Un sábado de otoño andábamos recorriendo la ciudad de
Chivilcoy y decidimos tomar un café en el emblemático Bar La Perla, lugar de
encuentro de escritores locales. Cruzamos la plaza, disfrutando de los árboles,
monumentos y aves que la pueblan. Grande fue mi sorpresa al ver en la
marquesina del bar ¡una gigantografía de Gardel! Al entrar encontramos el
escenario preparado para un show de tango, con una inmensa fotografía de
Carlitos; mientras Stella Maris ubicaba un lugar acogedor, me senté a hablar
con El rey del tango. Ya no tenía dudas que el diálogo se iba a entablar.
-¡Braulio, qué bueno verte por acá!
-Hola, Carlos. ¡Qué pinta, che! ¡Y qué alegría
encontrarte! ¿Qué hacés por estos lados?
-Este boliche existe desde mis mejores épocas. A la
esquina la bautizaron “La esquina del Tango”. ¿Te dije que en esta ciudad nació
Pascual Contursi? Más al fondo debe haber una foto de él.
-Sí, me lo habías contado cuando nos vimos en Mercedes.
¡Qué facha, Carlos! De traje o smoking, tenés una pinta bárbara.
-Pará, pará con los halagos que me vas a inflar el ego.
-¡Épa con la palabrita! Eso es muy freudiano.
-Y vos te crees que porque soy tanguero ¿no tengo
cultura?
-No, no, Carlos, de ninguna manera, solamente me llamó la
atención. Una pregunta que hace tiempo quiero hacerte es si preferís cantar con
guitarras o con orquesta.
-¡Con guitarras, Braulio, con guitarras! Los violeros te
siguen y vos tenés la libertad de expresar el canto con el cuore, mientras que
en la orquesta vos sos un instrumento más, no podés improvisar porque la
pifiás, y vos sabés bien que yo nunca erré ¡ni una nota!
-Pero vos grabaste con orquesta y salió impecable.
-Sí, es verdad, pero prefiero las violas. No te olvidés
que yo arranqué cantando canciones criollas a pura guitarra y voz. Cuando
descubrí el tango, seguí como venía. Me acompañaron siempre violeros de
primera. Es una injusticia que no me hayan plantado con ellos todavía; son
merecedores de seguir acompañándome, ¿no te parece? ¡Eran buenos! –quedó un
rato pensativo y remató la frase diciendo con énfasis- ¡Ameritan seguir a mi
lado!
-Tenés razón –respondí preguntándome por qué a nadie se
le había ocurrido un monumento de Gardel con sus guitarras.
-Mirá –continuó hablando-, me acompañaron muchos, pero a
los que de veras extraño son a El Oriental, al Barba, al Moreno,
a Mingo y al Indio; ése también era uruguayo, de San Ramón.
Como el silencio se había vuelto denso, le pregunté
cuándo fue que se le había dado por cantar y él con una sonrisa respondió:
-Creo que me gustó desde chico. En el Abasto, los
changarines me pedían que les cantara; después empecé a amenizar noches en el
bar de los Traverso y en los comités Conservas. Allá por el novecientos once ya
andaba en yunta con Pancho, El Víbora y Pepe. Al poco
tiempo formamos el dúo con Razzano y nos fue muy bien. Pepe era un
guitarrero de los buenos. Me hubiese gustado grabar alguna vez con el morocho
Maciel, pero no se dio ¡y eso que éramos amigos! Cosas de la vida, ¿no?
-Otra pregunta –dije yo-: ¿Saco o esmoquin?
-Saco, Braulio. Saco, corbata y chambergo. ¿Sabés por qué
me puse el esmoquin?, porque si no lo hacía yo, alguien más lo iba a hacer;
pero conmigo, el arrabal y el tango se vistieron de gala, ¿entendés?
-¡Sí y me parece una idea de mi flor! –respondí-, pero el
esmoquin es para cantar con orquesta.
-Y, sí… Me acompañaban una media docena de músicos y era
para mí un esfuerzo grande. Todo fue por el tango y las orillas, como dijiste
vos alguna vez. Para mí, la orquesta es para el baile, aunque te aseguro que
llegará el día en que las orquestas crecerán en número y calidad; entonces el
tango será otro. Te bato una fija: cierta noche fui a bailar unos tangos al Café
de La Chancha. Allí escuché a un pibe que promete mucho, ¡un mago con el
piano! Creo que se llamaba Pugliese… ¡Sí, Osvaldo Pugliese! Cuando él se dé
cuenta de lo que vale, hará una revolución en el tango.
Sonreí al pensar que Pugliese ya había hecho la
revolución tanguera, convirtiéndose en un verdadero vanguardista. Carlos se dio
cuenta de mi sonrisa y me largó un: -¿Qué te causa gracia, se puede saber?
Para disimular mis pensamientos me largué con un: -Que
cada vez que nos encontramos se produce una alteración en la línea de tiempo y
podemos hablar, vos desde 1935 y yo en el 2020. Además, parece que el reloj no
se mueve para los que nos miran. Tampoco nos oyen.
-¡A la flauta, ilustrado el hombre! -Se rio con ganas y
agregó-: Pero tu percanta nos escucha y también parla conmigo.
-Así es –respondí-, y no sé por qué. Tampoco comprendo lo
que me pasa a mí, sólo sé que lo disfruto mucho.
En ese momento Stella Maris llegó a buscarme y sonriendo
saludó a Gardel: -¡Hola Carlos, qué elegante que está!
-¿Qué tal, mi amiga? ¡Gracias por el piropo! ¡Usted
también está muy guapa! –respondió él con galantería guiñándole un ojo.
Después de despedirnos, nos retiramos contentos por el
encuentro y el café que compartimos en un lugar con magia. Sin duda,
¡volveremos!