La reunión se desarrolla en calma en una de las islas del Delta del Paraná. Guaraníes y españoles sentados en torno al fuego. La noche se engalana con una luna grandota. Sapos, grillos y mosquitos completan el conjunto.
El fraile expone en castellano lo que el lenguaraz traduce
al ava ñe’ê (lengua que hablaban los Guaraníes) para que sus congéneres
entiendan. Los tapes demuestran prestar mucha atención a lo que se les explica.
Sus rostros permanecen serios; solamente de tanto en tanto alegran sus caras
redondas con una sonrisa. No interrumpen en ningún momento la exposición.
El sacerdote busca oraciones sencillas para hacerse
entender, pero a medida que les va hablando, se entusiasma más y más con sus
propias palabras. Les habla de Dios Todopoderoso, de la Creación, del Paraíso
perdido, del sacrificio de Jesucristo en la cruz, del Papa, del Rey y de su
misión, la suya, en estas tierras. Misión que no es otra que llevarlos a ellos,
los nativos, al conocimiento de la ¡Verdad! ¡Porque sólo así podrán ellos vivir
eternamente en las moradas celestiales de Dios el Padre cuando en el fin de los
tiempos Dios el Hijo venga a buscarlos!
Cuando termina su alocución, tanta es su exaltación que le
parece estar a las puertas de la Nueva Jerusalén conduciendo su pequeño rebaño
a las moradas celestiales. Entonces el cacique se pone de pié y en su lengua le
dice:
— Yo, Araverá, de los Mbeguá canoeros, voy a hablar ahora:
igual que mi padre y el padre de mi padre, moramos en estas islas. Mis
ancestros vinieron hasta acá, donde el río se vuelve ancho como el mar. Y los
Karaí que nos condujeron, nos enseñaron que Ñanderuvusú, el dios supremo, se creó
a sí mismo en medio del caos y las tinieblas. Creció erguido como los árboles.
Después creó la palabra. Cuando estuvo satisfecho, creó otros dioses para que
le ayudaran: Karaí, señor del sol y del fuego; Jakairá, señor de la bruma y del
humo de la pipa que inspira a los chamanes; y Tupá, señor de las aguas y del
mar. Los cuatro compañeros procedieron entonces a la creación de la Tierra
Primera (Yvy Tenonde ). Junto a esta tierra crearon el mar, y también el día y
la noche. Después, Ñanderuvusú creó a los hombres y les insufló en la coronilla
la palabra, para que vivieran de acuerdo con la naturaleza. Allí los hombres
convivían con los dioses, no había enfermedades y no faltaba nunca el alimento.
Pero un día, un hombre transgredió el tabú de copular con la hermana de su
padre. Los dioses entonces castigaron a la Tierra Primera derramando sobre ella
tánta agua que tapó las copas de los árboles más altos y se marcharon a vivir a
la “Morada Eterna”. Pero Ñanderuvusú decidió crear una segunda tierra, imperfecta,
y así los sobrevivientes del diluvio pasaron a habitar esta tierra donde ahora
existe la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. También nos dejó la promesa
que un día enviará a su mensajero Guira Poty para guiarnos hasta la Tierra sin
Mal, la Morada Eterna. Él vendrá un día, como ustedes vinieron, por el Gran
Mar, desde donde soplan los fríos vientos originarios.
El rostro del sacerdote estaba lívido. El asombro se había
adueñado completamente de él. Quería hablar pero su boca no lograba articular
ningún sonido.
Entonces Araverá exclamó: “jahá” y los indios, como un solo
hombre, dieron media vuelta y de un salto se perdieron en la espesura…
Ternas y trilogías ISBN 978-987-28908-5-8
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