Medianoche. Esa hora en que muere el viernes
y nace el sábado. El salón de baile está completo. Las parejas van y vienen por
la pista disfrutando las cadencias sensuales del tango. Tras el último
chán-chán de la orquesta, el locutor anuncia a la vocalista estrella de la
noche. De inmediato, los habitué dejan la pista buscando sus mesas. Quedan solo
las parejas nuevas. Cuando la voz anunciada comienza a cantar, cesan los
murmullos y se instala un silencio como de respeto. Las pocas parejas que
quedaban en la pista se van retirando. Las melodías se suceden coronadas por
aplausos prolongados. Algunos lo hacen de pié. Ella parece estar más allá de
todo. La cancionista ante el micrófono no gesticula, solamente deja brotar su
voz que cautiva, que emociona, que le habla al corazón.
Finalizada su entrada, se dirige acompañada
por el aplauso y el saludo de la concurrencia hasta la barra. El barman la
felicita mientras limpia la copa que le va a ofrecer.
-Gracias por tus palabras.
-¿Le sirvo lo mismo de siempre?
-Si, por favor.
Mientras saborea el trago, su mirada vaga por
el salón sin detenerse en nadie, pero su pensamiento vuela en el tiempo. La
orquesta y los bailarines semejan un mundo aparte. De tanto en tanto un mozo le
acerca una esquela de felicitaciones, a veces invitándola a bailar, o una
tarjeta de presentación y otras, simplemente una flor. Agradece todos los
gestos, pero nunca acepta bailar con nadie. Con la segunda copa, enciende un
cigarrillo. Al ritmo de la milonga, las parejas parecen competir a cuál ejecuta
el mejor corte o quebrada. Su mano deja la copa y comienza a marcar el compás
sobre el mostrador, acentuando de a ratos la síncopa, y su rostro se ilumina
con una sonrisa llena de añoranzas.
-¿Baila usted? Nunca la vi bailar en el
salón.
-¡Si, chabón, sí que bailo! Pero acá me pagan
por cantar…
-A lo mejor, si la viera en la pista el jefe,
le pagaría unos pesos extras; no sé… a lo mejor…
-¡Quién te dice! ¿No? Pero no he visto pituco
que me emocione. ¡Qué vueltas que tiene la vida! Pensar que hace unos años el
tango se bailaba y nada más. Era diversión del malevaje, de los suburbios…
Después le empezó a gustar a los cajetillas y hoy, ya lo ves, es baile de salón
finoli ¡y además le escriben letras llorosas! ¡Quién lo hubiera pensado!
-Y… ¡los tiempos cambian! Pero a usted le
vino bien.
-Tenés razón. Aquí me pagan por cantar y no
tengo que ser la mina de nadie. Vivo mi vida. ¿Sabés quién me enseñó a bailar?
-No, usted dirá…
-¡Correa! Pero vos sos joven para saber de
quién estoy hablando...
-¿Inocencio Correa? ¿El Taura de Barracas al
Sur? ¡Cómo no voy a saber, si todavía se habla de él! ¡Pero eso fue hace muchos
años! ¿Y bailaba?
-¿Qué si bailaba? ¡Su destreza con la daga
era igual a la de sus piernas para el corte y la quebrada… y ni que hablar del
firulete! Ahhh… yo era una pebeta entonces…
-¿Usted sabe qué fue de él?
-¡Y no! Como todo el mundo, no sé qué pasó
con él, simplemente desapareció…
-Unos dicen que lo mataron… otros que está
preso en Ushuaia.
-No, chabón, ¡Correa no se dejaría engayolar!
¡Y si mi corazón aún palpita, es porque el de él late todavía!
-Perdone, ¿no? Pero… ¿estuvo enamorada de él?
-¡Estuve y estoy! No hubo otro hombre en mi vida, a pesar de que me dejó dos veces.
-¡Cómo dos veces? ¿Se fue, volvió y se fue
otra vez?
-Una noche me dijo que su trabajo no le
dejaba lugar al amor. Agarró sus pilchas y se volvió al cotorro; pero seguí sabiendo de él por las
mentas, hasta que un buen día se fue ¡vaya una a saber dónde!
-¡Y todavía enamorada!
-Cambiá el chamuyo, ¿querés?
Ahora, la orquesta toca un valsecito. Dos
hombres vestidos con estilo se acercan a la barra.
-¡Buenas noches! ¿Cómo está la Reina de la
Canción?
-¡Don Cátulo! ¡Usted siempre tan galante! Muy
bien, ¿y usted?
-¡De parabienes! ¿De qué otra forma podría
estar después de escuchar su voz, estrechar su mano y perderme en la
profundidad de sus ojos?
-¡Déjese de zalamerías, que no ha de ser para
tanto!
-¡En absoluto! Y para que vea que no exagero,
le presento a mi amigo, que además de ser profesor de Literatura, es un
enamorado de nuestra música. ¿Verdad que no miento, Homero?
-¡Para nada! Señora, es un honor besar su
mano…
-Mucho gusto; es usted todo un caballero.
-Y usted la “Reina de la Canción”. Su voz de
contra-alto es por demás expresiva. Hay en ella reminiscencias del arrabal…
Expresa como muy pocas, los sentimientos más profundos… Hay… tristeza y bondad
en su modulación. Créame, que he quedado muy, pero muy impresionado
escuchándola.
-Homero, nos están esperando. Discúlpenos,
Señora, pero tenemos un compromiso. Felicitaciones, otra vez.
-Vayan nomás, otra noche hablaremos. ¡Y
muchas gracias por el cumplido!
-¡Qué homenaje!
-¡Cortála, ché! Servime una copa más y traeme
las pilchas que la noche se terminó para mí.
Sorbo a sorbo termina su trago mientras pasea
una vez más su mirada por el salón. Cubre sus hombros con el chal, envuelve su
cuello con la boa y se despide.
-Hasta luego, Mariano. Me voy a apoliyar un
rato.
-Hasta mañana, Malena. Que duerma usted bien…
Capítulo 2 de mi pequeñísima novela "Noches..."
ISBN 978-987-28908-1-0