lunes, 25 de enero de 2016

Noche de tango



El salón de Esmeralda y Corrientes está colmado. La orquesta del Maestro “Pirincho” siempre convoca multitudes.
La primera actuación de Malena, resultó memorable. Elegante, con un vestido negro brillante, entallado que le cubre los tobillos, zapatos de taco alto al tono y un pañuelo blanco en su mano derecha. El tango canción interpretado por ella, simplemente ¡cautiva! Las frases brotan mansas de su boca y son alondras que revolotean por el lugar, libres, juguetonas, dejando en cada oído una caricia, una indescriptible emoción…
Finalizada su entrada, se dirige como es habitual a la barra, donde el barman la recibe con una sonrisa, mientras le prepara su trago habitual.
-No, Mariano, hoy necesito algo más fuerte.
-¿Un whisky con hielo y soda?
-No, mejor con hielo picado solamente. ¡Hoy me siento muy rara!
Mariano le sirve el trago y se retira respetuosamente, adivinando su necesidad de estar sola. Ella saborea la bebida lentamente con los ojos cerrados, buscando un recuerdo o analizando sus emociones.
Un hombre guapo y muy bien vestido se acerca y le habla.
-¡Permítame felicitarla! ¡Estuvo usted sublime!
-¡Pero si usted es…!
-Sí, sí, pero no lo diga en voz alta; ando escaso de tiempo esta noche y sólo quise conocer la voz de la que tanto se habla en el ambiente.
 -Muchas gracias. ¡Es usted muy gentil! Y además un cantor comprometido…
-Usted lo ha dicho, pero no hablemos de mí o esta charla terminará siendo una cursilería.
-Jajaja… tiene razón, Hugo. ¿Dispone de unos minutos para acompañarme en un tango?
-¿Le parece? ¿Sin ensayo? ¡Es todo un desafío!
-Sí  que me parece. ¿Qué tal si cantamos “Compadrón”?
-De acuerdo, pero sin bis… ¡Terminamos y me escapo!
Se dirigen al director, dialogan y el maestro “Pirincho” interrumpe la sesión de baile para presentar al visitante de lujo y anunciar la actuación del dúo como obsequio a la concurrencia.
Los murmullos se acallan con los primeros compases y las alondras vuelven a revolotear. Él aporta un contra canto que reafirma el fraseo de ella y su segunda de barítono parece proteger la aterciopelada voz de la contra-alto.
Al  finalizar, los aplausos parecen no tener fin. La orquesta prorrumpe en medio de ellos con una nueva selección de tangos para bailar.
-Me marcho. Discúlpeme. Volveré con más tiempo; le debo una copa…
-¡Vaya nomás! Y no me debe nada. Siempre será bienvenido.
En la barra, Alfonso aplaude en silencio a manera de homenaje.
-¡Qué pintón su partenaire!
-¡Callate, chabón, y devolveme el trago!
Con una sonrisa socarrona le sirve el vaso que tenía preparado y se retira. Saboreando el trago, sus ojos vuelven a perderse en la nada, en la inmensidad o en el pasado…

El hombre, bien empilchado, se acerca con movimientos casi felinos y rompiendo la tradición de la invitación al baile con un cabeceo desde lejos, casi en un susurro le dice:
-¡Buenas noches! ¿Bailamos?
Ella, lentamente retira el vaso de sus labios. “¡¡¡Esa voz!!!”, piensa mientras deja el trago sobre la barra. Luego gira lentamente hasta que sus ojos encuentran el rostro del interlocutor.
 Dueña por completo ya de sus reacciones, lo mira de la cabeza a los pies, luego observa detenidamente su vestido, pide la cartera al barman y busca en su interior. Saca de ella un alfiler de gancho y una tijera. Se pone de pie, vuelve a mirar a los ojos a su invitante –que permanece acodado en la barra con un gesto de curiosidad en el rostro- tras lo cual se concentra en su tarea. Coloca el alfiler sellando la costura a la mitad del muslo derecho, corta el dobladillo con la tijera y de un firme tirón abre la costura hasta el alfiler de gancho. Coloca los enseres en su lugar y devuelve la cartera.
-Tomá, Mariano… y juná como se baila el tango.
Mira al hombre bien trajeado,  le dice: “¡Bailemos!”, y se dirige a la pista seguida por el galán. A su paso, en las mesas comienza a haber cuchicheos, pues ningún habitué jamás la vio aceptar una invitación.
Ya en la pista, muy parsimoniosamente se entrelazan; ella lo abraza con su brazo izquierdo a la altura de los hombros, descansa su mano derecha sobre la izquierda de él, que delicadamente la sostiene y juntan sus mejillas. El la abraza a la altura de los omóplatos. Con los primeros tangos, las parejas próximas comienzan a dejarles lugar para poder admirar su manera de bailar. Ellos, indiferentes a todo, simplemente bailan, pero lo hacen de una manera especial, que atrae… que cautiva…
Al terminar cada pieza, ambos aplauden a la orquesta. Después de tres o cuatro tangos, luego del aplauso él exclama:
-A ver, ¡Maestro!, un tango bien canyengue, ¿puede ser?
El Maestro Canaro habla con sus músicos y los compases de “9 de Julio” inundan el salón.
La pareja cambia el abrazo; él apoya su mano derecha en medio de la espalda de su compañera, se inclina levemente y junta su mejilla derecha con la izquierda  de ella. Ahora la danza es una sucesión ininterrumpida de cortes, quebradas, taconeos y firuletes. Nadie más baila. Todos miran y admiran. La pareja se concentra en la danza y hay una comunicación profunda y sin palabras entre ellos. Los demás comentan y se preguntan “¿Quién será el fulano? ¿Por qué nadie lo vio antes por acá? ¡Qué bien que bailan! ¿Cuál es su relación? ¡Parece el Tito! ¡A ella nunca la vimos bailar y menos de esta manera!
El tango termina y empieza nuevamente una, dos veces, y al final, el homenaje de una ovación. Ellos aplauden a la orquesta, saludan a los bailarines devenidos  en público con una leve inclinación de cabeza, para finalmente mirarse a los ojos…
-¿Por qué tardaste tanto, Inocencio?
-¡No es fácil cambiar de vida, Malena, pero tenía que hacerlo por vos!
Sin más palabras, regresan a la barra, siempre ajenos al bullicio que los rodea. Parecen no darse cuenta o ignorar la fuerte impresión que causaron en la concurrencia.
-¡Felicitaciones! ¡Qué linda demostración!
-Se agradece, amigo, pero no fue nada más que un baile…
-¿Junaste bien, chabón? Ahora alcanzame las pilchas que ya nos vamos.
Y salen del salón. Tomados del brazo. Caminando lentamente se alejan por Esmeralda hacia el sur. De pronto, se oyen disparos a sus espaldas. Con una reacción a puro instinto, él la empuja contra la puerta de un edificio y la cubre con su cuerpo. Se escucha el ruido de un auto que sale quemando gomas por Corrientes hacia el bajo. A pocos pasos de la puerta del salón se ve la figura de un hombre de bruces en la vereda mientras comienzan a asomarse algunos curiosos
-¿Qué pasó, Inocencio?
-¡Qué sé yo! Mejor nos vamos de una vez, parece que quedó un fiambre tirado… Algún ajuste de cuentas, será.
Se escucha el grito lastimero de una sirena que se va acercando, mientras ellos reanudan su caminar.
-¡La pucha que sigue siendo bravo vivir en Buenos Aires!
Mientras la pareja se aleja retomando un andar juntos después de tanta ausencia, Floreal Ramírez boquea ahogándose en su propia vida, que va tiñendo de rojo la vereda. El cuchillo aún empuñado en la diestra. Los ojos abiertos llenándose de oscuridad. Gritando sin emitir sonidos:

-¡Malhaya mi suerte, Correa! ¡Otra vez me tocó hacer sapo!

De mi libro Noches... ISBN 978-987-28908-1-0