Este cuento nació durante mi participación del
Taller de Escritura de la Pluma Azul.
Tonio
ha enviudado recientemente. Pucho, el perro callejero que es su nuevo compañero
en las horas de la plaza, lo mira como queriendo descifrar los pensamientos del
humano. Y Tonio piensa en su soledad. Esta soledad que le pesa más que los
muchos años que lleva a cuestas. Sin su compañera de toda la vida ¿cuánto más
podrá seguir viviendo? ¿Cómo llenar el vacío que le dejó la ausencia? ¡Su mundo
se derrumba y no sabe qué hacer! Y los recuerdos… ¡ah, cómo duelen los recuerdos!
- Pucho, vos sí que
no tenés problemas, eh! Todos en el barrio te cuidan. Si no vengo yo, otro
vecino te atiende. En cambio yo…
Tonio,
apoyado en el bastón, pierde su mirada en el infinito mientras recuerda aquel
día. Se levantó como cada mañana, dejó a su viejita durmiendo y fue a prepara
el mate para tomarlo junto a ella en la cama como hacían desde que se jubilara.
Al regresar, con el matecito caliente y unas medialunas del día anterior recién
calentadas, la llamó un par de veces sin que le respondiera. Al acariciar el
rostro amado, lo sintió frío. Alarmado, la destapó y la sacudió apoyando su mano en el hombro,
pero ella ya no estaba… Recuerda el grito desgarrador que brotó de sus
entrañas: ¡¡¡ELVIRAAAA!!! Después el llanto desconsolado y las llamadas a los
hijos para contarles entre hipos que mamá se había muerto durmiendo a su lado…
- ¿Sabés una cosa? A
veces te envidio. ¡Si, te envidio, como lo oís! Vivís sin preocupaciones,
corriendo gatos y ladrándole a las ruedas que pasan cerca. Comés lo que te
traigan y dormís donde y cuando tenés ganas. ¡No me mires así! Es verdad lo que
te digo…
Su
mente lo lleva a revivir el velorio. ¡Qué cosa más desagradable recordar los
llantos, el cuchicheo de las personas, el olor feo de las flores, la luz
mortecina… Es una ceremonia morbosa. ¡Y el entierro! ¡Eso sí que es cosa fea!
Cuando escuchó caer la primera palada de tierra sobre el cajón se le aflojaron
la piernas, casi se desmaya. Fué la experiencia más horrenda que experimentara
en su vida.
-¿Sabés qué voy a
hacer, Pucho? Voy a arreglar los papeles para que no me velen ni me entierren…
prefiero ir derecho al horno y chau! ¿Y vos, que vas a hacer cuando te toque?
El
perro termina su almuerzo y se echa a los pies de Tonio, que sigue ensimismado
en su tristeza. Él nunca vivió solo. Dejó la casa de sus padres cuando se casó
y desde entonces compartió sus días con su esposa primero y después también con
los hijos. ¿Y ahora? ¡La soledad! La que nunca había conocido. ¡Qué larga y
pesada es la soledad para un viejo! ¿Hasta cuándo continuará? ¿Porqué no se
acaban sus días? ¿Cómo seguir viviendo sin la compañera de toda la vida?
-
¿Sabés una cosa, Pucho? ¡Me voy a dejar morir de tristeza! ¡Sí, eso voy a
hacer! ¡Mejor todavía! Me tomo un frasco
de pastillas y chau picho, ¡a otra cosa! No puedo seguir sufriendo esta
soledad…
El
perro para las orejas, levanta la cabeza, lo mira y emite un “báuf… báuf…” y apoya su hocico en los pies del
hombre.
. . . . . . . . . . .
Ya
amaneció y Pucho, echado debajo de la hortensia, mira atentamente la puerta.
Escucha ruidos y comienza a mover nerviosamente la cola. La puerta se abre y
aparece Tonio, sonriente y mate en mano.
-
Buen día Pucho, dormiste bién? ¡Quién diría que vos ibas a elegir una casa
donde vivir! ¡Y menos con un viejo cascarrabias como yo! ¿no? Jeje… Preparate,
que la caminata de hoy es larga…
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987-28908-0-3