jueves, 27 de abril de 2023

Juan del Taragüi. Primera parte.

 En 1871 las tropas del Ejército Nacional ocupan las ciudades entrerrianas costeras por orden del Presidente Sarmiento y López Jordán se hace fuerte en el interior, donde la vida parece seguir su curso ajeno a los acontecimientos políticos.

Montando un ruano patas largas de hermosa estampa, Juan llegó a la pulpería. Entró con el chambergo echado para atrás y su sonrisa permanente, vistiendo bombacha de campo, faja roja y alpargatas. Se presentó simplemente como el Juan oriundo de Taragüí.

A pesar de las vueltas y revueltas en las que estamos metidos le comentó al pulpero algún domador puede hacer falta por estos lugares. ¡Y sírvame una caña que nunca está de más!

Al poco tiempo ya estaba amansando caballos y su nombre se había hecho conocer. Era muy bueno entrenando animales para el trabajo o el paseo. No los maltrataba; los trataba con afecto. No permitía que observaran su trabajo, cosa que lo rodeaba de misterio. Pero los animales que pasaban por sus manos resultaban siempre reconocidos como muy buenos. Yvaté, su ruano, era muy famoso por su porte al extremo que muchos querían un caballo como ése.

Si bien trabajaba en una estancia, el amanse lo realizaba lejos del casco entre una lomada que ocultaba las miradas y un bañado; allí había levantado un corral para realizar su trabajo. Ni bien juntaba unos pesos, se entretenía jugando a los naipes y tomándose unas cañas en la pulpería. Una de esas noches de luna llena, de pronto el silencio se impuso en el boliche. A lo lejos se escuchaba el galope desenfrenado de un caballo y un alarido que no parecía brotar de garganta humana.

Juan, intrigado, sal a ver de qué se trata pero no distinguió nada más que el campo iluminado por la luna en su esplendor. Al regresar a la mesa los parroquianos le contaron la historia del alma en pena del Mocho y la luz mala. Él escuchó con atención y sin reírse, por respeto a los presentes, anunció con voz clara y fuerte:

Mañana vi’á dir en busca de la luz mala pa’ liberar esa pobre alma que anda penando por ái.

La respuesta del pulpero fue inmediata:

No conozco a naides que se le haya atrevido a una luz mala. ¡Y menos monte adentro! Tómese otra caña y olvídese del asunto, que al final de cuentas no molesta y sólo asusta a los maulas.

¡Pero esa pobre alma que anda penando nunca encontrará reposo! Y además esa luz mala no podrá con mi payé y acarició el amuleto que llevaba colgado al cuello: una pluma de caburé santiguada por su abuela y conservada en una bolsita de cuero de carpincho. Dichas estas palabras, apuró de un trago la caña que le habían obsequiado por su gesto, saludó a la concurrencia y se marchó.

A la noche siguiente comenzó a bordear el monte en busca de la tan mentada luz mala. En un lugar en que la llamada selva se volvía más espesa, le pareció ver una picada  y se adentró sin dudarlo. Al paso de su caballo, llegó a un claro donde la luna brillaba con todo su fulgor. Observó con extrañeza un inmenso ñapindá en cuyo tronco había un cuchillo clavado profundamente. Su hoja aumentaba la luminiscencia lunar reflejándose en ella y cada tanto producía una vibración semejante a una risa mal contenida.

Juan  sonriendo echó pie a tierra, se aproximó al árbol y tomó con firmeza el mango del arma que logró extraer tras un breve forcejeo. Observó con mirada entendida la faca con cachas de cuerno de vaca, la sopesó  cambiándola de manos y opinó que era buena; miró nuevamente el árbol y notó que su herida se estaba cerrando sin dejar cicatriz. Su mano acarició el payé mientras pensaba que el cuchillo merecía una linda funda para lucirlo en la cintura. Montó de un salto y emprendió el regreso al trote lento silbando un chamamé.

El filo de la Historia. ISBN 978 987 46957 8 9

No hay comentarios:

Publicar un comentario