El
Príncipe de los Horneros abandonó sus actividades y se dedicó a contemplar la
luna. Sucede que desde que descubrió su brillo, se sintió fuertemente
atraído por Selene. De pie en la puerta
de su castillo, la contemplaba hasta que el Lucero del Alba llegaba trayendo a
la rastra los primeros rayos del sol. Y
estaba convencido de que ella también lo miraba. Un dulce sentimiento fue
anidando en su pecho.
Cuando
la luna volvió a brillar en toda su plenitud, ella lo invitó a visitarla. Él
voló raudo a su morada. Ella lo recibió cariñosamente y casi sin darse cuenta,
entraron abrazaditos a la alcoba. La luna se tendió en su lecho y el Príncipe
de los Horneros contempló embelesado su nívea blancura. Se amaron intensamente,
sin prisas y con una ternura nunca antes experimentada. Pero el devenir del
tiempo hizo que la luna volviese a la rutina de su órbita y el príncipe a su
castillo.
Durante
su viaje por la noche solitaria ella se preguntaba si todo no habría sido un
sueño, y él no cesaba de alegrar la luz del día con su carcajada de felicidad,
esperando que llegase nuevamente el anochecer…
De mi libro "Ternas y Trilogías" ISBN 978-987-28908-5-8
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