sábado, 12 de abril de 2014

Después de las cenizas

El auto se desplaza a buena velocidad rumbo al Este. El manto de la noche comienza a caer. Se insinúa el nuevo día. Los tres hermanos –Alejandro, Ezequiel y Matías- viajan a cumplir con un último deseo. Ninguno duerme. Van ocupados en sus propios pensamientos.
En una estación de servicios reponen combustible y agua para el termo. Continúan su camino y entre mate y mate reviven etapas de sus vidas, ríen y recuerdan anécdotas. ¿Te acordás cuando…? ¡Siií! Y cuando… ¿Y las peinadas con gomina para llevarnos a la escuela? ¿Y cuando te fuiste de casa y papi no te dejaba volver? ¡Si no fuera por nosotros, no volvías! Jajaja, sí que me acuerdo; sabía ponerse áspero, pero era un tierno… Ché, nunca me olvido cuando nos compró el trencito a pilas y a la media hora lo rompiste. Y… quería saber cómo funcionaba, jajaja.
Así continúan el viaje, de a ratos ensimismados y de a ratos conversando, repasando sus vidas. Al llegar a destino, la ciudad recién comienza a despertarse.
-¿Vamos ahora o primero desayunamos?
-¡Ché, yo tengo hambre! ¡Ese mate feo, sin azúcar me lavó las tripas!
-¿Porqué no tomamos un café, caminamos un rato para estirar las piernas y después vamos?
-Sí, sí, sí. Además tengo que ir al baño.
-Bueno, vamos…
A media mañana descienden hasta la playa. Zapatillas en mano se acercan al mar. Es Octubre y la brisa aún es bastante fresca. Con los pantalones arremangados dejan que las olas laman sus tobillos. Los rostros ahora están serios. Los tres sienten las gargantas anudadas. El del medio, que lleva una caja rectangular de madera en sus manos, se agacha, la sumerge en el agua cristalina, y con el reflujo de una ola que besó la orilla, la abre. Las cenizas contenidas se disuelven y se integran a la inmensidad de la naturaleza.
Ahora los tres permanecen abrazados, contemplativos, silenciosos…
-¡Chau, viejo! Estas vacaciones me vengo a bañar con vos…
-¡Papi… te voy a extrañar…!
-Eso… eso no era papá, solo cenizas…
Y tocándose la frente resume:
-Papi sigue aquí, sin tiempo ni distancias… ¡Sigue aquí!
-¡Ya está! ¿Y ahora qué hacemos?
-Vamos a recorrer la costa y después de almorzar pegamos la vuelta. Mañana tengo que laburar.
-Dale, vamos…
-¡Qué lástima no poder quedarnos a ver el atardecer! Ésta es la única playa donde el sol se oculta en el mar.
-Por eso al viejo le gustaba veranear aquí.
Los dos hermanos van mirando la numeración desordenadas de las calles.
-Eran tres cuadras desde la avenida y tres casas, no?
-Sí, allí está. El chalecito de dos plantas.
Bajan del auto, cruzan el pequeño jardín con mucho verde y tocan el timbre. Corridas y voces infantiles se oyen desde el interior.
-¿Quién es?
-No, no, yo llegué primero. Yo pregunto. ¿Quién es?
-¡Nenas, salgan de ahí!
La ventanita de la puerta enmarca el bello rostro de una mujer mayor. Primero denota extrañeza, pero enseguida asombro y alegría. Abre la puerta y mirando a uno y otro, exclama:
-¡Vos sós Ezequiel! ¡Y vos, Matías! ¡Qué sorpresa, pero pasen, pasen! Pendejitas, vayan para el fondo, ¡ya!
-¿Quiénes son Abue?
-Son amigos míos y de su papá. Saluden y ¡rájen!
Las niñas saludan con besos, y a las risas se van corriendo a retomar su juego en el parque. Cafecito de por medio, los tres conversan con una mezcla de alegría y tristeza.
-¿Cómo pasó todo? Él me llamó para despedirse… y no le quise creer…
-¡Bien… bien… todo muy tranqui! Papi simplemente quiso descansar. Vio cumplidos casi todos sus sueños y decidió partir…
-El último año me lo traje a vivir conmigo y la pasamos muy bién. Pero un día nos llamó a todos. Tomamos mate y nos dijo que había sido muy feliz, que deseaba que nosotros lo fuéramos también y que tuviésemos siempre un sueño por concretar. Después dijo que estaba cansado y que se iba a la cama…
-Cuando me fui a despedir, estaba durmiendo plácidamente con tu foto apretada en el pecho…
-¡Ché, dejen de lagrimear! Son muy lindas las mellicitas, ¿cómo se llaman?
-Claudia y Jorgelina. El papá eligió los nombres…
-Eran muy amigos, ¿no? Digo, ellos…
-Sí, la verdad que sí. Lo acompañó en todos los momentos de su vida. Desde las enfermedades de niño hasta el nacimiento de las nenas…
-¿Puedo preguntarte porqué si se querían tanto, nunca se casaron, o vivieron juntos al menos?
-¡No lo sé Ezequiel, no lo sé!
-Bueno, ché, muy rico tu café, pero nos tenemos que ir…
Vuelven silenciosos. Recordando al viejo, como dice Matías. Al parar en un semáforo, una extraña sensación se adueña de ellos. Se miran y sus ojos se humedecen.
-¿Lo sentís vos también?
Asiente con la cabeza y desvía la mirada para ocultar sus lágrimas…
-¡Dale, que cambió el verde!
Pone primera y sigue despacio, sin apuro. Después de una cuadra a puro silencio, se ríe y dice en voz alta:
-Jaja… ¡Si, papi, yo también te quiero mucho!
En tanto, la anciana abre lentamente, con delicadeza, el sobre que le dejaran. Es un álbum de fotos. Folio tras folio va mirando fotografías de ella, de cuando era muy joven. También algunas de su gran amor. Y sus cartas, esquelas y dibujos… y al final, la carta de despedida… Su mano acaricia cada uno de los recuerdos. De pronto siente una presencia viva a su lado y sus dedos se entrelazan con los de una mano invisible… pero que está ahí… Su voz susurra:
-Como siempre me escribías: “TkieroTkiero… y también Txtraño…”

De mi libro "Historias cotidianas"     ISBN 978-987-28908-0-3