Paseando por Montevideo encontramos una estatua de Carlos Gardel sentado a la mesa de un bar. Quise llevarme una foto de recuerdo y expectante tomé asiento junto a él.
–¡Te parece a vos dónde me vinieron a sentar! Mirando hacia la Jefatura de policía, “Hotel del gallo” que le dicen por acá, ¡a ver si viene la yuta! ¡Y con una taza en lugar de un vaso de whisky con hielo!
Superado mi asombro, otra vez más una estatua de Carlitos me hablaba, respondí:
–Es cierto, me parece una macana. El hotel mes en realidad la cárcel central y lo del gallo es por el emblema de la cana, pero hablemos de otra cosa. ¿Quién lo bautizó Zorzal criollo?
–Betinotti, José Betinotti me puso el apodo. A él le gustaba mucho mi manera de cantar y a mí, sus composiciones. También solían llamarme El jilguero de Balvanera, por los tugurios en los que cantaba.
–¿Fueron muy amigos con José Razzano? –pregunte yo con ansiedad.
–¡Si! –respondió él, agregando a continuación– ¡Formamos un dúo inolvidable! Nos llamaban El Morocho y El Oriental, porque él era uruguayo declarado –y me regaló una sonrisa pícara.
–Bátame la justa, Carlos, ¿usted es uruguayo o argentino?
Después de reírse, me respondió: –Soy rioplatense. ¿Sabés que pasó? En Buenos Aires tuve un problemita por un asunto de polleras, ¿la junás? Entonces me nacionalicé para evitar el raje; después, después fui GARDEL y a nadie le importó mi pasado.
–Pero su mamá era francesa, ¿no?
–¡Sí! Berta era francesa y cocinera finoli. Resultó una fiera criándome; siempre buscando un mejor laburo para que no me faltara nada. De mi viejo, mejor no hablemos.
Me pareció que su rostro se había ensombrecido. Era cosa de locos, pero el rostro de la estatua había cambiado de expresión, entonces hablé de otro tema. Como era la tercera vez que conversaba con él me distendí y continué la charla.
–¿Puedo preguntarle cómo se le ocurrió el tango canción?
–¡No me tratés de usted, ché!, hace tiempo que nos venimos encontrando y ya parlamos un buen rato.
–Tenés razón. Nos vimos en Chascomús, en Gerli y ahora acá, en Montevideo.
–Te cuento. Eso no fue cosa mía. El tango canción lo inventaron Castriota y Contursi. Yo de prima vi que era importante y me lo puse al hombro. En definitiva, si lo cantaba Gardel ¡era bueno! ¿Y sabés porqué lo hice? No fue por guita, no, no. Si el tango canción triunfaba con el Zorzal Criollo, seguía perteneciendo al arrabal, como yo.
–Pensándolo bien, vos sos el arrabal, el tango y el sentir de las orillas. De las orillas de la ciudad y de las orillas del río.
–¿Sabés que tenés razón? ¿Y a vos, porqué te gusta el gotán?
–No sé. Será por mi viejo. Era gringo, eslavo, pero le gustaba mucho tu voz y la manera en que interpretabas el tango. Él siempre canturreaba mientras trabajaba: “Ché papusa hoy” y seguía tarareando.
–¡Cómo hoy! ¡Sería oí!
–No te olvidés que era gringo y pronunciaba como le salía.
Después de reírse con ganas me respondió: –¡Entonces tu viejo cantaba en cocoliche!
–Una pregunta más, Carlos, ¿por qué el tango es tan tristón?
–Oíme, chabón –y acentuó el chabón–, ¿escuchaste alguna vez “Chorra”, “El choclo”, ¿“Al mundo le falta un tornillo” o “Padrino pelao”? ¿Dónde vez tristeza en esos tangazos? No, Braulio, ¡no! El tango, como la música criolla, expresa las emociones de la gente, todas las emociones; por eso somos cantores populares. El tango es puro sentimiento. Y los sentires a veces suben y otras, bajan; pero siempre sacan a la luz el desasosiego o el enternecimiento del tipo de carne y hueso que todos los días la yuga para ganarse el pan. Y ¡vaya si los poetas, letristas que les dicen ninguneándolos, saben expresar con calidad y sencillez!
–Buenísimo, Carlos, pero ahora me tengo que ir. Te dejo mi último libro, acá no hay nada de tango, pero te bato la justa: voy a escribir uno dedicado a vos, posta. ¡Chau, Zorzal!
Con su eterna sonrisa me respondió: –¡Chau, chabón! No dejés de venir a visitarme que de aquí ¡no me muevo!
Braulio Senda
Diálogos del arrabal ISBN 978-987-46957-4-1
MENCIÓN DE HONOR NARRATIVA 2020-2021 SADE