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Yo
pregunté asombrado: –¿Fierro, El Malevo de Fierro? –Se trata de una escultura
que su autor José Perera donó al municipio y que por muchos años formó parte
del acervo cultural de Valentín Alsina.
–El
mismo. Tenía que verlo manejar el facón. ¡Era una luz, meta punta y tajo! Hace
poco anduve buscando la calle del herrero, pero ¡ni rastros! Todo cambió.
Aunque en la entrada del puente vi un monumento que pa’ mí era la cara de’l. Al
tiempo crucé el puente con rumbo a Pompeya y la estatua no estaba más. ¡Jué
pucha con el que la hizo sacar! Me cabrié tanto que, no sé cómo, le escribí
algo al malevo.
Terminó
de hablar y me entregó un papel de estraza doblado en cuatro. Cuando lo quise
leer, me atajó la mano pidiéndome que lo ojeara en otro momento. Lo guardé
junto a las fotografías y cambiando de tema, le dije que había averiguado por
qué lo habían matado.
Se
enderezó en la silla y me preguntó: –¿Posta, don Braulio?
–Posta
–respondí–. Fue la contra de su patrón cuando usted era guardaespaldas de aquel
sindicalista, ¿se acuerda?
–¡Si
me acordaré! Fue cuando tuve que cambiar el naife por el bufoso. Fueron los
tiempos más fuleros para mí. El arma del malevo es el cuchiyo ¡y ta! Así que me
mataron a mí, que no tenía nada que ver, pa’ dejarle un mensaje a mi trompa.
Mala suerte la mía, ¿no? Pero ésta es una noticia pa’ empinarse una ginebrita,
¿no le parece? -y ahí nomás le hizo una seña al mozo, que vino con una copita
para mí.
–¡Salud,
Floreal!
–Salú,
don Braulio, ¡y gracias!
En
esta oportunidad salimos juntos del bar. Nos despedimos con un apretón de
manos, sin palabras. Observé una sonrisa en su rostro. Tenía una extraña
luminosidad en la mirada. Después de ajustarse el pañuelo en el cuello, se
alejó caminando despacio, con la mano izquierda en el bolsillo del saco y
balanceando apenas la derecha. Comencé a seguirlo y después de caminar dos
cuadras su figura comenzó a aclararse más y más con cada paso, hasta que
simplemente se esfumó en el aire tardecino de un cálido diciembre.
Braulio Senda
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