martes, 8 de febrero de 2011

Dos a laburar

Cuatro y media de la mañana. Fría madrugada de invierno. El bamboleo del tren no impide que los trabajadores que viajan traten de dormir media horita más, acurrucados sobre sí mismos escapándole al frío que entra a través de los vidrios.
Los sacudones y el golpe rítmico de las ruedas sobre los rieles trac-trac, trac-trac- sólo permite dormitar, pero vale la pena cerrar los ojos un rato más.
Mi mente es una sucesión de ideas en constante movimiento, pero no puedo ordenarlas ni terminar de despertarme, como si fueran dos personas en un solo cerebro, en ágil diálogo.
-“¡Qué frío que hace! ¡Menos mal que salí con gorra de lana y guantes!”
-“Vos te quejás, ¿y los chabones que vienen en bicicleta? ¡Ellos suben con los labios morados! ¡Y algunos andan en alpargatas y estamos en invierno!
-“Bueno, bueno, bueno, ya empezamos a delirar. No le podés arreglar el sueldo a todo el mundo, ni todos pueden ganar lo mismo. Nuestro jornal depende de cómo esté la billetera del patrón.”
-“Si, pero el taller, la pyme y la multi existen porque hay laburantes que producen mucho y ganan poco, ¡y vos sabés bien adonde va a parar la diferencia!
-“¡Cortála; quiero dormir!
Pero cuando la modorra parece imponerse, surge la seguidilla de buscas ofertando mil cosas, y con la estridencia de su voceo, espantan otra vez al sueño.
 -“Joden, no?”
-”Y… un poco; pero por lo menos salen a ganarse el mango y no a meternos caño.”
-“De acuerdo, se ganan el mango, pero la guita, la guita se la lleva el mayorista; y no tienen obra social ni jubilación.”
-“¡Pará loco con la protesta!
-”Paro; pero dale que nos tenemos que bajar.
Unos apretujones con quienes también bajan y algunos empujones con los que están por subir. A comprar caramelos para conseguir una moneda, si no, no se viaja en colectivo.
-“¡Qué frío hace en esta parada!
-“Y sí, cuando se llenó el tren no nos dimos cuenta pero la temperatura llegó a ser agradable.”
-“A la hora del descanso me voy a hacer una siesta. ¡Hoy me hubiera quedado en casa! Vine por no perder el premio, ¡pero no me puedo despabilar!”
-“Vas a dormir si no hay truco. Si están Elgus y Frilans, chau tu siesta… por la gritería.”
-“Tenés razón. ¡Queca! ¡Y si está Elinge peor, todavía! Bueno, trataré de dormir los diez minutos del mate cuando lleguemos.”
-“Si, la hora del desayuno es tranqui, siempre y cuando no estén llorando por las horas extras que estamos perdiendo.”
-“¡Pah! ¡Qué garrón! ¡Cómo pueden pensar solamente en función de las horas extras! Todos gritan y se hacen los malos porque según el jefe- nosotros somos los que más perdemos, siendo que lo que perdemos no forma parte de nuestro jornal, es guita extra.
-“Si… mucha protesta, mucha protesta, pero cuando Latorre viene y plantea que lo importante es mejorar el básico y los premios, ninguno dice nada.”
-“Frilans es el único que habla en contra de las horas extras, pero lo desautorizan porque él nunca las hace. ¡Qué extraña manera de pensar tenemos los trabajadores!
-“No estoy de acuerdo. Pensamos diferente en función de nuestra relación íntima con el trabajo, el patrón o el jefe. ¡Te digo más! También depende de cómo llegaste a la fábrica, porque no piensa igual el que llegó finito de cintura por un aviso en el diario que el que llegó de parte del sindicato o recomendado por algún jefe, ¿ta claro?
-“¡Clarísimo! Ahí viene el bondi; a ver si puedo dormir algo… ¡Qué palma, loco!”
-“Dale, dale. Subí y sacá boleto. Si no dormiste en el tren, acá tampoco por las frenadas; si no es un semáforo, es un badén o un lomo de burro…”
-“Vos dejame dormir.”
De pronto alguien se sienta a mi lado abruptamente, empujándome con el hombro. Es un compañero con ganas de conversar.
-Hola cumpa, ¡qué fresquete!, no? ¿Pensando en la lucha que se avecina?
-La verdad es que sólo trataba de dormir un rato. ¿Cómo están las cosas con la nueva gerencia?
-Todo mal. No quieren saber nada con nosotros. No son negociaciones, mas bien son provocaciones. Quieren que hagamos alguna cagada para aplicar represalias con justificación.
-Pero creo que los compañeros en general los respaldan porque confían en ustedes… No creo que surja ningún loquito que meta la pata. Los conflictos de los últimos años se manejaron bien y logramos siempre un buen acuerdo.
-Si, pero esto es cansador. ¿Hasta cuándo nos va a bancar la gente? Nos pegan de todos lados y el único respaldo que tenemos es la unidad de los trabajadores, aunque pensemos distinto.
-¡Qué loco todo!, no? Lo único que pedimos fue que los dirigentes se pusieran a la cabeza de los reclamos, como corresponde.
-Es el precio de la independencia y lo tenemos que pagar. Yo creo que vamos por buen camino. Siempre buscamos el bien común y la preservación de los puestos de trabajo. Esta es una página más en la historia del movimiento obrero; tal vez no la veamos en toda su dimensión porque estamos metidos de lleno en ella…
_”¡Viste que no ibas a poder dormir! Elcone parla y parla; está metido muy en serio en su rol.
-“¡Pará loco, más respeto! Elcone no habla por hablar.
-“Solo estaba bromeando. Despabilate y dale a la sinhueso, que a vos te gusta el tema.”
-Habría que saber un poco de sociología para entendernos. En general nos debatimos entre que  somos una gran familia y el sálvese quien pueda.
-¿Cómo es eso? ¡Sea más explícito, cumpa! Yo soy un humilde trabajador y a veces no entiendo de mensajes subliminales.
-“¡Pah, viste qué léxico! ¡Aguante Elcone!”
-Dale, no te hagás el tonto que sabés bien a qué me refiero.
-Pero como dice el refrán, en toda gran familia hay hijos y entenados, no?
-¡Y… sí! Pero hay mucho temor a perder el laburo, hay que darles tiempo.
-“¿Porqué no le decís lo que pensás realmente, que son una manga de lúmpenes?”
-“¡Cortala con el vocabulario setentista!”
-La verdad es que tenemos que encontrarle la vuelta, ¿no le parece?
-¡Sin duda! Pero creo que el trabajo será de ustedes, la generación nacida durante la dictadura porque a nosotros nos aplastaron entre los milicos y el neo-liberalismo.
-¡No se apichone, cumpa! Fueron ustedes los que nos avivaron y nos hicieron pensar en una sociedad mejor…
-¡Y bueno! Ustedes agarraron la posta y ahora tienen que meterle para adelante y pasarla a su vez a los que vendrán o que ya están llegando. Los cincuentones ahora queremos cuidarnos un poco, mimarnos…
-Si, y también están los que nunca se preocuparon nada más que por trabajar y ahora tienen que seguir en la misma para que no se les caiga el promedio para la jubilación, sin darse cuenta que se les cayó hace rato y que jubilarse ahora significa pasar a ser pobre…
-¡Quéca!, no? ¡Toda una vida laburando para comprar la casa, criar los hijos, comprar el autito, después ayudar a los hijos que se casan, y ahora siguen en el yugo con la ilusión de lograr una jubilación digna!
-La jubilación se nos fue al carajo legislación mediante; y para cambiarla me parece que habría que cambiar primero a los legisladores.
-“Eso, eso… ¡Primero que se vayan todos y después metamos trabajadores al Congreso!”
-¡Y, si! Los que terminaron con la jubilación son prácticamente los mismos que siguen ocupando bancas, elección tras elección!
-La pelea la tenemos que dar los trabajadores, bien de abajo, creando conciencia hasta que ésta vaya contagiándose; no toda la sociedad esta podrida.”
-“¡Aguante Elcone! ¡Vamo arriba los trabajadores!”
-Llegamos…
-A bajar se ha dicho…
La conversación cambia al encontrarnos con otros compañeros en el camino. El tema ahora es la diaria: el partido de la selección, las minas de la tele, que uno está loco porque se quiere casar, que otro-muy joven- va a ser papá pronto… Sigue el ritual de cada día: comprar el diario, saludar cortesmente a la vigilancia, y al entrar al vestuario, el saludo cordial a los compañeros… y a cambiarse.
De pronto se escucha una voz conocida por todos que pasa rumbo a su sector y desde adentro lo saludan con cada uno de los sobrenombres que tiene y hay carcajada general.
-“Ta bueno reírse a la mañana temprano. Parece que nos reímos de nosotros mismos, y eso es bueno.”
-“¿A ésta hora vas a filosofar? ¿¡Cómo puede ser tan querido un tipo como Ñancul, con esa soberbia exacerbada y esa actitud discriminatoria de que hace gala a cada rato?!”
-“Creo que es una fachada. Es un buen trabajador, no es mezquino con los nuevos, es solidario cuando a alguien se le complica, la guita que no consigue acá la hace changueando afuera… es de los que pasan más tiempo fuera de la casa.”
-“Tenés razón… y además banca la universidad de los hijos. Es bastante contradictorio, no?”
-“Menos mal que sus contradicciones son visibles. Los trabajadores todos tenemos nuestras propias contradicciones, que a veces suman y otras restan…”
-“Muy bien, pero metele que andás lento y vamos a fichar tarde si no te apurás un poco.”
Una vez cambiado, ficho en el sector y me quedan casi diez minutos para tomar unos mates antes de que comience la jornada puertas adentro. Entro al comedor… saludo a todos un apretón de manos… ¡y a matear se ha dicho!
La modorra de la madrugada ya fué…

De mi libro "Historias cotidianas".     ISBN 978-987-28908-0-3

miércoles, 2 de febrero de 2011

CELOS

Con Ricardo nos conocemos desde hace años y compartimos una misma profesión, somos vendedores viajantes y disfrutamos nuestro trabajo porque ambos somos andariegos por naturaleza. Cuando coincidimos en algún punto de nuestros recorridos siempre nos organizamos para compartir un almuerzo y hablar de bueyes perdidos. Esta vez el encuentro fue en Rosario y a la sobremesa, entre café y café, la charla derivó a temas íntimos.
- Loco, tengo que contarte algo que me está matando… Está todo mal con Lidia…
-¿Qué decís, chabón? ¡No me jodas! ¿Cuanto hace que fueron a cenar a casa, quince días? ¡Y se los veía muy bien… mucho arrumaco mucho besito!
- Si, si… pero solo son apariencias o expresiones de deseo.
Ricardo termina su café y con el ceño fruncido me mira mientras yo, con mucho nerviosismo me concentro en hacerle nudos a las servilletas de papel.
-¿Podes ser mas especifico y contarme que te esta pasando?
- ¡Es que Lidia esta muy rara! Amanece casi siempre cansada y quejosa. Nuestro sexo ahora depende de las urgencias que ella tenga en mente…
- ¿Querés otro café?
- Bueno, dale…
Ricardo llama al mozo y aprovecha la pausa para pensar y buscar palabras que sirvan de ayuda. Una vez retirado el mozo, revolviendo mi café, me explayo como puedo…
- Hace unos meses me contó re-feliz que se habían encontrado con unos viejos compañeros de la época del Centro de Estudiantes.
- ¡Pero eso esta buenísimo! ¡Encontrarse con esas amistades y disfrutar otra vez de las emociones que nos dieron tanta felicidad es saludable!
- Si… si… pero Lidia se pasa de mambo. El mes pasado tuve libre un solo fin de semana. ¿Sabés que pasó? El sábado me dejó durmiendo solo en casa para ir a cenar con sus viejas amistades. Para colmo, al regreso no quiso ni que la tocara. Parecíamos gallinas, durmiendo sobre los palos…
- Me parece que estas magnificando la situación. ¿Lo hablaron por lo, memos?
- Si, lo hablamos. Y dice que no le pasa nada, que estoy un poco persecuta y nada más; dice que me quiere y punto.
- ¿Querés que le pida a Miriam que hable con ella? En una de esas las turcas se entienden mejor y componen el bolonqui. Me parece que vos estás aceleradito, pero solo vos sabés lo que pasa con tus emociones.
- No, dejá. A lo mejor son sólo manijas mías. Voy a ver qué puedo hacer para aclarar esto, que la verdad- ¡me está haciendo pelota!
Vuelvo antes, una noche antes. Dejo el auto en una cochera y hago las últimas cuadras caminando. Mis emociones están totalmente fuera de control. La certeza del engaño me hace apurar el paso hasta casi correr. Sin darme cuenta llego a la esquina de casa con el corazón golpeando como si fuera un tambor. Al oír tintinear las llaves en mi mano, las guardo y para disimular hago como que espero el colectivo mientras fumo un cigarrillo. Busco mil argumentos para serenarme mientras doy pitadas lentas, como queriendo saborear lo desagradable del papel quemado. ¡Qué vicio sucio y que no me puedo sacar de encima! Finalmente logro calmarme. Siento que el corazón recupera su ritmo mientras miro la colilla que voló de mi mano hacia la calle. ¡Otro hábito antisocial que debo corregir! El de tirar desperdicios a la calle, digo…
Ahora sí, a enfrentarme con la realidad. Suspiro hondo y recorro los últimos metros. Uso las dos manos para que la llave no haga ruido al abrir el portón. Las bisagras bien lubricadas, colaboran. Abrir la puerta es más difícil. Dejo el bolso en el piso y siempre con las dos manos hago girar la llave muy despacio. Espero unos minutos. El oído atento parece percibir con claridad el roce de la brisa en las hojas de las plantas.
Muy despacio retiro la llave, me cuelgo el bolso en el hombro y giro el picaporte. “¡Que no haga ruido, que no haga ruido! No hizo ni un ruidito, ¡menos mal!”
Al abrir la puerta me recibe la cálida oscuridad de la casa. Dejo el bolso en el piso contra la pared para no tropezar con él, y con el mayor sigilo cierro la puerta mientras mis pupilas se acostumbran a la penumbra.
Paso a paso me aproximo al dormitorio. Mi respiración es lenta y cadenciosa. Debe de estar amaneciendo porque una tenue claridad entra por la persiana entreabierta, resaltando suavemente los contornos.
Dos cuerpos duermen abrazados haciendo cucharita- de espaldas a la ventana. Su sueño es profundo y grato. Lo que puedo ver del rostro de ella denota felicidad. ¿Quién será el hijo de p… que me está cagando?
De pronto él parece querer ponerse boca arriba y yo me estiro para verle la cara mientras mis puños se crispan. ¡Y la rep………! Pero ella -siempre por debajo de la frazada- extiende su mano hacia atrás y tomándolo de la cadera lo vuelve a girar para que quede bien pegado a ella. Él suspira profundamente y sumerge la cara entre sus cabellos, mientras desliza despacio una mano buscando su vientre o sus senos.
- ¡Esas tetas son mías! ¡Te voy a matar!
Creí gritar como un loco, pero mi boca abierta no emitió sonido alguno. Me acerco con la idea de clavarle una trompada en la cabeza, pero mi puño no obedece; pesa como si fuera de piedra.
El toque parece gustarle a ella. Acomoda bien su cola contra la entrepierna del tipo y la mano que lo retenía busca la mano que la acaricia. Sus labios dejan salir un gemido de placer mientras gira la cabeza como ofreciéndole la oreja a la boca perdida entre su pelo. Una sonrisa ilumina su rostro…
-¡Qué hermosa que sos! ¿Por qué me hacés esto?
Quiero acariciarla y susurrarle que la amo pero sólo estoy ahí de pié, mirando y sufriendo mientras mis ojos se llenan de lágrimas…
Un sonido extraño a la calma del momento, rompe esa suerte de hechizo. El despertador avisa que es hora de levantarse. ¡Ahora se las verán conmigo! Me muevo para encender la luz.
El tipo que ocupa mi lugar, gira, y extiende su mano en busca del reloj.
-¡Ahora sí te veré la cara, desgraciado! Mi mano se detiene sobre la tecla de la luz.
Ella gime un “¡no… no!” y hunde el rostro en la almohada cubriéndose hasta la cabeza con el acolchado.
Giro en la cama. La mano que acariciaba se estira hasta alcanzar el celular sobre la mesa de luz que no para de sonar. Cancelo la alarma y lo acerco a mi rostro en un vano gesto de comprobar que es hora de levantarse.  Vuelvo a girar hasta quedar apretado contra su cuerpo y mientras la acaricio susurro en su oído: “Amor, voy a preparar el mate...”
De mi libro "Historias cotidianas".     978-987-28908-0-3