martes, 28 de diciembre de 2021

El Zorzal criollo

 

Paseando por Montevideo encontramos una estatua de Carlos Gardel sentado a la mesa de un bar. Quise llevarme una foto de recuerdo y expectante tomé asiento junto a él.

¡Te parece a vos dónde me vinieron a sentar! Mirando hacia la Jefatura de policía, “Hotel del gallo” que le dicen por acá, ¡a ver si viene la yuta! ¡Y con una taza en lugar de un vaso de whisky con hielo!

Superado mi asombro, otra vez más una estatua de Carlitos me hablaba, respondí:

Es cierto, me parece una macana. El hotel mes en realidad la cárcel central y lo del gallo es por el emblema de la cana, pero hablemos de otra cosa. ¿Quién lo bautizó Zorzal criollo?

Betinotti, José Betinotti me puso el apodo. A él le gustaba mucho mi manera de cantar y a mí, sus composiciones. También solían llamarme El jilguero de Balvanera, por los tugurios en los que cantaba.

¿Fueron muy amigos con José Razzano? pregunte yo con ansiedad.

¡Si! –respondió él, agregando a continuación ¡Formamos un dúo inolvidable! Nos llamaban El Morocho y El Oriental, porque él era uruguayo declarado y me regaló una sonrisa pícara.

Bátame la justa, Carlos, ¿usted es uruguayo o argentino?

Después de reírse, me respondió:  Soy rioplatense. ¿Sabés que pasó? En Buenos Aires tuve un problemita por un asunto de polleras, ¿la junás? Entonces me nacionalicé para evitar el raje; después, después fui GARDEL y a nadie le importó mi pasado.

Pero su mamá era francesa, ¿no?

¡Sí! Berta era francesa y cocinera finoli. Resultó una fiera criándome; siempre buscando un mejor laburo para que no me faltara nada. De mi viejo, mejor no hablemos.

Me pareció que su rostro se había ensombrecido. Era cosa de locos, pero el rostro de la estatua había cambiado de expresión, entonces hablé de otro tema. Como era la tercera vez que conversaba con él me distendí y continué la charla.

¿Puedo preguntarle cómo se le ocurrió el tango canción?

¡No me tratés de usted, ché!,  hace tiempo que nos venimos encontrando y ya parlamos un buen rato.

Tenés razón. Nos vimos en Chascomús, en Gerli y ahora acá, en Montevideo.

Te cuento. Eso no fue cosa mía. El tango canción lo inventaron Castriota y Contursi. Yo de prima vi que era importante y me lo puse al hombro. En definitiva, si lo cantaba Gardel ¡era bueno! ¿Y sabés porqué lo hice? No fue por guita, no, no. Si el tango canción triunfaba con el Zorzal Criollo, seguía perteneciendo al arrabal, como yo.

Pensándolo bien, vos sos el arrabal, el tango y el sentir de las orillas. De las orillas de la ciudad y de las orillas del río.

¿Sabés que tenés razón? ¿Y a vos, porqué te gusta el gotán?

No sé. Será por mi viejo. Era gringo, eslavo, pero le gustaba mucho tu voz y la manera en que interpretabas el tango. Él siempre canturreaba mientras trabajaba: “Ché papusa hoy” y seguía tarareando.

¡Cómo hoy! ¡Sería oí!

No te olvidés que era gringo y pronunciaba como le salía.

Después de reírse con ganas me respondió:  ¡Entonces tu viejo cantaba en cocoliche!

Una pregunta más, Carlos, ¿por qué el tango es tan tristón?

Oíme, chabón y acentuó el chabón, ¿escuchaste alguna vez “Chorra”, “El choclo”, ¿“Al mundo le falta un tornillo” o “Padrino pelao”? ¿Dónde vez tristeza en esos tangazos? No, Braulio, ¡no! El tango, como la música criolla, expresa las emociones de la gente, todas las emociones; por eso somos cantores populares. El tango es puro sentimiento. Y los sentires a veces suben y otras, bajan; pero siempre sacan a la luz el desasosiego o el enternecimiento del tipo de carne y hueso que todos los días la yuga para ganarse el pan. Y ¡vaya si los poetas, letristas que les dicen ninguneándolos, saben expresar con calidad y sencillez!

Buenísimo, Carlos, pero ahora me tengo que ir. Te dejo mi último libro, acá no hay nada de tango, pero te bato la justa: voy a escribir uno dedicado a vos, posta. ¡Chau, Zorzal!

Con su eterna sonrisa me respondió: ¡Chau, chabón! No dejés de venir a visitarme que de aquí ¡no me muevo!

Braulio Senda

Diálogos del arrabal   ISBN 978-987-46957-4-1

MENCIÓN DE HONOR NARRATIVA 2020-2021 SADE

Nicanor Paredes

 

Venga un rasgueo y ahora,
con el permiso de ustedes,
le estoy cantando, señores,
a Don Nicanor Paredes.
No lo vi rígido y muerto.
Ni siquiera lo vi enfermo.
Lo veo con paso firme
pisar su feudo, Palermo.

Jorge Luis Borges

 

Hacía mucho que no sabía nada de Floreal Ramírez y ya estaba extrañando nuestros encuentros, raros encuentros con un personaje nacido de las páginas de un libro, de mi imaginación o ¡vaya uno a saber de dónde! Pero así es la relación con mis personajes; son ellos los que mueven mi mano al escribir y después me asombro al leer lo escrito, pero no puedo cambiarlo porque ahí están ellos. Así que me dirigí al bar de los encuentros, me senté en a la misma mesa y pedí como siempre un cortado en jarrito. Como estábamos en tiempos pre electorales y la vorágine de la prensa había saturado mi mente, comencé a revolver el pocillo observando la espuma del café.

De pronto lo vi sentado frente a mí. ¡Una vez más el guapo del 900 venía a mi mesa! El mozo ya llegaba con el café y la ginebra.

¡Floreal, lo estaba extrañando!

Don Braulio. –Y se tocó el ala del chambergo; después se lo quitó y lo depositó sobre la silla vecina. Mientras revolvía su café preguntó:

¿En qué anda ahora?

En nada en especial, pero me gustaría que me contara algo sobre Nicanor Paredes. Usted dijo que lo conocía.

Es verdad. Supo ser en su tiempo el amo de la parroquia de Palermo. Con el chal sobre los hombros y el talero en la diestra imponía su autoridad. ¡En época de elecciones allá no se votaba en contra!

Mi amigo Borges, como usted lo llama, habla de una muerte y un cuchillo, pero sin dar detalles. ¿Usted sabe algo de eso?

Que usaba cuchillo, ¡por supuesto!, como todo guapo que se tuviera por tal. Lo demás son habladurías nomás; no son pa’ considerar.

Y dicen que le gustaban los burros y los naipes también.

¡Macanas! Usté sabe que Palermo era la orilla ‘e la ciudad. A él le gustaban las cuadreras y pa’ verlas había que rumbear pa’l oeste, buscando campo. Pero don Nicanor no jugaba su plata a las patas de ningún flete. Disfrutaba las carreras, alababa algún parejero, tomaba una que otra giñebra y se volvía. ¡A los naipes sí le gustaba jugar! Pero mano a mano y nunca por plata. Una vez me desafió al truco y en la segunda mano yo le grito flor y truco. Él muy tranquilo me respondió:

¡Contra flor al juego! 

Yo tenía treinta y una de mano y bravas, así que no iba a andar reculando. ¡Puede creer que me ganó con treinta y dos de copa! Era muy ligador en el truco, pero nunca jugó por plata ni por el trago. Si ganaba, convidaba y si perdía, aceptaba el convite, pero nada más.

¿Y usted anduvo mucho por Palermo en esa época?

Bastante. Andaba buscando a Correa ciego de odio por la marca en la frente. Nunca le pregunté a Paredes por él, pero un día me llamó y me dijo:

Mire Ramírez, usté ha sido bien recibido en esta parroquia, pero para mantener una buena relación, más vale que deje de preguntar por el amigo Inocencio, que en Palermo supo ganarse la amistad de todos. –y sus ojos metían miedo, ¡créame! Así fue que dejé de verlo; si el taura no andaba por ahí, tendría que buscarlo por otro lado. No me atreví siquiera a rastrear al cuchillero más mentado de Palermo, Juan Muraña, quien sin duda pudo conocer a Correa.

Quedé mirando a Ramírez mientras bebía su ginebra. Después nuestras miradas se encontraron y vi en sus ojos una cierta mansedumbre. Tomó su chambergo, como siempre le sacó una imaginaria pelusa, se lo acomodó bien requintado, se puso de pie y al darme un fuerte apretón de manos me dijo:

Sabe don Braulio que dispongo de poco tiempo para venir a verlo. Después vuelvo a la nada… ni se adónde vuelvo. Algún día le voy a pedir que me ayude a descubrir por qué me mataron. Lo que pasó con Correa ya lo entendí. ¡Hasta la vuelta!

Yo quedé parado junto a la mesa del bar contemplando alejarse ¡a mi personaje!, sintiendo en la mano la fuerza del apretón y experimentando una extraña sensación en la garganta que no lograba definir.

Braulio Senda

Diálogos del arrabal  ISBN 978-987-46957-4-1

MENCIÓN DE HONOR NARRATIVA 2020-2021 SADE

martes, 31 de agosto de 2021

Prólogo de "Diálogos del arrabal"

         Diálogos del arrabal es un libro que contribuye al enriquecimiento y valoración de una jerga: el lunfardo que ha ido adquiriendo categoría estética en obra de letristas de tangos y en poemas o cuentos de prestigiosos escritores, como Jorge L. Borges, y se ha ido expandiendo fuera de los límites rioplatenses. Su autor, Braulio Senda ha diseñado una estructura bipartita subtitulada Malevos y Gardel. Inicia su escritura con una intertextualización de su anterior libro Cuentos con historia, del que toma un personaje, Floreal Ramírez, que busca a su contrincante, Inocencio Correa, luego de una pelea a cuchillo que no definió al vencedor. Floreal Ramírez, luego de una insólita e insistente llamada telefónica al autor, le propone un encuentro para contarle lo ocurrido con él mismo y con los malevos de su tiempo, algunos de ellos mentados por Borges. En efecto, los epígrafes de Borges dan cuenta de la presencia o desaparición en el tiempo de algunos de estos personajes suburbanos.  Es así como Braulio Senda completa lo acontecido con ellos pero a través de la voz de su interlocutor procedente de un pasado remoto, invisible para todos, menos para el autor. En efecto, a través de una inserción dialogal en la narración y, obviamente, la consecuente intertextualización que los epígrafes señalan, nos enteramos de lo acontecido a Jacinto Chiclana, a Manuel Flores, a Don Nicanor Paredes, al apodado El títere “que hace laburar a mujeres”, al chileno Saverio Suárez a quien “lo cosieron a puñaladas” y al Malevo de Fierro cuya historia tiene un epígrafe de María Luisa Carnelli.

     Hay una breve introducción de Braulio Senda en la que da cuenta de los motivos de la elección de sus personajes: una tácita admiración a la búsqueda de fama y prestigio, el cuidado de una presencia, que luego se describirá en la vestimenta, la capacidad de seducción y habilidad como bailarines o guitarristas.

     El libro incluye el recurso metaficcional de la literatura de hoy. El autor habla de sí mismo y de su proceso de escritura, se incluye como personaje e incluye como personaje testigo a Stella Maris, que va tomando fotos en que no quedan indicios de la interlocución de Braulio con Floreal, pero sí de la simpatía demostrada por Gardel hacia ella, en la segunda parte del libro, bajo el subtítulo Gardel.

     Gardel es el referente de esta parte de la obra de Braulio Senda, el motivo son los lugares en que se exhiben estatuas, el busto, gigantografías, retratos, fotos del cantante, compositor de tangos, cultor del tango canción y el máximo exponente del género musical que tuvo en su voz y su presencia carismática la mayor difusión en el mundo de la canción popular de un momento histórico. Braulio Senda describe esos lugares que son precisamente los que guardan la huella en nuestro país y el Uruguay de El Mago, el Zorzal Criollo, el Mudo, el Morocho del Abasto, el Rey del tango, Carlitos, Troesma, apelativos que el autor aplica a distintos momentos de su encuentro imaginario y supuesto diálogo con su interlocutor que va contando fragmentos de una vida, hasta hoy enigmática, pero que el escritor da a conocer sin entrar en detalles conflictivos para los historiadores. Es así como se explicitan los datos principales de una biografía aceptada aunque no del todo comprobada, razón por la que el escritor apela a estrategias evasivas, como el lugar de nacimiento, los padres y las sucesivas residencias de su personaje. Lo principal es que reivindica el reconocimiento de Gardel en este país, su éxito en Europa y la memoria viva de los barrios porteños y ciudades rioplatenses por donde transitó. Hay una frase indiscutida: “Cada día canta mejor” que el autor destaca en su libro, como del mismo modo, la amistad y el dúo artístico con José Razzano,

     El título del libro se justifica también en esta parte, ya que las pendencias y provocaciones entre malevos diestros en pelear con cuchillos se convirtieron en motivos de sainetes suburbanos y tangos con tipos sociales de los suburbios rioplatenses en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Por otra parte, hay un adecuado manejo del lunfardo, jerga del habla subestándar popular de los criollos descendientes de los gauchos que vivieron en los arrabales convirtiéndose en los “guapos” cuchilleros y en los “compadritos” bailarines de milonga y tango, guitarristas y proxenetas que Borges recuerda en su poema “Los compadritos muertos”.

     Es este un libro que indudablemente, tendrá muy buena recepción por los lectores y que se cierra con un poema del autor.

Lic. Bertha Bilbao Richter

Vicepresidenta del Instituto Literario y Cultural Hispánico (ILCH)

Miembro de Número de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina

domingo, 22 de agosto de 2021

Contratapa de "Diálogos del arrabal"

      La historia de una vida comienza en un punto cualquiera. Tal vez Floreal Ramírez no sabía qué sería de su vida y, por lo tanto, la suya no tiene inicio. Pero el tiempo no borra nada. Braulio Senda, personaje y testigo captado por Floreal, en la locura fisiológica del sueño, se presenta despiadado como la verdad y la naturaleza. ¿Con qué fragmento del mundo pasado insiste en penetrar la actualidad? Contemporáneo de Paredes y Chiclana, para Floreal ser guapo y cuchillero fue una cuestión de autonomía; una forma de vida que apareció por entonces por este lado del Río de la Plata. Y los encuentros con esa otra realidad, se dan en el choque con el inconsciente, desde donde Braulio desmadeja, con maestría sobre la mesa de un bar, los hechos interiores y ulteriores; es decir la materia prima de éstos relatos. Como merodeador de misterios, Gardel siempre presente en el imaginario popular, no podía estar ausente de los devaneos oníricos de Braulio, imantado a la sonrisa del morocho, para darnos la oportunidad de compartir sus divagaciones y complicidades junto al monumento.

Otilia Da Veiga         

Poeta y Presidente de la     

Academia Porteña del lunfardo


miércoles, 21 de julio de 2021

Amigo

 Eucaliptus añoso y seco,

¡cuántas veces a tu lado pasé!

¡Cuántas noches de luna, serenas,

tu oscura silueta al andar divisé!

 

Aún cuando el cielo no estaba estrellado,

y te vestías con manto de brava tormenta,

desde lejos veía tu enhiesta figura

de pié, cual si fueras un viejo profeta.

 

Desde entonces fuimos amigos.

Al pasar –tarde o noche- te hablaba

y tu voz era el silbo del viento

en tu tronco, que me contestaba.

 

Pero un día al llegar ya no estabas

de pié, orgulloso, señalando el cielo.

Y vi la grandeza de tu cuerpo seco

allí, abatido, cual bravo guerrero.

 

El filo del hacha vibraba al golpearte.

Sé que en silencio sufrimos los dos.

Y escuché el eco de tu voz nudosa:

repitiendo -¡¡¡Adiós… amigo… adiós!!!

                                        Jorge Klinger

ENCUENTROS DE CAFÉ    ISBN 978-987-28908-6-5

lunes, 12 de julio de 2021

Ño Onti

             Una tarde de primavera en los Andes australes, Mallku Kunturi, Señor de las Alturas, acondiciona la gran caverna en la que habita. Espera la visita de Pachamama. Una o dos veces al año ellos se encuentran para dialogar y evaluar el comportamiento de los hombres a su cuidado. Cuando arriba la visita, ambas divinidades se saludan con un fraterno abrazo.

¡Mallku, qué alegría verte!

¡Bienvenida, Pachamama! Hace muchas lunas que no nos vemos.

 Y se sientan en torno al fuego a beber té de coca y conversar. Pachamama manifiesta alguna preocupación por el cariz que fue tomando el desarrollo de la civilización incaica.

¿Qué es lo que le preocupa, Mama? -pregunta él.

¡El Inca, Mallku, el Inca! Desde los tiempos del anciano Viracocha les he estado enseñando a vivir en comunidad y en paz. Y en verdad mucho han aprendido, pero desde que el Inca se designó a sí mismo como Hijo de Inti (el sol), considerándose un dios, las cosas fueron cambiando. Y ahora extienden su dominio sobre otros pueblos quienes también están a nuestro cuidado. ¡Y han comenzado a practicar sacrificios humanos, cosas que jamás les enseñé que hicieran!

¿Y qué es lo que vamos a hacer para corregirlos?

No lo sé, Mallku. ¡No lo sé! ¡Ayúdame a buscar una solución! Pero ahora, sírveme otra taza de ese rico té que sabes preparar para mí.

Mientras el “Señor de las Alturas” sirve una nueva ronda de la cálida infusión, pregunta:

¿Te has fijado en el joven que luna tras luna escala la montaña y trepa aún a los picos nevados?

No, no lo he visto. Debo andar muy preocupada para no haberme dado cuenta. ¿Quién es y qué hace?

No lo sé. Pero lo he visto trepar las peñas dejando jirones de su calzado de por sí muy pobre. Se envuelve las manos con trapos que siempre terminan húmedos con su sangre. No sé qué busca, pero es constante y decidido. No he visto nunca decaer su ánimo.

¡Qué extraño! Éste no es lugar para humanos.

Mallku se acerca a la entrada de la caverna y otea las alturas. De pronto exclama: -¡Mira, Mama Pacha, allí está! Trepando, como siempre, trepando para luego descender.

Madre Tierra se aproxima y observa la tarea del muchachito, casi un niño, que sube y sube sin mirar atrás. Después de un rato, cuando el escalador llega a la zona nevada, ella habla:

Mallku, ve a buscarlo y tráelo. Mientras tanto yo cocinaré un guiso de quinoa y papa púrpura, espesado con kiwicha y embebida en sacha inchi, bien calentito para compartir con él.

Cuando llega el dueño de casa con el visitante, los espera un caldero humeante del que emana un delicioso aroma. El joven no se imagina ante quienes se encuentra. Para él se trata de un par de ancianos con cara de buenos. A manera de bienvenida, Pachamama le brinda un abrazo que le transmite calor al aterido y pequeño cuerpo del invitado.

Ven, siéntate junto al fuego y comparte con nosotros este alimento.

¡Gracias, señora! ¡Huele rico!

La comida transcurre en silencio. Las divinidades se limitan a observar al hambriento huésped. Finalmente, Mallku pregunta:

¿Cómo te llamas y qué haces por estas montañas?

Ño Onti (pobre) me llaman, porque nada tengo; ni padres, ni hermanos. Mi familia es la comunidad. Somos Huarpes algarroberos.

¿Y por qué cada nueva luna trepas las montañas casi sin alimento y sin abrigo?

Porque unos viajeros hace mucho tiempo contaron que hay un pueblo que construye caminos en la montaña y que avanzan sin cesar. Y yo quiero divisarlos de lejos antes que lleguen para avisarle a mi gente. No sé qué haremos, pero estaremos avisados. Quizás ustedes me pudieran ayudar con un poncho abrigado para cuando lleguen las nieves.

Pachamama y Mallku se miran, poniéndose de acuerdo sin palabras. Afuera, pasa el viento silbando. Entonces él sale de la caverna y comienza a entonar quedamente una letanía que es como un rezo dirigido a las cumbres nevadas, a los desfiladeros y al viento que se calla y deja de bailar. Entonces ella, mirando fijamente los ojos del jovencito le habla:

Te ayudaré si solamente confías en que lo haré.

La mirada de la extraña mujer le transmite una gran serenidad. Entonces, sin dudarlo, responde: -Sí, ¡confío!

Entonces, tomados de la mano salen de la cueva y se paran en el borde del abismo. Ya no silba el viento. El silencio presta atención a la canción de Mallku. Entonces Pachamama le pide que cierre los ojos y que extienda sus brazos en cruz. Cuando el jovencito obedece, ella le dice:

Ño Onti, desde hoy te llamarás Kuntur y serás el vigía eterno de tu pueblo. Siempre cuidaré de ti y cuando lo necesites, podrás venir a conversar con Mallku Kunturi. Ni siquiera el Aconcagua se interpondrá en tu visión.

Sumándose al canto de Mallku, ella empuja con suavidad al joven hacia el abismo, quien sin abrir los ojos y con los brazos en cruz comienza su descenso en caída libre, totalmente confiado en las palabras que le dijera Pachamama. Experimenta cómo el aire lo envuelve con fuerza arrancándole la ropa, pero en vez de frío su cuerpo comienza a sentir un ligero cosquilleo y luego una agradable sensación de calor. Sus oídos parecen escuchar nuevos sonidos. De pronto su caída se detiene y le parece que comienza a ascender lentamente. Entonces decide abrir los ojos.

La visión lo llena de asombro. ¡Se está elevando planeando en círculos! Examina entonces sus brazos abiertos y descubre que ya no son tales sino alas, ¡inmensas alas de plumas negras y blancas! que lo sostienen en el aire cálido que sube trazando espirales. Todo su cuerpo está cubierto de plumas y sus pies son ahora grandes garras. ¡Pachamama lo ha convertido en un ave inmensa! Entonces bate sus brazos, en realidad sus alas y comienza un ascenso en línea recta hacia las altas cumbres.

Jorge Klinger

 Encuentros de café II   ISBN 978-987-46957-0-3   

miércoles, 26 de mayo de 2021

Bohemia nocturna

Bohemia nocturna    cita deseada,

semántica danza que dirige mi pluma,

juego reglado de signos verbales.


Literaria bohemia    sintagmático disfrute,

por las noches resurges  y me rindo

en los brazos de tus sagrados versos.


Plácida me esperas     vibrante bohemia,

mis sueños despiertan sobre esta página en blanco.


El silencio     mi amigo,

oye voces que resuenan     quieren estar presentes,

me concentro rigurosa y las salvo del olvido.

                                            Stella Maris Zamora Amigo

Poemas en el tercer espacio    ISBN 978-987-46957-6-5


martes, 11 de mayo de 2021

El malevo de Fierro. Fragmento

.        .        .        .        .        .        .        .        .        .        .        .        .        .        .        

Yo pregunté asombrado: –¿Fierro, El Malevo de Fierro? –Se trata de una escultura que su autor José Perera donó al municipio y que por muchos años formó parte del acervo cultural de Valentín Alsina.

–El mismo. Tenía que verlo manejar el facón. ¡Era una luz, meta punta y tajo! Hace poco anduve buscando la calle del herrero, pero ¡ni rastros! Todo cambió. Aunque en la entrada del puente vi un monumento que pa’ mí era la cara de’l. Al tiempo crucé el puente con rumbo a Pompeya y la estatua no estaba más. ¡Jué pucha con el que la hizo sacar! Me cabrié tanto que, no sé cómo, le escribí algo al malevo.

Terminó de hablar y me entregó un papel de estraza doblado en cuatro. Cuando lo quise leer, me atajó la mano pidiéndome que lo ojeara en otro momento. Lo guardé junto a las fotografías y cambiando de tema, le dije que había averiguado por qué lo habían matado.

Se enderezó en la silla y me preguntó: –¿Posta, don Braulio?

–Posta –respondí–. Fue la contra de su patrón cuando usted era guardaespaldas de aquel sindicalista, ¿se acuerda?

–¡Si me acordaré! Fue cuando tuve que cambiar el naife por el bufoso. Fueron los tiempos más fuleros para mí. El arma del malevo es el cuchiyo ¡y ta! Así que me mataron a mí, que no tenía nada que ver, pa’ dejarle un mensaje a mi trompa. Mala suerte la mía, ¿no? Pero ésta es una noticia pa’ empinarse una ginebrita, ¿no le parece? -y ahí nomás le hizo una seña al mozo, que vino con una copita para mí.

–¡Salud, Floreal!

–Salú, don Braulio, ¡y gracias!

En esta oportunidad salimos juntos del bar. Nos despedimos con un apretón de manos, sin palabras. Observé una sonrisa en su rostro. Tenía una extraña luminosidad en la mirada. Después de ajustarse el pañuelo en el cuello, se alejó caminando despacio, con la mano izquierda en el bolsillo del saco y balanceando apenas la derecha. Comencé a seguirlo y después de caminar dos cuadras su figura comenzó a aclararse más y más con cada paso, hasta que simplemente se esfumó en el aire tardecino de un cálido diciembre.

Braulio Senda

Diálogos del arrabal    ISBN 978-987-46957-4-1

                               MENCIÓN DE HONOR NARRATIVA 2020-2021 SADE

Diálogos y Floreal Ramírez

Comentario breve de la escritora Graciela Vodicka. 

      Se ve que lo extrañaba a Floreal Ramírez. Será porque se esfumó esa tarde de diciembre, así como así, sin poder averiguar sobre su propia muerte.

      Será porque me gusta el malabar con el tiempo, esa mixtura entre el café de Pavón y esos tugurios que revive Floreal o que tal vez reviven para que él los transite.

      Será porque me gusta retomar el curso de esos personajes que de alguna manera honran al gran Borges pero que fundamentalmente mantienen entretenido y asombrado a Floreal.

      Lo que puede el paso del tiempo con un maula, hasta la cicatriz del pasado le va borrando.  Pero no se puede negar su perseverancia. Además se las tuvo que arreglar solito porque su creador poco pudo aportarle. Además, pobre Floreal, tuvo que hacer frente a los desafíos de la modernidad.

      Cuando ande por ese bar, si está el mozo testigo de los encuentros lo voy a invitar yo a un café para que me cuente lo que él opina. Eso si, al mozo conocido, porque en uno de los encuentros no se bien por qué aparece otro.

      Bueno, a seguir entreverándome en estos diálogos.

miércoles, 7 de abril de 2021

Hasta que aclare

 

Eduardo Cormick: Hasta que aclare. Buenos Aires, El BIEN del SAUCE, 2017. 128 PP. 

Reseña por Jorge Klinger

     Hasta que aclare o hasta que escampe la lluvia, significa en el dialecto criollo que es momento de esperar que la tormenta pase, de hacer un alto en la vorágine de la vida contemporánea; ¡y qué mejor oportunidad para leer estos dieciséis cuentos que generosamente Eduardo Cormick nos ofrece cubriendo más de un siglo de nuestra historia hasta que todo se pueda observar con más nitidez!

      Desde finales del Siglo XIX hasta principios del Siglo XXI, Cormick nos va conduciendo, como de la mano, por senderos que si no recorrimos al menos los vimos al pasar siguiendo nuestro propio derrotero. Desde la llamada Conquista del Desierto hasta los que hoy ofrecen su vida para que los desclasados puedan vivir mejor, pasando por la última dictadura, la guerra de Malvinas e incursionando a mi entender en el realismo mágico en “De luces” y “El buscado”.

      El autor multi premiado, dentro y fuera de su pago chico, escribe tanto en tercera persona como en primera y no desdeña el uso del diálogo como forma del discurso.

     Eduardo se encarga de poner de manifiesto a pie de página cada cuento que tiene un sustento verídico o que se trata de una realidad ficcionada, para que no le queden dudas al lector. Su idiolecto es claro, sencillo, contemporáneo y culto; de fácil lectura y atrapante. El haber nacido en Junín, Oeste de la Provincia de Buenos Aires y estar radicado en la C.A.B.A., no le impide llevarnos a recorrer la Patagonia o aventurarnos en las terribles consecuencias de una guerra sin sentido.

     En “Se va Camila” logra poner un toque de ironía para aliviar lo denso de la tragedia en ciernes de una historia, no por repetida menos real de nuestro pasado casi reciente. “Adela y Cocoliche” rescata hermosamente a ese personaje casi olvidado de nuestros campos que fue el caminante, un tipo social –diferente al del linyera- a quien se le ha dado muy poco espacio en nuestra literatura. ¡Bien por Eduardo!

     Con maestría, nuestro autor –porque a esta altura ya debo mencionarlo como tal- nos muestra la otra cara de la moneda de las secuelas de guerra que tanto nos avergonzaran en su momento, regalándonos un relato que deberíamos multiplicar por miles para sanar nuestra debilitada salud social, en “Paladium”y redescubrir que no todo está perdido por más que pretendan hacérnoslo creer.

     En fin, pienso firmemente que éste es un libro para desensillar y leer hasta que aclare.

Jorge Klinger

miércoles, 17 de febrero de 2021

Otro punto de vista.

SENDA, BRAULIO. Diálogos del arrabal. Lanús Oeste (Bs As) : BRAUSE, 2020, 90 p.

Reseña breve por Lidia Rissotto.

     ¡Qué buen trabajo, con tanto humor!

     No sé si es mi imaginación, pero sospecho mucha tarea de investigación sobre la figura del malevo. No me parece que las historias que surgen de los diálogos con Floreal Ramírez  sean solamente un revés de la trama de las milongas de Borges, aunque la intertextualidad con ella resulte tan fluida y parezca tan espontánea. Me pareció excelente el desenlace con la figura de Floreal disolviéndose mientras se aleja: una bella imagen visual que pone al narrador en una perspectiva de observador externo compartida con el lector.

     Respecto de la segunda parte, me divirtieron mucho las fotos de Braulio con Gardel. Observé un detalle: la primera de las fotos, cuando los quías recién se conocen en Chascomús, es muy formal. Después, con el tiempo, se ve que van tomando confianza, en algún momento parece que Braulio se agrandó un poco hasta que al final hay casi una mímesis entre los dos...

     Me gustó MUCHO la escena del nacimiento del tango, con el marco del conventillo, los músicos que son una síntesis de lo que, supongo, debió ser la sociedad inmigrante de la época. Sí, es posible que el tango haya nacido así.

     La ficción aporta dinamismo al contenido histórico de las primeras décadas del tango desde la visión de Gardel, sumado a la informalidad de las voces en primera persona propias del diálogo. ¿El resultado?: un relato atractivo, amable, que invita a ser leído.

     Dos lujos de aquellos: el prólogo de Bertha Bilbao Richter y la nota de cierre de Otilia Da Veiga!!!

                                                                                             Lidia Rissotto

El Morocho del Abasto

 

Cierta vez fuimos con unos amigos al Almacén de Gerli a disfrutar la representación de un grupo de narradores. Fue una hermosa reunión donde nos emocionamos y regocijamos con los cuentos en un ambiente realmente mágico. Al finalizar la velada, que fue un verdadero espectáculo, mientras los conocidos saludaban a los artistas, yo me entretuve observando la decoración de las paredes. Resultaba agradable ver colgados elementos del siglo pasado; patentes de automóviles, changuitos y carritos para bebés de época, afiches de películas antiguas, etc.

Cerca de la barra, en la pared de la derecha había una gigantografía de Carlos Gardel. Como la sonrisa del Morocho del Abasto me encanta, permanecí observándola un buen rato. De pronto me pareció que la imagen hacía un cabeceo, como invitándome a que me acercara. Con mucha curiosidad, disimuladamente me fui aproximando. Al llegar junto a la pintura, una voz a mi espalda dice:

-¡Síii! Sentate junto a Gardel que te saco una foto.

Detrás mío, cámara en mano estaba Stella Maris, así que me acomodé para la fotografía. Ni bien tomé asiento, la voz del Morocho me susurró al oído:

-¡Qué manera de chamuyar estas minas, ché! Me hicieron recordar a las rubias de Nueva York, que se la pasaban parla que te parla.

Sin voltear la cara, mirando siempre a la cámara le pregunté si las rubias eran rubias de verdad o se teñían.

Se rio con ganas y continuó hablando:  -Sí y no. En la película había cuatro rubias y una morocha argentina. Con ella tuve un fato que duró bastante. Pero las rubias eran pura pose y abanicar pestañas. Se disputaban mi compañía y una ¡hasta quería casarse!

-¡Así que casi lo pialan durante el rodaje!

-¡Epa, epa! ¡Eso estuvo demás! Yo soy bastante arisco y habilidoso para esquivar pialadas.

-Entonces ¿la canción fue para las rubias y el amor para la morocha?

-Exacto. Lo profesional por un lado y el romanticismo por otro. Si se mezclan es peligroso.

-Hablando de todo un poco, ¿cómo lograron componer un foxtrot, ustedes que son tangueros de ley?

-Chabón, ¡Buenos Aires es una ciudad musical! Acá hay de todo y se cultivan todos los géneros. La tierra no sólo dio trigo y maíz; nos brindó cientos de cantores populares, poetas, músicos y compositores, cuando los alambrados y las maquinarias los empujaron hasta los arrabales de la ciudad. Además, acá nacieron Gabino Ezeiza, José Betinotti y tantos otros payadores. La noche de Buenos Aires también fue propicia para los amantes del jazz. Yo anduve en varios tugurios de esos, por eso componer un foxtrot no nos resultó difícil. El Pepe Razzano era una luz para escribir música de oído.

¡Y yo pensé que estaba aquí, posando para una foto y hablando con El Morocho del Abasto! Como si me hubiera leído el pensamiento, él comentó:

-¡Ah, el Abasto! Allá gritaban como desaforados los changarines y en Nueva York chillaban las rubias. Cuando se reían, se reían todas juntas y parecía que estaban matando un chancho. ¡Qué me contás!

-A pesar de la mucha parla, ¿qué le pareció el espectáculo?

-Me gustó mucho esa veterana que presentaron como la mamá de un tal Apo. Cuenta lindas historias.

En ese momento Stella Maris me dice: -Parate que saco la última.

Después, mirando las tomas en la cámara, no noté ningún movimiento de mis labios ni de los del Morocho. ¿Habrá sido sólo imaginación mía?

Al dirigirnos a la salida, saludé a la pintura con la mano y El Morocho me devolvió el saludo con un cabeceo.

Braulio Senda

Diálogos del arrabal     ISBN 978 987 46957 4 1     

MENCIÓN DE HONOR NARRATIVA 2020-2021 SADE

Manuel Flores

 

                                                     Manuel Flores va a morir,

eso es moneda corriente;

 morir es una costumbre

que sabe tener la gente.

Y sin embargo me duele

 decirle adiós a la vida,

esa cosa tan de siempre,

 tan dulce y tan conocida.

Jorge Luis Borges

 

     Un atardecer raro de junio, que dé a ratos llovía y de a ratos salía el sol, como andaba falto de inspiración me dirigí al bar de la calle Pavón. Me acomodé en la mesa de siempre y pedí un cortado tal como era mi costumbre. Al mirar al mozo me di cuenta que no era el mismo de siempre. Después que dejó el pedido y se retiró, yo me dediqué a revolver el café preguntándome si volvería a aparecer Ramírez. Después entretuve la espera mirando correr el agua contra los cordones de la vereda mientras intentaba garabatear las líneas de un poema. En eso lo vi llegar, con su paso lento y su funyi gris.

     Entró al bar y sin saludar al mozo vino directamente a mi mesa. Nos estrechamos las manos y se sentó frente a mí, como era su costumbre. Entonces, suponiendo que el mozo nuevo no lo podía ver, levanté la mano y lo llamé. Ambos guardábamos silencio. Él jugueteaba con el sombrero. Cuando llegó el mozo yo tenía el café por la mitad.

     -¿En qué puedo servirlo? -preguntó, mientras Ramírez lo miraba y se sonreía con sorna.

     -Tráigame un café y una ginebra.  -le pedí. Cuando intentó levantar mi cortado le dije:

     -No, no. Déjelo y traiga el nuevo pedido.

     Me miró extrañado, se encogió de hombros y volvió a la barra.

     -Se dio cuenta, ¿no? Hoy solamente usté me puede ver.

     -¿Y eso por qué? -pregunté, a lo que él respondió:

     -Ni la menor idea.

     -Yo tampoco me lo imagino. -dije ocultando el asombro que me provocaba estar hablando con uno de mis personajes como si estuviera vivo.

     -¿Y, sigue ocupado con las letras de su amigo? -preguntó mientras el mozo ponía el café y la ginebra sobre la mesa frente a mí.

     Cuando se retiró, Ramírez acomodó el pocillo y la copa frente a sí y me miró con curiosidad.

     -Sí, sí. Estoy leyendo la milonga de Don Manuel Flores.

     -¡Manuel Flores, qué tipo! ¡Un guapo como pocos!

     -¿También lo conoció? -pregunté ya sin experimentar sorpresa.

     -Sí, don Braulio, lo conocí. Fue en un piringundín de San Telmo. Me dijo que él me podía averiguar algo de Correa. Quedamos en encontrarnos una noche en la calle Defensa en la esquina frente al parque. Al ir llegando, de lejos vi la estampa del guapo recostado a la columna de un farol, con el pucho humeando entre los labios y las manos en los bolsillos. Tranquilo, esperando. Cuando me faltaba media cuadra para llegar hasta él, Manuel se enderezó, tiró el pucho, manoteó el naife y mirando fijamente hacia el parque, le gritó a alguien que yo no alcancé a ver:

     -¡Atrévanse, cobardes! -y en ese momento escuché cuatro disparos. Vi los fogonazos salir de dos armas. Las balas golpearon el pecho de Manuel Flores tirándolo contra el farol.  Yo me largué a correr hacia el parque pegado a la pared mientras Flores doblaba las rodillas y se deslizaba lentamente hasta quedar tendido en la vereda. Cuchillo en mano, desde la esquina traté de ver algo, pero sólo vi oscuridad. Entonces me acerqué al caído. Manuel Flores murió con cuatro tiros en el pecho, los ojos abiertos y la mano agarrotada en el cuchillo. Le cerré los ojos, le acomodé el gacho para que la luz del farol no molestara su alma en la partida y me fui.

     Floreal Ramírez quedó con la mirada perdida en el vacío mientras yo terminaba mi café. Después dejó unas monedas sobre la mesa, se acomodó el funyi y me dijo muy serio:

     -Hasta más ver don Braulio. Esta vez, invito yo, y dejó unas monedas sobre la mesa.

     Guardé las monedas antiguas en un bolsillo, le pagué al mozo con billetes buenos y me retiré del bar.

Braulio Senda

Diálogos del arrabal      ISBN 978 987 46957 4 1     

                           MENCIÓN DE HONOR NARRATIVA 2020-2021 SADE