viernes, 24 de diciembre de 2010

Otro cuento moreno.

Tercer Premio en Narrativas del Certamen “Veladas 2009”
Noche de Coronación de los Reyes Congos. Fiesta de negros en Buenos Aires. Plaza de las carretas... marimbas, tambores, candombe... fiesta negra y punzó... la cacofonía se prolonga casi hasta salir el sol.
Un moreno joven con su tambor al hombro, rojo punzó el tambor, entra al patio del conventillo muy cerca del Camino Real. Sonriente y con unos tragos demás, intentando mantener el equilibrio, cruza un patio y luego otro, buscando su habitación.
En el del fondo, cerca de la puerta de su habitación, sentado en un toquito de duro cerno, un negro entrado en años blancas sus motas- pita un chala en silencio...
- ¡Padre!, ¿ya levantado?
- Lo estaba esperando... ¡tenemos que hablar!
- ¿Ahora Tata? ¿No puede ser dentro de un rato? ¡Estoy medio boliao y sin dormir!
- Yo tampoco me acosté... y lo estuve esperando.
- Ta güeno entonces. Me lavo la cara, preparo un amargo y prosiamos,¿si?
El joven deja su tambor y con el torso ya desnudo aviva las brasas del fogón, acomoda la pava y luego se lava en un balde con agua fría. De tanto en tanto mira de reojo a su padre, quien permanece inmóvil, mirando la nada y pitando de a ratos su cigarro sin tocarlo, cambiándolo con la lengua de una comisura de la boca a la otra.
Pava y mate-porongo en mano, el joven se sienta en el suelo junto a su padre. Mientras ceba el primer mate, pregunta:
- ¿De qué quería hablarme, Tata?
Sin cambiar su postura, y con el chala casi colgando de los gruesos labios, responde:
- No es cosa güena la Mazorca mhijo.
El joven saca la boca de la bombilla para responder y mira a su padre con asombro.
- ¡¿Qué dice Tata?! ¡Es lo mejor que nos podría haber pasado a nosotros, los de raza negra!
El padre se saca el chala de la boca, ahora casi un pucho que tiembla levemente en la negra mano y se vuelve, para posar sus aún vivarachos ojos renegridos en los no menos oscuros de su hijo. Las miradas se sostienen.
- ¡Tanta degollina no puede terminar bien! Ya dudo quienes son los salvajes...
- Pero Tata, la Mazorca no se mete con nosotros, al contrario, somos más libres que nunca.
- Mhijo, usté sabe quen el once yo gané mi libertad a punta e lanza... que como parte del pueblo en armas, teníamos nuestro propio estado mayor, todos negros retintos como usted y como yo.
El joven termina su mate y en silencio ceba otro, bien espumoso, que le alcanza a su padre. La mano que ofrece y la que recibe se detienen juntas unos segundos; los ojos vuelven a encontrarse. El hijo rompe el silencio:
- Si, pero bien que lo dejaron tirado y mal herido, en el veinte, allá por Entre Ríos...
- Son cosas de la guerra. Así ha sido siempre...
- Pero tuvo suerte que lo encontraron unos arrieros de Don Juan Manuel, y que moribundo como estaba lo arrimaron a un rancho amigo.
El negro viejo devuelve el mate al cebador y sacude con su ruda mano la cabeza de duras motas con cariño. Después se sonríe y responde:
- ¡Tal cuál! Pero cuando me repuse bajé hasta encontrar la estancia de Monte y le ofrecí mis servicios pacompensar las atenciones. Allí trabajé muchos años... y conocí a su madre... Entonces no era Brigadier, tan sólo era el patrón. ¡Rubiaso, pero gaucho como el que más!
- ¿Y entonces, Tata?
- Eso no agüena a la Mazorca... Se vienen tiempos malos, créame. Si los enemigos de Don Juanma convencen al estanciero entrerriano, ¡se va a poner fiera la cosa!
- ¡Pero Tata, si él no es unitario!
- No se confunda mhijo, la cosa ahora es “todos contra el Restaurador”. ¡Y no sé si le quedan lealtades en esta ciudad!
- ¿Le parece a usted? ¡Yo no sé si estar de acuerdo! Acá todos vivimos a pura divisa... los pobres y los ricachones también.
- Llevar algo colorado encima es condición para seguir viviendo por estos pagos. Además están los adulones, que usarán siempre la divisa del que manda.
Se hace un silencio largo mientras el mate vuelve a cambiar de manos. Cada uno queda muy metido en sus propios pensamientos. La pava vuelve a volcar su líquido en el porongo pero la espuma es poca.
- Voy a arreglar el mate, Tata...
El negro viejo pica un naco en la mano, lo envuelve en un trozo de chala seca, lo ata con una tira finita de de la misma hoja y lentamente se encamina al fogón. Padre e hijo vuelven juntos, aún en silencio; la mano izquierda del mayor se apoya en un hombro del joven. Vueltos a sentarse, éste rompe el silencio.
- Tata, yo nací cuando Don Juan Manuel ya era El Restaurador. Me cuesta entender lo que usted me dice.
- Es que es cosa rara el significado de la divisa. ¡Fijesé que los Orientales de divisa colorada son amigos del entrerriano, y los aliados de Don Juanma usan divisa blanca! Acá no hay un problema de colores ni de ideas...
- Si, pero todos sabemos bien quién es el que manda, y de eso no hay dudas, digo yo...
- Los cogotudos y los pollerudos que fueron aliados al principio, no creo que lo sean ahora que el entrerriano anda de arrumacos con el Emperador Pedro. Ni bién renuncie el Restaurador, seguro van a tirar el chaleco punzó y se van a afeitar las patillas, ya lo verá. Así de seguras son sus lealtades...
- ¡Pero están las naciones negras, los indios amigos y el gauchaje para defenderlo!
El negro viejo se saca el chala de la boca, recibe el porongo espumoso y mientras sorbe lentamente el mate, vuelve a perder su mirada en la nada... o en el infinito.
El joven guarda silencio con la vista fija en su tambor a unos metros de distancia. La bombilla chilla como anunciando el fin del brebaje. Al devover el mate al cebador las miradas vuelven a encontrarse.
- Es cierto que Don Juanma nos leva para sus ejércitos porque dice que somos la mejor infantería, pero creo que con eso no alcanza. La indiada está dispuesta pero no pelearán si no los invitan, y me parece que los tiene para tranquilidad de sus espaldas nada más. Lo mejor del gauchaje colorado lo mandó con Oribe a sitiar Montevideo hace como diez años, y allá quedaron, como abandonados, sitiando una ciudad que no se rinde...
- ¡Pero padre! Usted conoce a Don Lucio y al general Pacheco, por decir un ejemplo nomás. ¡Y sabe de sus lealtades también!
El viejo sacude la cabeza como diciendo que no... se sonríe... y recibe el mate antes de responder.
- Los dos son buenos militares y creo que buenas personas también, pero Don Lucio no va a dejar sus milicias en el matadero; y al general Pacheco, Don Juanma ni le habla ya...
-¿Y entonces?
- Si cae el Restaurador va a haber venganza... ¡mucha! Me parece que se vienen malos tiempos pa todos.
- ¿Y qué piensa que debemos hacer?
- ¡Hace rato me vengo maliciando esto! Ya hablé con su madre y con lo poco que podamos llevar, nos vamos a los indios...
El asombro se refleja en el rostro del joven.
-¡¿A los indios?!
- Ahá. Hace muchos meses que en cada salida al campo le llevo regalos al Cacique Mariano. Él nos recibirá. Me llama “peñi” (hermano), porque manejo lanza y bola como él...
Callan las voces. Las primeras luces del amanecer comienzan a iluminar los patios del conventillo. El zorzal se cansó de anunciar el nuevo día y ahora se oye cada vez con más claridad el bochinche de los gorriones y jilgueros despertándose...

De mi libro "Cuentos con Historia".     ISBN 978-987-33-0843-7

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