Soy la rueda derecha de una carreta. Giro por
caminos de tierra polvorientos en verano y barrosos en la temporada de lluvias.
Mi trabajo consiste en hacer que el
carromato se desplace con facilidad. Junto con mi
compañera de la izquierda y el eje de dura madera que nos une, cumplimos
nuestro cometido y soportamos el peso de toda la carga que en él se transporta. No somos nosotras las que
decidimos el camino a recorrer sino el hombre que la guía; nosotras cumplimos sin protestar, giramos en
la dirección que el conductor elige, siempre igual, gira que te gira.
No somos
como los humanos pero tenemos también como ellos, algunos sentidos: vemos, oímos y percibimos. No sé cómo funciona pero vemos en forma
panorámica, es decir que podemos ver simultáneamente todo lo que está a nuestro
alrededor; con el oído sucede lo mismo, percibimos una cacofonía de sonidos
pero podemos distinguirlos claramente. También toda nuestra superficie en
contacto con el suelo es sensitiva; distinguimos cuando la superficie es blanda
o dura, si es rugosa o lisa.
Esta mañana temprano, al volver del mercado,
me sucedió algo muy extraño. Pisé una flor tirada en el camino. Literalmente la
trituré con mi peso y el de la carreta. La vi cuando me dirigía hacia ella,
pero el destino es inexorable, aunque hubiese querido, no hubiera podido
evitarlo. Mientras me acercaba, deseando que el carretero cambiara de
dirección, pude verla claramente.
Era un pimpollo rojo, bello, de
largo tallo, con sus pétalos a medio abrir. Al pisarla sentí el crujir de su
tierna naturaleza y una suerte de estremecimiento recorrió toda mi tosca
estructura. Luego vi sus despojos adheridos a la dura piedra del camino, completamente deshecha; sólo una hojita
permaneció intacta, separada del tallo, como mudo testigo de que eso, alguna vez fue un ser vivo. Algunos pétalos
quedaron pegados a mí pero se fueron desprendiendo en cada giro y contemplé
cómo iban quedando atrás siendo arrastrados, ya sin peso, por la brisa matinal
en todas direcciones.
Mas
algo de la ella
quedó incorporado a mí: su
perfume, que le dio un toque de sutil delicadeza a mi madera ya seca y sin su
aroma original. La
hermosura de la flor dejó
en mí un poco de su belleza…
ENCUENTROS DE CAFÉ II ISBN
978-987-46957-0-3