Tiempo después, Juan conoció a Marcelina, de quien se enamoró y ahí nomás, cerquita del corral de amanse, levantaron su rancho.
Cierta tarde llegó un vecino para advertirles que había aparecido un tigre por esos
lados y que había matado varios animales. Preocupado por el hecho, al otro día muy
temprano Juan ensilló su ruano y salió en busca de rastros del animal. Regresó contento a la tardecita
porque creyó haber encontrado huellas
frescas.
Esa noche fue al boliche para informar a los parroquianos que él cazaría al tigre. Algunos le ofrecieron su ayuda, más él afirmó que era mejor moverse solo para no espantar al animal.
En los días siguientes fue y vino hasta el lugar
donde hallara el rastro de la fiera. Dejó el caballo a
cierta distancia para que no fuera olfateado
por el jaguareté y frente al
lugar donde vio las huellas del animal
abrevando, en la horqueta de un árbol levantó con ramas un “sobrado”,
una plataforma camuflada desde donde poder disparar tranquilo. Cuando todo estuvo
pronto, se dispuso a cumplir
con su cometido y decidió ir
caminando pues el olor del jaguareté espantaría su caballo.
—¡Juan, no vayas solo por
favor! ¡Es muy peligroso y tengo miedo!
—¡Pero no, che mi guaina!
¡No tenga miedo, mujer! Yo le aseguro que ¡no hay mejor tigrero que su Juan!
Después de un largo beso y un abrazo interminable, marchó a pie en busca de su presa. Al anochecer y se instaló en el
“sobrado” esperando que llegara el jaguareté a beber. Pasó tres noches sin novedad, regresando
al amanecer a comer y descansar hasta la tardecita.
La cuarta noche observó que en la otra orilla la espesura se movía apenitas. Acomodó la carabina lista para disparar y oteó
el abrevadero a través de la mira del arma. En un momento le pareció ver un par
de ojos brillando entre las ramas; después,
¡nada! Los músculos de Juan se tensaron aún más y apenas espiraba para no delatar su presencia. De
pronto su sexto sentido le advirtió que algo no estaba bien; asomándose por sobre la baranda de la
plataforma miró hacia abajo siempre apuntando con el arma y ¡ahí estaba el tigre! Sonó
el disparo al mismo tiempo que saltaba el animal y Juan sintió sus garras hincándose en la carne. Se desarmó el “sobrado” mientras hombre y animal caían al suelo en un abrazo mortal.
La garra derecha del tigre aferraba el brazo izquierdo de Juan y la otra,
después de desgarrar las
costillas de su presa, lo clavó
contra el suelo. La carabina detuvo las
fauces del animal que buscaban
la garganta del hombre. Juan holió la
muerte muy cerca de su rostro. Los ojos del animal parecían hipnotizarlo. Cuando comenzó a perder fuerzas
bajo el peso del jaguareté intentó
una solución desesperada. Su mano derecha tomó el verijero y con un supremo esfuerzo lo clavó hasta la empuñadura entre las costillas
del felino. Un rugido espeluznante brotó de las fauces del tigre, que
de un salto abandonó
su presa y se internó en la
espesura entre bramidos de
dolor mientras la oscuridad de la noche se apodera de Juan.
Al abrir los ojos, se encuentró en su cama, dolorido por demás, débil y
todo vendado, pero ¡vivo! A su lado, los ojos tiernos de Marcelina lo miran
embelesados.
—¡Mi guaina! —exclama intentando incorporarse, pero las manos de su amada se lo impidieron.
—Estás muy débil, Juan.
Tenés que descansar para curarte.
El patrón trajo un médico cuando te encontraron y yo la fui a buscar a Misia Niceta cuando no parabas de
delirar. Así que entre remedios y venceduras ¡estás de güelta, mi amor!
—¿Cuánto hace que estoy
acá? ¿Cómo llegué?
—Hace como dos semanas.
Como no venías, le pedí ayuda a los vecinos para dir a buscarte. Te encontraron
desmayado en medio de un charco de sangre y te trajeron sin ninguna esperanza;
apenitas respirabas.
—Ah, mi guaina, ya te
dije que tu Juan tiene payé —respondió buscando con una mano su amuleto. Hizo una pausa y preguntó por el tigre.
—No estaba y no ha dado
señales de vida. Los vecinos están contentos y todos los días nos traen algo y
preguntan por vos.
—¿Y mi cuchillo?
—Tampoco estaba. Sólo te
trajeron a vos y la carabina ¡todita rota!
—¡Pucha digo, Marcelina! ¡El tigre se jué y se me llevó mi cuchillo!
El Filo de la Historia. ISBN 978-987-46957-8-9
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