Este cuento es consecuencia de mi participación en el Taller de Escritura de la Pluma Azul.
El carro avanza por las calles de Turdera al paso lento del caballo flaco que tira de él. En el pescante viaja una joven, hija del cartonero que camina un tanto adelantado buscando qué cirujear. Su mirada simple se desliza por la calle, aburrida, como mirando sin ver. De pronto aparece ante sus ojos una rosa roja, que arrastrada por el agua, quedó atorada en un desnivel del pavimento. ¡Qué bella flor! piensa, mientras se endereza en la tabla que usa de asiento para verla mejor. ¿De dónde habrá salido? ¿Alguien la perdió? ¿O una mano distraída la soltó? Preguntas sin respuestas…
La rueda empuja el agua y el mayor caudal hace que la flor comience a dar tumbos sobre sí misma empujada por la corriente. ¡Oh, pobrecita, tan linda y sufriendo así! es el pensamiento de la adolescente. Pero el carro avanza más rápido que la flor y finalmente una rueda le pasa por encima, aplastándola, triturándola bajo su peso.
¡Ay! exclama ella inclinándose sobre la baranda del pescante para contemplar lo sucedido. Sus manos se aferran con fuerza a la dura madera observando compasivamente la muerte de la bella rosa… El tallo, que fuera largo y esbelto, resultó partido en dos; una parte quedó fuera del curso de agua, con apenas una hojita machucada, como descansando sobre las duras piedras, el otro trozo permaneció bajo el agua adherido al suelo junto al deshecho corazón de la flor. Algunos pétalos son arrastrados por la corriente y otros quedaron pegados a la rueda del carro, que ajeno a la muerte de la flor, continuó su lento trajinar…
Miguel, el barrendero municipal, cumple su diario quehacer muy temprano, cuando aún no ha salido el sol. Paso a paso va empujando los desperdicios que se acumulan junto al cordón de la vereda y que el agua corriendo desparrama. Sus brazos se mueven rítmicamente hacia adelante y atrás, dos empujones cortos y uno largo, dos cortos y uno largo hasta llegar a la esquina o hasta llenar la bolsa que lleva en el carrito de dos ruedas, y vuelta a empezar. Su mirada es nostálgica –a veces- como pensando en el tiempo en que trabajaba como operario en una fábrica que no sobrevivió a la última crisis, otras con mucha bronca. Hoy camina malhumorado porque la madrugada está muy fría y hubiese querido quedarse un rato más en la cama, calentito junto a su mujer. Pero la vida es así, hay que salir a ganarse el mango, ése que nunca alcanza. Lo bueno de hoy, es que la basura es escasa.
Al llegar a la mitad de la cuadra sus ojos divisan una flor pisoteada por vaya a saber qué vehículo, como incrustada en el suelo. Por curiosidad, separa los deshechos que venía empujando y con la pala levanta, casi cuidadosamente, la flor destruida. La acerca a su rostro para observarla detenidamente, sin saber bien porqué. Había sido una rosa roja de buen tallo; no parece de las cortadas de algún jardín, sino de las que se compran en la florería. Se quita el guante de la mano izquierda y toma un pétalo casi con delicadeza. La sutileza del mismo contrasta con la rudeza de su mano. Parece acariciarlo. En un impulso lo lleva hasta su nariz para olerlo. Increíblemente ¡aún conserva algo de su aroma! Piensa: “¡Qué lástima no haberla encontrado sana para regalársela a la Bea ! ¡Hubiera quedado de linda en la mesa del comedor!”
Los minutos siguen pasando y está por amanecer. Aún quedan muchas cuadras por caminar. Tira en la bolsa lo que por un instante fuera objeto de su admiración y retoma su andar; dos empujones cortos y uno largo, dos cortos y uno largo…
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987-28908-0-3
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987-28908-0-3