El personaje en cuestión es un hombre adulto que le tocó, por esas vueltas que la vida da, vivir una profunda crisis personal. Ésta le llegó justo cuando estaba viviendo –según él- su mejor momento. Las razones no las conocemos, pero debieron ser muy fuertes para que se diera el cambio que se dio en su comportamiento.
Se trata de alguien con muy pocas amistades íntimas. Algunos en su trabajo, un ambiente exclusivamente de varones, lo consideran un “tipo de fierro” porque siempre está cuando lo necesitan; pero su actitud no es propensa a la reciprocidad. Muy pocos conocen algo –solo algo- de su intimidad, y llegan a conocerlo cuando los acontecimientos ya pasaron, ya son historia, situaciones ya resueltas.
Lo cierto es que cuando tocó fondo, trató de bancársela sólo y como mejor pudiera, en definitiva así se las arregló siempre. Pero esta vez no alcanzó y entonces buscó un compañero con quien tuviera algo de afinidad para conversar. Lo único que obtuvo como respuesta de un par de su misma edad, aunque con los ojos a punto de lagrimear fue: “- La verdad, no sé qué decirte… Nunca pasé por una de esas…”
En la encrucijada en la que se encontraba, lo que necesitaba era un brazo donde apoyarse, un oído atento y más que nada una palabra que derivara en un diálogo fecundo. Sabiendo que necesitaba encontrar una salida, buscó otro en quien confiar. Esta vez la respuesta fue: “- No chabón, no te des manija. Distraete, tomátelo con soda.” Y a continuación pasó a relatarle una situación similar que a él le tocó vivir y cómo le llevó años de terapia para poder superarla. Lo único que se le ocurrió al desdichado fue preguntar por qué había elegido el Psicoanálisis en vez del Conductismo para su terapia, pero para no irse por las ramas no dijo nada y optó por callarse la boca. Estaba siempre en el mismo lugar.
Un par de días más tarde se acerca otro que lo consideraba su amigo, aunque en realidad nunca habían hecho –ni uno ni otro- nada por cultivarla. Frontal como es, le dice: “- ¿Qué te está pasando, loco? Me dijo el flaco que te notó como ido. ¡Al fin alguien que preguntaba algo! ¡Y otro que había notado algo diferente!
-La verdad es que toqué fondo. Creo que estoy viviendo una crisis de identidad, pero ¡mal!
La respuesta fue demoledora. En lugar de establecer algún tipo de diálogo, simplemente le respondió: “- Sacate la presión del laburo, pedí médico, tomate unos días y fijate qué podés hacer con lo otro. Manejate tranquilo y llamame…”
Y así, el tipo en cuestión siente que su soledad se agranda y la crisis se hace más profunda. Como si esto no fuera poco, se le acerca otro compañero –bien intencionado sin duda- le pone una mano en el hombro y con naturalidad le dice: “- Cumpa, lo noté bastante bajoneado estos días. La situación está jodida pero no hay que hacerse mala sangre; a mal tiempo buena cara. Se lo digo yo, que de ponerle el cuerpo a las dificultades tengo experiencia. Piense en positivo, que después de la tormenta siempre sale el sol. Créame, es así de simple…”
Otra vez la misma historia. La gente pasa, arroja un salvavidas y sigue su viaje. Y nuestro personaje, con o sin salvavidas, continúa flotando como puede, pero sigue a la deriva, sin hallar una soga que lo ayude a salir de esta situación.
Un lunes al regreso del trabajo un compañero de viaje, joven como sus hijos le dice: “- Perdóneme que me meta. ¿Qué le está pasando? ¿Puedo ayudar?” El hombre se sorprende. Nunca habían hablado más que trivialidades, cosas del momento. Su primer pensamiento fue: “- ¿Y éste de qué la va?” La respuesta destemplada no llega a salir de sus labios al contemplar la mirada franca del joven. En lugar de una grosería responde con sinceridad: “- Y… me tocó bailar con la más fea, viste? A esta altura de mi vida, sentir que estoy debajo del felpudo me está haciendo bolsa, me entendés?”
- Mas o menos. Cuando lo conocí hace dos años usted era el compañero de la sonrisa fácil, el de la palabra de aliento; pero ultimamente se lo ve cabizbajo, silencioso, abatido…
- Tuteame por favor; me hacés sentir más veterano de lo que soy.
- Está bién, pero decime que te está pasando.
Y así, casi sin darse cuenta, comienza a soltar su angustia ante un perfecto desconocido. Pero hay franqueza en la actitud del joven y entonces el veterano deja fluir sus emociones. Sosegadamente, en el breve viaje en tren, va dejando fluir los motivos de su pesar. Pero además se interesa por la vida de su interlocutor y al compartir sus intimidades, surge en ellos una amistad y el impersonal saludo cotidiano se transforma en un abrazo espontáneo.
Nunca sabremos lo que le pasaba al hombre de nuestro cuento ni de lo que hablaron con el joven amigo, o tal vez lo podamos imaginar. Lo que sí podemos saber es que superó su crisis y comenzó una nueva etapa en su vida gracias a que encontró un compañero de viaje…
De mi libro "Historias cotidianas".
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