Son
las siete o siete y media de una mañana de diciembre. Mientras la manguera
refresca, humedece y empapa el pasto del fondo de la casa, yo preparo el mate y
disfruto las primeras caricias del sol que invade la cocina a través de la
ventana.
Los
caminos de las hormigas se inundan con el agua fresca y yo –después del primer
beso a la bombilla- recorro con la vista, palmo a palmo el terreno ante mis
ojos, gozando del panorama tantas veces visto y nunca igual a la vez anterior;
descubriendo flores, tallos que se mueven con la brisa…
En
un momento quedo ensimismado contemplando el brillo del sol que reverbera en
los hilos de agua, sorbiendo muy lentamente mi mate. De pronto, se corporiza
una sombra que se descuelga de la umbría fronda entretejida del laurel y el
ciruelo, y se posa junto a un pequeño charco formado por la abundancia del
riego… vientre marrón rojizo… un zorzal…
Después
de mirar en todas direcciones y dar cuatro o cinco pasos hacia un lado y luego
al otro, se arrima sigilosamente al charco y tras otear una vez más en todas
direcciones, de un salto entra al agua y moja su pecho mientras mueve las alas
y airea las plumas de su pechera. Sale del agua, aletea con fuerza, acomoda sus
plumas con el pico… y vuelta al agua!
Finalizado
su baño, da un par de zancadas largas seguidas de cuatro o cinco pasos cortitos
y se detiene a mirar el suelo, con un ojo primero, con el otro después. Sonrío
al ver la pose del cazador y sin darme cuenta termino el mate despacito,
tratando que la bombilla no chiste, temiendo que ese ruido pueda espantarlo.
Hormigas no se ven, pero el exceso de agua hace salir a la superficie a las
lombrices; pronto caza una con su largo pico y vuela hasta una rama a degustar
su desayuno.
Al
rato desciende planeando nuevamente cerca del charco y otra vez a buscar su
presa. Después se posa en el muro de frente al sol y prolijamente acicala su
plumaje. Terminada la tarea, en una suerte de acrobacia aérea, desaparece entre
el follaje.
Por
un momento quedo absorto pensando si será el mismo que todas las madrugadas me
roba el sueño con la agudeza de su canto. Puede que sí y puede que no…
¿Será
el mismo o no será?
No
es mi zorzal, es un ave libre; pero es el zorzal que eligió vivir entre
nosotros, en el árbol del fondo de la casa… y es el que me alegra con su
presencia aunque interrumpa mi sueño con su canto, cada día, apenas antes del
amanecer…
De la Antología "Encuentros de café" ISBN 978-987-28908-6-5
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