sábado, 30 de enero de 2021

El mago

 

Una tarde de verano paseando por Chascomús, al cruzar el bulevar Libres del Sur vi un monumento a Gardel. Inmediatamente le pedí a mi compañera que me sacara una foto con él y me puse en pose. De pronto oí una voz que me decía de lo alto: –Oiga, don, ¿sería tan amable de decirme la hora?

¡Con una sorpresa de aquellas levanté la cabeza despacio, despacio y el asombro pintado en el rostro! Allí estaba él, El Mago, con su eterna sonrisa. Pensé que se trataba de algún artilugio que le hubieran puesto a la estatua para reproducir su voz como atracción turística; pero por más que revisé no encontré nada. Entonces él volvió a hablar: –No busque cosas raras y dígame la hora por favor. A quien me plantó acá no se le ocurrió mejor idea que ponerme de espaldas al Reloj de los Italianos, que está en la otra cuadra; si no pasa alguien que me dé bolilla, ¡no sé en qué hora vivo!

Le miré el rostro y sus ojos seguían a los míos, o al menos eso me pareció. Así que arriesgándome a hacer el ridículo miré mi reloj y dije: –Son las cinco menos cuarto.

–¡Las cinco de la tarde! ¡Linda hora para tomarse unos verdes! ¿Toma mate usted? – preguntó.

–A eso iba –respondí.

–¿Y si mañana se viene a las cinco y me convida con unos amargos? Ah, y pídale a su pebeta que se arrime con unos bizcochitos de grasa ¡que me gustan tanto!

Retrocedí un paso, lo miré fijamente mientras pensaba en lo que estaba viviendo. Él, imperturbable como buen bronce. Su sonrisa me parecía más agradable por momentos. Pensé en Borges, a quien no le gustaba Gardel. Medité en lo que estaba viviendo en ese preciso instante: ¡hablando con un monumento! Y a mí me gusta la voz de El Mago. le dije que sí, que mañana vendríamos a tomar mate con él.

–Chas gracias amigo; acá lo espero –respondió risueño.

Al mirar a mi compañera vi que venía feliz mirando las fotos que había sacado.

–¡Saliste muy bien! Te saqué varias para que elijas la que te guste más.

Al verlas me doy cuenta que estoy siempre en la misma posición y que las fotos fueron tomadas desde distintos ángulos. De mis movimientos alrededor del busto o de mi charla con El Mago, ¡ni rastros! Le pregunté si no me había visto moverme y hablar con alguien. Me dijo que no, que solamente me había puesto en pose y muy quietito; ah, en un momento había mirado la hora.

Consulté mi reloj y comprobé que habían pasado apenas 30 segundos de las cinco menos cuarto. Le dirigí una mirada al busto, le hice un guiño y abrazado a mi compañera terminamos de cruzar el bulevar mientras le proponía que al otro día viniésemos a tomar mate con bizcochitos al pie del monumento.

Diálogos del arrabal     ISBN  978-987-46957-4-1     Braulio Senda

Jacinto Chiclana

 

                                 Me acuerdo, fue en Balvanera,
                                    en una noche lejana,
                                    que alguien dejó caer el nombre
                                    de un tal Jacinto Chiclana.
                                    Algo se dijo también
                                    de una esquina y un cuchillo.
                                    Los años no dejan ver
                                    el entrevero y el brillo.

                                                           Jorge Luis Borges

                Desde aquella tarde de mi encuentro con Floreal Ramírez, del que aún no salgo de mi asombro, opté por frecuentar aquel bar al menos una vez al mes y me siento en una mesa junto a la ventana que da a la Avenida Pavón a saborear un café.

Una tardecita fresca de abril en que me encontraba corrigiendo unos manuscritos, lo veo llegar a paso firme, entrar al bar y dirigirse directamente a mi mesa. Nos saludamos con un fuerte apretón de manos. Se sentó, limpió su chambergo, como era su costumbre, lo depositó en la silla contigua y esperó callado la llegada del mozo con el café y la ginebra. Era el mismo guapo del 900 ¡en pleno Siglo XXI!, solamente el mozo y yo lo podíamos ver. Después habló.

–Don Braulio, lo vi un par de veces por acá, pero como no preguntó por mí, colegí que no tenía novedades de Correa.

–Así es Ramírez, ¡cómo si efectivamente se lo hubiese tragado la tierra!

–¿Y qué anda leyendo entre tantos papeles, si se puede saber?

–Estoy leyendo unas milongas que escribió Borges, ¿oyó hablar de él?

–¡Cómo no, si fue vecino de mi amigo Paredes!, escribe lindo, pero eso es apenas la mitad de la historia.

–Y, eso es parte de la literatura, dejar un final abierto para que el lector lo complete.

–Ocurre que a veces es solamente una suposición –afirmó con seguridad después de terminar su café.

–¿De qué o quién está hablando? –pregunté.

–De Jacinto Chiclana, yo le voy a contar lo que pasó aquella noche –dijo y empinó su ginebra. Luego prosiguió:

–Él y yo nos cruzamos en un boliche de Balvanera cuando lo andaba buscando a Correa. Pregunté por el susodicho en voz alta y se hizo el silencio. De una mesa del fondo surgió una voz:

Correa es un amigo de esta casa, ¿quién pregunta por él?

–Soy Floreal Ramírez y Correa tiene una cuenta pendiente conmigo –respondí sin darme vuelta.

Se oyeron unos pasos acercándose lentamente y la misma voz me dijo:

Si le parece bien, yo me ofrezco a pagar la deuda del amigo.

Me di vuelta despacio hasta enfrentarme con los ojos serenos, firmes, de un verdadero guapo. Y como yo andaba rabioso detrás de Correa acepté el convite.  

Salimos, nos paramos bajo la luz de un farol, pelamos los cuchillos y nos trenzamos en una pelea a punta y tajo. Chiclana era guapo, rápido con el fierro y sin temor. No dejó en ningún momento de mirarme a los ojos. Creo que nunca pensó en matarme; sólo quería saldar la deuda del amigo, la pelea siguió sin tregua.

Cada lance me enardecía más y más, pensando en Correa. En un momento le tiré un puntazo fiero; él retrocedió y por esas cosas raras de la vida, tropezó y para recuperar el equilibrio no tuvo más remedio que descuidar la guardia.

Como yo me había tirado a fondo, le enterré el naife hasta el mango en el pecho. De sus labios no surgió ni un quejido; pestañeó soltando el fierro, terminó de caer y continuó mirándome hasta que dejó de resollar.

Después saqué el cuchillo de su pecho, lo limpié con mi pañuelo porque no me atreví a hacerlo en su ropa, le cerré los ojos, levanté su chambergo del suelo y con él tapé la herida. Le devolví el arma a su mano y me fui cabizbajo, lamentando esa muerte. Así fue don Braulio como sucedieron las cosas.

Al tiempo de irse se acomodó el funyi y me dijo:

–Se agradece el convite, hasta la próxima. –Se fue como había llegado, lentamente, en silencio, sin impresionar a nadie más que al mozo y a mí.  

Braulio Senda

Diálogos del arrabal     ISBN  978 987 46957 4 1    

MENCIÓN DE HONOR NARRATIVA 2020-2021 SADE


viernes, 15 de enero de 2021

Diálogos del arrabal.

 Prólogo

       Diálogos del arrabal es un libro que contribuye al enriquecimiento y valoración de una jerga: el lunfardo que ha ido adquiriendo categoría estética en obra de letristas de tangos y en poemas o cuentos de prestigiosos escritores, como Jorge L. Borges, y se ha ido expandiendo fuera de los límites rioplatenses. Su autor, Braulio Senda ha diseñado una estructura bipartita subtitulada Malevos y Gardel. Inicia su escritura con una intertextualización de su anterior libro Cuentos con historia, del que toma un personaje, Floreal Ramírez, que busca a su contrincante, Inocencio Correa, luego de una pelea a cuchillo que no definió al vencedor. Floreal Ramírez, luego de una insólita e insistente llamada telefónica al autor, le propone un encuentro para contarle lo ocurrido con él mismo y con los malevos de su tiempo, algunos de ellos mentados por Borges. En efecto, los epígrafes de Borges dan cuenta de la presencia o desaparición en el tiempo de algunos de estos personajes suburbanos.  Es así como Braulio Senda completa lo acontecido con ellos pero a través de la voz de su interlocutor procedente de un pasado remoto, invisible para todos, menos para el autor. En efecto, a través de una inserción dialogal en la narración y, obviamente, la consecuente intertextualización que los epígrafes señalan, nos enteramos de lo acontecido a Jacinto Chiclana, a Manuel Flores, a Don Nicanor Paredes, al apodado El títere “que hace laburar a mujeres”, al chileno Saverio Suárez a quien “lo cosieron a puñaladas” y al Malevo de Fierro cuya historia tiene un epígrafe de María Luisa Carnelli.

     Hay una breve introducción de Braulio Senda en la que da cuenta de los motivos de la elección de sus personajes: una tácita admiración a la búsqueda de fama y prestigio, el cuidado de una presencia, que luego se describirá en la vestimenta, la capacidad de seducción y habilidad como bailarines o guitarristas.

     El libro incluye el recurso metaficcional de la literatura de hoy. El autor habla de sí mismo y de su proceso de escritura, se incluye como personaje e incluye como personaje testigo a Stella Maris, que va tomando fotos en que no quedan indicios de la interlocución de Braulio con Floreal, pero sí de la simpatía demostrada por Gardel hacia ella, en la segunda parte del libro, bajo el subtítulo Gardel.

     Gardel es el referente de esta parte de la obra de Braulio Senda, el motivo son los lugares en que se exhiben estatuas, el busto, gigantografías, retratos, fotos del cantante, compositor de tangos, cultor del tango canción y el máximo exponente del género musical que tuvo en su voz y su presencia carismática la mayor difusión en el mundo de la canción popular de un momento histórico. Braulio Senda describe esos lugares que son precisamente los que guardan la huella en nuestro país y el Uruguay de El Mago, el Zorzal Criollo, el Mudo, el Morocho del Abasto, el Rey del tango, Carlitos, Troesma, apelativos que el autor aplica a distintos momentos de su encuentro imaginario y supuesto diálogo con su interlocutor que va contando fragmentos de una vida, hasta hoy enigmática, pero que el escritor da a conocer sin entrar en detalles conflictivos para los historiadores. Es así como se explicitan los datos principales de una biografía aceptada aunque no del todo comprobada, razón por la que el escritor apela a estrategias evasivas, como el lugar de nacimiento, los padres y las sucesivas residencias de su personaje. Lo principal es que reivindica el reconocimiento de Gardel en este país, su éxito en Europa y la memoria viva de los barrios porteños y ciudades rioplatenses por donde transitó. Hay una frase indiscutida: “Cada día canta mejor” que el autor destaca en su libro, como del mismo modo, la amistad y el dúo artístico con José Razzano,

     El título del libro se justifica también en esta parte, ya que las pendencias y provocaciones entre malevos diestros en pelear con cuchillos se convirtieron en motivos de sainetes suburbanos y tangos con tipos sociales de los suburbios rioplatenses en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Por otra parte, hay un adecuado manejo del lunfardo, jerga del habla subestándar popular de los criollos descendientes de los gauchos que vivieron en los arrabales convirtiéndose en los “guapos” cuchilleros y en los “compadritos” bailarines de milonga y tango, guitarristas y proxenetas que Borges recuerda en su poema “Los compadritos muertos”.

     Es este un libro que indudablemente, tendrá muy buena recepción por los lectores y que se cierra con un poema del autor.

Lic. Bertha Bilbao Richter

Vicepresidenta del Instituto Literario y Cultural Hispánico (ILCH)

Miembro de Número de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina

 ISBN 978-987-46957-4-1