miércoles, 24 de noviembre de 2010

Un gaucho a bordo

La flota española al mando del Capitán Romarate se pasea impunemente por el Río de la Plata a tres años de la Revolución de 1810. Los patriotas tienen sitiada Montevideo pero el Virrey resiste porque aún es dueño del mar.
A pesar de la amenaza de la escuadra española, en el puerto de Buenos Aires reina una gran actividad. Hay preparativos de guerra. La Junta revolucionaria ha decidido armar una flota para forzar la capitulación de Montevideo.
El muelle de embarque en donde se amontonan bultos que negros de piel brillante acarrean hasta los almacenes y depósitos recibe la visita de una comitiva de uniforme naval. Es el Coronel Brown, al servicio de la causa, quien en impecable uniforme de gala anda con sus ayudantes reclutando marineros para la novel flota de guerra patrie y supervisando las vituallas náuticas que de contrabando llegaran por la noche. Al pasar frente a una carreta de desembarco, un criollo le llama la atención.
-Disculpe patrón, pero supe que anda buscando gente pa´ los barcos y quisiera ofertarme, si le parece bien.
El coronel escucha con atención y sus ojos azules parecen taladrar los ojos pardos del paisano. Con un hablar pausado, en buen castellano, pregunta:
-Usted no es marinero. ¿Qué sabe de barcos?
El gaucho sin bajar la mirada se acomoda el chambergo y responde con una sonrisa:
-Lo que sé lo aprendí de ir y venir con la carreta llevando y trayendo gente y de oír a los marineros gritando allá arriba. Sé que´l barlovento es de ande sopla el viento, que la izquierda´el timonel es el babor, que además de velas tienen jarcias, trinquete y qué se yo!
Una sonrisa ilumina el rostro del irlandés que eligiera el Río de la Plata como su hogar y la Revolución como su causa, y vuelve a preguntar:
-¿Cuál es su nombre señor…?
-Prudencio Delaloma, nacido en Entre Ríos y criao de aquí para allá por unos arrieros correntinos que me´ncontraron tirao por ahí.
Ante la cruda respuesta, que el marino quiere disimular, le dice a su ayudante:
-Tome usted nota por favor. Prudence From The Hill. Good name for a sailor! I like it! (Prudencio De La Loma. Buen nombre para un marinero! Me gusta!)
Nuevamente mirando al paisano le pregunta porqué quiere ser marinero, y éste responde con firmeza:
-Porque llevo demasiado tiempo picaneando los bueyes y esto no es pa´mi, ¿sabe? Además esos trompetas paseándose muy tranquilos por acá me fastidean!
-Señor Prudencio, ¿sabe usted donde es almacén de Mister White?
-¿El almacén del gringo ´e los barcos? Sí, sé donde queda.
-Entonces mañana temprano presentase allí.
Extendiéndole la mano le dice: “-¡Bienvenido a bordo!”
Las manos se estrechan con fuerza; rudas las del criollo, fuertes las del marino. Los ojos pardos y los azules vuelven a mirarse fijamente, como escrutándose…

Hace un par de meses Prudencio tuvo su bautismo de fuego como marino. Hoy la misión es ambiciosa. Aprovechando que el resto de la flota española salió talvez en auxilio de Romarate, hay que cerrar por mar el cerco sobre Montevideo.
Aunque ahora oficia de ayudante de artillería, Prudencio sigue siendo gaucho y la grandiosidad del “Río ancho como mar” le recuerda los esteros de su Taragüí o los campos extensos de Santa Fé, donde la vista se cansa buscando el horizonte.
Cuando la flota se despliega en formación de combate fuera del alcance de los cañones de la ciudad fortificada, el pánico se adueña de los sitiados. Los ejércitos de Artigas y de Alvear los atenazan por tierra, y ahora esos barcos que nada podrían contra los cañones de la ciudad- ¡impiden la llegada de víveres y auxilio!
Durante unos días no hacen más que mostrarse ante los sitiados, pero de pronto, bajando del Uruguay, aparecen los navíos españoles. Los sitiados se llenan de júbilo cuando la flotilla revolucionaria en lugar de presentar batalla, emprende la retirada mar adentro.
Los barcos navegan manteniendo su formación de combate en pos de la nave insignia. A bordo prosiguen los preparativos; se afirman las cureñas, se revisa una y otra vez la munición y se reparte doble ración de ron. Lo que significa ¡que habrá combate y pronto!
Aunque las dos flotas navegan con el viento en contra, el mayor velamen de los españoles les permite acercarse peligrosamente. Entonces sucede lo inesperado: a una orden de la nave capitana, todos los timoneles hacen virar las suyas hacia la costa. El viento del Este hincha las velas con fuerza y la flota patriota se lanza casi volando sobre los enemigos, quienes quedan desconcertados por el súbito contraataque.
La Nave Capitana encabeza el ataque lanzándose decididamente contra el primer navío de guerra español, que sólo atina a responder el fuego cuando ya la fragata había descargado toda su potencia de fuego y se les venía encima el resto de la flota. El Coronel sigue adelante abriendo una brecha en la formación española y se lanza sobre un bergantín vomitando balas y metralla por la boca de sus cañones de estribor. Al ver caer el palo mayor de la nave enemiga, ordena virar y preparar el abordaje.
Los escasos marinos casi todos extranjeros aquerenciados con la causa- permanecerán a bordo preparando los cañones y reparando averías de emergencia. Quienes irán al abordaje son gauchos, indios y negros; detrás de ellos subirán los escasos infantes criollos armados de fusiles. Prudencio es el primero en abordar, armado de trabuco y facón, con un estridente sapucay que junto al alarido de los indios le pone la piel de gallina al más valiente.
El abordaje fue relativamente sencillo porque no lo esperaban y la tripulación estaba atemorizada. Rapidamente se confinaron los prisioneros en la bodega y con una tripulación mínima a las órdenes de un joven guardiamarina, se retira la presa de la zona de combate., mientras la nave insignia cubre su retirada haciendo fuego con los cañones de ambas bandas. Ya el humo de  los incendios y cañonazos tapa la luz del sol…
Cuatro días duró el combate; intenso; sin tregua. Finalmente sólo dos o tres buques de guerra españoles emprendieron la retirada hacia Europa, dejando media flota incendiándose frente a las costas de la Banda Oriental y al menos tres naves cautivas de los revolucionarios.
La escuadrilla patriota emprende su regreso a Buenos Aires. No hay un solo barco sano. Todos están cribados por el fuego de la artillería, casi sin velamen y los mástiles apenas remendados para poder navegar. El ánimo a bordo es de fiesta. El rostro de algunos expresa asombro por la victoria obtenida; los marinos veteranos sonríen felices de haber sobrevivido a otro combate, los negros se expresan bailando su cadenciosa danza; el rostro de los indios permanece inexpresivo a pesar del ron extra, mirando solamente el horizonte. Prudencio en cambio mira a Montevideo, que va desapareciendo en la distancia y le parece ver que en el fuerte están arriando el pabellón español…
A pesar de la recepción triunfal del pueblo y las autoridades, el jefe de la escuadra con su pierna herida en combate- permanece en el embarcadero estrechando las manos de su tripulación bravía, consolando heridos, dando ordenes para la inmediata reparación de las naves. Los azules ojos se vuelven a encontrar con los pardos del criollo, a quién con un fuerte apretón de manos, dice: “-Señor Prudencio Delaloma, es usted buen marino. ¡Me honra que usted pelear a mis órdenes!”
Seis años transcurrieron desde que cambiara la carreta de desembarco por la nave de guerra. Hoy se encuentra lejos del mar pero cerca de la guerra. Prudencio forma parte de los pueblos libres en armas, reunidos para enfrentar a las tropas del Directorio.
Esta noche le toca salir de descubierta a espiar el campo enemigo. Mientras esperan que la luna se esconda un rato y la medianoche cierre los ojos de las vigilias enemigas, matean y hablan con su compañero santafecino.
-Dígame Prudencio, su jefe es gringo, ¿o no?
-El Colorado nació en la Irlanda, pero vaya uno a saber porque razón se aquerenció con estos pagos.
-Dicen por ahí que era marino.
-Es verdad, ¡y de los buenos! Yo anduve embarcado con él.
-¿Usted fue marinero? ¡Nunca vide un correntino flotando si no era en bote!
-Pero muchos nos animamos. ¡Es bravo, créame! Yo navegué con Brown y Campbell, los dos gringos afincaos acá. Y fui soldado de artillería, tropa de asalto, armé y desarmé velas ¡y hasta tuve que aprender a carpintear barcos! Hubo veces que los barcos se usaban pa dir y venir nomás; los combates eran en tierra o abordábamos por sorpresa naves enemigas ancladas.
-En cambio yo, dende que me subí al flete, he trabajado y peliado arriba dél. Fui tropero, contrabandista y soldado, pero siempre de a caballo… Y digamé, ¿anduvo mucho embarcao?
-Bastante… En el 14 me conchabé con el Coronel Brown pa correr la flota Española del Río de la Plata. Después seguí con el Colorado  sirviendo a la Liga. Navegué por el Paraná y por el Uruguay; pelié a los paraguayos, a los españoles y a los porteños también. Cuando no había más remedio porque nos quedábamos sin barco no todas fueron güenas- nos subíamos al caballo y a peliar… y acá estamos, ¡listos pa palisiar al petimetre el Director!
-¿Usted cree que va a ser fácil? ¡Mire que tienen cañones y ocupan una muy buena posición!
-Si, pero me pareció ver muchos morenos entre la soldadesca, y ésos no van a hacer fuerza, no van a peliar por quienes los tratan como esclavos todavía. En la primer atropellada largan los fierros y se vienen con nosotros, ¡pa ser libres! ¡Ya lo verá! Además, los de a caballo son medio maturrangos; los mejorcitos están en la Ciudadela e Cuyo y no bajaron. Los del Alto Perú se sublevaron a medio camino.
-Nosotros no tenemos tropas de a pié y poca fusilería, y eso puede jugarnos en contra, ¿no le parece?
-Me parece que con una buena carga a sable y lanza los vamos a pasar por arriba. Entre nosotros y la indiada esto va ser sencillo…
-¿Y los cañones?
-Algo se les va a ocurrir a los jefes; ¡ya verá! Por eso vamos esta noche de descubierta.
-Si salimos vivos desta, ¿qué piensa hacer?
-Y… ¡habrá que seguir peliando por la libertad! Pero antes viá pedir una licencia pa volver a buscar unos ojazos que conocí cuando el Colorado se hizo cargo de Curuzú Cuatiá y que stoy extrañando…
Pasada la medianoche las nubes comienzan a ocultar la luna. Ambos criollos, sin mediar palabras, comienzan a prepararse. Los dos calzan botas de potro, chiripá y camisa de bayeta oscura, vincha sujetando la melena y facón a la cintura.
Con delicadeza envuelven las patas de los caballos con trapos para amortiguar el ruido de las pisadas y montan en pelo, sólo con bozal. En silencio se dan un fuerte apretón de manos y lentamente, silenciosos en el silencio de la noche, comienzan cada uno por su lado- a acercarse a la formación enemiga.
Están en la Cañada de Cepeda, Santa Fé. Es la madrugada del primero de febrero de 1820…

De mi libro "Cuentos con Historia".       ISBN 978-987-33-0843-7

1 comentario:

  1. muy lindo cuento, habla de una epoca que yo casi no conozco..muchas gracias

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