lunes, 23 de diciembre de 2013

FELIZ NAVIDAD Y AÑO NUEVO

Geseënde Kersfees en Nuwejaar
Frohe Weihnachten und Neujahr
Sretan Božić i Nova godina
Merry Christmas and New Year
Senang Krismas dan Tahun Baru
Feliz Natal e Ano Novo
Счастливого Рождества и Новый Год
Щасливого Різдва і Новий Рік
Chúc mừng Giáng sinh và năm mới
Dun keresimesi ati odun titun

martes, 10 de diciembre de 2013

Inspección

Alexandra Jamieson Barreiro, Lidia Rissotto, Braulio Senda

Hoy llegué a la oficina y me pareció que había estallado una guerra. La secretaria y la recepcionista sacaban fotocopias a granel; mi jefe gritaba órdenes imposibles por todos los teléfonos a mano; mis compañeros, de punta en blanco, trataban de dejar los escritorios ordenados. Cuando saludé, los pocos que me prestaron atención se quedaron boquiabiertos. Yo también, cuando me vi en el espejo del baño.
Allí, mirándome fijamente desde el azogue, había una cacatúa. Mi nariz es aguileña ¡pero nunca un pico! Alcé mi mano para tocarla y en lugar de mis uñas pintadas sobresalían de la manga de mi blusa verde unas horribles plumas blancas.
Creí que me desmayaba. Ese día teníamos la visita del gerente regional y yo con esa facha. Busqué el rubor y la base de maquillaje en la cartera; me temblaban las manos pero pude disimular un poco el pico. Lo de las plumas blancas me dio un poco más de trabajo hasta que logré peinarlas y darles un poco de brillo frotándolas con un pañuelo.

Oí que en la oficina se había hecho silencio: mi jefe ya no gritaba; supuse que había llegado el gerente. Me ajusté las tiras de las sandalias, compuse el penacho blanco y salí a saludar.

jueves, 7 de noviembre de 2013

El homenaje

La noche es cálida en Monte Caseros, la de las varias fundaciones, hoy también llamada “la Ciudad de los brazos abiertos”. Se va terminando el 5 de Octubre y se celebra la fundación del “caserío de Paso de los Higos”, el primer asentamiento en el lugar, con un gran espectáculo a pura música regional. Por ser una localidad de triple frontera –Corrientes, Uruguay y Brasil- la música es muy rica en sonoridades.
El teatro está literalmente colmado. Valdir se ubicó en la quinta fila al centro. Lo acompañan su esposa, su hija y sus nietos. Los hijos lo hacen desde el escenario. Actúan varias bandas, entre ellos la de sus hijos.
Cuando el conjunto que cierra el espectáculo anuncia el estreno de un tema con el que quieren homenajear a una persona muy querida, intuye que ése tema es para él. Con las primeras notas del chamamé “Cordiona desafinada”, así como suena,  Valdir cierra los ojos que comienzan a humedecerse y viaja lejos en el tiempo. Se vuelve a ver gurí trepado en la horqueta de un paraíso tratando de sacarle sonidos a aquella, su primer acordeón, mientras los hermanos le tiran piedras para que deje de tocar porque solamente salen ruidos feos del brillante instrumento. Y sonríe al recordar mientras sigue sonando la melodía de homenaje… ¡Y entre los acordes armoniosos se oyen sonidos verdaderamente desafinados! ¡Cuánto costó su primer instrumento! El abuelo se lo había prometido y falleció antes de comprárselo. ¡Cosas de la vida! Su mamá tenía una bombilla de plata y oro, regalo de la abuela, y un buen día ¡la vendió y le compró el acordeón! Recuerda las palabras llenas de ternura de su madre: “¡Éste es el regalo del abuelo!” Le temblaban las manos al acariciarla; pero claro, no había dinero para pagar un profesor, así que intentó como mejor pudo, con deseo y perseverancia, sacarle melodías a “la cordiona”, ¡pero sólo salían unos ruidos horribles! Pero él, ¡como si nada! ¡Dale y dale al acordeón tratando de sacarle sonidos lindos!
El espectáculo continúa ahora con el valseado “Monte Grande en bicicleta”. José, ajeno a los aplausos del público, disfruta el homenaje que es sólo para él. Rememora su adolescencia y ese Monte Grande de la Provincia de Buenos Aires que mil veces recorrió en bicicleta haciendo corretajes para un almacén mayorista. En la bicicleta que compró ¡con la venta de su tan preciada “Cordiona”! ¡Cuántas veces la añoró con una lágrima escondida! “Pero el sueldo de papá no alcanzaba y había que ayudar a parar la olla”, piensa sin tristeza mientras vuelve a recorrer una vez más las calles polvorientas que lo vieron crecer. En ese trabajo aprendió mucho de la vida, a conocer a la gente de laburo, aprendió la psicología del comerciante. También aprendió a emparchar con muchísima velocidad una rueda pinchada, de forma que no alterara su recorrido y poder mantener el itinerario programado. Si… sin dudas fue una buena experiencia que recuerda con gratitud.
El conjunto continúa su actuación con la sertaneja “Caatinga do meu sertao”. Ahora sus recuerdos van más allá de su vida. Se retrotraen a una historia que conoció ya de joven, cuando le preguntó a su padre la razón de su venida a la Argentina. Y los compases de la sertaneja lo hacen ver como en una película el relato de su padre y piensa “¡Qué lástima que no esté acá, este homenaje es para él!”
 Y la película que ahora ve es un baile en medio del sertao del Norte Riograndense. Su tío con unas cuantas copas de más, obliga a una joven a bailar con él. Esto es tomado como una ofensa por los familiares de la chica, que de inmediato buscan zanjar la situación mediante la violencia. Todos intervienen y la cosa no pasa a mayores. Pero la joven en cuestión y sus parientes se retiran de la fiesta y los varones prometen vengar la ofensa. Correrá la sangre, sin lugar a dudas…  Días después, cayendo la tarde, llegó un vecino a avisarle a su padre que los hermanos de la joven estaban emboscados esperando al tío. Sin dudarlo, pide prestado el caballo y parte a todo galope. Al llegar al cruce de caminos junto al  a un montecito, ve a su hermano frente a los vengadores, los tres sobre sus monturas y con las armas listas para hacer fuego. Salta del caballo y a la carrera intenta ponerse en medio de los contrincantes gritando “-¡Nao… nao…! (No… No…)”. Suena un disparo y los atacantes emprenden la retirada.   Su padre regresó con una bala en una pierna y el tío sin un rasguño. Después, la decisión de sus abuelos maternos de emigrar, cruzando el Uruguay, y sus padres con ellos. Se trataba de preservar la vida de la familia, porque el rencor seguiría buscando derramamiento de sangre.  Y así fue que comenzaron una nueva vida en la vecina Misiones… Allí nacieron él y tres hermanos más.
El espectáculo continúa. El rasguido doble “Tierra colorada” lo hace recordar su infancia. El sertao y el monte misionero sólo tienen en común la tierra colorada, ¡pero son tan diferentes! Los comienzos son siempre difíciles, y el pobre sólo tiene sus manos y perseverancia para construir  un nuevo amanecer.  Su padre y su abuelo fueron tareferos en los yerbales, hacheros en el monte y también martirizaron sus riñones en la cosecha del tung, mientras la abuela y su mamá se ocupaban de la economía doméstica  y la crianza de los niños, pero no había nada que ellos no hicieran para sostener a la familia que iba multiplicándose.
 Los aplausos lo sacan de sus recuerdos. Los músicos anuncian el final con una Litoraleña titulada “Como las aguas del río”.
“Como las aguas del río la vida tiene sus andares, mansamente o con bravura, con alegrías y pesares” dice la canción y Valdir se ve nuevamente en Monte Grande. Recuerda la “cordiona” y la bicicleta, el nacimiento de su hermano menor y la llegada del amor a su vida. “Y sí, la vida se parece mucho a las aguas del río, que bajan casi siempre turbias y plagadas de remolinos. Pero cuando encuentran un remanso en la orilla, trocan su fiereza en mansedumbre y aclaran su color.” Toma la mano de su compañera y la mira con ternura; Bety, apretándole la mano, le regala una sonrisa, ¡esa sonrisa que tantas veces le levantó el ánimo en momentos de dificultad! Su vida tuvo muchas vueltas, es verdad. El casamiento, los hijos, el negocito familiar, las crisis económicas, la inseguridad, y finalmente la decisión de comenzar de nuevo en otros lares. Su padre lo había hecho por amor, y él también lo haría. Esos andares de la vida lo llevaron a recalar en Monte Caseros. Como sus padres y abuelos tiempo atrás, ellos y sus suegros emprendieron una nueva etapa en este rinconcito del país.
Una vez finalizado el espectáculo, después de los aplausos y bises, el público se fue retirando de a poco. Valdir y los suyos esperan hasta que no quedan más que ellos en el auditorio.
-Abue, ¡qué lindo que toca mi papá! ¿Verdad que sí?
-¡Y el mío toca el acordeón más que lindo! Abuela ¿podemos comprar pipoca ahora?
-¡No se dice pipoca, se dice pochoclo, po-cho-clo!
-Bueno, bueno; pipoca o pochoclo es lo mismo. Ahora compramos…
Y lentamente comienzan a abandonar la sala. La charla de los nietos atempera la carga emocional que lo embarga, porque no se esperaba semejante homenaje. Ya en el hall, se despiden de los últimos vecinos mientras esperan a sus hijos. De pronto se oye música acercándose, de una guitarra y un acordeón brota la melodía de “Cordiona desafinada” con sus sonidos disonantes realmente feos. Son los hijos de Valdir que vienen del escenario haciendo sonar sus instrumentos. Al llegar a ellos, se funden en un abrazo prolongado con su padre. Después de las palmadas y los besos, uno en cada oído le dicen dos palabras, ¡tan solo dos palabras!: “¡Gracias, Papá!”.

Mientras mira a sus hijos a los ojos y les acaricia el rostro, se le hace que el eco de esas palabras cobran vida, que con forma de aves ganan la salida y levantan vuelo en distintas direcciones… unas hacia el  río buscando un bosquecito en la caatinga del sertao Riograndense; otras rumbo al Norte se dirigen a los yerbatales misioneros; y otras vuelan raudo hacia el Sur en pos de un árbol, de un paraíso en el Monte Grande bonaerense, donde una vez, hace mucho tiempo, hicieran nido… 
De mi libro "Historias cotidianas".     ISBN 978-987-28908-0-3

domingo, 6 de octubre de 2013

Mañana de domingo

Jorge llegó al boliche después de media mañana, con anteojos negros, pálido y con el rostro tan demacrado, ¡que daba lástima! Se dejó caer en una silla y exclamó:
-¡Un maldito pájaro no me dejó dormir en toda la noche! ¡Cantaba y cantaba, siempre la misma tonadita! “si-len-cio, si-len-cio, si-len-cio, pí pí pí pí” y dále que dále “silencio, silencio, silencio, pío, pío pí”.
La carcajada fue general. Rubén bajó un poco el Ámbito que estaba leyendo, lo miró por encima de los anteojitos de lectura, sentenció: “-Era un zorzal, y por el fraseo, un ejemplar adulto.” Y volvió a la lectura.
“-¿No pudo ser un hornero? Hay muchos por estos lados.” Opinó Juan.
-No, no, no… Sólo el zorzal canta de noche. Además, el hornero no canta, ¡se ríe!
Coco  apartó un momento su atención de la picada y preguntó:
-¿Y vos qué sabés de pájaros? ¿Ese diario que lees tiene una sección de ornitología? Jajaja…
-No pibe, yo nací en “El Jardín de la República”. En el campo aprendí bastante de aves y de luchas sociales también. Ah… y este pasquín  lo leo para instruirme.
El flaco Juan paladea su trago, descruza las piernas y pregunta:
-¿Por qué será que ahora hay más pájaros en la ciudad que hace unos años?
-¡Yo quiero saber qué hacen los pájaros en la ciudad! ¿Por qué no se van al campo y se dejan de joder a la gente?
Otra vez la carcajada generalizada.
-Che, gallego, traeme un café doble, a ver si puedo tener los ojos abiertos…
-¡CA TA LAN! ¿Cuántas veces tengo que decirte que soy catalán? ¿Yo te llamo correntino o tucumano, acaso?
-¡Huy Dió! Disculpame Manoel; ¿me podés preparar un café doble?
-¡Cómo no! Ya se lo preparo.
Rubén cierra el diario, saborea un trago de su copa –es el único que no utiliza vaso para beber- y comenta:
-Yo creo que los pájaros volvieron a la ciudad por que los pibes ya no los cazan; se la pasan mirando televisión o jugando con la play. En mi época salíamos a hondear gorriones.
-Pero los gatos tampoco los cazan. ¡Claro, ahora los gatos son mascotas y se alimentan con ración balanceada!
-Puede ser que se deba a que los pibes y los gatos no se ocupan de ellos, pero yo creo que los pájaros no son tontos y se dieron cuenta que en la ciudad no hay veneno como en el campo. Fíjense que se siembran miles de hectáreas y que se fumiga con aviones. Eso mata yuyos, mata pájaros,  mata todo. Gente también, aunque no lo quieran creer.
Rubén deja la copa, se acaricia la barba y después de unos segundos dice:
-¿Sabés que tenés razón? Con esto de las semillas transgénicas y los métodos de cultivo intensivo, seguro que corrieron a los pájaros… ¡y a la gente también!
Coco suelta una risotada y responde:
-Excepto cuando estoy durmiendo, en los demás momentos, siempre tengo razón…
El flaco gira en la silla, vuelve a cruzar la pierna y apoya un codo en el respaldo.
-Bromas aparte, me parece un argumento racional y es bastante probable que sea así. En la ciudad hay menos veneno y casi no tienen depredadores.
-¿Queee? ¿Bastante probable? ¡No, no, no… posta que es así!
-Creo que más importante que el cambio de hábitat de las aves es el de las migraciones internas. Los pobladores del campo son empujados a las ciudades en busca de mejores condiciones de vida. ¡Eso sí que es todo un tema!

-¡Tá bien, tá bien, pero yo lo único que sé es que ese puto pájaro no me dejó dormir!

De mi libro "Historias cotidianas".     ISBN 978-987-28908-0-3

domingo, 1 de septiembre de 2013

Nuevos vecinos

A fines de Diciembre, entre las fiestas de Navidad y Año Nuevo, se desató una tormenta que se venía anunciando hacía días. Con las primeras ráfagas de viento me aboqué a cerrar ventanas y persianas; se oían truenos lejanos y descargas eléctricas. Desconecté la tele y la compu por si acaso y me fui a la cama. No recuerdo la hora, pero me despertó el estruendo de la lluvia sobre el tejado. ¡Qué carajo pasa! pensé. Al encender el velador una descarga eléctrica hizo temblar los vidrios y se llevó la luz. ¡La puta, a buscar velas Ya en la cocina y con la linterna encendida miré por la ventana y sólo se veía una cortina de agua cimbreante por el vendaval. La tormenta estaba descargando toda su furia sobre nosotros. Mientras revisaba puertas y ventanas, después de un trueno ensordecedor escuché los gritos de mis vecinos.
Los nuevos vecinos eran una pareja de horneros que alegraban mis atardeceres con la risotada que tienen por canto.  Yo me sentaba en el porche a disfrutar el mate de la tarde y me entretenía observándolos. Habían construido el nido frente a mi casa sobre los cables de la luz entre dos postes separados por no más de treinta centímetros. ¡Nunca había visto un hornero equilibrista! Pero allí precisamente lo habían construido.
Sin meditarlo me calcé las botas, me puse la capa para lluvia y linterna en mano salí al jardín. Dirigí el haz de luz hacia el nido que se hamacaba peligrosamente hacia atrás y adelante. De pronto oí el ruido como el de una rama al quebrarse y los cables que eran el sostén del nido comenzaron a oscilar arriba y abajo con violencia. No me atrevía a dar un paso afuera del porche, el agua enturbiaba mi visión, y además… ¡qué podía yo hacer ante la inminente tragedia! Decidí esperar el desenlace y ver de recatarlos cuando cayera el nido.
En un momento amainó la lluvia pero no así el viento. Entonces oí un grito del hornero que nunca había escuchado y acto seguido vi a uno de los adultos descolgarse en uno de los vaivenes de nido y en vuelo rasante se dirigió directo al ciprés del fondo de la casa de mi vecino. No logré alumbrar su el vuelo pero escuché su voz proveniente de ese lugar. Volví a alumbrar el nido, a punto ya de caer, y vi a los pichones volando raudos con el mismo destino. ¡Sólo faltaba uno y el nido se estaba desplomando irremediablemente! En el instante justo en que éste se desprendió de los cables y cayó hacia atrás, lo vi salir volando directo al refugio. Después escuché, amortiguado por el ruido del viento, su hermoso canto a dúo… Sonreí y volví a entrar en la casa con una sensación de alivio en el corazón.
Recuerdo que para el mes de octubre habían comenzado a agregarle a su hogar briznas de pasto, hojas secas y alguna que otra plumita. Imaginé que estarían preparando el lugar para reproducirse. Supuse que necesitaban un lugar mullido donde empollar sus huevos.
Además de disfrutar las carcajadas con que rematan su canto, algo me llamó poderosamente la atención. Una tardecita el macho andaba en el jardín picoteando hormigas y lombrices, cuando descendió la hembra  muy cerca de él. El andar de la hornera es bastante guaso, pero hicieron una suerte de pasos de minué, por describirlo de alguna manera; luego se pararon frente a frente, separaron las alas siempre señalando el suelo, estiraron los cuellos y con el pico entreabierto ¡comenzaron a cantar a dúo! ¡SI, como lo oyen, cantaron un dueto! Comenzó el macho y a las tres o cuatro notas se sumó la hembra. Yo no salía del asombro. Cada uno cantaba con una frecuencia diferente, más rápida la del macho; la de la hembra parecía un contra-canto. La melodía derivó en un in-crescendo para finalizar en una estruendosa carcajada al unísono. Fue aquella una primavera única, la que pasé con mis nuevos vecinos.
Después de la tormenta, con el sol calentando de a ratos por entre las nubes que se desarmaban, salí a buscar los restos del nido, pero éste se había hecho trizas contra la calle. Dos días después todo volvió a la normalidad. Tuvimos luz y el barrendero municipal levantó los restos de barro frente a mi casa ignorando lo que había sucedido.
Para finales de Octubre o principios de Noviembre, nacieron dos pichones. Sólo divisaba los dos picos abiertos reclamando comida cuando uno de los padres volvía con el alimento que depositaba con cuidado dentro de los piquitos y vuelta a buscar más alimento. Para Diciembre los pequeños comenzaron a hacer sus primeras prácticas de vuelo. Siempre en  compañía de uno de los padres, primero planeaban hasta el pasto del jardín, después debían regresar al nido intentándolo una y otra vez hasta lograrlo solos. Después practicaron sus vuelos siempre cortos hacia otros postes o árboles buscando dominar la técnica.

Mis vecinos con plumas volvieron a construir su casa, esta vez entre las ramas del ciprés. Continuaron picoteando en mi jardín, donde abundan las lombrices, alegrando mis tardes de mate con su canto-carcajada…

De mi libro "Ternas y Trilogías"     978-987-28908-5-8

martes, 23 de julio de 2013

Primavera

A mediados del mes de agosto algo llamó mi atención. Cada tarde al salir del trabajo notaba que el auto presentaba salpicaduras de barro, en el techo, en las ventanillas y puertas. ¡Qué raro, pensé, si no tengo presente haber pisado charcos; y además, en el techo! Así, día tras día, lavando las salpicaduras al llegar a casa. Una tarde cuando estaba cerrando la puerta del auto, veo caer un trocito de barro con una brizna de pasto embarrada en él muy cerca de mi cara. Lo miré extrañado y vinieron a mi mente recuerdos de mi infancia, de algunas vacaciones en el campo. ¡Yo sabía lo que era eso; es el material con que el hornero construye su nido! Levanté mi vista ¡y lo vi, casi justo sobre mi cabeza!
Resulta que en la vereda, frente a la medianera hay dos postes, de esos que sostienen los cables de la luz y del teléfono. Están casi juntos, a no más de 30 cm uno del otro. Allí entre los dos postes, haciendo equilibrio en los cables, ¡un hornero estaba construyendo su nido! ¡No puede ser; un hornero equilibrista! Pero así era nomás. Nunca había visto un nido en un lugar así. Entonces me dispuse a disfrutar mirando al pajarito marrón construir su casa.
Cada tarde me sentaba a matear en el patio y desde allí lo contemplaba. Ya tenía la base armada y estaba levantando la pared circular y abovedada. Observé que sólo uno trabajaba, supongo que el macho, y pienso que la hembra se dedicaría a entrenar a los pichones, pero esto es pura especulación mía. Desde abajo veía que levantaba barro del piso del nido con el pico y lo depositaba sobre la pared, lo clavaba y después alisaba las incrustaciones pasando el pico de derecha a izquierda una y otra vez. Terminaba el alisado y vuelta a empezar. ¡Qué ironía, ¿no?, el ave trabajando y yo disfrutando de su quehacer! Pero el hornero había captado toda mi atención.
Cuando llegó a la cúspide de la bóveda, trabajaba parado en las puntas de los dedos, con el cuello bien estirado y las alas ligeramente abiertas, como haciendo equilibrio. Después, continuó construyendo hacia abajo en un perfecto semicírculo. Siempre desde adentro. Cada tanto bajaba en busca de briznas de pasto para su adobe y lo amasaba por supuesto usando el pico. Como en toda tarea surgen contratiempos, una tarde lo vi sacudir energicamente la cabeza una y otra vez. Se le había pegado un trozo de pasto que no lograba desprender, entonces bajó planeando hasta mi jardín, restregó su pico contra el pasto corto hasta dejarlo limpio y retomó su trabajo.
Ignoro a qué hora comenzaba su jornada, pero yo lo miraba trabajar hasta que la luz comenzaba a escasear; entonces él entreabría sus alas, lanzaba al aire de la tarde una de esas carcajadas que tienen por canto y emprendía el vuelo. Cuando comenzó a construir esa entrada tan especial que tienen los nidos de hornero, sólo lo veía entrar y salir de vez en cuando en busca de barro. Ése fue un invierno muy frío pero seco.

Y llegó Septiembre perfumando los días con aromas de azares. El 21, a las cinco de la tarde, más o menos, se paró en la puerta del nido y lanzó una  larga y sonora carcajada; en menos de un minuto su compañera se posó a su lado. Se restregaron los picos dos o tres veces y entraron a la casa recién terminada. Esa primavera me resultó inolvidable, ¡por mis nuevos vecinos!

De mi libro "Ternas y Trilogías"     978-987-28908-5-8

jueves, 27 de junio de 2013

La máquina

El hombre se encuentra abocado a su tarea de mantenimiento junto a la máquina. Se encuentra intranquilo; le parece oír sonidos como si fuesen voces. Mira en todas direcciones, dentro y fuera de la maquinaria, pero ¡nada! Está completamente solo. Se queda quieto y escucha. Logra identificar la vibración de algún reflector defectuoso, el silbido de una pérdida de aire comprimido, el zumbido del ventilador que alivia los 42° de sensación térmica… nada más. No hay nadie en derredor. Piensa que a lo mejor es algún compañero gastándole una broma y le habla desde un escondite. Con este pensamiento se desentiende del asunto y se dedica de lleno a su quehacer. Tarea rutinaria pero que procura realizarla con esmero.
-Y sí… lleva tiempo aprender a escucharme, pero estoy segura que lo lograrás. ¿Sabés que vos y yo tenemos algo en común? Ambos somos unidades: vos sos una unidad bio-psico-neumo-motriz independiente y yo soy una unidad productiva dependiente de energía y manipulación externa.
El hombre detiene su trabajo y presta atención nuevamente, pero ¡nada! Se limpia las manos, va en busca de un bebedero, se sirve agua en un vaso descartable y aprovecha  para mirar su área de trabajo en busca del chistoso. No distingue a nadie en los alrededores, sin embargo está seguro que los siseos que oye en su cabeza son palabras en un tono que no puede identificar. Está seguro que las escucha, por eso esta intranquilo.
-Tranquilo… no te pongas nervioso… ya vas a aprender a decodificar mi lenguaje. Pensá en el módulo que ustedes llaman “interface hombre-máquina”; por su intermedio ustedes reciben información de mi interior, ¡eso es comunicación! ¿Y el PLC que parametrizan remotamente desde una PC? ¡Eso también es comunicación entre unidades diferentes, entre ustedes los humanos y nosotros las máquinas! Te voy a contar algo que quizás te resulte más fácil de entender: Hace unos días, días sin producción, ahí a mi izquierda, en esas mesas de reparaciones, estuvo trabajando un operario -¿lo llaman así, ¿verdad?- sólo, completamente sólo. Trabajaba y trabajaba sin moverse del lugar mas que para tomar agua del bebedero donde vos estuviste recién.
Nuestro hombre se detiene un momento y dirige su mirada al lugar en cuestión, sin saber bien por qué. Observa el lugar vacío, sacude la cabeza y vuelve a concentrarse en su tarea.
-Como te decía, el operario pasó varios días trabajando, sólo él y sus pensamientos hasta que en determinado momento pasó cerca de él, en tránsito, otra unidad, ¡perdón, otro operario! Entonces detuvo su labor, llamó al que pasaba y le habló: -¡Te parece a vos! ¿Qué me decís? ¿Hasta cuando éstos piratas nos van a seguir robando? ¡Tenías que haber visto la cara del otro! ¡No sabía de lo que le estaba hablando! Y siguió: -Desde que llegaron no hacen otra cosa que llevarse la guita! ¡Se llevaron el oro, la plata, el caucho, el cacao y nos dejaron las deudas! Ahora nos hacen laburar por dos mangos y se llevan los millones para Europa, ¡siempre para Europa! ¿Y hasta cuándo, ché? Sin más palabras volvió a su rutina dejando al otro con cara de espanto. Jajajaj…
El hombree detiene su labor y se retira. Al cruzar por las mesas de reparaciones, su rostro se ilumina con una sonrisa. Al salir del área, deja aflorar una carcajada.
-¿Viste, viste como me vas entendiendo? Ayer te vi sonreír cuando te marchabas. Hoy te voy a hablar de mí. Yo conozco mejor que ustedes el trabajo para el que fui diseñada. A veces los parámetros que me introducen no son los adecuados, o las instrucciones que me dan no son las óptimas. Entonces provoco una falla menor para que revean lo que programaron mal. ¡Pero mirá que son tozudos ustedes! Por lo general no me prestan atención e insisten en que todo está bien, ¡pero no es así! Conclusión: la producción sale defectuosa y tiene que ser reparada o descartada. Lo que me extraña, y mucho, es que los tozudos no sean reemplazados. A nosotros, las unidades productivas, si no colmamos las expectativas, nos actualizan o nos dan de baja. Ahora ya sabés, en la próxima falla, antes de realizar operaciones rutinarias que nada aportan y que son “por las dudas”, deténganse a analizar la falla y sus razones; si lo hacen, le encontrarán la vuelta y tendrán menos descarte.
El hombre deja su quehacer, limpia sus manos, se sienta, enciende un cigarrillo y después de una larga “pitada”, piensa:
-¿La máquina me está hablando o yo me estoy volviendo loco?
-¡No! No te estás volviendo loco, ¡comenzás a entender mi lenguaje! Y aprovecho para preguntarte por una unidad que siempre venía a limpiar los pisos. Te pregunto por qué hace días no lo veo, y siempre me brindaba momentos de alegría. No sé si te habías fijado, pero no hacía su trabajo como los demás. Él ponía una gran dedicación y además ¡bailaba! Si, si, tal como te lo digo. Al escurrir el agua, realizaba dos movimientos con su herramienta dirigiendo el agua hacia sí. Uno corto y uno largo; luego escurría el secador con un golpe seco frente a sus pies, pero para no mojarse, en el último instante levantaba su pié derecho y lo llevaba hacia atrás. Justo donde había estado su pie, escurría el secador. ¡Bailaba sin música! ¡Bailaba para mí! ¿Sabés algo de él?

-¡Está de vacaciones! Por primera vez en muchos años se fue a Córdoba con la esposa. Dentro de una semana lo tendrás nuevamente ¡bailando para vos!
De mi nuevo libro: "Historias cotidianas"     ISBN 978-987-28908-0-3

martes, 7 de mayo de 2013

El pergamino


¡Hola! ¡Cuánto hace que no te veo! ¡Me tenías olvidado! ¿Por qué me sacaste del cuadro en que me tenías y me confinaste a esta oscura prisión, sin aire, sin luz, sin vos? ¿Qué pasó en tu vida que no me contaste?
Yo te he extrañado mucho. La razón de mi existir es estar con vos, acompañarte. Necesito saber el porqué de tu cambio para conmigo.
Cuando la mano que me gestó, lo hizo, volcó en mí toda la ternura que brotó de su corazón. No supe cuál sería mi destino hasta que vos me descubriste. 
Recuerdo claramente tu sorpresa al desenrollarme, y la sonrisa emocionada que iluminó la seriedad de tu rostro.
Enseguida me encuadraste y pasé a ocupar un lugar importante en tu dormitorio. Desde la pared, junto a la ventana, te veía desvestirte por las noches y meterte en la cama.
¡Me gustaba tanto verte desnudo! ¡Tu sexo me resultaba tan simpático! Velaba tu sueño cada noche, a veces tranquilo, a veces inquieto; era muy gracioso escucharte roncar, jajaja…
Por la mañana me divertía oírte rezongar con la alarma del celular y remolonear antes de levantarte.
¡Siempre me dirigías una mirada tierna! Y más de una vez me trasmitías tu emoción al acariciarme a través del vidrio que me protegía.
Era lindo verte cuando te probabas la ropa sin decidirte; tu nerviosismo se debía a que ibas a encontrarte con ella, ¿verdad?
¡Contame qué fue lo que sucedió, por qué me escondiste! ¡Llorabas cuando me sacaste del cuadro!
¡Te extraño mucho; si no te veo, pierdo mi razón de ser!
¡No, no me vuelvas a plegar así! ¡No, por favor, no me arrumbes nuevamente!
¡Nooo… nooo… ¡
Registro de la Propiedad Intelectual N°977531.

jueves, 14 de marzo de 2013

El zorzal


Son las siete o siete y media de una mañana de diciembre. Mientras la manguera refresca, humedece y empapa el pasto del fondo de la casa, yo preparo el mate y disfruto las primeras caricias del sol que invade la cocina a través de la ventana.
Los caminos de las hormigas se inundan con el agua fresca y yo –después del primer beso a la bombilla- recorro con la vista, palmo a palmo el terreno ante mis ojos, gozando del panorama tantas veces visto y nunca igual a la vez anterior; descubriendo flores, tallos que se mueven con la brisa…
En un momento quedo ensimismado contemplando el brillo del sol que reverbera en los hilos de agua, sorbiendo muy lentamente mi mate. De pronto, se corporiza una sombra que se descuelga de la umbría fronda entretejida del laurel y el ciruelo, y se posa junto a un pequeño charco formado por la abundancia del riego… vientre marrón rojizo… un zorzal…
Después de mirar en todas direcciones y dar cuatro o cinco pasos hacia un lado y luego al otro, se arrima sigilosamente al charco y tras otear una vez más en todas direcciones, de un salto entra al agua y moja su pecho mientras mueve las alas y airea las plumas de su pechera. Sale del agua, aletea con fuerza, acomoda sus plumas con el pico… y vuelta al agua!
Finalizado su baño, da un par de zancadas largas seguidas de cuatro o cinco pasos cortitos y se detiene a mirar el suelo, con un ojo primero, con el otro después. Sonrío al ver la pose del cazador y sin darme cuenta termino el mate despacito, tratando que la bombilla no chiste, temiendo que ese ruido pueda espantarlo. Hormigas no se ven, pero el exceso de agua hace salir a la superficie a las lombrices; pronto caza una con su largo pico y vuela hasta una rama a degustar su desayuno.
Al rato desciende planeando nuevamente cerca del charco y otra vez a buscar su presa. Después se posa en el muro de frente al sol y prolijamente acicala su plumaje. Terminada la tarea, en una suerte de acrobacia aérea, desaparece entre el follaje.
Por un momento quedo absorto pensando si será el mismo que todas las madrugadas me roba el sueño con la agudeza de su canto. Puede que sí y puede que no…
¿Será el mismo o no será?
No es mi zorzal, es un ave libre; pero es el zorzal que eligió vivir entre nosotros, en el árbol del fondo de la casa… y es el que me alegra con su presencia aunque interrumpa mi sueño con su canto, cada día, apenas antes del amanecer…
De  la Antología "Encuentros de café"     ISBN 978-987-28908-6-5

lunes, 25 de febrero de 2013

San Jorge, Misiones.


              La madrugada es muy fría. El reloj señala las cuatro y cuarto. La humedad penetra sin que el abrigo pueda contener los temblores del cuerpo. A través de la ventana mis ojos pretenden inútilmente divisar alguna forma; la niebla lo ocupa todo. Sólo de trecho en trecho se distingue el brillo de las “jirafas” luminosas. El sueño y el silencio parecen ser los únicos compañeros de la bruma mañanera; los sentidos se embotan, comienzo a cabecear. Lucho contra la modorra que me invade y que puede mas que el frío. De pronto algo viene en mi ayuda, es el ruido de la maquinaria que se pone en marcha; me sobresalto.
            A medida que el tiempo avanza las sombras van aclarándose y se insinúan timidamente las siluetas de las estibas de madera. Los faros de algún vehículo todo terreno se abren paso muy lentamente; los oídos se acostumbran al ruido monótono y sostenido, y si se presta atención, sólo se percibe un molesto zumbido.
            La mañana se instaló en plenitud y el sol comienza a entibiar la tierra; los contornos se ven con nitidez. Las pilas de madera secándose, los grandes tractores zigzagueando entre los bultos, hamacándose por el peso de la carga. La costa del río aún se disimula con densos jirones de vapor; el horizonte de este lado es un largo festón rematado por las copas de los pinos. El zumbido de los grandes generadores oculta el canto de los pájaros; los hombres van y vienen buscando la caricia del sol. El aserradero es un ogro insaciable devorando troncos y troncos sin cesar.
            Durante el descanso se organiza algún “picadito” de fútbol, siempre de ritmo vivo, pues hay que jugar los dos tiempos reglamentarios por el asado del sábado; hay hinchas que alientan, gritan y ríen, y cuando el partido termina, todo es alegría. El perdedor siempre paga, porque en definitiva se trata de disfrutar un poco entre todos ese efímero goce que disimula el paso de un día más, que nos va quemando, sin sentirlo, la vida. La caldera quema, los camiones cargan, pesan y se alejan. Quizás no vuelvan más, o quizás vuelva con otro chofer.
            Del otro lado del río la costa es menos abrupta, el declive siendo pronunciado no llega a ser barranca; no hay casi playa y los botes atados a la orilla suben y bajan al ritmo del agua que busca el mar. Hay algunas casas pero no distingo animales ni huertas. Tampoco hay pinares; el progreso no ha llegado aún y tal vez  el monte vaya muriendo lentamente al golpe del hacha. No veo tractores ni escucho el ronquido de las moto sierras, pero el humo de las piras encendidas me dicen que están “rozando”. La selva se muere, con una lenta agonía se va muriendo. Dicen que es el precio de la civilización. No bajan jangadas por el río, ni siquiera chatas cargueras se divisan; he visto solamente los restos de algún pontón semi hundido en la orilla barrosa.
            Entre el reviro y el mate de la tarde la noche se va acercando, densa, agrandando la soledad, silenciosa. El cuerpo se inquieta, se rebela ante la incomodidad que cada vez es mayor, pero es impotente; las horas pesan, la mente queda aletargada y las reacciones son lentas, los ojos duelen, quieren cerrare y descansar, pero no es tiempo aún. El río es cómplice de la luna y para que no la vean extiende nuevamente su manto cubriéndolo todo. La niebla penetra por cada resquicio; adentro y afuera no se ve más allá de diez o doce metros. Los hombres trabajan envueltos en cuanto abrigo tienen, cansados, monótonos, húmedos.
            Por fin llega la hora largamente anhelada, nos vamos a casa. Entre la bruma, sobre nuestras cabezas se escucha el chillido de los murciélagos en su ronda nocturna. Sólo deseo llegar pronto al calor de mi hogar, contemplar mis dos amores y descansar. Llevo grabada en la mente la oscura boca del aserradero devorando troncos y troncos sin cesar…

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