miércoles, 27 de junio de 2012

Esa noche

Este cuento surgió durante mi participación en el Taller de Escritura de la Pluma Azul.

Esa noche llevé a mi mujer a tomar el micro de las 19:30. Hacía años que nuestro matrimonio venía mal. Sólo nos mantenía unidos la crianza de los hijos y tal vez el recuerdo de los sueños que una vez compartiéramos, pero nada más. Al menos era así para mí; hacía años había dejado de amarla. Para aliviar la tensión entre ambos, se iba a pasar unos díasa la casa de su madre en Venado Tuerto.

Ella fue al baño de la estación de servicio. Yo me entretuve fumando un pucho y mirando pasar los autos por la ruta. En eso se detuvo un coche detrás del mío. La mujer que venía al volante me preguntó si más adelante había donde reponer GNC. Le respondí con cortesía, y con un“muchas gracias, caballero”, se dirigió a cargar gas. Era una belleza madura, poseedora de una mirada enigmática… desafiante, tal vez.

Me di vuelta para mirar su matrícula y me topé con mi mujer. Con cara de vinagre, por supuesto.

- Todavía no me fui y ya te estás arreglando citas con tu minita, no?

- ¡Pero no jodas, nunca la había visto antes! Me preguntó dónde podía cargar gas y le respondí, ¡nada más!

Pero ella siguió y siguió, diciéndome cuánta pelotudez se le cruzaba por la mente. Y yo, ¡nada! ¿Para qué? Igual no me creería. Menos mal que el micro llegó en hora y se mandó a mudar. Pero me dejó calentito…

Me senté en el auto, puse música y encendí otro cigarrillo. Una voz en mi interior me decía: “¡Sos un gil! ¡Tantos años bancando una relación que ya fué! ¿No te das cuenta que la vida se te vá? ¿Cuántas horas felices tenés en tu haber?”

Puse el motor en marcha y comencé a desandar el camino. La noche era muy agradable. El cielo estaba despejado. La luna, como un gran queso, se metió en el retrovisor. ¡Qué hermosa noche primaveral! Las hojas de los árboles brillaban cuando la luz de los faros los acariciaba.

De pronto se instaló en mi mente el rostro de la enigmática mirada… ¿Será un enigma para resolver o un desafío para vencer? ¡Eso pensaba mientras aumentaba lentamente la velocidad! ¿Por qué no?, me pregunté una y otra vez. ¡Pero sí! Si la encuentro me mando y… ¡y… después vemos! Me dispuse a buscar el auto. Total, recordaba su patente: JMK-230.

Escudriñé la ruta que tenía por delante y me pareció ver luces rojas de posición a un par de kilómetros. El fresco aire de la noche acariciaba mi rostro. Pisé más el acelerador para no perderla de vista…


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