Estos otros cuentos son absolutamente verídicos en el sentido que sus protagonistas son reales, personas como usted y como yo, con sus sueños y conflictos a cuestas en la lucha cotidiana del vivir…
El final del camino
Inés es una chica provinciana que en sus 18 años no ha visto nada mas allá de los cercanos límites de su pueblo, pequeño, cansado, humilde…
Su vida ha transcurrido lenta y monótonamente. Los recuerdos de su infancia, que son pocos y casi todos tristes, es mejor no tenerlos. Su paso por la escuela fue breve porque alguien debía cuidar de los más pequeños. La adolescencia le pasó desapercibida; había que trabajar para ayudar a mantener el hogar. No hubieron bailes, ni fiestas, ni tardes de cine siquiera.
Al bajar el sol, cuando vuelve a casa, suele quedarse contemplando la cinta oscura de la ruta desde una lomada, hasta ver pasar el ómnibus rumbo a Buenos Aires. Sus ojos tristes quieren llenarse de distancia y ver otros atardeceres, más felices, con menos llanto.
Un día se decidió a cambiar la rutina de sus días y fue a visitar a la Señora Tota. Doña Tota –como todos la llaman- viaja todos los meses a la capital, donde tiene una agencia de colocaciones de servicio doméstico. Vive tan alejada de las comodidades de la gran ciudad porque su esposo tiene múltiples negocios que atender en la zona, y de paso consigue con más facilidad la mano de obra que sus clientas necesitan.
- Doña Tota, quiero irme a trabajar a Buenos Aires y vengo por si tiene algo para mí.
- ¡Pero m’hija, cómo no! Vení, pasá muchacha. ¿Querés un mate?
- No gracias doña. Me dijeron que usted llevó a trabajar a otras chicas del pueblo.
- Si, es verdad. Todos los meses le consigo trabajo a cuatro o cinco muchachas como vos. Justamente me están faltando dos más para completar mis pedidos y tengo que viajar pasado mañana sin falta!
- Me vá a poder llevar entonces?
- Bueno, todo depende de vos. ¿Sabés lavar, planchar y mantener bien limpia una casa?
- Si, doña, desde los nueve años lo hago.
- ¿Te gustan los chicos? Porque casi todas mis patronas tienen uno o dos. También tendrías que cocinar de vez en cuando. Ya sabés, unos churrasquitos, un poco de ensalada y sopa de cubitos, todo muy fácil.
- ¿Cuánto me va a cobrar por conseguirme el empleo?
- Por eso no te preocupés. Me podés pagar trabajando mucho y portándote bien. La Señora te va a tratar como si fueras de la familia, vas a ver. Además tiene el compromiso de llevarte a pasear todas las semanas. Con ellos no te vas a sentir sola. También podés venir a tomar mate en casa cuando estoy en Buenos Aires.
- ¿Y el viaje?
- Si estás decidida te podés venir conmigo en el auto,. ¿Cuántos años tenés?
- Veinte.
- Seguro que tus padres no saben nada, no es cierto?
- No doña; después les voy a escribir y a mandar algo de plata.
- Mirá, yo no quiero líos después, así que si te vas a ir conmigo no tenés que decirle a nadie que yo te conseguí trabajo.
- Está bien, no se preocupe Doña Tota.
- Bueno, mirá, nos vamos el sábado a las seis de la mañana, así que vos me esperás en la ruta a las seis menos cuarto. Estate con la valija frente a la gomería que hay pasando el cruce; sabés donde te digo?
- Si doña, voy a estar a esa hora y no se preocupe que nadie va a saber nada.
- Perfecto. Hasta el sábado. Ah, me olvidaba, cómo te llamás?
-Inés. Hasta el sábado.
- Chau.
Tiempo después la encontré en el barrio de Pompeya; mejor dicho, fue ella quién me encontró. Sentí que decían mi nombre y al volverme vi que alguien me hacía señas desde el otro lado de la calle. No la reconocí hasta que estuvo a mi lado tendiéndome la mano. Sus ojos reflejaban alegría; el maquillaje de más envejecía sus jóvenes años. Percibí por la ansiedad de su voz que tenía grandes deseos de hablar con alguien y la invité a tomar un café. Caminando, me fue preguntando atropelladamente si hacía mucho que no iba por el pueblo, cuándo volvería, qué noticias tenía de su familia…
Mientras tomábamos el café le pregunté qué había dicho su padre al saber su fuga.
- En realidad –me contestó- papá debió de sentirse aliviado al tener uno menos para darle de comer. Ya tiene más de 60 años y todavía tiene que machetear y carpir en la hectárea para poder vivir, pero en el almacén y la carnicería siempre queda saldo. Mamá debe sufrir más, pero tiene los nietos que la distraen…
- Inés, cómo te ha ido en todo este tiempo? ¿Dónde trabajás?, le pregunté deseando poder brindarle una ayuda, un consejo que quizás necesitara.
- Ahora trabajo en una fábrica y me vá muy bien, me contestó sonriendo, y después de un sorbo, acariciando el borde del pocillo prosiguió.
- Antes estuve de doméstica, pero me tuve que ir a una pensión. Las Señoras me trataban bien pero me descontaron como tres meses para la agencia y los domingos no me dejaban ir a ningún lado, tenía que salir con ellos a pasear…
Hablaba deseando hacerlo, necesitada de alguien que le prestara atención.
Le conté que en el pueblo se decía que la Sra. Tota la había traído. Me contestó que era verdad y me pidió que no se lo dijera a nadie. Después de apurar el café siguió hablando.
- Mis Señoras son buenísimas!, decía. Los jueves podía salir a las tres de la tarde si me apuraba a lavar la cocina y tenía que estar de vuelta a las ocho para servir la cena. ¡Te van a tratar cómo de la familia! ¡El Señor es abogado y la Señora escribana, vas a aprender muchísimas cosas con ellos! Lo que aprendí fue a decir Si Señor, No Señora y a usar cofia y delantal cuando había gente a cenar.
Había una gran amargura en su voz y sus ojos se humedecieron. Me apenó verla con tanta tristeza, acaso no la misma que tuviera antes, allá en su provincia?
- Si no te agradaba esa vida porqué no volviste junto a tu familia? Ellos te quieren y han de estar muy preocupados por ti.
Mi comentario no contribuía a mejorar su ánimo, pero creí que era el momento oportuno de hacer reflexiones. Quería ayudarla sin saber bien porqué, talvez pensando en los miles de historias como esta que tienen lugar todos los días.
Antes de contestarme pidió otro café y revolvió su cartera en busca de un cigarrillo.
- Volver ahora no puedo. Volvería con mucha amargura encima y entristecería más a mis padres. Tengo que intentarlo de nuevo. Estoy como hace un año pero tengo libertad y no la quiero perder…
Sin duda se le había formado un nudo en la garganta pues clavó la vista en el café y aplastó el cigarrillo recién empezado. ¡Cuántos recuerdos e ilusiones mezclados en un solo instante! Sus palabras me desarmaron y palmeándole la mano le dije:
- Ánimo Inés! Ten confianza que todo saldrá bien y pronto olvidarás los momentos feos que te han tocado vivir.
En realidad no estaba yo mismo muy seguro de lo que decía, pero ella me sonrió agradecida. Luego se miró en un espejito de cosméticos, se arregló coquetamente el cabello y me dio un sobre con dinero y una carta para su familia.
- Hágame el favor, entréguele esto a mi madre y dígale que estoy bien.
Y se perdió entre la multitud que llena la Avenida Saenz a las seis de la tarde.
La última vez que ví a Inés no fue casualidad; yo diría que estaba esperándome. Fue en la misma esquina de Roca y Saenz en que nos encontramos tiempo atrás. Vestía ropa de buena calidad y a la moda, pero su rostro decía que no era feliz. En él se podía ver sin mucho esfuerzo, más que vejez, hastío…
Me costó reconocerla y el encuentro fue fugaz. Sorpresivamente apareció delante de mí, me saludó y me dio un pequeño paquete.
- Es para mi mamá, por favor, lléveselo…
Hizo ademán de seguir su camino, pero la tristeza de sus ojos me obligó a detenerla y preguntarle por su vida.
Sin mirarme siquiera, y con la voz quebrada, murmuró apenas:
- Ahora soy “copera” en un cabaret y gano buena plata, pero no se lo cuente a mamá, por favor…
Una vez más las calles de Pompeya la vieron pasar con su carga de dolor a cuestas y sus lágrimas a flor de piel; las calles, pero no la gente, que perdida ya su identidad, es solamente parte del paisaje de la gran ciudad…
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987-28908-6-5
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