Marina trajina en la cocina, ordenando, barriendo y calentando un desayuno mientras de tanto en tanto se ceba un mate con edulcorante. Está preocupada porque su hijo llegó después de la medianoche y pronto tendrá que despertarlo o llegará tarde a trabajar. Mientras se seca las manos en el delantal, su rostro se ilumina con una sonrisa al oír los pasos de su hijo acercándose.
Miguel, con cara de sueño pero sonriente, se asoma a la puerta y su voz siempre queda, mansa, dice:
-¡Buen día mami, casi me duermo! En cinco minutitos estoy.
-Andá, apurate, que ya te sirvo el cafecito con leche...
Miguel vuelve del baño afeitado, el pelo lacio bien peinado y con esa sonrisa bonachona que no pierde ni cuando duerme. Besa a su madre, la anuncia anuncia abraza y la sacude con cariño.
-¡Ay mami, mami...! ¿No te parece que ya soy un poco grandecito para que me prepares el desayuno?
-¡Y si, ya sos todo un hombre, pero es que anoche legaste tan tarde! Apenas dormiste cuatro horas.
-Bueno, bueno, no te preocupes. Luego hago una siestita y todo resuelto.
- Julián se fue preocupado por vos.
- ¡No me digas que también te levantaste a cebarle mate a papá!
- ¡No, nene, no! Pero viste que cuando a tu padre le preocupa algo se le da por caminar. Lo oí mucho rato yendo y viniendo y me levanté a ver qué le pasaba.
- ¿Y?
- Y estaba preocupado por vos. Sabés bien que no le gusta ese barrio donde pasás tantas horas ayudando gente que ¡quién sabe si algún día te lo agradecerán!
- ¡Me extraña, mami, que digas eso! Es un barrio como cualquier otro... medio jodido para los de afuera, pero a mí me consideran uno más... ¡No tengan miedo!
Mientras Miguel termina el café con leche y el pan con manteca, su madre le prepara un paquetito para que se lleve a la fábrica.
- Acá tenés dos porciones de tarta de fiambre y un poco de fruta. ¿Vas a venir a sestear un rato?
- ¡Si, mami, si! Ya le dije al Padre Carlos que hoy iba a ir mas tarde. Y gracias por cuidarme... ¡Sos una madraza!
- ¡Andá, andá!
Terminado el desayuno, Miguel guarda el almuerzo en el bolso, se lo cuelga al hombro, besa a su madre en la mejilla y con una tenue carcajada le desata el delantal alejándose. Desde la puerta le dice:
- Dale un beso a Silvina y decile que este año termina la escuela y yo espero que con excelentes notas. ¡Chau!
Tal como lo prometiera, Miguel volvió temprano de la tarde y se acostó a dormir. Después de un par de horas de siesta, se une a la mateada en la cocina con sus padres.
- ¡Hola Miguel! ¿Descansaste bien? ¡Qué tarde se te hizo ayer!
- ¡Hola papá! Si, dormí bárbaro. Y... ayer fue un día de mucho trajín en el barrio, pero todo salió bien.
-¡Ay nene, si tanto te gusta la acción social podías venirte a la parroquia del Padre Alberto, que es más cerca de casa, no sé, digo yo!
- No mami, de Cristo Obrero no me voy. Usted sabe que cavé los pozos para los cimientos... ese es mi lugar...
- ¡Ah si, ahora me tratás de usted!
- ¡Bueno mami, no te enojés! Usted o vos son la misma mami para mí...
-¿Y qué fue lo que te mantuvo tan ocupado ayer?
Miguel unta una media milonguita con abundante manteca, recibe de su padre un mate amargo y mientras lo sorbe despacio comenta:
- Y... antenoche unos inadaptados se robaron la reja de la ventana del frente de la salita...
- ¿Cómo que se robaron la reja?
- Y... la habrán lingado y la arrancaron de un tirón; supongo que con algún rastrojero o una mudancera. Pero lo bueno es que cuando yo llegué como a las tres y pico, un vecino que es herrero estaba haciendo una nueva con hierros de la construcción que otros vecinos arrimaron. A las seis ya estaba amurada de nuevo y un grupo pasó la noche de guardia hasta que fraguara el cemento. ¡Eso es so-li-da-ri-dad! ¡Eso es lo que el Padre Carlos predica todo el tiempo!
Mientras acomoda el mate, una sonrisa apenas esbozada parece suavizar el gesto siempre adusto de Julián. Sin duda el pecho se le llena de orgullo al escuchar las palabras de su hijo, quien mientras se prepara más pan con manteca, sigue contando sus aventuras.
- También tuvimos que llevar de raje un pibe al hospital. El Doctor Mauro lo derivó de urgencia por un cuadro complicado de desnutrición. Tiene trece años y parece tener ocho. Lo jodido fue convencer a la madre, porque padre no tiene, de dejarlo internado unos días y que también llevara sus otros hijos a control. Pero el cura tiene labia y carisma para esas cosas...
- ¿Y vos qué pito tocás en todo eso?
- Papá, yo lo acompaño al cura a todos lados, salvo cuando viene Ricardo a verlo, entonces me quedo en la capilla atendiendo a los que vienen por ropa o comida. En realidad soy una especie de secretario y oreja, porque el Padre también necesita alguien que lo escuche, que le sirva de cable a tierra.
- ¡Y ahí entrás vos! Tendrías que haber estudiado sociología o algo así en vez de electricidad, ¿no te parece?
- Puede ser... ¡qué se yo! Ah, también balearon a un pibe a la entrada del barrio y tuvimos que llevarlo al hospital, y lidiar con la cana, que en lugar de investigar se lo quería llevar preso. ¿Te parece a vos?
Marina mira con ternura a su hijo y se persigna mientras la otra mano aprieta la medallita que siempre lleva al cuello. En eso entra Silvina como una tromba, y subiéndose a la falda de Miguel le llena la cara de besos, a lo que él responde haciéndole cosquillas. La cocina, la casa toda, se llena de risas...
Una semana más tarde, para sorpresa de Marina y Julián, Miguel llega a la hora del mate con un paquete de tortafritas aún tibias.
- ¡Sorpresa! ¡Tatán! ¡Les traje un regalo de Misia Deonilda!
- ¡Bueno, bueno, mate con tortafritas! Guárdenme algunas que me tengo que ir.
- Silvina, ¿adonde te vas?
- Voy a lo de Rosario a preparar un trabajito de matemáticas para el viernes. Chaucito y ¡no se las coman todas, eh!
Marina pone las tortas en una panera grande en el centro de la mesa y los tres adultos se dedican a saborearlas entre mate y mate mientras la charla vuelve a fluir entre ellos.
- ¡Qué raro, nene, vos tan temprano!
- ¡Mami, cortala con lo de nene!, si?
- Bueno, Miguel, no te enojes...
- Lo que pasa es que es raro verte en casa temprano; ¿qué paso?
- Nada, papá, solo que Ricardo se comprometió con todo con el laburo de la capilla y van a hacer una especie de “retiro administrativo” para ver qué se puede conseguir del Ministerio de Acción Social.
- Mmmmm...
- ¿Eso qué quiere decir?
- Que tengan mucho cuidado. El Ministro es un mal bicho...
- ¡Julián, vos siempre el mismo pesimista!
- No sé; a mí tampoco me gusta el tipo, pero bueno, hay que buscar todas las manos que se puedan conseguir. ¡Hay mucha necesidad en el barrio!
- Decime Miguel, ¿cómo lo conociste al curita rubio ese?
- Un compañero de la fábrica, que es cura tercermundista como el Padre Carlos me lo recomendó cuando supo de mi interés por los necesitados.
- ¿Un “cuervo” laburando? ¡Eso sí que no lo puedo creer! Contame, contame cómo es la cosa. ¿Trabaja de sotana?
- ¡No, pá! Usa las pilchas de laburo como todos. Es un buen laburante y muy buena persona. Es el que mejor cuida las máquinas, aunque no lo puedas creer.
- ¿Y en qué máquinas trabaja?
- Atiende dos inyectoras y un molino. Es muy prolijo y eficiente, pero regula siempre su producción para no superar la media de los compañeros; por eso todos lo quieren mucho.
- Nene, y ¿cómo supiste que era sacerdote?
- ¿Otra vez con el nene? Te voy a dejar de llamar mami, a ver si te gusta...
- Bueno, bueno, disculpame... se me escapó.
- Primero sospeché porque usa una remera negra y un cuellito blanco; pero anda de jeans y zapatillas igual que yo. Después, conversando, él me contó su historia. Predica el Evangelio en los conventillos de la Boca y usa su sueldo para ayudar al prójimo. La Curia lo ignora, pero él sigue firme en su opción por los pobres. Un día que yo le conté de mis preocupaciones por los más necesitados, me sugirió que lo fuera a ver a su amigo Carlos. Así fue...
- ¿Viste Julián que hay curas como la gente, que no todos son “cuervos explotadores” como vos decís?
- Ante los hechos... me rindo.
- Ah, antes que me olvide, el sábado tenemos un casamiento importante y me gustaría que ustedes estuviesen presentes.
- ¿Quién se casa que te resulta tan importante el acontecimiento?
- Lucía y José Luis, ¿los recuerdan? Cuando recién se conocieron vinieron conmigo a casa un par de veces.
- José Luis... José Luis... ¿El de la silla de ruedas?
- Si, el mismo José Luis.
Y así las semanas transcurrían ora con sobresaltos ora con tranquilidad. Miguel Con su militancia cristiana en el barrio de los desplazados, Julián peleando el mango para poder parar la olla, Mariana administrando las finanzas del hogar y Silvina esforzándose por ser una buena alumna.
Pero una madrugada fría y húmeda de mayo, todo se alteró. Miguel llegó cuando el día ya clareaba, con la ropa ensangrentada y el rostro desencajado por el dolor. Sus padres lo esperaban en el living mientras la radio repetía la noticia del atentado. Al ver a sus padres, corre hacia ellos abrazándolos y gritando:
- ¡Lo mataron... los hijos de puta lo mataron! ¡Lo ma-ta-ro-o-on!
Y lloró, y lloró hasta terminar sus lágrimas.
El sepelio fue multitudinario. La ciudad nunca había visto tanta gente llevando un féretro en andas... y eran los pobres y despreciados que despedían al Padre Carlos, al que los había tratado como auténticos hermanos y les había devuelto su dignidad como personas.
Miguel cargó el ataúd sobre su hombro hasta el final. De sus ojos enrojecidos no salieron lágrimas y la sonrisa se borró de su rostro juvenil.
Al cabo de unas pocas semanas, desapareció de su casa y del trabajo. Al irse dejó en la mesa de la cocina un sobre con dinero y una nota de despedida.
“Papá, mamá, Silvina, a Carlos lo mataron porque su forma de vivir molestaba a los poderosos y había que desmovilizar al pobrerío de una buena vez. Yo sé bien lo que tengo que hacer. Sólo volveremos a vernos si se logra terminar con este sistema podrido de injusticia social y corrupción. Mi opción siguen siendo los pobres y desclasados. Los quiero mucho, mucho, mucho.
Miguel”
De mi libro "Cuentos con Historia". ISBN 978-987-33-0843-7