viernes, 12 de abril de 2024

Juan del Taragüi. Segunda parte.

 Tiempo después, Juan conoció a Marcelina, de quien se enamoró y ahí nomás, cerquita del corral de amanse, levantaron su rancho.

Cierta tarde llegó un vecino para advertirles que había aparecido un tigre por esos lados y que  había matado varios animales. Preocupado por el hecho, al otro día muy temprano Juan ensilló su ruano y sal en busca de rastros del animal. Regresó contento a la tardecita porque creyó haber encontrado huellas frescas.

Esa noche fue al boliche para informar a los parroquianos que él cazaría al tigre. Algunos le ofrecieron su ayuda, más él afirmó que era mejor moverse solo para no espantar al animal.

En los días siguientes fue y vino hasta el lugar donde hallara el rastro de la fiera. Dejó el caballo a cierta distancia para que no fuera olfateado por el jaguareté y frente al lugar donde vio las huellas del animal abrevando, en la horqueta de un árbol levantó con ramas un “sobrado”, una plataforma camuflada desde donde poder disparar tranquilo. Cuando todo estuvo pronto, se dispuso a cumplir con su cometido y decidió ir caminando pues el olor del jaguareté espantaría su caballo.

¡Juan, no vayas solo por favor! ¡Es muy peligroso y tengo miedo!

¡Pero no, che mi guaina! ¡No tenga miedo, mujer! Yo le aseguro que ¡no hay mejor tigrero que su Juan!

Después de un largo beso y un abrazo interminable, marchó a pie en busca de su presa. Al anochecer y se instaló en el “sobrado” esperando que llegara el jaguareté a beber. Pasó tres noches sin novedad, regresando al amanecer a comer y descansar hasta la tardecita.

La cuarta noche observó que en la otra orilla la espesura se movía apenitas. Acomodó la carabina lista para disparar y oteó el abrevadero a través de la mira del arma. En un momento le pareció ver un par de ojos brillando entre las ramas; después, ¡nada! Los músculos de Juan se tensaron aún más y apenas espiraba para no delatar su presencia. De pronto su sexto sentido le advirtió que algo no estaba bien; asomándose por sobre la baranda de la plataforma miró hacia abajo siempre apuntando con el arma y ¡ahí estaba el tigre! Sonó el disparo al mismo tiempo que saltaba el animal y Juan sintió sus garras hincándose en la carne. Se desarmó el “sobrado” mientras hombre y animal caían al suelo en un abrazo mortal.

La garra derecha del tigre aferraba el brazo izquierdo de Juan y la otra, después de desgarrar las costillas de su presa, lo clavó contra el suelo. La carabina detuvo las fauces del animal que buscaban la garganta del hombre. Juan holió la muerte muy cerca de su rostro. Los ojos del animal parecían hipnotizarlo.  Cuando comenzó a perder fuerzas bajo el peso del jaguareté intentó una solución desesperada. Su mano derecha tomó el verijero y con un supremo esfuerzo lo clavó hasta la empuñadura entre las costillas del felino. Un rugido espeluznante brotó de las fauces del tigre, que de un salto abandonó su presa y se internó en la espesura entre bramidos de dolor mientras la oscuridad de la noche se apodera de Juan.

Al abrir los ojos, se encuentró en su cama, dolorido por demás, débil y todo vendado, pero ¡vivo! A su lado, los ojos tiernos de Marcelina lo miran embelesados.

¡Mi guaina! exclama intentando incorporarse, pero las manos de su amada se lo impidieron.

Estás muy débil, Juan. Tenés que descansar para curarte. El patrón trajo un médico cuando te encontraron y yo la fui a buscar a Misia Niceta cuando no parabas de delirar. Así que entre remedios y venceduras ¡estás de güelta, mi amor!

¿Cuánto hace que estoy acá? ¿Cómo llegué?

Hace como dos semanas. Como no venías, le pedí ayuda a los vecinos para dir a buscarte. Te encontraron desmayado en medio de un charco de sangre y te trajeron sin ninguna esperanza; apenitas respirabas.

Ah, mi guaina, ya te dije que tu Juan tiene payé respond buscando con una mano su amuleto. Hizo una pausa y preguntó por el tigre.

No estaba y no ha dado señales de vida. Los vecinos están contentos y todos los días nos traen algo y preguntan por vos.

¿Y mi cuchillo?

Tampoco estaba. Sólo te trajeron a vos y la carabina ¡todita rota!

¡Pucha digo, Marcelina! ¡El tigre se jué y se me llevó mi cuchillo!

El Filo de la Historia.    ISBN 978-987-46957-8-9

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario