martes, 1 de septiembre de 2020

MORENOS Cap. V

 

La curiosidad de Rosendo se centra ahora en la historia de sus abuelos, de quienes tie­ne vagos recuerdos. Entonces le pregunta a Clarita:

–Madre, ¿y qué fue de la abuela Jesusa?

–Ah, la abuela Jesusa. Tu abuela se llamaba Kaba y tu abuelo, Elimane. Los trajeron desde África y los compró Don Pereyra de contraban­do en Buenos Aires. Ahí fue cuando se conocie­ron. Les pusieron nuevos nombres y les prohi­bieron hablar en su propia lengua. El abuelo se accidentó feo con una carreta. Fue mal curado y estuvo enfermo casi un año antes de morir. Entonces nos vendieron.

Clarita se entristece y se le escapan unas lágrimas mientras aprieta el amuleto que lleva al cuello. Rosendo la abraza con ternura.

–¿Por qué llora, madre?

–Porque apenas me dejaron despedirme de él y se lo llevaron no sé adónde. Este amuleto me lo regaló antes del accidente. Lo había he­cho con una piedra del arroyo y unas oracio­nes que pronunció en su lengua cuando todavía estaba sano.

–¿Y usted no sabe hablar en africano?

–No, hijo; no nos permitían hablar en nues­tras lenguas. Para poder sobrevivir hay que sa­ber olvidar; recuerdo sólo unas pocas palabras. Tu abuela enfermó de tristeza. Cuando me vio feliz con tu padre y que habías nacido sano y fuerte, no quiso seguir luchando. Una noche, cuando tenías como cuatro años, se durmió canturreando una triste melodía y ya no despertó. Don Juanma nos permitió enterrarla en “Los Cerrillos”. Allá quedó a campo abierto. Tal vez haya regresado a su aldea con el abue­lo Elimane…Pero ahora te voy a contar algo lin­do. Cuando yo nací me pusieron Ramona y así me bautizaron.

–¿Ramona? –Preguntó Rosendo entre di­vertido y asombrado.

–¡Sí, Ramona, como lo oyes! Pero entró al cuarto una de las nietas del amo y al ver que mi piel no se había oscurecido aún, asombrada exclamo: “¡Mami, la bebé de Jesusa es más cla­rita! A mi mamá le causó mucha gracia el co­mentario, por eso siempre me llamó “Clarita”.

–¡Así que mi mamá Clarita no se llama Clarita!

–No, no, no, Clarita es el nombre con que me llamó mi mamá y es quien soy.

Entonces Rosendo le pregunta a Cirilo: –¿Usted sabía esta historia, padre?

–Si, m’hijo. Pero su madre siempre fue mi Clarita.

–¿Y sus padres? ¡Nunca me habló de los abue­los!

Cirilo deja sus quehaceres, cierra los ojos y se pierde en un largo silencio. Después, frunciendo el ceño, como buscando un recuerdo perdido, co­mienza su relato con un dejo de tristeza en la voz.

–Yo elegí la libertad, pero ellos prefirieron seguir esclavos. Mi padre se llamaba Koffi y mi madre, Ndenga. Cuando los compró Don Bruno Muñoz en Montevideo, los llamó Anacleto y Aniceta. Hablaban una lengua diferente a tus otros abuelos, pero no recuerdo ninguna pa­labra. No supe más de ellos desde el año doce, cuando me fugué y me hice lancero de la Patria.

Y así, entre venta de agua y preparativos, los días van transcurriendo mientras las noticias que llegan a Buenos Aires son cada vez menos alentadoras. Una semana después mientras la familia culmina los preparativos de su mudan­za llega un mensajero, les entrega una nota y se marcha.

Clarita lee con manos temblorosas.

–¡La niña Manuelita nos manda llamar! ¿Cirilo, qué está pasando?

–No sé, Clarita, no sé. Pero mejor nos apura­mos que en cualquier momento oscurece.

Los morenos ensillan la mula y parten hacia Palermo de San Benito con Clarita en el anca. El encuentro es emocionado. Las mujeres se abra­zan con cariño.

Manuelita les dice: –Tatita no está, por eso los mandé llamar con urgencia.

–¿Qué sucede mi niña? –Pregunta Clarita.

–El traidor Urquiza se nos viene encima y la situación en Buenos Aires no va a ser saluda­ble para nadie. Estos documentos que firmó mi primo avalan que ustedes son libres.

–Pero niña…

–¡Ya lo sé, Clarita! ¡Ya sé que ustedes son libres y siempre lo fueron! Pero ningún docu­mento firmado por Tatita será reconocido si vence el entrerriano.

–¿Y qué va a hacer Don Juanma si eso pasa?

–Nos iremos a Europa. Ya está arreglado, pero Tatita no quiere hablar de eso. Yo quiero que ustedes estén bien, por eso le pedí a Tomás estos papeles.

–¡Mi niña querida, se me parte el corazón!

–No, Clarita. Ustedes vivirán y nosotros vi­viremos. La vida decidirá lo que ha de suceder.

Yo les voy a escribir y tendrán noticias nues­tras. Este pañuelo te ayudará a recordarme; ¡cuídalo como me cuidaste a mí! ¿Qué más puedo hacer por ustedes?

Entonces Cirilo hace su pedido: –Si no se ofende niña, andamos necesitando un par de caballos.

–¡Como me voy a ofender, Cirilo! Mañana mismo se los hago llegar. Ahora es mejor que se vuelvan. La noche se está cerrando.

Los días se suceden y el avance de las tro­pas enemigas no se detiene. La tirantez que se vive en la ciudad es muy grande.

Mientras el matrimonio prepara los ense­res que habrán de transportar, el joven raspa con un vidrio la pintura de su tambor. Cirilo al verlo le pregunta si piensa en llevárselo.

–Sí, padre. No quiero desprenderme de él.

Mientras pueda, lo cargaré. Le saco la pintura roja para no llamar la atención.

–Hijo, vamos a lo desconocido. Deberemos construir una nueva vida y te empeñas en acarrear un legado ancestral ¡del que no sa­bes bien de qué se trata!

–¡Lo sé padre, pero el tambor me habla cuando golpeo el parche!

–¿Le habla el tambor? –pregunta Cirilo con incredulidad.

–¡Sí, me habla! Muchas veces no entiendo sus palabras, pero me hacen sentir muy bien, me dan felicidad –responde Rosendo mien­tras acaricia la madera.

–Bueno, bueno. Pero métale con el tambor que hay que completar la mudanza.

Temprano una mañana, cargan la mula con todo lo que pueden llevar, ensillan los caballos y salen de la ciudad al paso por el Puente de Restauración de las Leyes. Cruzan y rumbean por el Camino Real al Sud, ahora al trote corto para no cansar los animales; la jornada será larga.

Finalmente se encuentran con Mariano Rosas y su pequeña escolta a la vera de un arroyo como a 7 leguas al sureste de la ciu­dad. Comparten charque y galletas a la som­bra de un ceibo. Mariano habla solamente con Cirilo.

–Peñi (hermano) Cirilo, la vida entre Ranqueles es dura. Tu kuré (esposa) es mujer de muchos años. Amún (ir) Chadi–comú (agua salada). Allí hay un fuerte y un poblado. Vive gente de tu color. Con ellos estarán mejor…

–Si usté lo dice, así ha de ser nomás. ¿Y ande queda eso?

El indio estira el brazo señalando en direc­ción sur–oeste y agrega:

–Por allá. Como a diez leguas.

La familia se prepara para reemprender la marcha. El indio y el negro se despiden. Mariano se quita un collar de plumas y huesos y ante el asombro de los otros indios se lo ob­sequia a Cirilo.

–Mariano Rosas es agradecido. Nunca ol­vidará tu ayuda en tiempos lejanos. Cuando sientas que la tierra tiembla, cuelga el amule­to delante de tu puerta y el malón no te tocará. Recuérdalo.

–Siempre te recordaré con afecto. Hasta otra vuelta y ¡gracias!

 Morenos      ISBN 978-987-28908-9-6

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