Este cuento surgió durante mi
participación en el Taller de Escritura de la Pluma Azul.
Esa noche llevé a mi
mujer a tomar el micro de las 19:30. Hacía años que nuestro matrimonio venía
mal. Sólo nos mantenía unidos la crianza de los hijos y tal vez el recuerdo de
los sueños que una vez compartiéramos, pero nada más. Al menos era así para mí;
hacía años había dejado de amarla. Para aliviar la tensión entre ambos, se iba
a pasar unos díasa la casa de su madre en Venado Tuerto.
Ella fue al baño de la
estación de servicio. Yo me entretuve fumando un pucho y mirando pasar los
autos por la ruta. En eso se detuvo un coche detrás del mío. La mujer que venía al
volante me preguntó si más adelante había donde reponer GNC. Le respondí con
cortesía, y con un“muchas gracias, caballero”, se dirigió a cargar gas. Era una
belleza madura, poseedora de una mirada enigmática… desafiante, tal vez.
Me di vuelta para mirar
su matrícula y me topé con mi mujer. Con cara de vinagre, por supuesto.
- Todavía no me fui y ya
te estás arreglando citas con tu minita, no?
- ¡Pero no jodas, nunca
la había visto antes! Me preguntó dónde podía cargar gas y le respondí, ¡nada
más!
Pero ella siguió y
siguió, diciéndome cuánta pelotudez se le cruzaba por la mente. Y yo, ¡nada!
¿Para qué? Igual no me creería. Menos mal que el micro llegó en hora y se mandó
a mudar. Pero me dejó calentito…
Me senté en el auto, puse
música y encendí otro cigarrillo. Una voz en mi interior me decía: “¡Sos un
gil! ¡Tantos años bancando una relación que ya fué! ¿No te das cuenta que la
vida se te vá? ¿Cuántas horas felices tenés en tu haber?”
Puse el motor en marcha y
comencé a desandar el camino. La noche era muy agradable. El cielo estaba
despejado. La luna, como un gran queso, se metió en el retrovisor. ¡Qué hermosa
noche primaveral! Las hojas de los árboles brillaban cuando la luz de los faros
los acariciaba.
De pronto se instaló en
mi mente el rostro de la enigmática mirada… ¿Será un enigma para resolver o un
desafío para vencer? ¡Eso pensaba mientras aumentaba lentamente la velocidad!
¿Por qué no?, me pregunté una y otra vez. ¡Pero sí! Si la encuentro me mando y… ¡y… después vemos! Me dispuse a buscar el auto. Total, recordaba su patente:
JMK-230.
Escudriñé la ruta que
tenía por delante y me pareció ver luces rojas de posición a un par de
kilómetros. El fresco aire de la noche acariciaba mi rostro. Pisé más el
acelerador para no perderla de vista…
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