Cierta
vez fuimos con unos amigos al Almacén de Gerli a disfrutar la representación de
un grupo de narradores. Fue una hermosa reunión donde nos emocionamos y
regocijamos con los cuentos en un ambiente realmente mágico. Al finalizar la
velada, que fue un verdadero espectáculo, mientras los conocidos saludaban a
los artistas, yo me entretuve observando la decoración de las paredes.
Resultaba agradable ver colgados elementos del siglo pasado; patentes de
automóviles, changuitos y carritos para bebés de época, afiches de películas
antiguas, etc.
Cerca
de la barra, en la pared de la derecha había una gigantografía de Carlos Gardel.
Como la sonrisa del Morocho del Abasto me encanta, permanecí
observándola un buen rato. De pronto me pareció que la imagen hacía un cabeceo,
como invitándome a que me acercara. Con mucha curiosidad, disimuladamente me
fui aproximando. Al llegar junto a la pintura, una voz a mi espalda dice:
-¡Síii! Sentate junto a Gardel
que te saco una foto.
Detrás
mío, cámara en mano estaba Stella Maris, así que me acomodé para la fotografía.
Ni bien tomé asiento, la voz del Morocho me susurró al oído:
-¡Qué
manera de chamuyar estas minas, ché! Me hicieron recordar a las rubias de Nueva
York, que se la pasaban parla que te parla.
Sin
voltear la cara, mirando siempre a la cámara le pregunté si las rubias eran
rubias de verdad o se teñían.
Se rio
con ganas y continuó hablando: -Sí y no.
En la película había cuatro rubias y una morocha argentina. Con ella tuve un
fato que duró bastante. Pero las rubias eran pura pose y abanicar pestañas. Se
disputaban mi compañía y una ¡hasta quería casarse!
-¡Así que casi lo pialan
durante el rodaje!
-¡Epa,
epa! ¡Eso estuvo demás! Yo soy bastante arisco y habilidoso para esquivar
pialadas.
-Entonces ¿la canción fue para
las rubias y el amor para la morocha?
-Exacto.
Lo profesional por un lado y el romanticismo por otro. Si se mezclan es peligroso.
-Hablando
de todo un poco, ¿cómo lograron componer un foxtrot, ustedes que son tangueros
de ley?
-Chabón,
¡Buenos Aires es una ciudad musical! Acá hay de todo y se cultivan todos los
géneros. La tierra no sólo dio trigo y maíz; nos brindó cientos de cantores
populares, poetas, músicos y compositores, cuando los alambrados y las
maquinarias los empujaron hasta los arrabales de la ciudad. Además, acá
nacieron Gabino Ezeiza, José Betinotti y tantos otros payadores. La noche de
Buenos Aires también fue propicia para los amantes del jazz. Yo anduve en
varios tugurios de esos, por eso componer un foxtrot no nos resultó difícil. El
Pepe Razzano era una luz para escribir música de oído.
¡Y yo
pensé que estaba aquí, posando para una foto y hablando con El Morocho del
Abasto! Como si me hubiera leído el pensamiento, él comentó:
-¡Ah,
el Abasto! Allá gritaban como desaforados los changarines y en Nueva York
chillaban las rubias. Cuando se reían, se reían todas juntas y parecía que
estaban matando un chancho. ¡Qué me contás!
-A pesar de la mucha parla,
¿qué le pareció el espectáculo?
-Me
gustó mucho esa veterana que presentaron como la mamá de un tal Apo. Cuenta
lindas historias.
En ese momento Stella Maris me
dice: -Parate que saco la última.
Después,
mirando las tomas en la cámara, no noté ningún movimiento de mis labios ni de
los del Morocho. ¿Habrá sido sólo imaginación mía?
Al dirigirnos a la salida,
saludé a la pintura con la mano y El Morocho me devolvió el saludo con
un cabeceo.
Braulio Senda
MENCIÓN DE HONOR NARRATIVA 2020-2021 SADE
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