viernes, 31 de diciembre de 2010

El Desertor

Es cerca de medianoche. En un montecito de talas, molles y pitangueros, entre las lomadas entrerrianas, muy cerca del Palacio San José, un grupo de gauchos ultiman detalles y se preparan para llevar a cabo la misión que les han encomendado. Crepitan las brasas del fogón mientras a su alrededor gira de mano en mano el mate espumoso y el porrón de ginebra. Son los hombres que el caudillo apalabro para cometer el crimen que el mismo no se atreve…
Alguno limpia su trabuco y revisa la munición; los más afilan sus facones una y otra vez. Unos pican naco y lo fuman en chala mientras otros, los menos, simplemente lo mascan, escupiendo de tanto en tanto una saliva negra por la comisura de los labios.
Como para darse animo cada uno expresa su opinión sobre la victima, quien meses antes fuera el líder indiscutido y jefe militar incuestionable de todos ellos.
- Pa mi que´l General ta loco…
- ¡No esta loco, que va estar! El General nos traiciono ¡vaya uno a saber porque!
- ¡Vaya si nos traiciono! ¡Si hasta se disfraza de señorito como los porteños que lo visitan!
- ¡No… no… no! ¡El General no nos puede traicionar! El es uno de nosotros. Tiene que haber enloquecido…
- Y… algún gualicho le habrán echado… Cualquier chinita se lo pudo meter en el vino…
La noche avanza. Hay que agregarle leña al fuego. La ginebra se va terminando. De tanto en tanto se oye el piafar de algún flete. Por momentos se callan las voces y el silencio parece crecer. De pronto parece llenarse con un inmenso concierto de grillos y al poco rato un grupo de ranas reunidas en algún charco, parecen responder con un exótico contra canto.
- El General ha matado por una hembra… y no hay chirusa que valga la vida de un hombre… Algo malo le han hecho…
- Yo fui parte de su escolta en Caseros y una bala me manco el potro.       ¡Flor de rodada me pegue! Y el mismísimo General me fue a buscar, me       tendió la mano en medio de la balacera y me llevo enancado hasta la retaguardia a buscar flete de relevo. ¡No puedo entender que hoy ni se acuerde de nosotros!
- ¡No hay caso! ¡Don Justo ha enloquecido!
- Loco o traidor, el nunca tuvo misericordia… y nosotros tampoco la vamos a tener.
- ¿Y creen ustedes que no se va a defender?
- ¿Y que si se defiende? Por macho que sea solo tiene dos manos. Y no va a haber escolta esta noche. ¡Hay que dir y ajusticiarlo nomás! Y que caiga el que tenga que caer…
El más viejo del grupo hace chistar la bombilla por última vez. Parsimoniosamente pica naco y arma un chala. Es el único que no repaso sus armas. Tampoco hizo ningún comentario. Viste chiripa, botas de potro, una camisa de bayeta y un poncho echado para atrás por sobre el hombro izquierdo. No se diferencia casi de los demás. Uno de ellos le pregunta:
- ¿Y usté que opina? No ha abierto la boca más que pa pitar y tomar mate…
Hay en el tono una suerte de amenaza velada, que hace que todos fijen sus miradas en el interrogado.
- Yo galopié contra los porteños dos veces en Cepeda, primero a las ordenes del colorado Campbell y después con Don Justo. También fui con él a la Banda Oriental cuando lo hicimos pitar del juerte a Oribe. Mordí el freno cuando le entregamos el campo a los señoritos de galera. Es verdá… maté a muchos yo también, pero siempre fue en combate, eran ellos o yo… Nunca degoyé a naides ni lo habré de hacer…
- ¿Qué decís?
- Que`n esta no me prendo…
Lentamente se pone de pié y sin apuro se dirige a su flete. A su espalda los demás se miran desconcertados. Con movimientos calmos guarda el mate y la caldera de lata en una alforja, palmea el cuello del animal y le susurra palabras en una extraña lengua que el caballo parece comprender y responde cabeceando rapidito y orientando las orejas en todas direcciones. Acerca el flete embozalado al fogón, monta de un salto a la usanza india  -por la derecha y estriba en guampa. Se acomoda el poncho y extrae una pequeña bolsa con monedas que arroja al suelo. La mano izquierda sostiene la rienda y la derecha desaparece bajo el poncho.
- Ahí está mi parte. Pa la viuda del que caiga o pa repartirse.
Uno de ellos, el que lo interpelara, se planta de un salto frente al jinete, a unos dos metros de distancia, con los brazos separados del cuerpo y el facón amenazante en la diestra.
- ¡Parate ahí! ¡De acá no te movés!
Como un relámpago la mano sale de abajo del poncho con un trabuco que queda firme apuntando al pecho del desafiante. El ruido al amartillarlo parece rasgar la noche…
- Ya estarías boqueando, Moncho, pero yo no despeno a los que galopiamos juntos…
Los demás no se mueven. Parecen estatuas. Mudos testigos de una tragedia en ciernes.
El Moncho los mira como buscando ayuda. Al no encontrar eco, mirando a los ojos del jinete, guarda el facón en la cintura.
- Hacé lo que tengas que hacer. Yo viá seguir mi camino.
La mano y el trabuco desaparecen bajo el poncho. La que sostiene la rienda a la altura del pecho da dos ligeros tirones hacia la izquierda y un pié talonea suavemente al animal, que comienza a alejarse del claro del montecito por la picada por donde horas antes habían entrado. Todas las miradas quedan fijas en la espalda del jinete hasta que la noche lo envuelve por completo.
Grillos y ranas redoblan con entusiasmo  su concierto mientras un sabiá anuncia que pronto va a amanecer…

De mi libro "Cuentos con Historia".     ISBN 978-987-33-0843-7

viernes, 24 de diciembre de 2010

Otro cuento moreno.

Tercer Premio en Narrativas del Certamen “Veladas 2009”
Noche de Coronación de los Reyes Congos. Fiesta de negros en Buenos Aires. Plaza de las carretas... marimbas, tambores, candombe... fiesta negra y punzó... la cacofonía se prolonga casi hasta salir el sol.
Un moreno joven con su tambor al hombro, rojo punzó el tambor, entra al patio del conventillo muy cerca del Camino Real. Sonriente y con unos tragos demás, intentando mantener el equilibrio, cruza un patio y luego otro, buscando su habitación.
En el del fondo, cerca de la puerta de su habitación, sentado en un toquito de duro cerno, un negro entrado en años blancas sus motas- pita un chala en silencio...
- ¡Padre!, ¿ya levantado?
- Lo estaba esperando... ¡tenemos que hablar!
- ¿Ahora Tata? ¿No puede ser dentro de un rato? ¡Estoy medio boliao y sin dormir!
- Yo tampoco me acosté... y lo estuve esperando.
- Ta güeno entonces. Me lavo la cara, preparo un amargo y prosiamos,¿si?
El joven deja su tambor y con el torso ya desnudo aviva las brasas del fogón, acomoda la pava y luego se lava en un balde con agua fría. De tanto en tanto mira de reojo a su padre, quien permanece inmóvil, mirando la nada y pitando de a ratos su cigarro sin tocarlo, cambiándolo con la lengua de una comisura de la boca a la otra.
Pava y mate-porongo en mano, el joven se sienta en el suelo junto a su padre. Mientras ceba el primer mate, pregunta:
- ¿De qué quería hablarme, Tata?
Sin cambiar su postura, y con el chala casi colgando de los gruesos labios, responde:
- No es cosa güena la Mazorca mhijo.
El joven saca la boca de la bombilla para responder y mira a su padre con asombro.
- ¡¿Qué dice Tata?! ¡Es lo mejor que nos podría haber pasado a nosotros, los de raza negra!
El padre se saca el chala de la boca, ahora casi un pucho que tiembla levemente en la negra mano y se vuelve, para posar sus aún vivarachos ojos renegridos en los no menos oscuros de su hijo. Las miradas se sostienen.
- ¡Tanta degollina no puede terminar bien! Ya dudo quienes son los salvajes...
- Pero Tata, la Mazorca no se mete con nosotros, al contrario, somos más libres que nunca.
- Mhijo, usté sabe quen el once yo gané mi libertad a punta e lanza... que como parte del pueblo en armas, teníamos nuestro propio estado mayor, todos negros retintos como usted y como yo.
El joven termina su mate y en silencio ceba otro, bien espumoso, que le alcanza a su padre. La mano que ofrece y la que recibe se detienen juntas unos segundos; los ojos vuelven a encontrarse. El hijo rompe el silencio:
- Si, pero bien que lo dejaron tirado y mal herido, en el veinte, allá por Entre Ríos...
- Son cosas de la guerra. Así ha sido siempre...
- Pero tuvo suerte que lo encontraron unos arrieros de Don Juan Manuel, y que moribundo como estaba lo arrimaron a un rancho amigo.
El negro viejo devuelve el mate al cebador y sacude con su ruda mano la cabeza de duras motas con cariño. Después se sonríe y responde:
- ¡Tal cuál! Pero cuando me repuse bajé hasta encontrar la estancia de Monte y le ofrecí mis servicios pacompensar las atenciones. Allí trabajé muchos años... y conocí a su madre... Entonces no era Brigadier, tan sólo era el patrón. ¡Rubiaso, pero gaucho como el que más!
- ¿Y entonces, Tata?
- Eso no agüena a la Mazorca... Se vienen tiempos malos, créame. Si los enemigos de Don Juanma convencen al estanciero entrerriano, ¡se va a poner fiera la cosa!
- ¡Pero Tata, si él no es unitario!
- No se confunda mhijo, la cosa ahora es “todos contra el Restaurador”. ¡Y no sé si le quedan lealtades en esta ciudad!
- ¿Le parece a usted? ¡Yo no sé si estar de acuerdo! Acá todos vivimos a pura divisa... los pobres y los ricachones también.
- Llevar algo colorado encima es condición para seguir viviendo por estos pagos. Además están los adulones, que usarán siempre la divisa del que manda.
Se hace un silencio largo mientras el mate vuelve a cambiar de manos. Cada uno queda muy metido en sus propios pensamientos. La pava vuelve a volcar su líquido en el porongo pero la espuma es poca.
- Voy a arreglar el mate, Tata...
El negro viejo pica un naco en la mano, lo envuelve en un trozo de chala seca, lo ata con una tira finita de de la misma hoja y lentamente se encamina al fogón. Padre e hijo vuelven juntos, aún en silencio; la mano izquierda del mayor se apoya en un hombro del joven. Vueltos a sentarse, éste rompe el silencio.
- Tata, yo nací cuando Don Juan Manuel ya era El Restaurador. Me cuesta entender lo que usted me dice.
- Es que es cosa rara el significado de la divisa. ¡Fijesé que los Orientales de divisa colorada son amigos del entrerriano, y los aliados de Don Juanma usan divisa blanca! Acá no hay un problema de colores ni de ideas...
- Si, pero todos sabemos bien quién es el que manda, y de eso no hay dudas, digo yo...
- Los cogotudos y los pollerudos que fueron aliados al principio, no creo que lo sean ahora que el entrerriano anda de arrumacos con el Emperador Pedro. Ni bién renuncie el Restaurador, seguro van a tirar el chaleco punzó y se van a afeitar las patillas, ya lo verá. Así de seguras son sus lealtades...
- ¡Pero están las naciones negras, los indios amigos y el gauchaje para defenderlo!
El negro viejo se saca el chala de la boca, recibe el porongo espumoso y mientras sorbe lentamente el mate, vuelve a perder su mirada en la nada... o en el infinito.
El joven guarda silencio con la vista fija en su tambor a unos metros de distancia. La bombilla chilla como anunciando el fin del brebaje. Al devover el mate al cebador las miradas vuelven a encontrarse.
- Es cierto que Don Juanma nos leva para sus ejércitos porque dice que somos la mejor infantería, pero creo que con eso no alcanza. La indiada está dispuesta pero no pelearán si no los invitan, y me parece que los tiene para tranquilidad de sus espaldas nada más. Lo mejor del gauchaje colorado lo mandó con Oribe a sitiar Montevideo hace como diez años, y allá quedaron, como abandonados, sitiando una ciudad que no se rinde...
- ¡Pero padre! Usted conoce a Don Lucio y al general Pacheco, por decir un ejemplo nomás. ¡Y sabe de sus lealtades también!
El viejo sacude la cabeza como diciendo que no... se sonríe... y recibe el mate antes de responder.
- Los dos son buenos militares y creo que buenas personas también, pero Don Lucio no va a dejar sus milicias en el matadero; y al general Pacheco, Don Juanma ni le habla ya...
-¿Y entonces?
- Si cae el Restaurador va a haber venganza... ¡mucha! Me parece que se vienen malos tiempos pa todos.
- ¿Y qué piensa que debemos hacer?
- ¡Hace rato me vengo maliciando esto! Ya hablé con su madre y con lo poco que podamos llevar, nos vamos a los indios...
El asombro se refleja en el rostro del joven.
-¡¿A los indios?!
- Ahá. Hace muchos meses que en cada salida al campo le llevo regalos al Cacique Mariano. Él nos recibirá. Me llama “peñi” (hermano), porque manejo lanza y bola como él...
Callan las voces. Las primeras luces del amanecer comienzan a iluminar los patios del conventillo. El zorzal se cansó de anunciar el nuevo día y ahora se oye cada vez con más claridad el bochinche de los gorriones y jilgueros despertándose...

De mi libro "Cuentos con Historia".     ISBN 978-987-33-0843-7

domingo, 12 de diciembre de 2010

La Reunión

Es noche cerrada y la selva misionera se llena de sonidos que sólo el silencio nocturnal pone de manifiesto. Son las voces de los animales que allí viven. Y también el mismo silencio parece hablarle a la noche iluminada por las estrellas, que parecen multiplicarse al faltar “yasy” (la luna).
Contra las barrancas del Paraná, cerca de donde recibe al Iguazú, en un claro del monte, apenas arden las brasas de un fogón. Tres sombras matean mientras en voz muy baja conversan como viejos amigos. Dos indios un Guaraní y un Charrúa- y un negro de mota entrecana.
Mientras ceba mate el negro comenta: “-¡Pucha que me costó encontrarlos! ¡Cada vez es más difícil dar con ustedes, que además no son vecinos!
-“Es que los usurpadores no nos perdonan que aún existamos y no nos dobleguemos; por eso, para seguir siendo hombres libres- hay que andar siempre oculto y cambiando de lugar… y no está Don José para convocarnos…” responde el tape con un aire de fiereza al principio y un dejo de tristeza en las últimas palabras.
-Desde la traición del Pardejón(1), mi raza casi no existe. He criado a mis hijos en suelo extraño para que sobrevivan, pero los Chonik(2) se van extinguiendo poco a poco. Yo mismo vivo a monte y en permanente alerta porque aún nos buscan. No quieren dejar ni rastro de nosotros” responde el Charrúa.
“-¿Qué fue de los demás Caciques?” pregunta Andresito.
-Brown y Perú fueron prisioneros a Montevideo. Brown se escapó y murió en combate años mas tarde; a Perú lo embarcaron para Europa. Isidoro y Juan Pedro lograron escapar y rumbearon pal Norte. Polidoro y yo no fuimos a Salsipuedes(3) porque ya no confiábamos en el mandriael Pardejón y y nos fuimos pa Río Grande.
Son hombres de mucha edad pero con un pasado en común que los hermana más allá del tiempo y la distancia. Cuando hablan se miran a los ojos como afirmando la veracidad de sus palabras.
“-Andrés, ¿porqué lleva todavía la funda vacía del sable siempre con usted?”, pregunta el moreno.
-Hay cosas en la vida que no se pueden olvidar, y otras que no se deben… ¡El recordatorio de lo que debí haber hecho y no hice me acompañará mientras viva!
Hasta el monte parece ahora guardar silencio… Tras el rugido lejano de un jaguareté, el Charrúa pregunta: “¿Y mi padre cómo está; porqué nos mando buscar?”
El moreno ceba un mate y responde: “-Don José está bien de salud. Es muy guapo a pesar de los años. Pero se me hace que se está preparando para la última partida… y quiere despedirse.”
-¿Seguro que no está enfermo?
-¡Seguro que no! Todavía trabaja la tierra… pa él y pal que necesite… ¡Sí señor! ¡La gente lo quiere mucho por su buen corazón y sabiduría!
“-¡No a cualquiera mis paisanos llamarían Caraí Guasú(4) como lo llaman a él!”, comenta el misionero.
-Es verdad. Se llegan al rancho no sólo por comida; hasta los ancianos mbya-é(5) vienen por consejo. Y él parece rejuvenecer…
-¿Y Joaquín vive todavía?
“-¡La pucha si vivirá! Cuando nos visita Ledezma, salimos a cabalgar los cuatro y el negro canta que canta. Le canta al cielo, al monte, al bicherío y a la gente. ¡Canta y canta el negro!”, responde el moreno con una sonrisa y agrega: “Esos son los momentos que más parece disfrutar.”
-¿Y porqué piensa que se está preparando para partir?
-Por cosas que he ido observando…
-¿Qué cosas?, si se puede saber…
El moreno deja el mate, apoya las manos sobre sus rodillas y muy lentamente responde: “-Cuando murió José María, se volvió parco de palabras… Después que lo visitó aquel General manco(6), pasaba mucho tiempo mirando el horizonte como sin ver; ¡vaya uno a saber de lo que hablaron! Cuando lo fue a ver el Presidente Máximo, le regaló una bandera del nuevo paisito. Desde entonces cada noche, antes de dormir, la extiende sobre la cama y la mira largo rato sin hablar… después la dobla con delicadeza y la vuelve a guardar. Y además, ya no toca la guitarra…”
-Y… tiene sus años el Tata!

Noche… crepitar de brasas… serenata de grillos… Una sonrisa ilumina el rostro del moreno, que dice: “-¡No se imaginan quien se apareció hace como dos años y le dio una alegría de aquellas!
-¿Quién pudo haber sido?
El negro hace una pausa larga y sigue diciendo: “-Resulta que una noche el Charrúa el perro de Don José- se había puesto nervioso y salía al patio gruñendo pero volvía como desconcertado! La tercera vez salimos al patio con un farol y el perro señalaba pal lado del maizal. Entonces Don José preguntó ¿Quién anda ahí? Y una voz gruesa respondió Chasque la Patria pué! Al reconocer la voz se sonrió, bajó el farol y contestó “Vengasé Francisco que la cena está pronta.”
Los indios se miran asombrados y casi al unísono preguntan: “¿Francisco de los Santos?”
-El mismo, sí señor! Antes se había llegado hasta Asunción hace como veinte años- con la noticia que habían soltado a Fray José y que usted estaba muy grave.
-¡Sí que lo estuve! Creí que moriría en la Isla. Los guardias me decían entre risas “-Artiguinhas, Você vai morrer sozinho sozinho…”(Artiguitas, usted se va morir solito solito)
-¿Y qué fue de la vida del Francisco?
-Lo acompañó a Don Juan Antonio en sus patriadas hasta quen el 47, en la Vuelta de Obligado lo dieron por finado. Es que cuando los gringos desembarcaron, los atropelló a los gritos a bola y lanza; le metieron cuatro tiros en el cuero y el Paraná se lo llevó, como protegiéndolo. Lo cierto es que lo recogieron aguas abajo, le curaron las heridas y lo alimentaron hasta que estuvo fuerte, pero ni bien pudo montar se vino a contarle a su viejo jefe lo que había pasado con los invasores… talvez a despedirse también
Faltan unas horas para que puedan cruzar el río con algo de luz y se reparten las vigilias hasta el amanecer.
Con las primeras luces y antes que la bruma desaparezcan, echan al agua el bote escondido en la rinconada con el Urugua-í, se acomodan y comienzan a bogar hacia la otra orilla. El negro, con el torso desnudo y la piel brillante de transpiración maneja los remos con firmeza; esquivando los remolinos del bravo río que bajan buscando el mar, poco a poco va arrimando el bote a la costa paraguaya mientras los indios vigilan las orillas con atención. Después de una hora de lucha contra la correntada logran desembarcar en un remanso donde ocultan el bote y comienzan la travesía a pié. El camino es largo y no se sabe quien es amigo o no, por lo que viajan por la selva evitando los caminos.

Comienza a anochecer en la Villa de Curuguaty… el Charrúa se echa en la puerta del rancho con las orejas enhiestas y recorre la heredad con la vista… de pronto, con un gruñido se afirma en las cuatro patas en posición de alerta. El negro Joaquín se asoma y sigue la mirada del perro, que ya se agazapa con el lomo erizado. Por entre el mandiocal aparecen tres figuras y un silbido sosiega al animal. Sonríe el moreno y le dice: “-Son ellos Charrúa.”  Luego gira el rostro hacia dentro del rancho y vuelve a hablar:
-¡José, tenemos visitas!
El encuentro es en el patio y a la tenue luz de la luna que comienza a crecer… se abrazan los morenos… los indios y el anciano de pelo blanco que viste poncho y alpargatas- se miran en silencio, mientras el Charrúa los olfatea uno a uno moviendo la cola sin cesar. Finalmente el misionero se cuadra saludando al Jefe, quién suelta su bastón y abriendo los brazos exclama:
-¡Andresito, mi fiel Capitán!
Manuel y Don José usan el saludo ceremonial Charrúa: se estrechan las manos arriba, abajo y luego se palmean el hombro, tras lo cuál se funden en un largo abrazo...
Los hombres se sientan en derredor de la mesa y el perro vuelve a echarse en la puerta, como cerrando la entrada. La sobremesa se prolonga hasta después de la medianoche; ¡es que hay tanto para recordar y tanto para contarle al anciano exiliado! ¡Tantas cosas han cambiado y no precisamente para bien del pobrerío!
Días después, con las primeras luces del amanecer, el patio es escenario de la despedida… las últimas palabras del anciano jefe son: “¡Mantengan vivo el espíritu de la Libertad en el corazón de nuestros hermanos, porque sin él, la causa de los pueblos pierde su razón de ser!”

El trío se pierde en la espesura al trote. El anciano permanece de pié con la vista fija por donde se fueron. El perro sentado a su lado, lo mira y luego sigue la dirección de su mirada… una y otra vez, hasta que con un quejido frota su hocico contra la pierna del amo. Entonces el anciano, como despertando de un sueño, sacude la cabeza y palmeando al Charrúa se da vuelta y dice en voz alta:
-Joaquín, largue el mate y vamos a carpir y a regar la huerta antes que el sol pegue fuerte…

1- Pardejón: Apodo que Rosas le puso a Rivera y que hace referencia a sus muchas mañas y mentiras.
2- Chonik: Nombre que se daban a sí mismo los Charrúa.
3- Salsipuedes: Lugar donde el Presidente Rivera masacró a sus otrora compañeros de armas los Charrúa.
4- Caraí Guasú: Gran Cacique en lengua Guaraní.
5- Mbya-é: Tribu Guaraní.
6- Alusión al General Paz.

De mi libro Cuentos con Historia.     ISBN 978-987-33-0843-7

domingo, 5 de diciembre de 2010

Un cuento de negros

La ciudad fortificada se divisa imponente con las bocas de sus cañones mirando el horizonte, como a la espera del peligro, al amparo de su ciudadela y de su cerro. Los navíos de la flota se mecen tranquilamente en las mansas aguas de la bahía.
Un poco hacia el Este y entre las rocas de la orilla, un negro cuarentón y dos niños sentados, pescando, conversan animadamente como buenos amigos. El esclavo les cuenta a sus amitos historias de su África natal, de animales nunca vistos en estas tierras y sus propias aventuras infantiles. Los niños lo miran con asombro o ríen con alegría, mientras el rostro moreno sonríe feliz.
Cae la tarde y el grupo camina de regreso a la ciudad. El esclavo ladino(1) al medio, con un niño tomado de cada mano, y éstos con los avíos al hombro y los pescados atados por sus bocas con un mimbre, balanceándose en el extremo de las cañas. Cruzan el puente levadizo entre risas y cantos, felices.
Ya en la cocina de la casona, los niños saltando exhiben sus trofeos en alto.
-Abuela Bemba, Abuela Bemba, ¡mire lo que pescamos!
La esclava, cocinera y nana, toma los “trofeos” con una gran sonrisa y ordena al trío lavarse las manos y cambiarse la ropa, pues la cena está pronta.

            La excusa para el paseo de aventuras es una caminata hasta las quintas de extramuros en busca de verduras frescas; y allá van los pequeños Nicolás y José al cuidado del sirviente negro. En el camino los niños entre risas y preguntas aprenden vocablos en la lengua que habla su amigo. Luego de compradas las verduras, un paseo hasta el arroyo que riega las quintas y la gran sorpresa: el moreno abre un envoltorio que llevaba cruzado a la espalda y les enseña un pequeño arco de ñandubay(2) que hiciera a escondidas con sus propias manos.
            La tarde transcurre entre flechas y juegos, y esa extraña danza cadenciosa que el negro amigo les enseña con cariño. Al regresar, Abuela Bemba espera a los niños con una fuente de arroz con leche que devoran entre risas en la cocina mientras cuentan sus aventuras y ¡cómo cazaron el aperiá(3) con la trampa que el abuelo les enseñó a armar!

            La noche se cierra sobre la ciudad y en la vieja casona las luces están todas encendidas; en la pieza de servicio, junto a la cocina, donde moran los sirvientes, hay una gran agitación. Se oyen llantos, gemidos y rezos en la extraña lengua africana. Bembo parece medir el patio con sus pasos yendo y viniendo una y otra vez; cada tanto se detiene a mirar hacia la puerta de la habitación, espera con atención, sacude la cabeza y sigue con sus pasos por el patio.
            Nicolás y José se acercan al amigo y sus manitos de niño se pierden entre las callosas manos del moreno en un gesto de solidaridad, como diciendo ¡Aquí estamos! El abuelo Bembo dobla sus rodillas y abraza a sus amitos con profundo cariño. José, el menor, seca con sus manitas las lágrimas del abuelo; Nicolás pregunta qué es lo que está pasando.
-La abuela Bemba está por tener su hijo, pero como es mujer mayor el parto viene difícil. El niño no puede salir…
            Nicolás se suelta del abrazo y sale corriendo hacia su habitación; José abraza con fuerza al abuelo hundiendo su cabecita en el pecho del moreno. Nicolás -a la carrera- regresa con el arco que Bembo les regalara, y mirándolo a los ojos le dice muy serio:
-Usted nos enseño que allá en su tierra, para alejar el mal, tiran una flecha al cielo y bailan candomblé(4); entonces, hagámoslo!
Hay asombro en el rostro del moreno, que contempla a sus pequeños amos como sin entender lo que dicen. José lo toma nuevamente de la mano y le dice:
-Vamos abuelo Bembo, ahora!!!
Nicolás tensa el pequeño arco y lanza una flecha sin punta que se pierde entre las hojas de la frondosa higuera mientras Bembo y José comienzan con los pasos de esa exótica danza ritual que los niños aprendieran entre juegos y a escondidas de sus mayores. Nicolás se suma al baile siguiendo las cadencias de la extraña melodía que brota quedamente de los gruesos labios africanos. La danza se detiene cuando desde la habitación del fondo se escucha el fuerte llanto de un bebé…

Casi treinta años han transcurrido y el niño José es ahora un hombre al servicio del Virrey. Cumpliendo una misión muy al norte, en el corazón mismo de las Misiones Orientales, compró un esclavo catalogado como rebelde y con varias fugas en su haber. Ambos hombres se miraron, sin decir palabra. A la memoria de José vino la imagen del viejo abuelo Bembo, quien le había enseñado hace mucho tiempo que la naturaleza de un hombre se ve en su mirada, porque los ojos no pueden ocultar lo que hay en el ser interior.
Concretada la compra, ordena al esclavista que le quiten las cadenas. Juntos y en silencio, esclavo y amo, se dirigen a la posada, en donde José escribe de su puño y letra una nota concediéndole la libertad al esclavo recién comprado.
-Es usted un hombre libre y esta carta lo asegura. Me llamo José, ¿y usted?
-Joaquín es mi nombre y me voy con usted.
Mirándose a los ojos ambos hombres se estrechan la mano, sellando de esta manera una amistad que ni la misma muerte podrá empañar.

Una década más tarde, José se encuentra al frente de los destinos de un puñado de colonos, criollos, indios y negros libres que decidieron luchar por precisamente por su libertad. Al haberles sido la ocasión esquiva, debieron emigrar del territorio de sus amores en busca de seguridad. La inmensa caravana de personas, animales y carretas avanza serpenteando como una inmensa anaconda(5), buscando vadear el Uruguay. Charrúas(6) y negros montando en pelo(7), se mueven incesantemente protegiendo los flancos Este y Sur del pueblo en marcha, mientras el río de la piel color marrón lo protege por el Oeste. Grupos de jinetes de uniforme azul y otros sin él recorren continuamente la larga procesión asegurándose que todos estén bien. Cada tanto se detienen para que los mayores puedan descansar y el ganado abrevar. Atrás quedaron los campos y escasas posesiones incendiadas para que el enemigo no pueda hacer uso de ellas.
En un alto del camino, hay un grupo especial reunido: un matrimonio entrado en años de inequívoco porte patricio(8) a quienes atienden un par de negros que ya no son esclavos pero que decidieron quedarse junto a sus antiguos amos y acompañarlos en la adversidad. El gallardo hijo del matrimonio patricio detiene su caballo y hecha pié a tierra. Toma las riendas del moro, el negro Joaquín, quién saluda al grupo educadamente con una inclinación de cabeza.
-Madre, ¿se encuentra usted bien? ¿Necesitan alguna cosa?
-“No, José, estamos bien” responde la dama mientras besa a su hijo en ambas mejillas.
-Padre, ¿no está usted demasiado bien vestido para tan incómodo viaje?
-“Mhijo, estamos bien. Hemos venido por nuestra propia voluntad y somos una familia más en la caravana.” Responde con serena firmeza el progenitor mientras abraza a su hijo.
Don José, como lo llama ahora todo el pueblo, estrecha en un abrazo a la pareja de morenos diciéndole a la anciana: “¡Abuela Bemba, ahora mismo le mando una sorpresa!”
José se aferra de las crines de su moro y de un salto se enhorqueta(9) como buen jinete. Saluda al grupo quitándose el sombrero y lo mismo hacen los gauchos que lo escoltan. Con un taloneo suave parten al trote largo hacia el final de la caravana.
Al poco rato llega un jinete a todo galope hasta el grupo familiar.
-“¡Bembé!” exclama la anciana negra estirando sus brazos hacia el ser querido…
Es un moreno criollo de unos treinta años, con el torso desnudo y armado de lanza y boleadoras como un Charrúa. Echando pié a tierra, clava la lanza y abraza a sus padres con fuerza. Con gran delicadeza besa la mano de su antigua ama y respetuosamente estrecha la mano de quien fuera su amo.
Padre e hijo se miran a los ojos tomados de los nervudos brazos en un largo silencio que rompe el anciano diciendo: “Mhijo, no se aleje nunca del niño José…”
-No lo haré, Padre, téngalo por cierto!
-¡Sivabonga(10), Bembé!

Los dos ancianos permanecen silenciosos, sentados muy juntos, hamacándose como al ritmo de sus corazones. Él con las dos manos apoyadas en su bastón; ella abrazándolo y apoyando su cabeza en el nervudo brazo izquierdo del compañero de toda su vida.
De pronto irrumpe el dueño de casa con una carta en la mano. Los ancianos se sobresaltan. El moreno alza los ojos que miran sin ver y pregunta: “Niño José María, qué sucede?”
El joven responde: “¿Recibí carta de mi padre! ¡Dice que está bien y me pide encarecidamente que cuide de ustedes para que nada les falte!
Quedamente los morenos entonan en su lengua madre una plegaria: “¡Gracia sobre gracia y gracia Orunmilá(11) te da… Te da la vida…te da fortaleza… te da amor…”

El monte ribereño cobija al grupo de guerreros que parecen fantasmas en la noche sin luna; los ojos fijos en la espesura, el oído atento y las lanzas listas para la defensa. Piafan(12) y resoplan nerviosos los fletes.
En el centro hablan con voz apenas audible dos hombres: Don José y un Charrúa mestizo. El primero le dice: “Francisco, paisano, usted ha de ser el último chasque(13) de la Patria en armas. La suerte de los bravos prisioneros depende ahora de su diligencia.” Le extiende un morral con todo el dinero que le queda y sigue diciendo: “Tenga, amigo, es todo lo que hay. Llegue usted lo antes posible al Porto Alegre y busque gente amiga que pueda aliviar las prisiones de nuestros hermanos. No se demore por favor.”
Ambos hombres se miran fijamente en silencio y se estrechan las manos con fuerza. Sin decir palabra, el chasque monta de un salto su flete, lo acaricia y le habla quedamente; el animal responde cabeceando y arañando la tierra con su mano izquierda. Un indio que brota de la nada le alcanza las riendas de otros dos caballos y Francisco, taloneando su alazán(14), se pierde en la espesura sin volver la vista atrás. Cuatro Charrúas montados lo siguen en silencio.
El Jefe se vuelve entonces al Cacique que lidera a los indios de pelea y le dice en su propia lengua: “Manuel, hasta acá llegó nuestra lucha. Vuélvanse a Arerunguá(15) y busquen a los hermanos dispersos, reúnanse y estén a salvo. Mi corazón siempre te acompañará” Sin más palabras, se abrazan en emocionada despedida. El Cacique Manuel monta y en silencio parte con su gente al paso con rumbo Sud-Este.
Sólo quedan los lanceros negros rodeando al caudillo.
-Amigos, paisanos… la patriada(16) se acabó… vuelvan con sus familias y sigan siendo hombres libres…
Apenas unos pocos pegan la vuelta, con lágrimas en los ojos y la cabeza gacha. Los demás cierran fila en torno a sus Capitanes.
-Manuel, Joaquín… licencien sus tropas!
-“Nos quedamos con usted mi General” fue la simple respuesta.
-Bembé, vuelva donde José María, ¡por favor!
-Le prometí a mi padre cuidarlo a usted. Acá me quedo…

Sombras entre las sombras, los morenos sueltan sus caballos, quiebran sus lanzas y uno a uno suben a la balsa que habrá de llevarlos rumbo al exilio, acompañando a aquel que les devolviera su dignidad de hombres libres…

1 – LADINO: Esclavo que ya sabe hablar castellano.
2 – ÑANDUBAY: Árbol nativo de madera  muy preciada para hacer arcos y flechas.
3 – APERIÁ: Pequeño roedor herbívoro de estas latitudes.
4 – CANDOMBLÉ: Danza ritual traída por los esclavos africanos al Pío de la Plata.
5 – ANACONDA: Boa americana.
6 – CHARRÚA: Tribu indómita que poblaba la Banda Oriental y el Entre Ríos.
7 – MONTAR EN PELO: Montar el caballo sin montura.
8 – PATRICIO: Nombre dado al español nacido en América, en gral. comerciantes y  poseedores de Cédulas Reales.
9 – ENHORQUETAR: Montar el caballo de un salto.
10- SIVABONGA: “Te lo agradecemos” en lengua Zulú.
11- ORUNMILÁ: El Señor del destino de los hombres entre los Yorubas.
12- PIAFAR: Cuando los caballos levantan una pata y luego la otra, dejándolas caer con fuerza.
13- CHASQUE: Mensajero.
14- ALAZÁN: Caballo de pelaje color canela.
15- ARERUNGUÁ: Región del Uruguay al Norte del Río Negro, donde habitaban los Charrúa.
16- PATRIADA: Lucha por la Libertad.

De mi libro "Cuentos con Historia".     ISBN 978-987-33-0843-7