Con Ricardo nos conocemos desde hace años y compartimos una misma profesión, somos vendedores viajantes y disfrutamos nuestro trabajo porque ambos somos andariegos por naturaleza. Cuando coincidimos en algún punto de nuestros recorridos siempre nos organizamos para compartir un almuerzo y hablar de bueyes perdidos. Esta vez el encuentro fue en Rosario y a la sobremesa, entre café y café, la charla derivó a temas íntimos.
- Loco, tengo que contarte algo que me está matando… Está todo mal con Lidia…
-¿Qué decís, chabón? ¡No me jodas! ¿Cuanto hace que fueron a cenar a casa, quince días? ¡Y se los veía muy bien… mucho arrumaco mucho besito!
- Si, si… pero solo son apariencias o expresiones de deseo.
Ricardo termina su café y con el ceño fruncido me mira mientras yo, con mucho nerviosismo me concentro en hacerle nudos a las servilletas de papel.
-¿Podes ser mas especifico y contarme que te esta pasando?
- ¡Es que Lidia esta muy rara! Amanece casi siempre cansada y quejosa. Nuestro sexo ahora depende de las urgencias que ella tenga en mente…
- ¿Querés otro café?
- Bueno, dale…
Ricardo llama al mozo y aprovecha la pausa para pensar y buscar palabras que sirvan de ayuda. Una vez retirado el mozo, revolviendo mi café, me explayo como puedo…
- Hace unos meses me contó re-feliz que se habían encontrado con unos viejos compañeros de la época del Centro de Estudiantes.
- ¡Pero eso esta buenísimo! ¡Encontrarse con esas amistades y disfrutar otra vez de las emociones que nos dieron tanta felicidad es saludable!
- Si… si… pero Lidia se pasa de mambo. El mes pasado tuve libre un solo fin de semana. ¿Sabés que pasó? El sábado me dejó durmiendo solo en casa para ir a cenar con sus viejas amistades. Para colmo, al regreso no quiso ni que la tocara. Parecíamos gallinas, durmiendo sobre los palos…
- Me parece que estas magnificando la situación. ¿Lo hablaron por lo, memos?
- Si, lo hablamos. Y dice que no le pasa nada, que estoy un poco persecuta y nada más; dice que me quiere y punto.
- ¿Querés que le pida a Miriam que hable con ella? En una de esas las turcas se entienden mejor y componen el bolonqui. Me parece que vos estás aceleradito, pero solo vos sabés lo que pasa con tus emociones.
- No, dejá. A lo mejor son sólo manijas mías. Voy a ver qué puedo hacer para aclarar esto, que –la verdad- ¡me está haciendo pelota!
Vuelvo antes, una noche antes. Dejo el auto en una cochera y hago las últimas cuadras caminando. Mis emociones están totalmente fuera de control. La certeza del engaño me hace apurar el paso hasta casi correr. Sin darme cuenta llego a la esquina de casa con el corazón golpeando como si fuera un tambor. Al oír tintinear las llaves en mi mano, las guardo y para disimular hago como que espero el colectivo mientras fumo un cigarrillo. Busco mil argumentos para serenarme mientras doy pitadas lentas, como queriendo saborear lo desagradable del papel quemado. ¡Qué vicio sucio y que no me puedo sacar de encima! Finalmente logro calmarme. Siento que el corazón recupera su ritmo mientras miro la colilla que voló de mi mano hacia la calle. ¡Otro hábito antisocial que debo corregir! El de tirar desperdicios a la calle, digo…
Ahora sí, a enfrentarme con la realidad. Suspiro hondo y recorro los últimos metros. Uso las dos manos para que la llave no haga ruido al abrir el portón. Las bisagras bien lubricadas, colaboran. Abrir la puerta es más difícil. Dejo el bolso en el piso y siempre con las dos manos hago girar la llave muy despacio. Espero unos minutos. El oído atento parece percibir con claridad el roce de la brisa en las hojas de las plantas.
Muy despacio retiro la llave, me cuelgo el bolso en el hombro y giro el picaporte. “¡Que no haga ruido, que no haga ruido! No hizo ni un ruidito, ¡menos mal!”
Al abrir la puerta me recibe la cálida oscuridad de la casa. Dejo el bolso en el piso contra la pared para no tropezar con él, y con el mayor sigilo cierro la puerta mientras mis pupilas se acostumbran a la penumbra.
Paso a paso me aproximo al dormitorio. Mi respiración es lenta y cadenciosa. Debe de estar amaneciendo porque una tenue claridad entra por la persiana entreabierta, resaltando suavemente los contornos.
Dos cuerpos duermen abrazados –haciendo cucharita- de espaldas a la ventana. Su sueño es profundo y grato. Lo que puedo ver del rostro de ella denota felicidad. ¿Quién será el hijo de p… que me está cagando?
De pronto él parece querer ponerse boca arriba y yo me estiro para verle la cara mientras mis puños se crispan. ¡Y la rep………! Pero ella -siempre por debajo de la frazada- extiende su mano hacia atrás y tomándolo de la cadera lo vuelve a girar para que quede bien pegado a ella. Él suspira profundamente y sumerge la cara entre sus cabellos, mientras desliza despacio una mano buscando su vientre o sus senos.
- ¡Esas tetas son mías! ¡Te voy a matar!
Creí gritar como un loco, pero mi boca abierta no emitió sonido alguno. Me acerco con la idea de clavarle una trompada en la cabeza, pero mi puño no obedece; pesa como si fuera de piedra.
El toque parece gustarle a ella. Acomoda bien su cola contra la entrepierna del tipo y la mano que lo retenía busca la mano que la acaricia. Sus labios dejan salir un gemido de placer mientras gira la cabeza como ofreciéndole la oreja a la boca perdida entre su pelo. Una sonrisa ilumina su rostro…
-¡Qué hermosa que sos! ¿Por qué me hacés esto?
Quiero acariciarla y susurrarle que la amo pero sólo estoy ahí de pié, mirando y sufriendo mientras mis ojos se llenan de lágrimas…
Un sonido extraño a la calma del momento, rompe esa suerte de hechizo. El despertador avisa que es hora de levantarse. ¡Ahora se las verán conmigo! Me muevo para encender la luz.
El tipo que ocupa mi lugar, gira, y extiende su mano en busca del reloj.
-¡Ahora sí te veré la cara, desgraciado! Mi mano se detiene sobre la tecla de la luz.
Ella gime un “¡no… no!” y hunde el rostro en la almohada cubriéndose hasta la cabeza con el acolchado.
Giro en la cama. La mano que acariciaba se estira hasta alcanzar el celular sobre la mesa de luz que no para de sonar. Cancelo la alarma y lo acerco a mi rostro en un vano gesto de comprobar que es hora de levantarse. Vuelvo a girar hasta quedar apretado contra su cuerpo y mientras la acaricio susurro en su oído: “Amor, voy a preparar el mate...”
De mi libro "Historias cotidianas". 978-987-28908-0-3
Jorge! Este es el primer cuento que leo. Quería avisarte que pasé por tu blog. Me gusto mucho el retorcido laberinto emocional del protagonista.
ResponderEliminarBesos y felicitaciones!
Que buen cuento el final lo tiene a uno de suspenso. Digno para un corto de cine. Sigue escribiendo.
ResponderEliminar