¡Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo!
Merry Christmas and Happy New Year!
Frohe Weihnachten und glückliches neues Jahr!
Joyeux Noël et bonne année!
Čestit Božić i sretna nova godina
Веселого Рождества и счастливого нового года!
З Калядамі і з новым годам!
Glædelig Jul og Godt Nytår!
lunes, 26 de diciembre de 2011
miércoles, 23 de noviembre de 2011
De Darwin, Roberspierre y otras yerbas.
Quiero contarles una tragicómica historia. Digo tragicómica porque yo solo fui testigo, que si hubiese sido protagonista, hubiera tenido un trágico final.
Pero en primer lugar debo presentarme. ¡Soy un martillo bolita de un kilo! Y para que no haya malos entendidos les daré una descripción de mi persona: el martillo es una herramienta de mano que se utiliza básicamente para golpear. Constamos de dos partes: cuerpo o mango y cabeza. Nuestro cuerpo es de madera y está unido por uno de sus extremos a nuestra cabeza. El peso de nuestra cabeza determina la tarea que podemos realizar. Mi cabeza es cilíndrica de un lado y el extremo más corto es esférico, de ahí mi nombre “bolita”.
Habito en un taller de reparaciones junto a muchos otros congéneres y diversas herramientas de mano, entre ellas mis primas las mazas, regordetas y pesadas. Los martillos de mi generación, de mediados del Siglo XX, fuimos creados con el fin de ser útiles por mucho tiempo. Puede decirse que la Teoría de la Evolución de las Especies de Darwin era aplicable en nosotros.
El humano que me posee se siente orgulloso de contar conmigo. Me mima; cada tanto revisa la cuña que fija mi cuerpo a mi cabeza y si tiene dudas, me da un baño de inmersión para que la madera se hinche y mi cabeza no bailotee sobre mis hombros. Después me seca minuciosamente para que no me oxide. Así es nuestra sociedad y soy feliz, yo le soy útil y él me cuida. No todos los martillos del taller somos iguales, no. Quedamos pocos de la vieja guardia.
Las nuevas generaciones ya no vienen con el cuerpo de madera semi-dura, cuña del mismo palo y cabeza templada. Ahora Darwin fue sustituido por las Leyes del Mercado. Como lo que importa es bajar costos y vender mucho, los nuevos vienen con cabeza de hierro dulce y cuerpo de madera blanda. En lugar de cuña de madera utilizan algo llamado resina epoxi, producto maravilloso de múltiples usos, según los fabricantes. Pero la realidad es que los nuevos solo sirven para mirarlos. No son aptos para las exigencias del trabajo. Sus blandas cabezas se deforman enseguida, su cuerpo frágil se quiebra fácilmente y el sello epoxi se desprende y no hay como acuñar la blanda madera.
La tragicomedia comenzó con una maza de dos kilos de la novel generación y sucedió así: El humano estaba golpeando afanosamente una gruesa chapa con ella, cuando de improviso la cabeza de mi prima se desprendió del cuerpo, y dando una voltereta en el aire, impactó sobre la mano que la empuñaba. Consecuencias del hecho: contusión, hinchazón, servicio médico y gran revuelo en el taller ¡por falta de seguridad en el trabajo! El humano estuvo un par de días sin venir a trabajar y se inició una exhaustiva investigación del suceso en busca de la mejor solución. ¡Esto no debía volver a suceder!
La solución llegó en forma de una orden concreta: “A todas las mazas y martillos se les debe insertar un seguro metálico que atraviese la cabeza y el mango”. Muchos humanos cumplieron con la orden, pero el mío decidió no hacerlo y me ocultó de la inspección. ¡Pasé así a vivir en la clandestinidad! La medida, por supuesto no funcionó. Como era de esperarse los cuellos blandos se debilitaron y adquirieron tal juego que imposibilitaba el uso adecuado de la herramienta. Ante el reclamo de los humanos fue necesario buscar otra solución. Y fue entonces que entró en escena ¡”el Roberpierre de los martillos”!
La orden fue tajante: Cortarle la cabeza a todas las mazas y martillos defectuosos. La “solución final” se puso en práctica y rodaron las cabezas. Su destino fue la fundición y el de los cuerpos, la basura. Yo no lo presencié porque permanezco en el anonimato, oculto, pero escuché los comentarios de los humanos entre jocosos e indignados.
El corte de cabezas se complementó con una compra de mazas y martillos de última generación. Finalmente llegaron las vedetes del taller: ¡dos esbeltas mazas de cuatro kilos con mango de hierro forrados en goma! Las de mano, las más pequeñas y de uso diario aún no arribaron, las esperan con curiosidad.
Mientras tanto, yo, sigo mi vida de misterio, porque aunque estoy y trabajo, el humano casi no me deja ver, por si Roberpierre reapareciere…
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987.28908-0-3
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987.28908-0-3
sábado, 22 de octubre de 2011
Un compañero de viaje
El personaje en cuestión es un hombre adulto que le tocó, por esas vueltas que la vida da, vivir una profunda crisis personal. Ésta le llegó justo cuando estaba viviendo –según él- su mejor momento. Las razones no las conocemos, pero debieron ser muy fuertes para que se diera el cambio que se dio en su comportamiento.
Se trata de alguien con muy pocas amistades íntimas. Algunos en su trabajo, un ambiente exclusivamente de varones, lo consideran un “tipo de fierro” porque siempre está cuando lo necesitan; pero su actitud no es propensa a la reciprocidad. Muy pocos conocen algo –solo algo- de su intimidad, y llegan a conocerlo cuando los acontecimientos ya pasaron, ya son historia, situaciones ya resueltas.
Lo cierto es que cuando tocó fondo, trató de bancársela sólo y como mejor pudiera, en definitiva así se las arregló siempre. Pero esta vez no alcanzó y entonces buscó un compañero con quien tuviera algo de afinidad para conversar. Lo único que obtuvo como respuesta de un par de su misma edad, aunque con los ojos a punto de lagrimear fue: “- La verdad, no sé qué decirte… Nunca pasé por una de esas…”
En la encrucijada en la que se encontraba, lo que necesitaba era un brazo donde apoyarse, un oído atento y más que nada una palabra que derivara en un diálogo fecundo. Sabiendo que necesitaba encontrar una salida, buscó otro en quien confiar. Esta vez la respuesta fue: “- No chabón, no te des manija. Distraete, tomátelo con soda.” Y a continuación pasó a relatarle una situación similar que a él le tocó vivir y cómo le llevó años de terapia para poder superarla. Lo único que se le ocurrió al desdichado fue preguntar por qué había elegido el Psicoanálisis en vez del Conductismo para su terapia, pero para no irse por las ramas no dijo nada y optó por callarse la boca. Estaba siempre en el mismo lugar.
Un par de días más tarde se acerca otro que lo consideraba su amigo, aunque en realidad nunca habían hecho –ni uno ni otro- nada por cultivarla. Frontal como es, le dice: “- ¿Qué te está pasando, loco? Me dijo el flaco que te notó como ido. ¡Al fin alguien que preguntaba algo! ¡Y otro que había notado algo diferente!
-La verdad es que toqué fondo. Creo que estoy viviendo una crisis de identidad, pero ¡mal!
La respuesta fue demoledora. En lugar de establecer algún tipo de diálogo, simplemente le respondió: “- Sacate la presión del laburo, pedí médico, tomate unos días y fijate qué podés hacer con lo otro. Manejate tranquilo y llamame…”
Y así, el tipo en cuestión siente que su soledad se agranda y la crisis se hace más profunda. Como si esto no fuera poco, se le acerca otro compañero –bien intencionado sin duda- le pone una mano en el hombro y con naturalidad le dice: “- Cumpa, lo noté bastante bajoneado estos días. La situación está jodida pero no hay que hacerse mala sangre; a mal tiempo buena cara. Se lo digo yo, que de ponerle el cuerpo a las dificultades tengo experiencia. Piense en positivo, que después de la tormenta siempre sale el sol. Créame, es así de simple…”
Otra vez la misma historia. La gente pasa, arroja un salvavidas y sigue su viaje. Y nuestro personaje, con o sin salvavidas, continúa flotando como puede, pero sigue a la deriva, sin hallar una soga que lo ayude a salir de esta situación.
Un lunes al regreso del trabajo un compañero de viaje, joven como sus hijos le dice: “- Perdóneme que me meta. ¿Qué le está pasando? ¿Puedo ayudar?” El hombre se sorprende. Nunca habían hablado más que trivialidades, cosas del momento. Su primer pensamiento fue: “- ¿Y éste de qué la va?” La respuesta destemplada no llega a salir de sus labios al contemplar la mirada franca del joven. En lugar de una grosería responde con sinceridad: “- Y… me tocó bailar con la más fea, viste? A esta altura de mi vida, sentir que estoy debajo del felpudo me está haciendo bolsa, me entendés?”
- Mas o menos. Cuando lo conocí hace dos años usted era el compañero de la sonrisa fácil, el de la palabra de aliento; pero ultimamente se lo ve cabizbajo, silencioso, abatido…
- Tuteame por favor; me hacés sentir más veterano de lo que soy.
- Está bién, pero decime que te está pasando.
Y así, casi sin darse cuenta, comienza a soltar su angustia ante un perfecto desconocido. Pero hay franqueza en la actitud del joven y entonces el veterano deja fluir sus emociones. Sosegadamente, en el breve viaje en tren, va dejando fluir los motivos de su pesar. Pero además se interesa por la vida de su interlocutor y al compartir sus intimidades, surge en ellos una amistad y el impersonal saludo cotidiano se transforma en un abrazo espontáneo.
Nunca sabremos lo que le pasaba al hombre de nuestro cuento ni de lo que hablaron con el joven amigo, o tal vez lo podamos imaginar. Lo que sí podemos saber es que superó su crisis y comenzó una nueva etapa en su vida gracias a que encontró un compañero de viaje…
De mi libro "Historias cotidianas".
lunes, 19 de septiembre de 2011
Ella y El
La pareja en la cama disfruta del placer de una noche de amor. Se miman, se besan, recorren sus cuerpos desnudos con mil caricias. Ella se quita la chalina de seda, le venda los ojos a su hombre y lo hace recostar sobre su espalda. Sus labios comienzan a recorrer beso a beso el rostro amado, su cuello, su pecho, descendiendo hasta su vientre.
El percibe la nariz de Ella sobre su pubis…Entonces, los fantasmas del pasado vuelven a instalarse en su mente y las imágenes que creía olvidadas. Se apoderan de él. Vuelve a sentirse estaqueado en el elástico de hierro con los ojos vendados y en plena sesión de tortura. Se arquea como cuando la picana se ensañaba con su cuerpo… un jadeo de agonía escapa de sus labios mientras sus manos estrujan las sábanas con desesperación.
La voz de su compañera le llega como de muy lejos mientras le quita la chalina de los ojos.
- ¿Qué te pasa mi amor?
Sus ojos desorbitados tratan de enfocar el rostro de Ella, que denota preocupación. En milésimas de segundo se pregunta si debe o no contarle su pasado y decide no hacerlo para no asustarla. Con una mano le acaricia las mejillas y le acomoda el cabello, mientras la otra suavemente se apoya en esos labios donde sabe beber el néctar del amor pidiéndole silencio.
- No es nada mi cielo, ya pasó. Creo que al no poder mirarte me descompuse.
- Perdoname mi amor, no quise…
- Shhh… no digas nada. Sigamos sin la chalina.
Sábado a la tarde. La invitación para ducharse antes de una “siestita” resultó por demás tentadora. Ella y El bajo la ducha de agua caliente. La sangre circula con toda su potencia. La belleza de los cuerpos desnudos embriaga los sentidos. Ella y El enjabonándose, acariciándose, besándose con pasión, llevan la mutua excitación casi al clímax. Entonces Ella sale de la bañera y susurra: “Te espero en la camita…”
Mientras El disfruta del agua caliente cayendo sobre su cuello, una manito pícara se mete por detrás de la cortina y abre toda la canilla del agua fría. El golpe destemplado sobre sus hombros y espalda lo lleva nuevamente al pasado. No es el agua de la ducha lo que siente sino el chorro de agua a presión saliendo de la manguera de tortura que lo empuja contra la pared y lo hace caer de rodillas. Un gruñido con la boca apretada es todo lo que exclama mientras sus músculos se tensan para contrarrestar el ímpetu del chorro de agua hoy inexistente pero que su mente revive en toda su magnitud.
Ella cierra el grifo apresuradamente, descorre la cortina y se arrodilla a su lado abrazándolo.
- ¡Uy! ¿Fue muy pesada la broma? No fue mi intención…
- Shhh; no pasó nada, tesoro… es que me resbalé al querer zafar del agua fría.
- Vení, vení que yo te seco.
- No hay nada que unos mimos tuyos no puedan solucionar. ¿Vamos?
Y así, abrazados se encaminan al dormitorio. El ambiente es propicio. Ella cerró las persianas y encendió una vela perfumada… El ventilador de techo girando lentamente mantiene la habitación en una agradable frescura.
A la química que desata el lenguaje de los cuerpos se suma la comunión de los sentimientos, y el amor se instala entre ellos en toda su plenitud.
- ¡Nunca me había sentido así!
- ¡Es que nadie te quiso como te quiero yo!
- ¿Y qué sabés si no me amaron más que vos? ¡Te crees el ombligo del mundo!
- ¡Basta de parla! No hables y sigamos…
Viernes a la noche. Ella y El duermen abrazados a pesar del calor. A Él le costó conciliar el sueño pensando en la reunión de la tarde. Para colmo los vecinitos están de joda. Son jóvenes, hablan en voz alta, se ríen, cantan. Durante un rato El se entretiene escuchando el respirar rítmico y profundo de Ella, hasta dormirse con una sonrisa.
De pronto un grito destemplado lo despierta sobresaltado. Se ve nuevamente colgado desnudo en la “percha”; sus pies apenas tocan el suelo. Le sacan la capucha y los malditos están con máscaras de carnaval. Tienen a una piba estacada en un catre; cada vez que amenazan violarla ella grita con desesperación y ellos responden con carcajadas burlonas, sádicas.
Soltó el abrazo sin darse cuenta y está sentado en la cama jadeando y repitiéndose en silencio: “no me van a quebrar… no me van a quebrar…” Otra vez el pasado se hace presente en su mente.
- ¿Qué te pasa mi amor?
- Nada, nada. Voy a tomar un poco de agua. La pizza estaba muy salada. ¿Querés?
- ¡No, no! ¡Quiero dormir!
- Bueno, está bien, dormite…
Ya en la cocina, con mano temblorosa se prepara un vaso con jugo y busca una pastilla para dormir. No puede olvidar la experiencia. ¡Qué ironía del destino! Ésa fue la noche que los soltaron a él y a la piba. A ella porque tenía un pariente capo capo que la andaba buscando; y a él porque se habían equivocado de objetivo. Así zafaron ambos de cosas peores.
- ¿Qué voy a hacer con mi vida? Ni la terapia ni la medicación del psiquiatra lograron curar esas heridas. ¿Y si le cuento todo a Ella? A lo mejor lo comprende y pueda sanar mis recuerdos trágicos. ¿Y si se asusta y no entiende nada?
Y así, sorbo a sorbo, bebe el vaso de jugo mientras da vueltas el somnífero en la mano.
- No importa, en alguien tengo que confiar…
Tira la pastilla a la basura y se vuelve a la cama. Al volver a abrazarla y oler su pelo, piensa: “Mañana, con el desayuno, le cuento todo, y que sea lo que tenga que ser…”
De mi libro"Historias cotidianas". 978-987-28908-0-3
sábado, 6 de agosto de 2011
Uno de Piratas
2° Premio en Narrativa Adultos de la Municipalidad de Lanús 2010.
Barbacana, tras el mostrador de su taberna, en un puerto cualquiera deLa Gran Tortuga , sirve jarra tras jarra de ron a sus clientes, todos piratas y bucaneros que regresan de sus correrías mar adentro. Entre risotadas y canciones marineras, todos cuentan o fabulan sus hazañas. Cuando la bebida empieza a hacer efecto es cuando todos comienzan a recordar a los compañeros caídos y a brindar por su memoria. Entonces llega la oportunidad de adulterar el brebaje, aunque hay que tener a mano del bueno para los que recién llegan.
Barbacana, tras el mostrador de su taberna, en un puerto cualquiera de
La taberna tiene algunos recuerdos de su vieja vida colgados en la pared a su espalda: su sombrero de Capitán, un par de cachiporras, un sable siempre afilado y reluciente por si acaso, un gancho de abordaje del que cuelga un amuleto para la buena suerte, la pata de palo de un camarada muerto, un gallardete con las tibias cruzadas…
Barbacana nunca habla de su pasado. ¿Para qué, si todos conocen su historia? Después de muchos años, aún se alzan las copas por las aventuras de su barco el “Desconfiado”, que no logró sobrevivir a un temporal caribeño al volver buscando refugio, muy maltrecho después de un feroz enfrentamiento con buques de guerra españoles.
Una noche de poco alboroto en la cantina, quizás porque los escasos parroquianos lograron un escaso botín o no lo habían conseguido en absoluto, sus pensamientos lo llevan a su pasada vida de aventuras. Con una sonrisa en los labios se sintió bogando en alta mar oteando el horizonte en busca de una presa; la excitante sensación de la adrenalina fluyendo por sus venas durante una persecución con todas las velas desplegadas y el viento a barlovento, o durante la huída de un navío de guerra, lo hacen sonreír.
Lo sacan de su ensueño las quejas del cocinero preguntando qué van a hacer con el puerco asado que va a sobrar porque casi nadie come, y las protestas de las mujeres porque el ambiente es de desánimo y nadie desea un rato de placer, con lo que esa noche les faltarán algunas monedas. Entonces reclama la atención de todos golpeando una cachiporra sobre la gruesa tabla del mostrador.
- ¡A ver, a ver, lobos de mar! ¿Qué tal si cantamos una alegre canción: “La del regreso”? Hay una medida extra de ron para todos. Barbacana invita…
Ahora sí se arma el alboroto. Vuelan gorras y sombreros por el aire y entre palmadas y golpes sobre el piso de tablas, todos comienzan a cantar, mientras las mujeres escancian el ron extra –adulterado, por supuesto- en las jarras vacías. También se suma a la algarabía una armónica y un tamboril, negro como las manos que lo tocan. ¡Todo vuelve a la normalidad!
Después que los últimos clientes salen abrazados, completamente borrachos y cantando una canción, entre todos –cocinero, mujeres y cantinero- ponen un poco de orden en el local. Cuando los demás se retiran cada cual a su bohío, Barbacana enciende su pipa y camina a paso lento hasta los muelles, donde se balancean suavemente los barcos anclados. La brisa caribeña acaricia su curtido rostro mientras sus pensamientos vuelan mar adentro y tiempo afuera…
. . . . . .
Otra noche de gran algarabía en la cantina. Los parroquianos están por demás exaltados. Todos obtuvieron buen botín y no escatiman gastos en la diversión. El ron corre en abundancia y las mujeres están alegres porque tendrán clientes generosos, felices por el regreso y dispuestos a disfrutarlo todo. En noches así hay que estar muy atento porque las peleas surgen sin aviso; viejos rencores, una broma interpretada como ofensa, una jarra volcada o la disputa por la atención de una mujer pueden terminar con una muerte dentro del local y Barbacana no ha permitido nunca que eso suceda. Por eso además de su cachiporra colgada de la muñeca y conocida por muchas cabezas, lleva al cinto un pistolón solamente para disuadir a algún borracho que se ponga pesado.
Un par de Capitanes se acercan al mostrador para hablar con el viejo colega. Entre tragos de ron, del bueno por cierto, uno de ellos cuenta cómo se le escapó un barco que aparentaba ser una presa fácil pero no lo fue pese a sus conocidas habilidades marineras. Una y otra vez se puso fuera de su alcance cuando se disponía a dispararle, hasta que lo perdió de vista; en vano lo buscó durante tres días, hasta que encontró otra presa menos escurridiza y se abocó a ella. “Claudette” se llamaba el barco en cuestión y parecía ser portador de un rico cargamento.
En su habitual paseo por los muelles a la luz de la luna, esa madrugada no hace sino pensar insistentemente en el barco escurridizo. ¿Sería realmente portador del botín que todo pirata anhela encontrar? ¿Pero a él qué le preocupa si ya se retiró de la vida en el mar? Sin embargo no deja de pensar en el tesoro que supone oculto en sus bodegas y en cómo haría para interceptarlo y poder abordarlo. Finalmente, sacudiendo la cabeza como para alejar estos pensamientos de su mente, emprende el regreso con paso cansino. Esa noche no logró conciliar el sueño. Pensaba y repensaba en el “Claudette” y cómo atraparlo…
. . . . . .En su habitual paseo por los muelles a la luz de la luna, esa madrugada no hace sino pensar insistentemente en el barco escurridizo. ¿Sería realmente portador del botín que todo pirata anhela encontrar? ¿Pero a él qué le preocupa si ya se retiró de la vida en el mar? Sin embargo no deja de pensar en el tesoro que supone oculto en sus bodegas y en cómo haría para interceptarlo y poder abordarlo. Finalmente, sacudiendo la cabeza como para alejar estos pensamientos de su mente, emprende el regreso con paso cansino. Esa noche no logró conciliar el sueño. Pensaba y repensaba en el “Claudette” y cómo atraparlo…
Pasan los meses y el regreso a su antigua vida ya es una obsesión para el viejo pirata. Tal es así que un buen día se encuentra recorriendo los muelles y atracaderos ¡en busca de una nave para hacerse a la mar! Como las embarcaciones tácitamente pertenecen a La Hermandad , busca la que su mente concibió para llevar a cabo la que sería su última aventura. No encuentra en los muelles ninguna como la que imaginó, pero en la playa de una pequeña rada distingue una vieja goleta completamente desarbolada y con un par de boquetes en el casco bajo la línea de flotación. Su corazón late de prisa y la visualiza reparada y navegando bajo su mando. ¡La decisión ya está tomada!
Después de obtener la aprobación de la Hermandad , negocia con los mercaderes la madera y el velamen necesarios para acondicionarla, recluta la escasa tripulación que necesita y con ellos encara la tarea de reparación de la maltrecha nave. Gran algarabía hubo en la isla cuando la goleta restaurada, ya en los muelles, comenzó a recibir las provisiones imprescindibles para navegar. Muchos viejos envidian la audacia del veterano pirata, que después de tantos años en tierra decide nuevamente hacerse a la mar. Al soltar amarras, lo despiden con disparos, sombreros al aire y muchas bromas, dudando quizás de la suerte del viejo camarada, ya que no pudo conseguir los diez cañones por banda que necesita y sólo lleva seis. Pero nada hace dudar a Barbacana, que durante meses calculó los riesgos y está muy seguro de lo que decidió hacer. La cantina quedó a cargo de su cocinero, un robusto Taíno que lo acompañó desde el comienzo. El “Nuevo Desconfiado” ya está navegando con viento a favor.
A los pocos días está abordando pequeños navíos que se dedican al comercio entre las islas y las poblaciones costeras. Ninguno de ellos representa un buen botín. Una madrugada en la que se encuentra acechando una formación de buques mercantes españoles que se dirigen a la península esperando que alguno se rezague, divisa a estribor un bergantín que navega a prudente distancia de la flota española y en sentido contrario. ¡Puede tratarse del “Claudette”, rumbo a La Louisiana ! Con el corazón latiendo de prisa, ordena cambiar el rumbo y comienza la persecución a distancia. El mayor poder de fuego y velamen es una ventaja para el bergantín, pero el viento a sotavento es un aliado de la goleta, que por sus velas triangulares es muy maniobrable para navegar al través. Zigzagueando hábilmente, el “Nuevo Desconfiado” acorta distancia hora tras hora. Ahora sí, el catalejo distingue claramente el nombre de la presa escrito en la popa. ¡Es el “Claudette”!
De pronto se disipan todas las expectativas. Hay que entrar en combate. ¡Todo el mundo a sus puestos y doble ración de ron! Barbacana quiere abordar su objetivo con el menor daño posible. Sólo piensa en el valor del tesoro que espera encontrar a bordo. Parece una misión irrealizable pero confía en la estrategia en la que estuvo pensando todo el tiempo. Ordena cargar con metralla los dos cañones que tiene sobre cubierta. Mide la distancia que los separa, toma el tiempo que le lleva cada maniobra de zigzag; calcula y sonríe satisfecho. ¡Ya lo tiene a tiro! La goleta cambia de rumbo, cruza por detrás del bergantín en diagonal y dispara sus cañones hacia las velas para restarle velocidad. Inicia un giro hacia atrás tomando distancia de los cañones del “Claudette” mientras cambia los suyos de banda y ordena cargarlos con una mezcla de cadenas y metralla para intentar desarbolarlo. La mitad del velamen de su presa es inoperante pero no debe darle tiempo a que se recupere. El bergantín inicia un giro para ponerse a sotavento y embestirlo, pero la goleta ya vuelve a cruzarse en diagonal por la popa disparando dos andanadas de sus cañones. Se oye un fuerte crujido, cae el palo mayor. Estalla una gritería en la goleta. Barbacana ordena el abordaje.
La resistencia no es mucha. Se impone el coraje de los piratas. El botín es mayor de lo que se esperaba. Barbacana inicia el regreso a la isla con el mejor tesoro jamás obtenido y ¡con un bergantín de regalo para la Hermandad! Llegan a destino cuando el sol aún se está desperezando. Despiertan a la aldea con una salva de cañones. Cuando atracan, no falta nadie en los muelles. Con diligencia se reparte el botín y solemnemente Barbacana entrega ambas naves a la Hermandad y anuncia que éste fue –ahora sí- su último viaje.
. . . . . .
En las noches de cantina hay un nuevo tema de conversación: el viejo pirata debe contar una y otra vez su última y gran hazaña. El lugar de honor entre sus trofeos es el gallardete del “Claudette” y el ron ya no se adultera.
Cada madrugada, después de cerrar, tiene lugar una extraña ceremonia. Parte de su botín es un extraño cofre lleno de las más hermosas joyas que hombre alguno haya visto. Cada vez que intenta tomar una de ellas, se corporiza un fantasma o genio con forma de mujer, la más bella mujer que sus ojos vieran, ¡pero que maneja el sable de abordaje y la daga como el más hábil de los piratas del Caribe! Y así, el viejo lobo de mar combate duramente noche tras noche para poder tocar una de las joyas. Y sólo si él vence tiene acceso al cofre, porque si es ella la vencedora, se encierra en él sin que pueda abrirlo ninguna llave hasta la próxima noche.
Después de cada combate con semejante espadachín, Barbacana saborea una jarra de ron y ¡sonríe con felicidad!
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987.28908-0-3
miércoles, 6 de julio de 2011
COMUNICACIONES
Marina trajina en la cocina, ordenando, barriendo y calentando un desayuno mientras de tanto en tanto se ceba un mate con edulcorante. Está preocupada porque su hijo llegó después de la medianoche y pronto tendrá que despertarlo o llegará tarde a trabajar. Mientras se seca las manos en el delantal, su rostro se ilumina con una sonrisa al oír los pasos de su hijo acercándose.
Miguel, con cara de sueño pero sonriente, se asoma a la puerta y su voz siempre queda, mansa, dice:
-¡Buen día mami, casi me duermo! En cinco minutitos estoy.
-Andá, apurate, que ya te sirvo el cafecito con leche...
Miguel vuelve del baño afeitado, el pelo lacio bien peinado y con esa sonrisa bonachona que no pierde ni cuando duerme. Besa a su madre, la anuncia anuncia abraza y la sacude con cariño.
-¡Ay mami, mami...! ¿No te parece que ya soy un poco grandecito para que me prepares el desayuno?
-¡Y si, ya sos todo un hombre, pero es que anoche legaste tan tarde! Apenas dormiste cuatro horas.
-Bueno, bueno, no te preocupes. Luego hago una siestita y todo resuelto.
- Julián se fue preocupado por vos.
- ¡No me digas que también te levantaste a cebarle mate a papá!
- ¡No, nene, no! Pero viste que cuando a tu padre le preocupa algo se le da por caminar. Lo oí mucho rato yendo y viniendo y me levanté a ver qué le pasaba.
- ¿Y?
- Y estaba preocupado por vos. Sabés bien que no le gusta ese barrio donde pasás tantas horas ayudando gente que ¡quién sabe si algún día te lo agradecerán!
- ¡Me extraña, mami, que digas eso! Es un barrio como cualquier otro... medio jodido para los de afuera, pero a mí me consideran uno más... ¡No tengan miedo!
Mientras Miguel termina el café con leche y el pan con manteca, su madre le prepara un paquetito para que se lleve a la fábrica.
- Acá tenés dos porciones de tarta de fiambre y un poco de fruta. ¿Vas a venir a sestear un rato?
- ¡Si, mami, si! Ya le dije al Padre Carlos que hoy iba a ir mas tarde. Y gracias por cuidarme... ¡Sos una madraza!
- ¡Andá, andá!
Terminado el desayuno, Miguel guarda el almuerzo en el bolso, se lo cuelga al hombro, besa a su madre en la mejilla y con una tenue carcajada le desata el delantal alejándose. Desde la puerta le dice:
- Dale un beso a Silvina y decile que este año termina la escuela y yo espero que con excelentes notas. ¡Chau!
Tal como lo prometiera, Miguel volvió temprano de la tarde y se acostó a dormir. Después de un par de horas de siesta, se une a la mateada en la cocina con sus padres.
- ¡Hola Miguel! ¿Descansaste bien? ¡Qué tarde se te hizo ayer!
- ¡Hola papá! Si, dormí bárbaro. Y... ayer fue un día de mucho trajín en el barrio, pero todo salió bien.
-¡Ay nene, si tanto te gusta la acción social podías venirte a la parroquia del Padre Alberto, que es más cerca de casa, no sé, digo yo!
- No mami, de Cristo Obrero no me voy. Usted sabe que cavé los pozos para los cimientos... ese es mi lugar...
- ¡Ah si, ahora me tratás de usted!
- ¡Bueno mami, no te enojés! Usted o vos son la misma mami para mí...
-¿Y qué fue lo que te mantuvo tan ocupado ayer?
Miguel unta una media milonguita con abundante manteca, recibe de su padre un mate amargo y mientras lo sorbe despacio comenta:
- Y... antenoche unos inadaptados se robaron la reja de la ventana del frente de la salita...
- ¿Cómo que se robaron la reja?
- Y... la habrán lingado y la arrancaron de un tirón; supongo que con algún rastrojero o una mudancera. Pero lo bueno es que cuando yo llegué como a las tres y pico, un vecino que es herrero estaba haciendo una nueva con hierros de la construcción que otros vecinos arrimaron. A las seis ya estaba amurada de nuevo y un grupo pasó la noche de guardia hasta que fraguara el cemento. ¡Eso es so-li-da-ri-dad! ¡Eso es lo que el Padre Carlos predica todo el tiempo!
Mientras acomoda el mate, una sonrisa apenas esbozada parece suavizar el gesto siempre adusto de Julián. Sin duda el pecho se le llena de orgullo al escuchar las palabras de su hijo, quien mientras se prepara más pan con manteca, sigue contando sus aventuras.
- También tuvimos que llevar de raje un pibe al hospital. El Doctor Mauro lo derivó de urgencia por un cuadro complicado de desnutrición. Tiene trece años y parece tener ocho. Lo jodido fue convencer a la madre, porque padre no tiene, de dejarlo internado unos días y que también llevara sus otros hijos a control. Pero el cura tiene labia y carisma para esas cosas...
- ¿Y vos qué pito tocás en todo eso?
- Papá, yo lo acompaño al cura a todos lados, salvo cuando viene Ricardo a verlo, entonces me quedo en la capilla atendiendo a los que vienen por ropa o comida. En realidad soy una especie de secretario y oreja, porque el Padre también necesita alguien que lo escuche, que le sirva de cable a tierra.
- ¡Y ahí entrás vos! Tendrías que haber estudiado sociología o algo así en vez de electricidad, ¿no te parece?
- Puede ser... ¡qué se yo! Ah, también balearon a un pibe a la entrada del barrio y tuvimos que llevarlo al hospital, y lidiar con la cana, que en lugar de investigar se lo quería llevar preso. ¿Te parece a vos?
Marina mira con ternura a su hijo y se persigna mientras la otra mano aprieta la medallita que siempre lleva al cuello. En eso entra Silvina como una tromba, y subiéndose a la falda de Miguel le llena la cara de besos, a lo que él responde haciéndole cosquillas. La cocina, la casa toda, se llena de risas...
Una semana más tarde, para sorpresa de Marina y Julián, Miguel llega a la hora del mate con un paquete de tortafritas aún tibias.
- ¡Sorpresa! ¡Tatán! ¡Les traje un regalo de Misia Deonilda!
- ¡Bueno, bueno, mate con tortafritas! Guárdenme algunas que me tengo que ir.
- Silvina, ¿adonde te vas?
- Voy a lo de Rosario a preparar un trabajito de matemáticas para el viernes. Chaucito y ¡no se las coman todas, eh!
Marina pone las tortas en una panera grande en el centro de la mesa y los tres adultos se dedican a saborearlas entre mate y mate mientras la charla vuelve a fluir entre ellos.
- ¡Qué raro, nene, vos tan temprano!
- ¡Mami, cortala con lo de nene!, si?
- Bueno, Miguel, no te enojes...
- Lo que pasa es que es raro verte en casa temprano; ¿qué paso?
- Nada, papá, solo que Ricardo se comprometió con todo con el laburo de la capilla y van a hacer una especie de “retiro administrativo” para ver qué se puede conseguir del Ministerio de Acción Social.
- Mmmmm...
- ¿Eso qué quiere decir?
- Que tengan mucho cuidado. El Ministro es un mal bicho...
- ¡Julián, vos siempre el mismo pesimista!
- No sé; a mí tampoco me gusta el tipo, pero bueno, hay que buscar todas las manos que se puedan conseguir. ¡Hay mucha necesidad en el barrio!
- Decime Miguel, ¿cómo lo conociste al curita rubio ese?
- Un compañero de la fábrica, que es cura tercermundista como el Padre Carlos me lo recomendó cuando supo de mi interés por los necesitados.
- ¿Un “cuervo” laburando? ¡Eso sí que no lo puedo creer! Contame, contame cómo es la cosa. ¿Trabaja de sotana?
- ¡No, pá! Usa las pilchas de laburo como todos. Es un buen laburante y muy buena persona. Es el que mejor cuida las máquinas, aunque no lo puedas creer.
- ¿Y en qué máquinas trabaja?
- Atiende dos inyectoras y un molino. Es muy prolijo y eficiente, pero regula siempre su producción para no superar la media de los compañeros; por eso todos lo quieren mucho.
- Nene, y ¿cómo supiste que era sacerdote?
- ¿Otra vez con el nene? Te voy a dejar de llamar mami, a ver si te gusta...
- Bueno, bueno, disculpame... se me escapó.
- Primero sospeché porque usa una remera negra y un cuellito blanco; pero anda de jeans y zapatillas igual que yo. Después, conversando, él me contó su historia. Predica el Evangelio en los conventillos de la Boca y usa su sueldo para ayudar al prójimo. La Curia lo ignora, pero él sigue firme en su opción por los pobres. Un día que yo le conté de mis preocupaciones por los más necesitados, me sugirió que lo fuera a ver a su amigo Carlos. Así fue...
- ¿Viste Julián que hay curas como la gente, que no todos son “cuervos explotadores” como vos decís?
- Ante los hechos... me rindo.
- Ah, antes que me olvide, el sábado tenemos un casamiento importante y me gustaría que ustedes estuviesen presentes.
- ¿Quién se casa que te resulta tan importante el acontecimiento?
- Lucía y José Luis, ¿los recuerdan? Cuando recién se conocieron vinieron conmigo a casa un par de veces.
- José Luis... José Luis... ¿El de la silla de ruedas?
- Si, el mismo José Luis.
Y así las semanas transcurrían ora con sobresaltos ora con tranquilidad. Miguel Con su militancia cristiana en el barrio de los desplazados, Julián peleando el mango para poder parar la olla, Mariana administrando las finanzas del hogar y Silvina esforzándose por ser una buena alumna.
Pero una madrugada fría y húmeda de mayo, todo se alteró. Miguel llegó cuando el día ya clareaba, con la ropa ensangrentada y el rostro desencajado por el dolor. Sus padres lo esperaban en el living mientras la radio repetía la noticia del atentado. Al ver a sus padres, corre hacia ellos abrazándolos y gritando:
- ¡Lo mataron... los hijos de puta lo mataron! ¡Lo ma-ta-ro-o-on!
Y lloró, y lloró hasta terminar sus lágrimas.
El sepelio fue multitudinario. La ciudad nunca había visto tanta gente llevando un féretro en andas... y eran los pobres y despreciados que despedían al Padre Carlos, al que los había tratado como auténticos hermanos y les había devuelto su dignidad como personas.
Miguel cargó el ataúd sobre su hombro hasta el final. De sus ojos enrojecidos no salieron lágrimas y la sonrisa se borró de su rostro juvenil.
Al cabo de unas pocas semanas, desapareció de su casa y del trabajo. Al irse dejó en la mesa de la cocina un sobre con dinero y una nota de despedida.
“Papá, mamá, Silvina, a Carlos lo mataron porque su forma de vivir molestaba a los poderosos y había que desmovilizar al pobrerío de una buena vez. Yo sé bien lo que tengo que hacer. Sólo volveremos a vernos si se logra terminar con este sistema podrido de injusticia social y corrupción. Mi opción siguen siendo los pobres y desclasados. Los quiero mucho, mucho, mucho.
Miguel”
De mi libro "Cuentos con Historia". ISBN 978-987-33-0843-7
martes, 7 de junio de 2011
¡Así no!
Año 1945. El 17 de Octubre se presenta cálido. La Plaza está colmada de gente que corea consignas a favor de su líder. Miguel se incorporó a una columna que había entrado a la Capital por el Puente Saavedra. A media tarde, curioso por conocer más detalles de los que llegaron como él hasta allí, Miguel se desplaza entre la multitud, sonriente, entonando cada tanto los cánticos junto a distintos grupos de personas, todos con el mismo fervor, llenos de esperanza.
Comienza a anochecer y el cansancio de la larga espera se hace sentir, pero la expectativa de lo que está por vivir es mayor que el cansancio y el sueño; hay que ser paciente. No se sabe quién comenzó, pero las antorchas de papel de diario se multiplican por cientos, dándole un nuevo color a ese auténtico Cabildo Abierto.
Al pasar cerca de la Pirámide de Mayo, unos ojos color miel le llaman la atención; mira a la dueña de esos ojos tan lindos, que no le devuelve la mirada y continúa su camino. “Tal vez no me vio, pero juraría que sí”, piensa mientras sigue desplazándose entre la gente. Con ese pensamiento, a poco andar, decide volver sobre sus pasos en busca de la mujer junto a la Pirámide.
Cuando el líder sale a un balcón de la Casa Rosada, la multitud comienza a corear enfervorizadamente su nombre. Las filas se cierran, ya no hay espacio para caminar. Por más que se estire y se ponga en puntas de pié, no llega a verla. Todo esfuerzo por avanzar resulta en vano, nadie quiere ceder su lugar. El Coronel recién liberado comienza a hablar; la muchedumbre ahora esta quieta, estática, hace silencio como queriendo apropiarse de cada palabra que él les dirige, porque les está hablando a ellos, al pueblo trabajador, a su pueblo.
Terminado el acto y después de cantar una y otra vez consignas de victoria, la muchedumbre comienza a desconcentrarse, en orden, llenos de felicidad, comentando los sucesos y abrazándose en un gesto solidario de triunfo. Miguel retoma su intento de volver hasta la Pirámide, pero debe avanzar contra la marea humana y cada dos pasos hacia delante retrocede uno.
De pronto se encuentra frente a frente con la belleza de los lindos ojos, a menos de un metro de distancia. Ella trastabilla y él apenas logra tomarla de un brazo evitando la caída. Ahora sí se miran el uno al otro, muy próximos los rostros. Ella le regala una sonrisa y un cálido “Muchas gracias”. Miguel la toma del brazo y se ofrece para acompañarla hasta salir del medio del gentío. Muy juntos se desplazan siguiendo la corriente y casi sin darse cuenta también ellos comienzan a comentar los sucesos y las palabras que escucharan hace pocos minutos.
- ¿No le parece que éste es un momento demasiado importante para los trabajadores? La lucha de clases produjo como resultado la aparición política de un hombre como el Coronel.
- ¡No me diga que es usted comunista o anarquista! Ellos son los que propagan esa doctrina.
- ¡Pero no, la lucha de clases no es una filosofía, es un hecho comprobado!
- La inventó Carlos Marx, el del Manifiesto Comunista, ¿o no?
- No, no, no. Él ideó un método científico de interpretación de la historia y le puso palabras al hecho que los grandes cambios se producen cuando los explotados enfrentan a quienes los explotan.
- Mmm… tendría que pensarlo un poco. ¡Me llama la atención que a una mujer le interese la política y esté tan informada!
Las cuadras se suceden una tras otra y el tema de conversación comienza a ser más personal. Intercambian nombres, ocupaciones y esas cosas que a un hombre le interesan saber de una mujer. En una de esas él le pregunta:
- Y dígame, Princesa, ¿es usted todavía solterita?
- ¡No me llame así! En este país se terminaron los títulos nobiliarios hace casi ciento cincuenta años… Y no, soy viuda.
- ¿Tan joven y ya viuda?
- Si; me casé con el hombre equivocado. Era pendenciero y golpeador. Una madrugada a la salida de un piringundín de los que frecuentaba, lo apuñalaron. Me hicieron un favor…
- ¡Ah! Pero lo de Princesa lo decía como homenaje a su belleza…
- Le deben hacer falta anteojos. Yo no soy linda.
- ¡No me diga eso! Cuando llegue a su casa, pregúntele al espejo y verá.
- ¡No diga pavadas, quiere! Todos los días me miro al espejo y sé muy bien lo que veo. Además, ¡los espejos no hablan, sólo estaría preguntándome a mí misma, y ya sé la respuesta! Llegamos. Aquella es mi casa. Déjeme aquí nomás.
- Al menos regáleme la esperanza de volver a verla. La invito a pasear el domingo.
- Está bien. Espéreme en la Avenida que recién cruzamos a las cuatro de la tarde, ¿le parece?
Y los encuentros se fueron sucediendo uno tras otro. El romance, inevitablemente, surgió entre ellos. Un buen día resolvieron irse a vivir juntos y a duras penas consiguieron una pieza con balcón al frente en un inquilinato de San Telmo. Allí comenzaron una nueva etapa de sus vidas. Sus expectativas corrían parejas con las de la mayoría de la población, que por fin veían el comienzo del país tan esperado.
Diez años después, luego de varias mudanzas de inquilinato en inquilinato, la vida les regaló un hijo que ya tiene tres años. Son tiempos convulsionados los que vive el país ahora, pero ellos siguen apostando al futuro.
Los trabajadores nunca tuvieron mejor trato. Cierto que las contradicciones se acentuaron, sobre todo con la nueva realidad: la mayoría de los asalariados ya no son emigrantes sino provincianos desplazados de sus terruños, que buscan en la ciudad una nueva calidad de vida, que no siempre logran, pero así son las cosas.
Esa mañana Miguel tiene franco y después del mate se prepara para salir. Es que la C.G.T. pidió a todos los trabajadores estar alerta porque hay rumores de golpe de estado.
- No salgas Miguel. Quedate con nosotros. ¡Tengo un mal presentimiento!
- ¿Usted con presentimientos? ¡No sea zonza! Voy hasta la Plaza a ver cómo está la cosa y vuelvo a contarle. ¡Quédese tranquila, mujer!
Y Miguel sale a la calle y comienza a caminar hacia el Norte a paso vivo, porque él también tiene una desazón que no le dá tregua. A poco andar oye ruido de aviones acercándose. Sin detenerse levanta su mirada al cielo. El sonido de los motores es cada vez más fuerte. Acelera el paso al ritmo de su corazón. De pronto percibe un nuevo sonido; el de un avión en picada. Escudriña el cielo, pero nada alcanza a ver. Al sonido ensordecedor lo sucede el ruido de explosiones.
Miguel se desplaza ahora en frenética carrera. Brotan lágrimas de sus ojos. Su mente es un torbellino de ideas. Siente en los pies el temblor de las explosiones. Suelta un grito desgarrador sin detener su carrera…
- ¡Noooo! ¡Hijos de putaaaa! ¡Asesinos! ¡Asi nooo!
martes, 10 de mayo de 2011
El Taura
Saco y pantalón gris a rayitas, sombrero al tono, alpargatas y camisa negras, pañuelo blanco al cuello. Inocencio Correa camina con paso lento pero seguro. El Doctor, su patrón, lo mandó llamar. ¡Inocencio, extraño nombre para un cuchillero!
Su mirada sin ser altiva, es frontal. Su andar se asemeja al del compadrito. Sin fruncir el ceño, su gesto es algo hosco, seco. Las mujeres que se cruzan con él, bajan inmediatamente la vista; los hombres en general parecen reconocer su oficio y lo saludan con respeto, ya sea con una breve inclinación de cabeza o tocándose el ala del chambergo. El vigilante de la esquina, de impecable uniforme, se hace el distraído y trata de no mirarlo.
Al llegar al caserón frente a la plaza, golpea la gruesa aldaba de bronce y espera. Abre la puerta un sirviente de uniforme, quien lo reconoce y le franquea el paso, con la mirada indiferente. Al entrar, Inocencio le dice:
- El dotor m’espera...
Conocedor de la casa, se dirige a la oficina, golpea un par de veces la puerta y sin esperar respuesta la abre y entra. El abogado –de doble apellido- levanta la vista de los papeles que estaba examinando y lo invita a sentarse con un:
- Ah, sos vos... pasá y sentate que ya te atiendo.
Inocencio no se sienta de frente al escritorio sino que mueve la silla para sentarse de costado y en el extremo izquierdo del mueble; él sabe que en el cajón de arriba de ese lado, el Doctor guarda el revólver. Apoya el antebrazo derecho en el escritorio y la mano cuelga displicentemente muy cerca del mango de su daga; es que con su patrón nunca se sabe... La mano izquierda juguetea con el sombrero mientras la vista recorre palmo a palmo la habitación. Desde ahí controla la puerta. A su espalda sólo hay una pared llena de cuadros y diplomas.
- Te mandé llamar por un par de asuntitos que no me dejaron satisfecho.
- Usté dirá...- ¡Argüelles! ¿Qué pasó con Argüelles?
- ¡Nada, qué va’pasar! Lo asusté fiero y vino a pagar lo que debía, ¿o no fue así?
- Si, si, vino a pagar, pero te encargué que lo mandaras al hospital, ¡y ni siquiera lo marcaste!
- ¿Y pa qué esperar que se sanase pa cobrar su deuda? Del susto que se pegó no se va a olvidar así nomás. No creo que vuelva a pedir plata, y si pide seguro que va a pagar.
- No te pedí que pensaras; te mandé hacer un trabajo a mi manera ¡y no lo hiciste! ¿Y Argañaraz, el abogadito con pretensiones?
- El dotorcito se volvió a la provincia con toda su familia y ¡bien asustado! No creo que vuelva por acá mientras usté viva...
-Si, es posible, pero me dijeron en el ferrocarril que lo vieron sanito. ¿Qué te está pasando, Inocencio? ¿Te has vuelto maula de pronto?
El gesto del cuchillero se endurece. Se acomoda justo en el borde de la silla, la espalda bien derecha y la diestra acariciando su arma.
- No se le ocurra decirlo otra vez porque no respondo de mí...
Los dos hombres se miran en silencio, desafiantes. El Doctor sabe que no llegará a abrir el cajón antes que el taura le apoye el filo en la garganta y opta por tamborilear los dedos sobre el escritorio. Después sonríe socarronamente y se recuesta en su sillón.
- Mirá Inocencio, vamos a sosegarnos un poco. Algo te está pasando y me parece mejor esperar un poco antes de darte otro trabajito. ¿Te parece bien? Te adelanto unos pesos y te tomás unas vacaciones...
- Como le parezca. Si me necesita, ya sabe donde encontrarme.
Tiempo después, en un tugurio que de día oficia de fonda y por las noches es un piringundín donde se mezcla el malevaje con los petiteros de bombín a bailar el tango, se encuentran ginebreando Inocencio y otro cuchillero de fama, Floreal Ramírez. El diálogo no es amigable sino desafiante. Inocencio tiene su fama bien ganada a punta y filo; Floreal tiene varias muertes en su haber y la suya es fama de hombre malo, no de guapo; eso hace que exista entre ellos una gran rivalidad. Floreal intentó de mil maneras provocar a su oponente sin lograrlo; la tranquilidad de Inocencio lo saca finalmente de las casillas y se dispone a hacer lo que vino a hacer... Le dice en voz alta para que todos escuchen.
-¡Cobarde!
En un solo movimiento se pone en pié, su mano izquierda suelta la copa y se apoya sobre la diestra del rival apretándola sobre la mesa mientras saca el cuchillo de la cintura y lo levanta para bajarlo a degüello sobre el guapo más mentado de Barracas al Sur.
En el boliche se hace un silencio pesado. Nadie puede creer que están viendo el final del cuchillero más guapo que conocieran todos.
Lo que nadie, pero nadie sabe en el submundo de malevos orilleros y compadritos es que el guapo Correa es ambidiestro. Sólo conocen la velocidad de su diestra y la daga que maneja.
La mano derecha de Correa gira y toma con fuerza la de quien quiere madrugarlo. La zurda parece apenas rozar la empuñadura de su daga y sin que ningún ojo pudiese seguir el movimiento de su mano, detiene lejos de su cuello el golpe asesino. Se pone de pié, patea la mesa a un lado y como si bailaran una extraña danza, sacude al traidor de un lado a otro con la mano que lo agarra con fuerza.
El asombro se refleja en el rostro de Floreal. De pronto retira su cuchillo de la traba de la daga para intentar un puntazo a fondo, pero la mano de Inocencio traza un dibujo en el aire y vuelve a bloquear el ataque. El filo de la daga cortó la frente de Ramírez que comienza a sangrar en abundancia.
Inocencio bloquea los ataques y marca al enemigo como demostrando quién es quién en la partida. Un tajo al pecho corta el pañuelo y la camisa del contrincante pero también la carne. La camisa comienza a teñirse de rojo. El rostro del matador denota ahora desesperación. Un último tajo, esta vez en la muñeca, hace que Floreal suelte el cuchillo.
La punta de la daga se apoya en su cuello justo debajo de la barbilla y lo empuja con firmeza hacia la puerta. No median las palabras; se miran fijo a los ojos; la daga deja de presionar y las diestra de Inocencio suelta la muñeca que atenazara con fuerza durante el duelo. Uno se aleja a la carrera llevándose toda su humillación y el otro enfunda con delicadeza la filosa daga en su vaina.
- Esto es pa’ que no me olvide... Y si manda la policía a buscarme, no dude que lo degüello, no importa en donde esté. De Inocencio Correa naides se esconde...
Anochece en el Paraná. En un embarcadero de pescadores en el Delta del Tigre dos hombres ultiman detalles para soltar amarras en medio de la noche. Uno es un pescador entrado en años –el dueño del bote- y el otro es un paisano de bombacha campera y boina vasca echada sobre la frente.
- Acomode su bolso debajo de las redes y recuerde que en este viaje no se puede pitar; la brasa de un cigarro se divisa de lejos y tenemos que esquivar a la autoridad...
- No hay cuidado don; no fumo.- Mejor así. Siéntese y respire hondo. El Paraná es manso entre las islas pero el Plata es otro cantar. Se va a mover fiero cuando crucemos el canal, y si cambia el viento será jodido en serio.
- No se preocupe amigo que por peores he pasado.
Poco a poco las rítmicas remadas los alejan de la orilla. La oscuridad es casi total; no hay luna y está nublado. El bote avanza como la continuación de las sombras de las islas. El pescador advierte a su pasajero:
- Si nos topamos con la lancha de prefectura tírese al piso y tápese con las redes. Saben que pesco solo y si lo ven van a maliciar que se está escapando de algo... o de alguien.
- Descuide amigo... así se hará.
Por momentos la noche parece tragárselos; es cuando el pescador deja de remar aprovechando la correntada y los remos no levantan espuma.
La misma noche en que el cantor de los piringundines de Barracas al Sur estrena el tango “Mi noche triste”, Inocencio Correa cruza El Río de la Plata en busca de una nueva vida en tierra de los Orientales...
De mi libro "Cuentos con Historia".
ISBN 978-987-33-0843-7
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