A mediados del mes de agosto
algo llamó mi atención. Cada tarde al salir del trabajo notaba que el auto
presentaba salpicaduras de barro, en el techo, en las ventanillas y puertas.
¡Qué raro, pensé, si no tengo presente haber pisado charcos; y además, en el
techo! Así, día tras día, lavando las salpicaduras al llegar a casa. Una tarde
cuando estaba cerrando la puerta del auto, veo caer un trocito de barro con una
brizna de pasto embarrada en él muy cerca de mi cara. Lo miré extrañado y
vinieron a mi mente recuerdos de mi infancia, de algunas vacaciones en el
campo. ¡Yo sabía lo que era eso; es el material con que el hornero construye su
nido! Levanté mi vista ¡y lo vi, casi justo sobre mi cabeza!
Resulta que en la vereda,
frente a la medianera hay dos postes, de esos que sostienen los cables de la
luz y del teléfono. Están casi juntos, a no más de 30 cm uno del otro. Allí
entre los dos postes, haciendo equilibrio en los cables, ¡un hornero estaba
construyendo su nido! ¡No puede ser; un hornero equilibrista! Pero así era
nomás. Nunca había visto un nido en un lugar así. Entonces me dispuse a
disfrutar mirando al pajarito marrón construir su casa.
Cada tarde me sentaba a matear
en el patio y desde allí lo contemplaba. Ya tenía la base armada y estaba
levantando la pared circular y abovedada. Observé que sólo uno trabajaba,
supongo que el macho, y pienso que la hembra se dedicaría a entrenar a los
pichones, pero esto es pura especulación mía. Desde abajo veía que levantaba
barro del piso del nido con el pico y lo depositaba sobre la pared, lo clavaba
y después alisaba las incrustaciones pasando el pico de derecha a izquierda una
y otra vez. Terminaba el alisado y vuelta a empezar. ¡Qué ironía, ¿no?, el ave
trabajando y yo disfrutando de su quehacer! Pero el hornero había captado toda
mi atención.
Cuando llegó a la cúspide de la
bóveda, trabajaba parado en las puntas de los dedos, con el cuello bien
estirado y las alas ligeramente abiertas, como haciendo equilibrio. Después,
continuó construyendo hacia abajo en un perfecto semicírculo. Siempre desde
adentro. Cada tanto bajaba en busca de briznas de pasto para su adobe y lo
amasaba por supuesto usando el pico. Como en toda tarea surgen contratiempos,
una tarde lo vi sacudir energicamente la cabeza una y otra vez. Se le había
pegado un trozo de pasto que no lograba desprender, entonces bajó planeando
hasta mi jardín, restregó su pico contra el pasto corto hasta dejarlo limpio y
retomó su trabajo.
Ignoro a qué hora comenzaba su
jornada, pero yo lo miraba trabajar hasta que la luz comenzaba a escasear;
entonces él entreabría sus alas, lanzaba al aire de la tarde una de esas
carcajadas que tienen por canto y emprendía el vuelo. Cuando comenzó a
construir esa entrada tan especial que tienen los nidos de hornero, sólo lo
veía entrar y salir de vez en cuando en busca de barro. Ése fue un invierno muy
frío pero seco.
Y llegó Septiembre perfumando
los días con aromas de azares. El 21, a las cinco de la tarde, más o menos, se
paró en la puerta del nido y lanzó una
larga y sonora carcajada; en menos de un minuto su compañera se posó a
su lado. Se restregaron los picos dos o tres veces y entraron a la casa recién
terminada. Esa primavera me resultó inolvidable, ¡por mis nuevos vecinos!
De mi libro "Ternas y Trilogías" 978-987-28908-5-8