jueves, 18 de octubre de 2012

En busca del mar


Cuento nacido en el Taller de Escritura de la Pluma Azul.

El  pueblo languidece desde que dejó de pasar el ferrocarril. La playa de maniobras está casi totalmente tomada por los yuyos y es ahora el lugar de encuentro y diversión de los chicos del lugar. Sólo el edificio de la estación se conserva en bastante buen estado. Eso porque el viejo Jefe de Estación la cuidó como si fuese suya hasta que un ataque al corazón se lo llevó también a él, dicen las viejas del pueblo que al cielo de los trenes.
La hora de la siesta es el momento del encuentro. No hay vecinos que se molesten con sus risas y gritería. Los pibes se sientan en el andén con las piernas colgando y planean la aventura del día. Es domingo y no tienen que ir a la escuela. La tarde es cálida y corre una brisa agradable.
- ¿Hasta dónde llegará la vía? ¿Llegará hasta el mar? Yo no conozco el mar…
- ¡Yo sí lo conozco! Una vez me llevó mi  tía que vive en Mar del Plata a pasar unos días con ella. ¡Es grandísimo! ¡Y tiene olas que te revuelcan!
- Si, pero hay mucha gente. ¿Te acordás cuando te perdiste y la tía se volvió loca buscándote? ¡Y vos haciendo pozos en la orilla!
- ¡Jajaja! ¡Sí que me acuerdo, y también que casi me arranca la oreja del tión que me pegó!
- Pero no fuimos en tren. Fuimos en el auto del tío.
- Mi abuelo me contó una vez que algunos veranos trabajó de mozo en el tren que iba a Mar del Plata. Pero no sé si ésta era la vía. Él vivía en Buenos Aires.
- ¿Y si fabricamos un tren y vemos si llega al mar? Por ahí hay una zorra abandonada…
- Yo le tengo miedo al mar, pero me gustaría llevar a mi muñeca para que vea como es.
- ¡Cómo le vas a tener miedo si nunca lo viste!
- ¡Si, pero le tengo miedo igual, bobo!
- ¿Si arreglamos la zorra vos vendrías con tu muñeca de trapo?
- ¡Si, porque ella no le tiene miedo a nada!
En un acuerdo tácito todos se dirigen en busca de la zorra corriendo y saltando por encima de las matas altas,  esquivando los serruchitos y los montones de piedras tapados por el pasto. Cuando la encuentran se dedicaron a arrancar una enredadera silvestre, de esas con flores azules que la cubría casi toda. Entre risas la liberan de su escondrijo y rodean la  máquina mirándola como si fuera un tesoro. Está muy oxidada y no la pueden mover. Pero no se desaniman y piensan en la aventura que tienen por delante.
- ¿Cómo hacemos para ablandarla? ¡Está toda ferrugienta!
- Mi papá dice que no hay que tomar cocacola porque sólo sirve para aflojar tornillos.
- ¿Y si compramos una botella grande y probamos?
- ¿De dónde vamos a sacar plata para comprarla?
- ¡Haciendo mandados! Alguna moneda nos van a dar. Entre todos juntamos y la compramos, si?
¡La aventura comienza! Ya tienen un objetivo y se dedican muy seriamente para lograrlo. El nuevo encuentro es a la mañana muy temprano. Llegan con la preciada botella de coca, otros traen algunas herramientas, ¡y hasta un tarro con grasa de carro para lubricar el vehículo! Todos reunidos en torno a la zorra.
- Primero vamos a ponerle la coca a las ruedas y mientras se aflojan podemos jugar una escondida.
- Mi muñeca y yo no nos podemos ensuciar porque viene mi prima a comer y tenemos que estar en casa al mediodía.
- Esta bién. Ustedes miren, pero a la tarde vení con otra ropa para ayudar.
- Mi hermano es mecánico y dice que para aflojar tornillos muy apretados primero hay que pegarle unos golpes, por eso traje un martillo.
- No le habrás contado del viaje, o sí?
- No, no, solamente le pregunté cómo se hacía para aflojar algo muy ferrugiento.
- Bueno, entonces le pegamos unos golpes a cada rueda y después le agregamos el ¡aflojacocatornillos!
- Jajaja… ¡Qué buena marca ésa!
- Yo traje unos palos, cuerdas y una sábana vieja que mi mamá iba a tirar. Le podemos agregar una vela para aprovechar el viento y no cansarnos tanto con la palanca.
Y así, con el entusiasmo y la imaginación de sus jóvenes años, logran que la zorra se mueva. Le adosan el improvisado mástil y la vela. Una tarde con viento a favor el tren de su ilusión se desliza suavemente por la vía. Estallan en gritos de alegría, salta, se abrazan, ríen de felicidad. ¡Funciona, funciona! Al fijar el día de la partida, algunos no se animan a emprender el viaje. De todas maneras el espacio es poco. Ese día, se despiden entre abrazos, risas y lágrimas. Cuatro y una muñeca de trapo se acomodan como pueden a bordo. Despliegan la vela, que apenas flamea por falta de viento y el más grande comienza a accionar la palanca que mueve las ruedas. Lentamente comienza a deslizarse. Los que no viajan suben a las vías y empujan con fuerza. De pronto, el viento cómplice de la aventura, sopla con fuerza. La vela se hincha. Comienzan a ganar velocidad. El viaje ya comenzó…
Atrás quedan caritas tristes y manos en alto despidiendo a los aventureros…

De mi libro "Historias cotidianas".     ISBN 978-987-28908-0-3

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