Barbacana, tras el mostrador de su taberna, en un puerto cualquiera de
La taberna tiene algunos recuerdos de su vieja vida colgados en la pared a su espalda: su sombrero de Capitán, un par de cachiporras, un sable siempre afilado y reluciente por si acaso, un gancho de abordaje del que cuelga un amuleto para la buena suerte, la pata de palo de un camarada muerto, un gallardete con las tibias cruzadas…
Barbacana nunca habla de su pasado. ¿Para qué, si todos conocen su historia? Después de muchos años, aún se alzan las copas por las aventuras de su barco el “Desconfiado”, que no logró sobrevivir a un temporal caribeño al volver buscando refugio, muy maltrecho después de un feroz enfrentamiento con buques de guerra españoles.
Una noche de poco alboroto en la cantina, quizás porque los escasos parroquianos lograron un escaso botín o no lo habían conseguido en absoluto, sus pensamientos lo llevan a su pasada vida de aventuras. Con una sonrisa en los labios se sintió bogando en alta mar oteando el horizonte en busca de una presa; la excitante sensación de la adrenalina fluyendo por sus venas durante una persecución con todas las velas desplegadas y el viento a barlovento, o durante la huída de un navío de guerra, lo hacen sonreír.
Lo sacan de su ensueño las quejas del cocinero preguntando qué van a hacer con el puerco asado que va a sobrar porque casi nadie come, y las protestas de las mujeres porque el ambiente es de desánimo y nadie desea un rato de placer, con lo que esa noche les faltarán algunas monedas. Entonces reclama la atención de todos golpeando una cachiporra sobre la gruesa tabla del mostrador.
- ¡A ver, a ver, lobos de mar! ¿Qué tal si cantamos una alegre canción: “La del regreso”? Hay una medida extra de ron para todos. Barbacana invita…
Ahora sí se arma el alboroto. Vuelan gorras y sombreros por el aire y entre palmadas y golpes sobre el piso de tablas, todos comienzan a cantar, mientras las mujeres escancian el ron extra –adulterado, por supuesto- en las jarras vacías. También se suma a la algarabía una armónica y un tamboril, negro como las manos que lo tocan. ¡Todo vuelve a la normalidad!
Después que los últimos clientes salen abrazados, completamente borrachos y cantando una canción, entre todos –cocinero, mujeres y cantinero- ponen un poco de orden en el local. Cuando los demás se retiran cada cual a su bohío, Barbacana enciende su pipa y camina a paso lento hasta los muelles, donde se balancean suavemente los barcos anclados. La brisa caribeña acaricia su curtido rostro mientras sus pensamientos vuelan mar adentro y tiempo afuera…
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Otra noche de gran algarabía en la cantina. Los parroquianos están por demás exaltados. Todos obtuvieron buen botín y no escatiman gastos en la diversión. El ron corre en abundancia y las mujeres están alegres porque tendrán clientes generosos, felices por el regreso y dispuestos a disfrutarlo todo. En noches así hay que estar muy atento porque las peleas surgen sin aviso; viejos rencores, una broma interpretada como ofensa, una jarra volcada o la disputa por la atención de una mujer pueden terminar con una muerte dentro del local y Barbacana no ha permitido nunca que eso suceda. Por eso además de su cachiporra colgada de la muñeca y conocida por muchas cabezas, lleva al cinto un pistolón solamente para disuadir a algún borracho que se ponga pesado.
Un par de Capitanes se acercan al mostrador para hablar con el viejo colega. Entre tragos de ron, del bueno por cierto, uno de ellos cuenta cómo se le escapó un barco que aparentaba ser una presa fácil pero no lo fue pese a sus conocidas habilidades marineras. Una y otra vez se puso fuera de su alcance cuando se disponía a dispararle, hasta que lo perdió de vista; en vano lo buscó durante tres días, hasta que encontró otra presa menos escurridiza y se abocó a ella. “Claudette” se llamaba el barco en cuestión y parecía ser portador de un rico cargamento.
En su habitual paseo por los muelles a la luz de la luna, esa madrugada no hace sino pensar insistentemente en el barco escurridizo. ¿Sería realmente portador del botín que todo pirata anhela encontrar? ¿Pero a él qué le preocupa si ya se retiró de la vida en el mar? Sin embargo no deja de pensar en el tesoro que supone oculto en sus bodegas y en cómo haría para interceptarlo y poder abordarlo. Finalmente, sacudiendo la cabeza como para alejar estos pensamientos de su mente, emprende el regreso con paso cansino. Esa noche no logró conciliar el sueño. Pensaba y repensaba en el “Claudette” y cómo atraparlo…
. . . . . .En su habitual paseo por los muelles a la luz de la luna, esa madrugada no hace sino pensar insistentemente en el barco escurridizo. ¿Sería realmente portador del botín que todo pirata anhela encontrar? ¿Pero a él qué le preocupa si ya se retiró de la vida en el mar? Sin embargo no deja de pensar en el tesoro que supone oculto en sus bodegas y en cómo haría para interceptarlo y poder abordarlo. Finalmente, sacudiendo la cabeza como para alejar estos pensamientos de su mente, emprende el regreso con paso cansino. Esa noche no logró conciliar el sueño. Pensaba y repensaba en el “Claudette” y cómo atraparlo…
Pasan los meses y el regreso a su antigua vida ya es una obsesión para el viejo pirata. Tal es así que un buen día se encuentra recorriendo los muelles y atracaderos ¡en busca de una nave para hacerse a la mar! Como las embarcaciones tácitamente pertenecen a La Hermandad , busca la que su mente concibió para llevar a cabo la que sería su última aventura. No encuentra en los muelles ninguna como la que imaginó, pero en la playa de una pequeña rada distingue una vieja goleta completamente desarbolada y con un par de boquetes en el casco bajo la línea de flotación. Su corazón late de prisa y la visualiza reparada y navegando bajo su mando. ¡La decisión ya está tomada!
Después de obtener la aprobación de la Hermandad , negocia con los mercaderes la madera y el velamen necesarios para acondicionarla, recluta la escasa tripulación que necesita y con ellos encara la tarea de reparación de la maltrecha nave. Gran algarabía hubo en la isla cuando la goleta restaurada, ya en los muelles, comenzó a recibir las provisiones imprescindibles para navegar. Muchos viejos envidian la audacia del veterano pirata, que después de tantos años en tierra decide nuevamente hacerse a la mar. Al soltar amarras, lo despiden con disparos, sombreros al aire y muchas bromas, dudando quizás de la suerte del viejo camarada, ya que no pudo conseguir los diez cañones por banda que necesita y sólo lleva seis. Pero nada hace dudar a Barbacana, que durante meses calculó los riesgos y está muy seguro de lo que decidió hacer. La cantina quedó a cargo de su cocinero, un robusto Taíno que lo acompañó desde el comienzo. El “Nuevo Desconfiado” ya está navegando con viento a favor.
A los pocos días está abordando pequeños navíos que se dedican al comercio entre las islas y las poblaciones costeras. Ninguno de ellos representa un buen botín. Una madrugada en la que se encuentra acechando una formación de buques mercantes españoles que se dirigen a la península esperando que alguno se rezague, divisa a estribor un bergantín que navega a prudente distancia de la flota española y en sentido contrario. ¡Puede tratarse del “Claudette”, rumbo a La Louisiana ! Con el corazón latiendo de prisa, ordena cambiar el rumbo y comienza la persecución a distancia. El mayor poder de fuego y velamen es una ventaja para el bergantín, pero el viento a sotavento es un aliado de la goleta, que por sus velas triangulares es muy maniobrable para navegar al través. Zigzagueando hábilmente, el “Nuevo Desconfiado” acorta distancia hora tras hora. Ahora sí, el catalejo distingue claramente el nombre de la presa escrito en la popa. ¡Es el “Claudette”!
De pronto se disipan todas las expectativas. Hay que entrar en combate. ¡Todo el mundo a sus puestos y doble ración de ron! Barbacana quiere abordar su objetivo con el menor daño posible. Sólo piensa en el valor del tesoro que espera encontrar a bordo. Parece una misión irrealizable pero confía en la estrategia en la que estuvo pensando todo el tiempo. Ordena cargar con metralla los dos cañones que tiene sobre cubierta. Mide la distancia que los separa, toma el tiempo que le lleva cada maniobra de zigzag; calcula y sonríe satisfecho. ¡Ya lo tiene a tiro! La goleta cambia de rumbo, cruza por detrás del bergantín en diagonal y dispara sus cañones hacia las velas para restarle velocidad. Inicia un giro hacia atrás tomando distancia de los cañones del “Claudette” mientras cambia los suyos de banda y ordena cargarlos con una mezcla de cadenas y metralla para intentar desarbolarlo. La mitad del velamen de su presa es inoperante pero no debe darle tiempo a que se recupere. El bergantín inicia un giro para ponerse a sotavento y embestirlo, pero la goleta ya vuelve a cruzarse en diagonal por la popa disparando dos andanadas de sus cañones. Se oye un fuerte crujido, cae el palo mayor. Estalla una gritería en la goleta. Barbacana ordena el abordaje.
La resistencia no es mucha. Se impone el coraje de los piratas. El botín es mayor de lo que se esperaba. Barbacana inicia el regreso a la isla con el mejor tesoro jamás obtenido y ¡con un bergantín de regalo para la Hermandad! Llegan a destino cuando el sol aún se está desperezando. Despiertan a la aldea con una salva de cañones. Cuando atracan, no falta nadie en los muelles. Con diligencia se reparte el botín y solemnemente Barbacana entrega ambas naves a la Hermandad y anuncia que éste fue –ahora sí- su último viaje.
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En las noches de cantina hay un nuevo tema de conversación: el viejo pirata debe contar una y otra vez su última y gran hazaña. El lugar de honor entre sus trofeos es el gallardete del “Claudette” y el ron ya no se adultera.
Cada madrugada, después de cerrar, tiene lugar una extraña ceremonia. Parte de su botín es un extraño cofre lleno de las más hermosas joyas que hombre alguno haya visto. Cada vez que intenta tomar una de ellas, se corporiza un fantasma o genio con forma de mujer, la más bella mujer que sus ojos vieran, ¡pero que maneja el sable de abordaje y la daga como el más hábil de los piratas del Caribe! Y así, el viejo lobo de mar combate duramente noche tras noche para poder tocar una de las joyas. Y sólo si él vence tiene acceso al cofre, porque si es ella la vencedora, se encierra en él sin que pueda abrirlo ninguna llave hasta la próxima noche.
Después de cada combate con semejante espadachín, Barbacana saborea una jarra de ron y ¡sonríe con felicidad!
De mi libro "Historias cotidianas". ISBN 978-987.28908-0-3