miércoles, 29 de octubre de 2014

Una noche como tantas.

Medianoche. Esa hora en que muere el viernes y nace el sábado. El salón de baile está completo. Las parejas van y vienen por la pista disfrutando las cadencias sensuales del tango. Tras el último chán-chán de la orquesta, el locutor anuncia a la vocalista estrella de la noche. De inmediato, los habitué dejan la pista buscando sus mesas. Quedan solo las parejas nuevas. Cuando la voz anunciada comienza a cantar, cesan los murmullos y se instala un silencio como de respeto. Las pocas parejas que quedaban en la pista se van retirando. Las melodías se suceden coronadas por aplausos prolongados. Algunos lo hacen de pié. Ella parece estar más allá de todo. La cancionista ante el micrófono no gesticula, solamente deja brotar su voz que cautiva, que emociona, que le habla al corazón.
Finalizada su entrada, se dirige acompañada por el aplauso y el saludo de la concurrencia hasta la barra. El barman la felicita mientras limpia la copa que le va a ofrecer.
-Gracias por tus palabras.
-¿Le sirvo lo mismo de siempre?
-Si, por favor.
Mientras saborea el trago, su mirada vaga por el salón sin detenerse en nadie, pero su pensamiento vuela en el tiempo. La orquesta y los bailarines semejan un mundo aparte. De tanto en tanto un mozo le acerca una esquela de felicitaciones, a veces invitándola a bailar, o una tarjeta de presentación y otras, simplemente una flor. Agradece todos los gestos, pero nunca acepta bailar con nadie. Con la segunda copa, enciende un cigarrillo. Al ritmo de la milonga, las parejas parecen competir a cuál ejecuta el mejor corte o quebrada. Su mano deja la copa y comienza a marcar el compás sobre el mostrador, acentuando de a ratos la síncopa, y su rostro se ilumina con una sonrisa llena de añoranzas.
-¿Baila usted? Nunca la vi bailar en el salón.
-¡Si, chabón, sí que bailo! Pero acá me pagan por cantar…
-A lo mejor, si la viera en la pista el jefe, le pagaría unos pesos extras; no sé… a lo mejor…
-¡Quién te dice! ¿No? Pero no he visto pituco que me emocione. ¡Qué vueltas que tiene la vida! Pensar que hace unos años el tango se bailaba y nada más. Era diversión del malevaje, de los suburbios… Después le empezó a gustar a los cajetillas y hoy, ya lo ves, es baile de salón finoli ¡y además le escriben letras llorosas! ¡Quién lo hubiera pensado!
-Y… ¡los tiempos cambian! Pero a usted le vino bien.
-Tenés razón. Aquí me pagan por cantar y no tengo que ser la mina de nadie. Vivo mi vida. ¿Sabés quién me enseñó a bailar?
-No, usted dirá…
-¡Correa! Pero vos sos joven para saber de quién estoy hablando...
-¿Inocencio Correa? ¿El Taura de Barracas al Sur? ¡Cómo no voy a saber, si todavía se habla de él! ¡Pero eso fue hace muchos años! ¿Y bailaba?
-¿Qué si bailaba? ¡Su destreza con la daga era igual a la de sus piernas para el corte y la quebrada… y ni que hablar del firulete! Ahhh… yo era una pebeta entonces…
-¿Usted sabe qué fue de él?
-¡Y no! Como todo el mundo, no sé qué pasó con él, simplemente desapareció…
-Unos dicen que lo mataron… otros que está preso en Ushuaia.
-No, chabón, ¡Correa no se dejaría engayolar! ¡Y si mi corazón aún palpita, es porque el de él late todavía!
-Perdone, ¿no? Pero… ¿estuvo enamorada de él?
-¡Estuve y estoy! No hubo otro hombre en  mi vida, a pesar de que me dejó dos veces.
-¡Cómo dos veces? ¿Se fue, volvió y se fue otra vez?
-Una noche me dijo que su trabajo no le dejaba lugar al amor. Agarró sus pilchas y se volvió  al cotorro; pero seguí sabiendo de él por las mentas, hasta que un buen día se fue ¡vaya una a saber dónde!
-¡Y todavía enamorada!
-Cambiá el chamuyo, ¿querés?

Ahora, la orquesta toca un valsecito. Dos hombres vestidos con estilo se acercan a la barra.
-¡Buenas noches! ¿Cómo está la Reina de la Canción?
-¡Don Cátulo! ¡Usted siempre tan galante! Muy bien, ¿y usted?
-¡De parabienes! ¿De qué otra forma podría estar después de escuchar su voz, estrechar su mano y perderme en la profundidad de sus ojos?
-¡Déjese de zalamerías, que no ha de ser para tanto!
-¡En absoluto! Y para que vea que no exagero, le presento a mi amigo, que además de ser profesor de Literatura, es un enamorado de nuestra música. ¿Verdad que no miento, Homero?
-¡Para nada! Señora, es un honor besar su mano…
-Mucho gusto; es usted todo un caballero.
-Y usted la “Reina de la Canción”. Su voz de contra-alto es por demás expresiva. Hay en ella reminiscencias del arrabal… Expresa como muy pocas, los sentimientos más profundos… Hay… tristeza y bondad en su modulación. Créame, que he quedado muy, pero muy impresionado escuchándola.
-Homero, nos están esperando. Discúlpenos, Señora, pero tenemos un compromiso. Felicitaciones, otra vez.
-Vayan nomás, otra noche hablaremos. ¡Y muchas gracias por el cumplido!
-¡Qué homenaje!
-¡Cortála, ché! Servime una copa más y traeme las pilchas que la noche se terminó para mí.
Sorbo a sorbo termina su trago mientras pasea una vez más su mirada por el salón. Cubre sus hombros con el chal, envuelve su cuello con la boa y se despide.
-Hasta luego, Mariano. Me voy a apoliyar un rato.

-Hasta mañana, Malena. Que duerma usted bien…

Capítulo 2 de mi pequeñísima novela "Noches..."    
ISBN 978-987-28908-1-0