La
noche es cálida en Monte Caseros, la de las varias fundaciones, hoy también
llamada “la Ciudad de los brazos abiertos”. Se va terminando el 5 de Octubre y
se celebra la fundación del “caserío de Paso de los Higos”, el primer
asentamiento en el lugar, con un gran espectáculo a pura música regional. Por
ser una localidad de triple frontera –Corrientes, Uruguay y Brasil- la música
es muy rica en sonoridades.
El
teatro está literalmente colmado. Valdir se ubicó en la quinta fila al centro.
Lo acompañan su esposa, su hija y sus nietos. Los hijos lo hacen desde el
escenario. Actúan varias bandas, entre ellos la de sus hijos.
Cuando
el conjunto que cierra el espectáculo anuncia el estreno de un tema con el que
quieren homenajear a una persona muy querida, intuye que ése tema es para él.
Con las primeras notas del chamamé “Cordiona desafinada”, así como suena, Valdir cierra los ojos que comienzan a
humedecerse y viaja lejos en el tiempo. Se vuelve a ver gurí trepado en la
horqueta de un paraíso tratando de sacarle sonidos a aquella, su primer
acordeón, mientras los hermanos le tiran piedras para que deje de tocar porque
solamente salen ruidos feos del brillante instrumento. Y sonríe al recordar
mientras sigue sonando la melodía de homenaje… ¡Y entre los acordes armoniosos
se oyen sonidos verdaderamente desafinados! ¡Cuánto costó su primer
instrumento! El abuelo se lo había prometido y falleció antes de comprárselo.
¡Cosas de la vida! Su mamá tenía una bombilla de plata y oro, regalo de la
abuela, y un buen día ¡la vendió y le compró el acordeón! Recuerda las palabras
llenas de ternura de su madre: “¡Éste es el regalo del abuelo!” Le temblaban
las manos al acariciarla; pero claro, no había dinero para pagar un profesor,
así que intentó como mejor pudo, con deseo y perseverancia, sacarle melodías a
“la cordiona”, ¡pero sólo salían unos ruidos horribles! Pero él, ¡como si nada!
¡Dale y dale al acordeón tratando de sacarle sonidos lindos!
El
espectáculo continúa ahora con el valseado “Monte Grande en bicicleta”. José,
ajeno a los aplausos del público, disfruta el homenaje que es sólo para él.
Rememora su adolescencia y ese Monte Grande de la Provincia de Buenos Aires que
mil veces recorrió en bicicleta haciendo corretajes para un almacén mayorista.
En la bicicleta que compró ¡con la venta de su tan preciada “Cordiona”!
¡Cuántas veces la añoró con una lágrima escondida! “Pero el sueldo de papá no alcanzaba y había que ayudar a parar la
olla”, piensa sin tristeza mientras vuelve a recorrer una vez más las
calles polvorientas que lo vieron crecer. En ese trabajo aprendió mucho de la
vida, a conocer a la gente de laburo, aprendió la psicología del comerciante.
También aprendió a emparchar con muchísima velocidad una rueda pinchada, de
forma que no alterara su recorrido y poder mantener el itinerario programado.
Si… sin dudas fue una buena experiencia que recuerda con gratitud.
El
conjunto continúa su actuación con la sertaneja “Caatinga do meu sertao”. Ahora
sus recuerdos van más allá de su vida. Se retrotraen a una historia que conoció
ya de joven, cuando le preguntó a su padre la razón de su venida a la
Argentina. Y los compases de la sertaneja lo hacen ver como en una película el
relato de su padre y piensa “¡Qué lástima
que no esté acá, este homenaje es para él!”
Y la película que ahora ve es un baile en medio del
sertao del Norte Riograndense. Su tío con unas cuantas copas de más, obliga a
una joven a bailar con él. Esto es tomado como una ofensa por los familiares de
la chica, que de inmediato buscan zanjar la situación mediante la violencia.
Todos intervienen y la cosa no pasa a mayores. Pero la joven en cuestión y sus
parientes se retiran de la fiesta y los varones prometen vengar la ofensa.
Correrá la sangre, sin lugar a dudas…
Días después, cayendo la tarde, llegó un vecino a avisarle a su padre
que los hermanos de la joven estaban emboscados esperando al tío. Sin dudarlo,
pide prestado el caballo y parte a todo galope. Al llegar al cruce de caminos
junto al a un montecito, ve a su
hermano frente a los vengadores, los tres sobre sus monturas y con las armas
listas para hacer fuego. Salta del caballo y a la carrera intenta ponerse en
medio de los contrincantes gritando “-¡Nao… nao…! (No… No…)”. Suena un disparo
y los atacantes emprenden la retirada.
Su padre regresó con una bala en una pierna y el tío sin un rasguño.
Después, la decisión de sus abuelos maternos de emigrar, cruzando el Uruguay, y
sus padres con ellos. Se trataba de preservar la vida de la familia, porque el
rencor seguiría buscando derramamiento de sangre. Y así fue que comenzaron una nueva vida en la
vecina Misiones… Allí nacieron él y tres hermanos más.
El
espectáculo continúa. El rasguido doble “Tierra colorada” lo hace recordar su
infancia. El sertao y el monte misionero sólo tienen en común la tierra
colorada, ¡pero son tan diferentes! Los comienzos son siempre difíciles, y el
pobre sólo tiene sus manos y perseverancia para construir un nuevo amanecer. Su padre y su abuelo fueron tareferos en los
yerbales, hacheros en el monte y también martirizaron sus riñones en la cosecha
del tung, mientras la abuela y su mamá se ocupaban de la economía
doméstica y la crianza de los niños,
pero no había nada que ellos no hicieran para sostener a la familia que iba
multiplicándose.
Los aplausos lo sacan de sus recuerdos. Los
músicos anuncian el final con una Litoraleña titulada “Como las aguas del río”.
“Como las aguas del río la vida tiene
sus andares, mansamente o con bravura, con alegrías y pesares” dice la canción y Valdir se ve nuevamente en Monte
Grande. Recuerda la “cordiona” y la bicicleta, el nacimiento de su hermano
menor y la llegada del amor a su vida. “Y
sí, la vida se parece mucho a las aguas del río, que bajan casi siempre turbias
y plagadas de remolinos. Pero cuando encuentran un remanso en la orilla, trocan
su fiereza en mansedumbre y aclaran su color.” Toma la mano de su compañera
y la mira con ternura; Bety, apretándole la mano, le regala una sonrisa, ¡esa
sonrisa que tantas veces le levantó el ánimo en momentos de dificultad! Su vida
tuvo muchas vueltas, es verdad. El casamiento, los hijos, el negocito familiar,
las crisis económicas, la inseguridad, y finalmente la decisión de comenzar de
nuevo en otros lares. Su padre lo había hecho por amor, y él también lo haría.
Esos andares de la vida lo llevaron a recalar en Monte Caseros. Como sus padres
y abuelos tiempo atrás, ellos y sus suegros emprendieron una nueva etapa en
este rinconcito del país.
Una
vez finalizado el espectáculo, después de los aplausos y bises, el público se
fue retirando de a poco. Valdir y los suyos esperan hasta que no quedan más que
ellos en el auditorio.
-Abue,
¡qué lindo que toca mi papá! ¿Verdad que sí?
-¡Y
el mío toca el acordeón más que lindo! Abuela ¿podemos comprar pipoca ahora?
-¡No
se dice pipoca, se dice pochoclo, po-cho-clo!
-Bueno,
bueno; pipoca o pochoclo es lo mismo. Ahora compramos…
Y
lentamente comienzan a abandonar la sala. La charla de los nietos atempera la
carga emocional que lo embarga, porque no se esperaba semejante homenaje. Ya en
el hall, se despiden de los últimos vecinos mientras esperan a sus hijos. De
pronto se oye música acercándose, de una guitarra y un acordeón brota la
melodía de “Cordiona desafinada” con sus sonidos disonantes realmente feos. Son
los hijos de Valdir que vienen del escenario haciendo sonar sus instrumentos.
Al llegar a ellos, se funden en un abrazo prolongado con su padre. Después de
las palmadas y los besos, uno en cada oído le dicen dos palabras, ¡tan solo dos
palabras!: “¡Gracias, Papá!”.
Mientras
mira a sus hijos a los ojos y les acaricia el rostro, se le hace que el eco de
esas palabras cobran vida, que con forma de aves ganan la salida y levantan vuelo en distintas direcciones… unas hacia el
río buscando un bosquecito en la caatinga del sertao Riograndense; otras
rumbo al Norte se dirigen a los yerbatales misioneros; y otras vuelan raudo
hacia el Sur en pos de un árbol, de un paraíso en el Monte Grande bonaerense,
donde una vez, hace mucho tiempo, hicieran nido…
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987-28908-0-3