Eucaliptus añoso y seco,
¡cuántas veces a tu lado pasé! 
¡Cuántas noches de luna, serenas, 
tu oscura silueta al andar divisé! 
Aún cuando el cielo no estaba estrellado, 
y te vestías con manto de brava tormenta, 
desde lejos veía tu enhiesta figura 
de pié, cual si fueras un viejo profeta. 
Desde entonces fuimos amigos. 
Al pasar –tarde o noche- te hablaba 
y tu voz era el silbo del viento 
en tu tronco, que me contestaba. 
Pero un día al llegar ya no estabas 
de pié, orgulloso, señalando el cielo. 
Y vi la grandeza de tu cuerpo seco 
allí, abatido, cual bravo guerrero. 
El filo del hacha vibraba al golpearte. 
Sé que en silencio sufrimos los dos. 
Y escuché el eco de tu voz nudosa: 
repitiendo -¡¡¡Adiós… amigo… adiós!!!
                                        Jorge Klinger
 
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