canoeros, voy a hablar ahora: igual que mi padre y el padre de mi padre, moramos en estas islas. Mis ancestros vinieron hasta acá, donde el río se vuelve ancho como el mar. Y los Karaí que nos condujeron, nos enseñaron que Ñanderuvusú, el dios supremo, se creó a sí mismo en medio del caos y las tinieblas. Creció erguido como los árboles. Después creó la palabra. Cuando estuvo satisfecho, creó otros dioses para que le ayudaran: Karaí, señor del sol y del fuego; Jakairá, señor de la bruma y del humo de la pipa que inspira a los chamanes; y Tupá, señor de las aguas y del mar. Los cuatro compañeros procedieron entonces a la creación de la Tierra Primera (Yvy Tenonde ). Junto a esta tierra crearon el mar, y también el día y la noche. Después, Ñanderuvusú creó a los hombres y les insufló en la coronilla la palabra, para que vivieran de acuerdo con la naturaleza. Allí los hombres convivían con los dioses, no había enfermedades y no faltaba nunca el alimento. Pero un día, un hombre transgredió el tabú de copular con la hermana de su padre. Los dioses entonces castigaron a la Tierra Primera derramando sobre ella tánta agua que tapó las copas de los árboles más altos y se marcharon a vivir a la “Morada Eterna”. Pero Ñanderuvusú decidió crear una segunda tierra, imperfecta, y así los sobrevivientes del diluvio pasaron a habitar esta tierra donde ahora existe la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. También nos dejó la promesa que un día enviará a su mensajero Guira Poty para guiarnos hasta la Tierra sin Mal, la Morada Eterna. Él vendrá un día, como ustedes vinieron, por el Gran Mar, desde donde soplan los fríos vientos originarios.

El rostro del sacerdote estaba lívido. El asombro se había adueñado completamente de él. Quería hablar pero su boca no lograba articular ningún sonido.

Entonces Araverá exclamó: “jahá” y los indios, como un solo hombre, dieron media vuelta y de un salto se perdieron en la espesura…

Ternas y trilogías     ISBN 978-987-28908-5-8

lunes, 17 de agosto de 2020

Reseña: Mis apegos

 

Vergara, Lucía Nelly. Mis apegos. Villa Dolores: Edición de autor, 2018. Cien páginas. ISBN 978-987-42-8198-2

Reseña de Jorge Klinger.

El prologuista de Mis apegos -Miguel Ángel Ortiz- vertió entre otras muchas las siguientes calificaciones con las que quiero comenzar esta breve reseña:

“Una mujer y la tierra son un almácigo de seres y sueños… Una mujer escribe su mundo… La mujer y su tierra, tan fértiles, que las flores y los versos nos premian, como los días”.

          Tomo estas apreciaciones a manera de introducción puesto que Lucía Nelly Vergara nos brinda en este libro una selección de versos donde encontraremos vigente la función poética o estética del lenguaje. Esta presencia logra que el lector realice un alto en su camino tras las letras para apreciar todo lo que el poema le quiere decir. Esto sucede en una suerte de dimensión atemporal, donde el lapso de la lectura parece no transcurrir; entonces, él puede así contemplar hoy lo que la autora observara o viviese en el pasado.

     “El poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre” escribió Octavio Paz, y Lucía suelta sus letras sin rigideces de rima y métrica declarando,en "Palabras preliminares", que “Mis apegos es una síntesis de mi sentir, de mi vivir, de mi existencia en este mundo”. Esto se debe a que toda exposición literaria destaca la subjetividad propia del autor, así como la visión que él tiene del mundo.

      Los poemas de Lucía Vergara son totalmente descriptivos y su discurso se desarrolla utilizando palabras claras y sencillas, de manera tal que la concatenación de versos le brinda una gran belleza al texto.

      Ella le escribe a la lluvia, al tiempo, a las horas, las ausencias, el amor; a los trenes, al poeta, a las plantas. En cada página nos brinda una visión optimista, de esperanza. Cuando habla de las palabras afirma que “tienen magia”, “son soles que alumbran los silencios”, “ecos de antiguas voces”. Se siente la necesidad de leer y releer hasta saturarse de la poesía que nos brindan estos poemas.

    No falta el homenaje sentido a Malvinas, escrito a mi entender, con palabras sanadoras.

“La poesía existirá mientras exista el problema de la vida y de la muerte. El don de arte es un don superior que permite entrar en lo desconocido de antes y en lo ignorado de después, en el ambiente del ensueño o de la meditación.” Esta cita de Rubén Darío se aplica correctamente a Mis apegos, el nuevo poemario de Lucía Nelly Vergara, que merece una lectura sin apuro y con deleite.

 

viernes, 14 de agosto de 2020

Crónicas de Avellaneda

10 de Julio de 1928.

Barracas al sur. Vieja pulpería devenida en fonda sobre el Camino del Sur. Cuatro parroquianos beben ginebra en la mesa del fondo. Dos taitas con chambergo requintado, pañuelo al cuello, cuchillo en la cintura y dos corraleros de alpargata y boina vasca.

    —¡A ver muchachos! ¿Pa’ qué nos llamaron?

    El mayor de los corraleros empina su copa y responde:

    —Hermano, la mano viene brava en los frigoríficos. Nos están amasijando con el laburo y no nos dan pelota         cuando protestamos.

    —¿Y eso en qué la vá conmigo? Nosotros manejamos el cuchillo; los dotores son los que manejan la                 política.

    —Sí, pero necesitamos que alguien nos dé una mano. Por eso pensamos que ustedes…

    —Nosotros, ¿qué? Ya te lo dijo el Cirilo. Nosotros ‘tamos pa’l cuchillo pero pa’ despostar gente.

Termina su trago y vuelve a volcar el porrón en las copas. Se miran los corraleros; el más joven se quita la boina, la estruja nerviosamente mientras mira a los taitas.

    —Si ustedes, como al descuido, pudieran hablar con los dotores y decirles que van a ganar más guita si nos         aflojan un poco.

    —¿Y cómo es eso?

    —Y… con algunas mejoras a convenir, trabajaríamos más tranquilos y rendiríamos más.

    —Yo no trabajo pa’l viejo Gastón, pero mi trompa, sí. ¿Vos qué opinas, Cirilo?

    —Podría ser… El dotor es gente de Barceló, en una de’sas…

De pronto, el silencio. Los taitas contienen la respiración. Las manos vuelan a los cuchillos. De una mesa cercana surgen disparos.

26 de Junio de 1806

Pueblo de la Reducción. Pulpería sobre el Camino del Sur. Un grupo de oficiales ingleses acorta la noche bebiendo su propio “scotch”. Las pistolas sobre la mesa.

    —Afortunadamente Ensigh tuvo la buena idea de traer consigo un par de botellas de buena bebida, porque         lo que beben aquí es muy desagradable.

El pulpero los mira indignado, pero nada puede hacer. Le permiten cuidar su negocio, pero lo han desarmado. Ellos son los vencedores, al menos por ahora, e imponen las condiciones.

    —No entiendo porqué no atacamos. Estamos haciendo lo mismo que hicieron ellos ayer. ¿Esperamos que             Carr se decida?

    —No, no, Duff, esperamos que lleguen los cañones que quedaron empantanados en aquel maldito bañado         donde desembarcamos. La idea es ocupar la ciudad sin bajas. Para eso están los “shrapnels”.

    —Jajaja… Vaya susto que se llevaron los españoles cuando la metralla estalló sobre sus cabezas. Jajaja…

    —¡Sí! Pudimos trepar la cuesta con la 71 al son de las gaitas sin sobresaltos. Ahora, ¿no había otro lugar             mejor para el desembarco?

    —Denis, Denis, tu siempre te quejas. El hecho es que desembarcamos bajo la lluvia, nos aterimos de frío             toda la noche, cruzamos un bañado con agua hasta las rodillas, subimos el barranco, caminamos nueve            millas y aquí estamos disfrutando de un buen “Scotch”, jajaja…

    —¡Y tú siempre te ríes! Pero los cañones quedaron empantanados y por si eso fuera poco, los españoles             quemaron el puente.

    —¿Crees tú acaso que ese riacho será un obstáculo para nosotros? Yo te aseguro que no lo será. Además,         los cañones ya vienen en camino. Un par de disparos de metralla es igual a una fuga en desbandada,                jajaja…

    —Tienes razón Ensigh, ¡nada detendrá a la 71! Mañana al mediodía sin lugar a dudas las bellas españolas             nos invitarán a almorzar con ellas. ¡Por las Damas que nos esperan! ¡Salud!

    —¡Salud!

De pronto, hay movimientos extraños en el fondo de la pulpería. Los ingleses empuñan las armas y sin dudar, disparan…

 14 de mayo de 1966

Los diarios consignan que en el día de ayer, por causas que se desconocen, hubo un tiroteo dentro de la Confitería La Real de la ciudad de Avellaneda, cita en la Avenida Mitre frente a la Plaza Alsina. Como resultado del confuso hecho que se encuentra en plena etapa de investigación, resultaron muertos los ciudadanos identificados como Domingo Blajaquis, Juan Zalazar y Rosendo García; los tres eran reconocidos activistas sindicales en el distrito.

De mi libro Ternas y trilogías. ISBN 978-987-28908-5-8