domingo, 7 de febrero de 2021

Historias con malevos y un zorzal.

SENDA, BRAULIO. DIALOGOS DEL ARRABAL. Lanús Oeste (Bs As) : BRAUSE, 2020, 90 p.

Reseña por Eduardo Cormick

      Braulio Senda, prolífico autor uruguayo aquerenciado en el suburbio sur de Buenos Aires y que presenta documentación a nombre de Jorge Klinger, nos regaló, para terminar el aciago e impredecible 2020, el bello Diálogos de arrabal.

     Profundo conocedor de la tradición poética y musical rioplatense, el autor de Morenos regresa con este libro a un territorio que conoce en profundidad, y que ya había recorrido en Cuentos con historia.

     Es con Floreal Ramírez, uno de los personajes de Cuentos…, con quien Braulio Senda apela al recurso dialógico para contarnos acerca de la vida, y en ocasiones de la violenta y repentina muerte, de algunos malevos, semidioses que pueblan el Olimpo arrabalero rioplatense.

    Malevos el título que encabeza la primera parte del libro, y en ella Senda rescata a Jacinto Chiclana, Manuel Flores o Nicanor Paredes, entronizados por la palabra poética de Jorge Luis Borges o el Malevo de Fierro, a quien recordaba en Valentín Alsina una escultura de José Perera.

     A través de siete relatos, precedidos por un texto “a modo de introducción” y con un epílogo como cierre, Malevos da cuenta de un rescate preciso de los recursos idiomáticos del lunfardo (“de cayetano” por silencioso, “naife” por cuchillo), o las costumbres propias de los primeros años del siglo XX (la indumentaria de Ramírez, su hábito de beber la ginebra de un trago rápido después del café). Todo lo hace sin que resulte sobrecarga ni caricatura.

     Braulio, que es autor, es al tiempo narrador y protagonista de estos diálogos con Floreal Ramírez, con quien lo separa un siglo. Es por ese motivo que, en las ocasiones en las que el malevo paga la cuenta, Braulio se ve obligado a corregir algunos desajustes que ha provocado el paso del tiempo:

     "Después dejó unas monedas sobre la mesa, se acomodó el funyi y me dijo muy serio:
     —Hasta más ver, don Braulio. Esta vez invito yo.
     Guardé las monedas antiguas en un bolsillo, le pagué al mozo con billetes buenos y      me retiré del bar."

     El autor, en su rol de protagonista, se ve en apuros cuando el personaje lo interroga sobre una duda que lo persigue, y nos lo cuenta:

    "—¿Y usté, no averiguó nada ‘e mi muerte? y se dio vuelta para mirarme."

    Imagínense la situación: ¡un personaje de ficción preguntándole a su creador si no sabía    el  porqué de su muerte!"

    Los personajes sobre los que dialogan son parte de la tradición cultural de Buenos Aires, símbolos de la transición que experimentó la sociedad, en la que los gauchos predominantes en los relatos del siglo XIX rural, se acercan e integran al circuito urbano que prevalece en el naciente siglo XX. En ese tránsito del medio rural al urbano llevan con ellos ciertos códigos en los que el uso del cuchillo como arma y la destreza en su manejo son atributos que hablan de su coraje. Es por eso que en un diálogo, Ramírez exclama:

     "—¡No está bien, no señor, que a un malevo lo entierren sin el cuchillo!"

     Pero también la música es parte de su esencia y es la milonga la que los acompaña en ese viaje desde el campo a las orillas de la gran ciudad. No en vano fue esa la métrica y la sonoridad que eligió Jorge Luis Borges para rescatar el nombre de alguno de ellos.

     Estos encuentros entre Braulio y Ramírez, siempre en el bar de Pavón y Galicia, siempre en la misma mesa, continúan hasta que, nos lo cuenta poéticamente el autor

     "Después de ajustarse el pañuelo en el cuello, se alejó caminando despacio, con la mano izquierda en el bolsillo del saco y balanceando apenas la derecha. Comencé a seguirlo y después de caminar dos cuadras su figura comenzó a aclararse más y más con cada paso, hasta que simplemente se esfumó en el aire tardecino de un cálido diciembre."

      La segunda parte está dedicada a los encuentros de Braulio con el Mago, el Morocho del Abasto, el Zorzal Criollo, Carlitos, el Mudo, el Rey del Tango, el Troesma o, como informaba su documento de identidad, Carlos Gardel. En efecto, esta segunda parte se llama Gardel.

      Como en la primera parte, Braulio Senda utiliza el doble recurso de ser narrador y protagonista y de dialogar con su personaje. Pero si con Floreal Ramírez el lugar de encuentro, explícitamente acordado, era el bar de Pavón y Galicia, con Gardel coinciden en una esquina, en una plaza o en un teatro. Se saludan en Chascomús, Gerli, Mercedes, San Miguel del Monte, Chivilcoy, en el barrio de Montserrat en Buenos Aires o al otro lado del Plata, en Montevideo.

     Otra vez Braulio Senda nos lleva, ahora montados en los diálogos con Gardel, a repasar la historia musical de Buenos Aires y el Río de la Plata.

      En uno de los encuentros pregunta al ídolo cómo nació el tango, y surge así una explicación exquisita:

     "Un criollo con la guitarra le dice a un moreno: “Che negro, tocá el tambor”. El morocho va a la pieza y vuelve con el tambor, se sienta, acaricia la lonja con cariño y repite: “Negro, tocá tangó”. Las manos oscuras dejan volar una melodía cadenciosa; el guitarrero comienza a acompañarlo y en una de esas, un tano se suma con su mandolina, un alemán se aparece con un bandoneón y de una zapie de arriba, un judío deja oír su clarinete."

     Hablan de si las chicas de New York eran rubias o teñidas, y de cómo Buenos Aires, ciudad rica en lo musical, puede ofrecer payadores como Ezeiza y Bettinotti a la vez que permite crear un fox-trot o grupos que cultiven el jazz.

     Contra la opinión de que el tango es sinónimo de tristeza, Senda hace decir a Gardel:

     "...El tango es puro sentimiento. Y los sentires a veces suben y otras, bajan."

     En esta parte Braulio Senda incorpora dos elementos novedosos. El primero, Braulio, el personaje, está siempre en compañía de Stella Maris, quien toma fotos, al principio con una cámara pero luego con el teléfono, para registrar las reuniones Gardel-Braulio pero, con prudencia, no interviene en los diálogos. El segundo, esas fotos son parte del libro como paratextos que se incorporan, complementan y dan sentido al relato, en otro hallazgo del autor, como en la primera parte había apelado a los epígrafes con los fragmentos de poemas.

     Para quienes siguen con atención la obra de Braulio Senda, esta obra continúa y confirma su estilo.  Para los que todavía no se asomaron a su producción, no se lo pierdan. Diálogos del Arrabal es un libro para leer y degustar, como quien disfruta de una bella música o un poema contundente.

                                                      Eduardo Cormick. Buenos Aires, enero de 2021.

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