Esta vez el encuentro fue en la ciudad de Mercedes, Provincia de Buenos Aires, en el ex Teatro Argentino, hoy Centro Cultural Julio Cesar Gioscio. Después de recorrer las renovadas instalaciones, al descender por la escalinata del ala izquierda, en un descanso de la misma, ¡lo encuentro a él, mirándome sonriente!
–¡Carlitos! -exclamé sin pensar que me dirigía a una fotografía; ¡pero ahí estaba!, ¡cómo no lo iba a saludar! Él se rio con ganas y me dijo:
–¡Chabón! ¿Qué andás haciendo por aquí?
–Vine a un encuentro de escritores y antes de irme quise conocer un poco la cultura de la ciudad-. respondí yo, feliz de poder nuevamente hablar con él.
–Escuchame, chabón. ¿Cómo te llamás? Porque cada vez que nos encontramos vos me tratás con respeto y yo te trato de chabón. ¿Sabés lo qué quiere decir en lunfa?
–Sí, se lo que significa, pero lo tomo como una condescendencia de parte suya, perdón, tuya, como me pediste en Montevideo
Nuevamente se río con ganas y volvió a hablar: -¡A la flauta! ¡Pavada de palabras que usás! ¡Pero decime tu nombre de una vez!
–Braulio, me llamo Braulio, como mi abuelo.
–Ahora sí puedo decir que tengo un amigo que se llama Braulio ¡y que me visita por cualquier lado!
Yo sonreí contento y tuve ganas de tocar la foto. Pero lo noté molesto.
Él siguió diciendo: -¿¡Qué te parece dónde me vinieron a poner!? ¡En medio de una escalera! La gente pasa por acá mirando los escalones o esos aparatitos que llaman celular que llevan pegados a la mano. En los últimos tres meses solamente un veterano se dignó a mirarme; se sacó la gorra vasca para saludarme, me dijo “¡Usted canta cada día mejor!” y siguió su camino sin darme tiempo ni para abrir la boca.
–Es que la gente, con esto de la modernidad, vive casi toda alienada.
–¡Y dale con las palabrejas! Pasa que me olvido que sos escritor y por eso tenés que manejar bien el palabrerío. Los letristas en mi época también lo usaban bien, aunque algunos se engancharon con el lunfardo. ¡Pero eran buenos! ¿No te parece?
–Sí que lo eran. ¡Poetas de primera! -respondí con énfasis.
–Che Braulio, ¿me ayudas a aflojar la gola? Como acá nadie me da bola, no puedo cantar. ¡Dale, anímate!
Un tanto sorprendido, miré abajo y arriba y le respondí: -Meta, Carlitos, arranque… arrancá vos.
–Percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida –cantó él,
–dejándome el alma herida
y espina en el corazón –continué yo,
–sabiendo que te quería,
que vos eras mi alegría
y mi sueño abrasador –continuó él.
–Para mí ya no hay consuelo
y por eso me encurdelo –canté yo,
–pa’ olvidarme de tu amor –y terminamos a dúo.
–¡Grande, Braulio! ¡Gracias! No te imaginás lo bien que me hacen estos encuentros…
¿Qué podía decir yo? Si todo estaba en mi cabeza, producto de la imaginación originada por la admiración que sentía por Gardel. Ante mi silencio, continuó hablado:
–¿Sabés que Samuel era porteño y que Pascual nació acá cerca, en Chivilcoy?
–Sí, sí. Lo había leído-. respondí yo.
–Contursi vivía en Montevideo en mil novecientos diez y ocho. Durante una gira con Razzano, me hizo escuchar la letra que él le había escrito al tango Lita de Castriota. Como era ¡muy buena!, la estrenamos en el Teatro Urquiza, en la esquina de Mercedes y Andes.
–La verdad, es toda una novedad para mí. Ahí funciona ahora el Auditorio Nacional del Sodre.
–De eso no tengo la menor idea -respondió pensativo.
Entonces expresé yo: –Y… los tiempos cambian sin que nos demos cuenta, pero el veterano de la gorra tenía razón al decirte ¡que cada día cantabas mejor!
–¡Dejate de embromar! ¿Podrás hacer algo para que me saquen de este lugar y me lleven al vestíbulo de entrada? Creo que no merezco estar de adorno. ¿Qué decís?
–No te prometo nada, pero lo voy a intentar. Ahora tengo que dejarte. Carlitos, nos vemos en cualquier momento.
–Nos vemos, Braulio -me dijo a modo de despedida.
Al llegar al último escalón me encuentro con Stella Maris, quien cámara en mano y con una sonrisa pícara me dice: -Te vi cantando con Gardel y también saqué algunas fotos.
–¿En serio me viste? -pregunté un tanto incrédulo.
–Sí que te vi; y parecías muy contento -respondió ella, tomándome del brazo y dándome un beso.
Después pedimos el libro de sugerencias para solicitar que la foto de Gardel se pusiese en un lugar privilegiado, acorde con su importancia, firmamos ambos y nos retiramos. Antes de salir, miramos la fotografía y estoy seguro que nos despidió con una guiñada…
Diálogos del arrabal ISBN 978 987 46957 4 1
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