La ciudad fortificada se divisa imponente con las bocas de sus cañones mirando el horizonte, como a la espera del peligro, al amparo de su ciudadela y de su cerro. Los navíos de la flota se mecen tranquilamente en las mansas aguas de la bahía.
Un poco hacia el Este y entre las rocas de la orilla, un negro cuarentón y dos niños sentados, pescando, conversan animadamente como buenos amigos. El esclavo les cuenta a sus amitos historias de su África natal, de animales nunca vistos en estas tierras y sus propias aventuras infantiles. Los niños lo miran con asombro o ríen con alegría, mientras el rostro moreno sonríe feliz.
Cae la tarde y el grupo camina de regreso a la ciudad. El esclavo ladino(1) al medio, con un niño tomado de cada mano, y éstos con los avíos al hombro y los pescados atados por sus bocas con un mimbre, balanceándose en el extremo de las cañas. Cruzan el puente levadizo entre risas y cantos, felices.
Ya en la cocina de la casona, los niños saltando exhiben sus trofeos en alto.
-Abuela Bemba, Abuela Bemba, ¡mire lo que pescamos!
La esclava, cocinera y nana, toma los “trofeos” con una gran sonrisa y ordena al trío lavarse las manos y cambiarse la ropa, pues la cena está pronta.
La excusa para el paseo de aventuras es una caminata hasta las quintas de extramuros en busca de verduras frescas; y allá van los pequeños Nicolás y José al cuidado del sirviente negro. En el camino los niños entre risas y preguntas aprenden vocablos en la lengua que habla su amigo. Luego de compradas las verduras, un paseo hasta el arroyo que riega las quintas y la gran sorpresa: el moreno abre un envoltorio que llevaba cruzado a la espalda y les enseña un pequeño arco de ñandubay(2) que hiciera a escondidas con sus propias manos.
La tarde transcurre entre flechas y juegos, y esa extraña danza cadenciosa que el negro amigo les enseña con cariño. Al regresar, Abuela Bemba espera a los niños con una fuente de arroz con leche que devoran entre risas en la cocina mientras cuentan sus aventuras y ¡cómo cazaron el aperiá(3) con la trampa que el abuelo les enseñó a armar!
La noche se cierra sobre la ciudad y en la vieja casona las luces están todas encendidas; en la pieza de servicio, junto a la cocina, donde moran los sirvientes, hay una gran agitación. Se oyen llantos, gemidos y rezos en la extraña lengua africana. Bembo parece medir el patio con sus pasos yendo y viniendo una y otra vez; cada tanto se detiene a mirar hacia la puerta de la habitación, espera con atención, sacude la cabeza y sigue con sus pasos por el patio.
Nicolás y José se acercan al amigo y sus manitos de niño se pierden entre las callosas manos del moreno en un gesto de solidaridad, como diciendo ¡Aquí estamos! El abuelo Bembo dobla sus rodillas y abraza a sus amitos con profundo cariño. José, el menor, seca con sus manitas las lágrimas del abuelo; Nicolás pregunta qué es lo que está pasando.
-La abuela Bemba está por tener su hijo, pero como es mujer mayor el parto viene difícil. El niño no puede salir…
Nicolás se suelta del abrazo y sale corriendo hacia su habitación; José abraza con fuerza al abuelo hundiendo su cabecita en el pecho del moreno. Nicolás -a la carrera- regresa con el arco que Bembo les regalara, y mirándolo a los ojos le dice muy serio:
-Usted nos enseño que allá en su tierra, para alejar el mal, tiran una flecha al cielo y bailan candomblé(4); entonces, hagámoslo!
Hay asombro en el rostro del moreno, que contempla a sus pequeños amos como sin entender lo que dicen. José lo toma nuevamente de la mano y le dice:
-Vamos abuelo Bembo, ahora!!!
Nicolás tensa el pequeño arco y lanza una flecha sin punta que se pierde entre las hojas de la frondosa higuera mientras Bembo y José comienzan con los pasos de esa exótica danza ritual que los niños aprendieran entre juegos y a escondidas de sus mayores. Nicolás se suma al baile siguiendo las cadencias de la extraña melodía que brota quedamente de los gruesos labios africanos. La danza se detiene cuando desde la habitación del fondo se escucha el fuerte llanto de un bebé…
Casi treinta años han transcurrido y el niño José es ahora un hombre al servicio del Virrey. Cumpliendo una misión muy al norte, en el corazón mismo de las Misiones Orientales, compró un esclavo catalogado como rebelde y con varias fugas en su haber. Ambos hombres se miraron, sin decir palabra. A la memoria de José vino la imagen del viejo abuelo Bembo, quien le había enseñado hace mucho tiempo que la naturaleza de un hombre se ve en su mirada, porque los ojos no pueden ocultar lo que hay en el ser interior.
Concretada la compra, ordena al esclavista que le quiten las cadenas. Juntos y en silencio, esclavo y amo, se dirigen a la posada, en donde José escribe de su puño y letra una nota concediéndole la libertad al esclavo recién comprado.
-Es usted un hombre libre y esta carta lo asegura. Me llamo José, ¿y usted?
-Joaquín es mi nombre y me voy con usted.
Mirándose a los ojos ambos hombres se estrechan la mano, sellando de esta manera una amistad que ni la misma muerte podrá empañar.
Una década más tarde, José se encuentra al frente de los destinos de un puñado de colonos, criollos, indios y negros libres que decidieron luchar por precisamente por su libertad. Al haberles sido la ocasión esquiva, debieron emigrar del territorio de sus amores en busca de seguridad. La inmensa caravana de personas, animales y carretas avanza serpenteando como una inmensa anaconda(5), buscando vadear el Uruguay. Charrúas(6) y negros montando en pelo(7), se mueven incesantemente protegiendo los flancos Este y Sur del pueblo en marcha, mientras el río de la piel color marrón lo protege por el Oeste. Grupos de jinetes de uniforme azul y otros sin él recorren continuamente la larga procesión asegurándose que todos estén bien. Cada tanto se detienen para que los mayores puedan descansar y el ganado abrevar. Atrás quedaron los campos y escasas posesiones incendiadas para que el enemigo no pueda hacer uso de ellas.
En un alto del camino, hay un grupo especial reunido: un matrimonio entrado en años de inequívoco porte patricio(8) a quienes atienden un par de negros que ya no son esclavos pero que decidieron quedarse junto a sus antiguos amos y acompañarlos en la adversidad. El gallardo hijo del matrimonio patricio detiene su caballo y hecha pié a tierra. Toma las riendas del moro, el negro Joaquín, quién saluda al grupo educadamente con una inclinación de cabeza.
-Madre, ¿se encuentra usted bien? ¿Necesitan alguna cosa?
-“No, José, estamos bien” responde la dama mientras besa a su hijo en ambas mejillas.
-Padre, ¿no está usted demasiado bien vestido para tan incómodo viaje?
-“M’hijo, estamos bien. Hemos venido por nuestra propia voluntad y somos una familia más en la caravana.” Responde con serena firmeza el progenitor mientras abraza a su hijo.
Don José, como lo llama ahora todo el pueblo, estrecha en un abrazo a la pareja de morenos diciéndole a la anciana: “¡Abuela Bemba, ahora mismo le mando una sorpresa!”
José se aferra de las crines de su moro y de un salto se enhorqueta(9) como buen jinete. Saluda al grupo quitándose el sombrero y lo mismo hacen los gauchos que lo escoltan. Con un taloneo suave parten al trote largo hacia el final de la caravana.
Al poco rato llega un jinete a todo galope hasta el grupo familiar.
-“¡Bembé!” exclama la anciana negra estirando sus brazos hacia el ser querido…
Es un moreno criollo de unos treinta años, con el torso desnudo y armado de lanza y boleadoras como un Charrúa. Echando pié a tierra, clava la lanza y abraza a sus padres con fuerza. Con gran delicadeza besa la mano de su antigua ama y respetuosamente estrecha la mano de quien fuera su amo.
Padre e hijo se miran a los ojos tomados de los nervudos brazos en un largo silencio que rompe el anciano diciendo: “M’hijo, no se aleje nunca del niño José…”
-No lo haré, Padre, téngalo por cierto!
-¡Sivabonga(10), Bembé!
Los dos ancianos permanecen silenciosos, sentados muy juntos, hamacándose como al ritmo de sus corazones. Él con las dos manos apoyadas en su bastón; ella abrazándolo y apoyando su cabeza en el nervudo brazo izquierdo del compañero de toda su vida.
De pronto irrumpe el dueño de casa con una carta en la mano. Los ancianos se sobresaltan. El moreno alza los ojos que miran sin ver y pregunta: “Niño José María, qué sucede?”
El joven responde: “¿Recibí carta de mi padre! ¡Dice que está bien y me pide encarecidamente que cuide de ustedes para que nada les falte!
Quedamente los morenos entonan en su lengua madre una plegaria: “¡Gracia sobre gracia y gracia Orunmilá(11) te da… Te da la vida…te da fortaleza… te da amor…”
El monte ribereño cobija al grupo de guerreros que parecen fantasmas en la noche sin luna; los ojos fijos en la espesura, el oído atento y las lanzas listas para la defensa. Piafan(12) y resoplan nerviosos los fletes.
En el centro hablan con voz apenas audible dos hombres: Don José y un Charrúa mestizo. El primero le dice: “Francisco, paisano, usted ha de ser el último chasque(13) de la Patria en armas. La suerte de los bravos prisioneros depende ahora de su diligencia.” Le extiende un morral con todo el dinero que le queda y sigue diciendo: “Tenga, amigo, es todo lo que hay. Llegue usted lo antes posible al Porto Alegre y busque gente amiga que pueda aliviar las prisiones de nuestros hermanos. No se demore por favor.”
Ambos hombres se miran fijamente en silencio y se estrechan las manos con fuerza. Sin decir palabra, el chasque monta de un salto su flete, lo acaricia y le habla quedamente; el animal responde cabeceando y arañando la tierra con su mano izquierda. Un indio que brota de la nada le alcanza las riendas de otros dos caballos y Francisco, taloneando su alazán(14), se pierde en la espesura sin volver la vista atrás. Cuatro Charrúas montados lo siguen en silencio.
El Jefe se vuelve entonces al Cacique que lidera a los indios de pelea y le dice en su propia lengua: “Manuel, hasta acá llegó nuestra lucha. Vuélvanse a Arerunguá(15) y busquen a los hermanos dispersos, reúnanse y estén a salvo. Mi corazón siempre te acompañará” Sin más palabras, se abrazan en emocionada despedida. El Cacique Manuel monta y en silencio parte con su gente al paso con rumbo Sud-Este.
Sólo quedan los lanceros negros rodeando al caudillo.
-Amigos, paisanos… la patriada(16) se acabó… vuelvan con sus familias y sigan siendo hombres libres…
Apenas unos pocos pegan la vuelta, con lágrimas en los ojos y la cabeza gacha. Los demás cierran fila en torno a sus Capitanes.
-Manuel, Joaquín… licencien sus tropas!
-“Nos quedamos con usted mi General” fue la simple respuesta.
-Bembé, vuelva donde José María, ¡por favor!
-Le prometí a mi padre cuidarlo a usted. Acá me quedo…
Sombras entre las sombras, los morenos sueltan sus caballos, quiebran sus lanzas y uno a uno suben a la balsa que habrá de llevarlos rumbo al exilio, acompañando a aquel que les devolviera su dignidad de hombres libres…
1 – LADINO: Esclavo que ya sabe hablar castellano.
2 – ÑANDUBAY: Árbol nativo de madera muy preciada para hacer arcos y flechas.
3 – APERIÁ: Pequeño roedor herbívoro de estas latitudes.
4 – CANDOMBLÉ: Danza ritual traída por los esclavos africanos al Pío de la Plata.
5 – ANACONDA: Boa americana.
6 – CHARRÚA: Tribu indómita que poblaba la Banda Oriental y el Entre Ríos.
7 – MONTAR EN PELO: Montar el caballo sin montura.
8 – PATRICIO: Nombre dado al español nacido en América, en gral. comerciantes y poseedores de Cédulas Reales.
9 – ENHORQUETAR: Montar el caballo de un salto.
10- SIVABONGA: “Te lo agradecemos” en lengua Zulú.
11- ORUNMILÁ: El Señor del destino de los hombres entre los Yorubas.
12- PIAFAR: Cuando los caballos levantan una pata y luego la otra, dejándolas caer con fuerza.
13- CHASQUE: Mensajero.
14- ALAZÁN: Caballo de pelaje color canela.
15- ARERUNGUÁ: Región del Uruguay al Norte del Río Negro, donde habitaban los Charrúa.
16- PATRIADA: Lucha por la Libertad.
De mi libro "Cuentos con Historia". ISBN 978-987-33-0843-7