domingo, 21 de noviembre de 2010

El combate

Estos cuentos...        

Estos cuentos no son historia ni pretenden hacerla, son solamente ficciones mediante las cuales traté de ver el hecho histórico que les da marco desde el punto de vista de uno de los protagonistas, un hombre común de nuestra postergada   Patria Grande en sus apasionantes comienzos.
En ellos están presentes la Epopeya Misionera, San Lorenzo, La liga de los Pueblos Libres, la lucha de la Banda Oriental, la Vuelta de Obligado y la integración racial que nos dio origen como Pueblo o Nación...

El Combate

La noche es larga. Encima no se puede pitar. Las nubes ocultan la luna haciendo más densa la oscuridad. Cuando por alguna razón se callan los grillos se pueden oír las voces de los chapetones[1] que están ahí nomás, en la bajada del río, aunque hace rato que se escucharon las últimas risotadas; han de estar durmiendo y como nosotros sólo la guardia estará en pié. Debajo de los árboles hace frío y la bruma que se levanta del río comienza a taparlo todo con su manto blanco. Estamos como ciegos, nada se puede ver y hay que estar atento a los sonidos, porque el enemigo está cerca y el peligro de una descubierta existe.
El naco[2] se vuelve espeso en la boca; es lo único que acorta la espera. Mientras escucho con atención, pienso en las cosas vividas en los últimos años. Es raro usar uniforme y difícil adaptarse a la disciplina, pero aquí estoy, de uniforme y listo para dar pelea. ¡Qué fácil fue todo con Perico y el Venancio[3]! ¡Una gritería, una atropellada y las guarniciones se rendían sin un solo tiro! Claro, el enemigo no era el mismo que ahora. ¡Pero éstos son marinos como lo eran los del arroyo Las Piedras! ¡Y bien que aquella vez los hicimos pitar del fuerte[4]! Esta vez no llueve y la táctica es otra, pero éste es nuestro suelo y lo vamos a defender hasta la muerte si es preciso…
¡Pucha digo, si todavía no sé bien como vine a parar a este regimiento! Bajé hasta Buenos Aires de chasque con mi compadre Fernando y él me metió la idea de prepo nomás. Me cargoseaba con que si era bueno para tirar una “bola perdida[5]” también habría de serlo para tirar granadas. No es fácil manejar el caballo con las rodillas mientras con una mano se sostiene la yesca[6] y con la otra se enciende la granada y se la arroja revoleándola por encima de la cabeza, pero bueno, aquí estamos, esperando a los chapetones para pegarles una tunda[7]  que no habrán de olvidar. El ánimo es bueno, somos todos criollos, buenos jinetes y bien dispuestos para la pelea. Hay hombres de todas las Provincias, desde la Banda Oriental hasta Chile. Además está la paisanada del lugar, que se vino hasta con un cañoncito. ¡Ya van a ver esos “mandrias[8]” lo que les espera!
Ya viene clareando y la niebla comienza a romperse en jirones que van desapareciendo. Ahora sí se pone brava la cosa, porque no debemos ser descubiertos y perder así la ventaja de la sorpresa. ¡Hay que pisar como los indios, acariciando el suelo! Los fierros bien agarrados para que no hagan ruido al golpear contra las piernas. Sólo quedamos la guardia y los paisanos, atentos a los sonidos que vienen del río; no los podemos ver pero los escuchamos como si estuvieran al lado nuestro. El grueso del escuadrón fue por los caballos que quedaron escondidos en un montecito como a 300 metros para no ser delatados por el ruido de los animales. Ya se oyen las corridas rítmicas de los marineros sobre la cubierta, las voces de mando y hasta el deslizarse de los correajes.
Una vez con la caballada a mano, repasamos los avíos[9] en el mayor silencio, susurrando y acariciando a los fletes para que no piafen ni pateen el suelo. Hay que esperar que desembarquen y se acerquen lo suficiente como para aplastarlos con una carga. Nos dividimos en dos columnas con los lanceros al frente de cada una; si todo sale bien la sorpresa será total. De pronto aparecen subiendo la empinada cuesta de la bajada del río, que hace una curva, también cerrada. Avanzan en dos filas de dos en fondo al ritmo de sus cajas de guerra. Son disciplinados pero vienen confiados porque ayer anduvieron merodeando por acá sin sobresaltos y hoy vienen por más víveres; para ellos es un paseo.  Es raro que no hayan despachado exploradores, pero se los ve muy seguros. ¡Opa! ¡Opa! ¡Si se vienen con dos cañones también!
Llegó la hora; montamos en completo silencio siempre acariciando a los fletes[10]. El enemigo está a mitad de camino, avanzando a paso firme con sus estandartes y la bandera rojo y oro tremolando al viento. El Coronel, sable en alto, da la orden y picando espuelas salimos a todo galope, ocultos todavía por los árboles, en una carga a degüello. La sorpresa es completa, callan los tambores, algunos se detienen y otros dan unos pasos desconcertados, es que tras el ruido del tropel, como saliendo de la nada, aparecemos como centauros azules lanzados a la carrera en dirección a ellos por los dos flancos. El trompa de órdenes comienza a sonar su bronce que repite ¡A la carga! ¡A la carga!
Los pillamos desprevenidos pero son soldados veteranos y el desconcierto dura unos instantes. Las cajas comienzan a redoblar con fuerza, como para acallar el ruido de los cascos de la carga de caballería; rapidamente se forman en cuadro con los cañones, las banderas y tambores al centro. Ya no tienen apuro y se mueven con seguridad. A la cabeza de la carga va el Coronel; el flete galopa como tragándose la polvareda. El ruido es infernal; el tropel de los caballos se mezcla con las descargas de fusilería, las explosiones, el relincho de las bestias y los gritos de los hombres.
Delante de mí entre el polvo y el humo- veo caer al Coronel y a tres o cuatro lanceros que echan pie a tierra para protegerlo. Cargo contra el cuadro que está rodilla en tierra. Me acuesto sobre el flete como si fuera a desjarretar[11] ganado con la punta del corvo señalando el suelo y el filo mirando el cielo. Galopo paralelo a la formación de los infantes y cuando el sable encuentra destino, el primer golpe es cortando de abajo hacia arriba; sin detener la carrera el segundo golpe es de arriba a abajo y a atrás, crujen huesos o madera, pero no se puede mirar, la carrera es vertiginosa y voy llegando al vértice del cuadro. El tercer sablazo es horizontal, a “degüello”, y el cuarto es un hachazo de arriba a abajo.
En un galope desenfrenado sigo girando para volver al punto de partida, cruzándome con la segunda columna que llegó al entrevero unos instantes después que nosotros y que ya está desarmando a sable y lanza el flanco izquierdo de la formación española; cañones y artilleros quedaron fuera de combate. Nuestro regreso lo protege la milicia del lugar disparando el cañoncito de señales y cuanto fusil tienen a mano.  Ni bien nos reagrupamos la orden otra vez es “A la carga y a degüello”, y ya nos mandamos como desaforados para no darles ni un respiro; es que ya están organizando la retirada hacia las naves.
El entrevero se arma en un santiamén. Mientras un grupo los empuja hacia la barranca, otro le corta la retirada hacia la “bajada”. El Coronel resultó macho en serio; hay que verlo repartir sablazos a diestra y siniestra, hacha, tajo y punta, siempre erguido, gallardo! Los paisanos se suman también enhorquetados en sus redomones[12] y meta bola y tacuara[13]. De pronto los chapetones comienzan a largar los fierros y a levantar los brazos. ¡Se terminó la partida!
Hay clemencia, se atienden los heridos de ambos bandos, se cuentan prisioneros, armas y el parque obtenido. No veo a mi compañero, el bravo correntino; hay cuerpos con uniforme blanco y otros de azul tendidos en el campo de batalla junto a los potros moribundos.
No nos podemos acercar demasiado a la barranca porque desde los barcos nos disparan. Contemplo desde lejos las aguas del “Río ancho como el mar”, ¡y es ancho nomás! Armo un cigarro y llevo mi flete a la sombra para bañarlo y alimentarlo, se lo merece; salió sin ninguna herida pero todavía está nervioso y tenso por la acción. Mientras le hablo y lo cepillo, no deja de cabrestear y escarbar con fuerza el suelo. El coronel escribe el parte de batalla bajo la sombra de un pino frondoso.
Vuelvo a contemplar el río y pienso que de mocito me tocó pelearlos a los portugueses, después vinieron los ingleses y también les hice “la patancha[14]”; y ahora es contra los españoles  que me toca revolear el sable. ¡Pucha digo que no es fácil ser libre! Pero así somos, porque así nacimos los hijos de este suelo, libres cómo los pájaros…

[1] Chapetones: Modo despectivo de referirse a los Españoles.
[2] Naco: Cuerda de tabaco para mascar.
[3] Perico el Bailarín y Venancio Benavídez, caudillos del “Grito de Asencio”, primera acción revolucionaria en suelo Oriental.
[4] Pitar del fuerte: Alusión a una derrota.
[5] Bola Perdida: Cada uno de los elementos de las boleadoras que se usaban como arma arrojadiza, uso que los gauchos aprendieron de los Charrúa.
[6] Yesca: Mecha que se encendía con la chispa de un pedernal y que se consumía lentamente.
[7] Tunda: Paliza.
[8] Mandria: Término despectivo equivalente a malandra.
[9] Avíos: Todos los elementos de combate, incluyendo los de los caballos.
[10] Flete: Caballo veloz.
[11] Desjarretar: Cortar el tendón de una de las patas del animal a la carrera para que no huya.
[12]  Redomón: Caballo sin  terminar de domar.
[13] Bola y tacuara: Boleadora y lanza.
[14] Hacer la pata ancha: Presentar batalla.

De mi libro "Cuentos con Historia"  ISBN 978-987-33-0843-7

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