lunes, 31 de octubre de 2022

La maldición

3 de febrero de 1852. Rosas abandonó el campo de batalla de El Palomar frente a las tropas combinadas de argentinos, brasileros y uruguayos del Ejercito Grande, que luego de la victoria avanzarían inexorablemente sobre Buenos Aires. A galope tendido llegó hasta” El hueco de los Sauces” y desde ahí envió su renuncia a la Sala de Representantes, dirigiéndose de inmediato al fuerte, lugar en el que Mansilla ya había enarbolado la bandera blanca, al igual que en la Aduana.

Mascullando palabrotas, el Gobernador ingresó a su oficina y juntó todos los documentos que consideraba importantes para llevarse. Siguiendo sus pasos iba su bufón Eusebio, de impecable levita y galera. Antes de salir del recinto símbolo de su autoridad absoluta, se volvió y contempló con atención la silla desde la cual había regido los destinos de la Provincias Unidas durante los últimos años. Acarició su respaldo y se dirigió al bufón.

-Eusebio, dame tu verijero.

-¡Pero Amo, es un cuchillo sagrado!

-¡Te dije que me lo des! Y ponete a rezar en esa lengua extraña tuya, que yo voy a largar una maldición.

            Eusebio le entregó el verijero que ocultaba bajo su chaleco y se puso de inmediato a orar en su lengua: -Ova, mobeere pe ki o tetisi si ibeere yii ki o si se ititi ayeraye. (Ova, te pido que escuches este pedido y que lo cumplas eternamente).

En tanto, Rosas exclamó con furia:

-¡Maldigo este lugar y maldigo a cualquier estanciero  de esta desgraciada provincia que pretenda sentarse en este lugar de poder! –tras lo cual clavó con fuerza el cuchillo sagrado de Eusebio en el asiento.

Luego fue en busca de su amigo Robert Gore, Cónsul Británico, quien lo salvaría de una muerte segura. Finalmente, una semana después, con la sola compañía de Manuelita y Terrero partió a bordo del barco inglés HMS Conflict con destino a Southampton, Inglaterra.

El primero en entrar al despacho fue el Moncho en busca de algún objeto de valor para quedárselo; sólo encontró papeles tirados en el piso y cajones abiertos y vacíos. Sus ojos descubrieron el cuchillo y sin dudarlo lo desclavó con mucho esfuerzo, lo escondió entre sus ropas, tras lo cual se dirigió a otras habitaciones buscando aumentar el botín.

Braulio Senda

El filo de la Historia        ISBN 978 98746957 8 9

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